El 18 de diciembre de
1916 fui designado subsecretario de Relaciones Exteriores. Desempeñé este cargo
hasta principios de 1922. El desacuerdo que tuve con la candidatura de Alvear -
que reputaba solución con cargo. Retiré la misma porque mi disidencia nada
tenía que ver con la definición y el contenido de la política seguida hasta
entonces por Yrigoyen.
El 1° de septiembre de
1922, fui designado en la misión especial que se dirigió al Brasil. A mi
regreso no me encargué de la Presidencia del Departamento Nacional del Trabajo
hasta el 11 de octubre, a las 18 horas. El 12 de octubre, a las 10 horas, ponía
en manos de Yrigoyen la renuncia al cargo, y se nombró al reemplazante.
Alvear asumió el mando
en la tarde del mismo día.
Un grupo de jóvenes
inició, de inmediato, la lucha esencial. A los pocos días comenzó a ver
claramente cuál era la obra destructora y negativa del Gobierno.
La desviación
ideológica de la nueva política reposó en estos hechos capitales:
a) la separación del
gobierno de la trayectoria radical impuesta por Yrigoyen.
b) la aceptación, como
hecho consumado, de la sangrienta situación sanjuanina.
c) la organización del
CONTUBERNIO.
El año 1923 fue un
período de dura prueba. Las columnas de “Ultima Hora” dieron hospitalidad a
nuestros pensamientos, y cobijaron el trabajo que ahora se reedita.
Debo advertir que, en
el transcurso de este año, de 1923, nuestra acción fue completamente autónoma,
y que no retomamos contacto con Yrigoyen hasta el 1° de enero de 1924.
Comenzó la gran
campaña- La muchedumbre henchida de fe, y con infinito anhelo de profunda
renovación, fue levantando el ideal, hasta consagrarlo en el magnífico triunfo
de 1928.
Días antes del 12 de
octubre, Yrigoyen nos dijo que el primer radical había realizado la REPARACIÓN
institucional; y que el segundo, que ahora se iniciaba, debió entregarse a la
RESTAURACIÓN de los valores materiales y morales destruidos en el tiempo del
contubernio, presidido por Alvear.
Esta postura, divergía
del concepto esencial del movimiento, orgánicamente totalizada desde 1924 a 1928. Confieso,
sinceramente, que nosotros creíamos que era llegada la hora de la RENOVACIÓN de
la estructura social y política, y que esta definición de Yrigoyen detenido, a
medio camino, la obra iniciada bajo tan gloriosos auspicios.
El 6 de septiembre de
1930 fue jornada lúgubre. Mucho se ha dicho, otro tanto se ha escrito, y más
falta por referir sobre los antecedentes y consecuencias de este día.
El reventón
reaccionario nos juntó, en multitud abigarrada, a todos los que buscábamos el
cauce natural de la política social argentina.
Los que se colocaron,
ocasionalmente, al frente del movimiento, eran aquellos a quienes la dictadura
dejaba en libertad para dirigirlo. Los demás yacían en las cárceles o en el
destierro.
Llegado el momento
supremo, no quisieron hacer la revolución y, en consecuencia, no pudieron
lograr una elección.
Instaurado el actual
régimen, pretendieron dar al radicalismo el curso torcido de su política
reaccionaria, conservadora y contubernista. Así hasta el 20 de febrero.
La libertad de
Yrigoyen desbarató todos estos planes. Los que no lo querían, debieron
aceptarlo, y haciendo tripas corazón, empezaron a vestirse con los trofeos de
aquél. Tal los ve el pueblo.
Confesamos que desde
que Yrigoyen declaró que “todo había terminado” y “que había que empezar de
nuevo” (20 de febrero de 1932), nosotros recuperamos, lealmente, la plena
autonomía de acción.
Corridos los años - ¡una década! - vuelvo sobre los acontecimientos capitales de aquel entonces: PETRÓLEO, Liga de Naciones, etc.
Y digo, ahora, lo que
dije entonces; y diré siempre.
Mantengo, sin vacilar,
mis juicios de antaño. No me interesa el cambio de los hombres.
Reafirmo que, frente a
Yrigoyen, no podemos proceder más que por el bien que hizo; no por el mal que
no pudo hacer.
Y que hay que avanzar,
por encima de los individuos que caen, y más allá de los hombres que pasan.
D.L.M.
EL HOMBRE Y LA ÉPOCA
El gobierno de Yrigoyen se inició en horas luctuosas para la
humanidad. La guerra que había estallado en 1914 no tenía, en octubre de 1916,
perspectiva alguna de terminación. Los pueblos más alejados del conflicto eran
poco a poco arrastrados hacia la vorágine, y al terminar el año 1916, el
fracaso de las tentativas pacíficas alemanas, fue como el preanuncio del
terrible año de 1917.
La guerra sorprendió a los distintos países en plena
evolución política y social. En cada nación, los principios de justicia y de
libertad, hasta ese momento, habían sido ardientemente defendidos o propugnados
por los partidos políticos, y desde el instante en que los pueblos se lanzaron
unos contra otros en aras de sus intereses o de sus ideales, surgió la
necesidad de una definición que para comienzos de 1917 estaba desgraciadamente
envuelta en los obscuros celajes de los tratados secretos, nervio y resorte de
los planes militares de todos los beligerantes.
Yrigoyen tuvo desde que asumió el mando, una visión
clarísima de su responsabilidad como gobernante, y de la trascendencia de las
horas históricas en que le tocaba actuar.
Hoy, pasados los sucesos, puedo volver sobre aquellas
tremendas jornadas con la mente libre de los espejismos que los acontecimientos
motivaron, y me doy cuenta que, entre todos nosotros, él fue el único que jamás
perdió su serenidad y su orientación.
La razón es simple. Yrigoyen llegaba al gobierno como
encarnación de un movimiento de opinión nacional, cuyos primeros avances
databan de un cuarto de siglo atrás. La lucha cívica en pro de la conquista de
las libertades públicas, y el afianzamiento de los principios democráticos,
venía a tener el término anhelado con su presidencia, al propio tiempo que le
entregaba la pesada responsabilidad de guiar los destinos del país en la hora
más difícil de la historia de la humanidad.
El era el hombre. Detrás de él, con la mirada fija en sus
actos, y los brazos listos para la acción, permanecía el Partido Radical, que
en este momento venía a ser la única garantía de estabilidad institucional,
frente a los pavorosos problemas, económicos y sociales que el conflicto
originaba.
La democracia había de ser, en muchos países, una
consecuencia de la guerra mundial. Entre nosotros fue la obra de un partido
poderoso guiado por un hombre fuerte. A esto debemos que en los años cruciales
que van desde 1917 a
1922, pudo darse al mundo el espectáculo de un gobierno de veras. El presidente
encarnaba la voluntad general del país, en todo lo que tenía de idealidad
generosa, sea para establecer el imperio de los principios democráticos en la
vida nacional e internacional, como para realizar los altos fines humanitarios
que son, en definitiva, el contenido de nuestra civilización.
EL PRIMER PASO
El año de 1917 se inició con el anuncio de que los alemanes
harían la guerra submarina sin restricciones. La contestación a este aviso fue
el punto departida de una nueva política argentina con respecto de las naciones
en lucha, y la célebre respuesta de Yrigoyen definió con caracteres propios la
mentalidad del estadista que halló en los graves problemas del momento un
motivo para la decisión ética y humana, antes que jurídica y cancilleresca. El
dinamismo implícito de esta respuesta ha sido el embrión de las actitudes
posteriores. La sencillez austera de los documentos internacionales emanados de
Irigoyen son, con la precisión de su lenguaje y de su concepto, la evidencia de
una conducta, jamás desmentida, en que el político desaparecía ante el
estadista, y el estadista ante el hombre. Esta era su fuerza, y este es el
timbre de honor más puro alcanzado por Yrigoyen.
Los sucesos acaecían tumultuariamente. La guerra submarina
sin restricciones precedió en pocos días a la revolución rusa de mayo de 1917
Kerensky, y a la entrada en el conflicto de los EE.UU. Los capítulos más
interesantes de nuestra historia diplomática van unidos a estos y posteriores
acontecimientos; pero su historia sería una redundancia, puesto que ya hemos
definido la primera y más capital de las actitudes de Yrigoyen. Todo lo demás
es consecuencia de aquel gesto que, serena y firmemente, trazó al país la ruta
de sus destinos.
UN IDEAL
Yrigoyen no descuidó la definición humanitaria de su
política internacional. Las actitudes asumidas a raíz de los sucesos mismos,
demostraban que la República Argentina era gobernada por un hombre cuya
capacidad estaba a la altura de las circunstancias históricas que lo rodeaban,
pero era menester que este pensamiento vigoroso se exteriorizase en forma
condigna con el ardiente patriotismo que lo sostenía y, además, con la posición
e importancia que correspondía a los países hermanos por la raza, la tradición
y los ideales. Esta fue la razón de su convocatoria a un congreso
latino-americano, mal denominado de los neutrales, que debió reunirse en Buenos
Aires, a fin de obtener que todas las naciones convocadas estableciesen entre
sí aquella solidaridad que, por identidad de propósitos y por la representación
de su potencialidad común en los destinos del mundo la influencia moral y
material que tenían derecho a ejercer. Múltiples factores inutilizaron los
esfuerzos del Dr. Yrigoyen para realizar su pensamiento. Hoy me pregunto,
después de pasados los acontecimientos si no habrá más de un arrepentimiento.
El espectáculo de la conferencia de la paz y el tratamiento que tuvieron en
ella los pequeños países (como los denominan los grandes) vendría a demostrarlo
reunió en un haz a los pueblos latinoamericanos en los altos fines de cuya
realización hubieron de ser los garantes, manteniendo incólumes, merced a él,
su independencia y su dignidad.
UN INSTRUMENTO
La guerra seguía su curso. La intervención americana y la
revolución rusa desarrollaban gradualmente su programa. Los pueblos comenzaban
a fatigarse de los cruentos y enormes sacrificios que, parecía, no tendrían
fin. La revuelta asomaba doquier, y la paz era un problema de días más o menos.
En estas circunstancias,
durante todo el año 1917, me dediqué febrilmente a organizar el ministerio, a
fin de que, llegado el momento, estuviese en condiciones de prestar su auxilio
técnico. El desorden administrativo, cuando me hice cargo de la subsecretaría
en diciembre de 1916, era espantoso, y las memorias, de aquel y sucesivos años,
sirven como testimonio de la labor intensa realizada. Mi mayor preocupación
consistía en tener listos todos los materiales relativos a la guerra, y mandé
retirar del archivo, en que estaban hacinados, todos los documentos
concernientes a los asuntos promovidos durante el conflicto. Después de una
ruda tarea conseguimos finiquitar las bases de una organización que, luego
supimos, realizaron en E.U.A., Inglaterra y Francia, numerosas comisiones de
especialistas.
Nuestro objetivo principal consistía en reunir los
materiales propios para tener una idea clara de los fines de la guerra, que
cada beligerante declaraba como suyos. Este aspecto de la cuestión se hizo más
urgente desde la revolución bolshevike de noviembre de 1917, y la revelación de
los tratados secretos, con la consiguiente renovación de los propósitos de los
beligerantes, tal como se establecieron en el imponente conjunto de documentos
que conocíamos por la prensa diaria.
Nuestras legaciones estaban alertadas. Vanos eran los
telegramas y los reclamos: el material era escasísimo y parecíame que los
plenipotenciarios no tuviesen de la guerra y de sus consecuencias más idea que
la de un espectáculo que a la fuerza de la costumbre y la convivencia diaria
habíanle quitaban vacías durante meses, y legación hubo de la que jamás
logramos obtener respuesta.
Finalmente, y a costa de no pocos esfuerzos, merced a la
información periodística, obtuvimos un material apenas suficiente para poder
afrontar la responsabilidad que nos incumbía.
LA NUEVA ERA
La rendición de Bulgaria, 29 de septiembre de 1918; la de
Turquía, 30 de octubre; la de Austria, 3 de noviembre y la de Alemania, 11 de
noviembre cubren el período que se ha denominado de prearmisticio. Durante él
se convinieron las bases políticas y jurídicas que habían de servir como punto
de partida para la redacción final del tratado de paz, así como del armisticio
previo, mientras aquél no se ratificara.
Recordamos aún la explosión de entusiasmo que la noticia
causó en Buenos Aires, así como también el terrible trance psicológico en que
se vieron envueltos los timoratos. Ignorábamos la situación verdadera delos
beligerantes, y el armisticio parecía ser una consagración definitiva y
aplastadora de la victoria de los aliados, prontos a castigar la entereza de un
país que, como la R.A., se había mantenido en una línea de conducta
inalterable, propia de los postulados humanos y morales que, en todo momento,
guiaron a Yrigoyen y a la masa entera de la nación.
El tumulto tenía aún su eco, y la flaqueza no había
recobrado fuerzas, cuando Yrigoyen, anticipándose a los acontecimientos y
poniéndose al nivel de los principios superiores, cuyo imperio veía de hoy en
más asegurados, dictó el (para mi incomparable) decreto de 13 de noviembre de
1918. En él, el gobierno argentino establecía nuevamente la preeminencia de los
aspectos morales y humanos de la paz, sobre los puramente jurídicos y egoístas,
que en esta hora, reaparecían vigorizados en su pretensión de fijar los
destinos de los pueblos.
EL POSTULADO INICIAL
No está demás decir que la actitud de Yrigoyen fortaleció en
nosotros la fe de que los días venideros serían días mejores para la humanidad.
Y así lo creían, además, todos los que durante el conflicto abrigaron una
esperanza de libertad, de justicia y de derecho.
Esta creencia había de experimentar el más rudo contragolpe.
Firmado el armisticio, todo fue poco para activar, entre los aliados, la
preparación de las bases del tratado de paz que habían de firmar los imperios
centrales. Hoy conocemos, merced a las revelaciones de Tardien, Lansing y
House, como fueron encadenándose los negociados, a fin de redactar las bases
del tratado que, finalmente, se presentaron a los alemanes el 7 de mayo de
1918.
No tenía la misma suerte nuestra cancillería. El silencio de
nuestros representantes era desesperante y dependíamos, para la información de
lo que publicaban los diarios.
A la verdad que, dentro de las ideas de Yrigoyen, poco o
nada nos serviría conocer detalladamente las disposiciones de un tratado en
cuya redacción no participábamos, y que declaramos luego “res inter alios
acta”; pero no dejaba de llamarme la atención la inercia de nuestros ministros
que dan cumplimiento de los deberes de su cargo, estaban obligados a
interesarse en las actividades de una conferencia que nunca tuvo otra igual en
la historia del mundo.
Tardieu nos ha explicado como y por qué se redactó el
tratado definitivo, pasando por alto la preparación de las bases de una
convención preliminar de paz. Entonces lo ignorábamos, así como ignorábamos la
documentación oficial del armisticio, que tan grande importancia técnica
revestía, y sigue revistiendo.
Lo que agravó mi preocupación fue el viaje de Wilson a
Europa.
El presidente americano partió el 4 de diciembre para
Francia, donde desembarcó el 13 del mismo mes.
¿Qué sucedía? ¿Cuál era la perspectiva de la conferencia de
paz? El lector imaginará mi zozobra al saber que no poseíamos ninguna
información oficial dado el caso que tuviéramos que responder en el ministerio
a estas preguntas.
Hice, entonces, presente al ministro Pueyrredón, la
necesidad de obtener alguna referencia de lo que sucedía en Europa, y el
ministro que ya había conferenciado sobre el particular con el presidente,
dirigió al ministro en Francia el telegrama de 21 de diciembre de 1923. En él
decíamos que la República Argentina tenía el derecho y la obligación de
concurrir a los congresos o conferencias en que se resolviesen cuestiones de
interés general para todos los Estados. Insistimos, con fecha 21 de enero de
1919, sobre este mismo concepto, pues nuestro representante no había conseguido
entenderlo, a pesar de su claridad.
LA PRIMERA ACTITUD
Nuestra información seguía siendo pobre y defectuosa. Nunca
dispusimos, a la verdad, de un punto de vista metódico y orgánico de las
negociaciones de que era teatro el suelo de Francia. La organización de la
conferencia fue adelantando de día en día, desde la reunión de Wilson,
Clemenceau, Orlando, Lloyd George y Balfour, en el Quai d'Orsay, el 12 de enero
de 1919 hasta la primera sesión plenaria del 18 del mismo mes, y la segunda del
día 25, en que se ahogó la voz de los pequeños países en la persona de Hymans,
el representante de Bélgica.
En ese mismo día se designó a la Comisión de la Liga de las
Naciones, cuyo informe se discutió en la tercera sesión plenaria del 14 de
febrero, publicándose su texto.
La paz, entre tanto, parecía alejándose por las dificultades
que existían de llegar a un acuerdo sobre los conceptos de paz preliminar y paz
definitiva, y la inclusión respectiva de la Liga de las Naciones, en el
documento final.
La información de lord Cecil, de 18 de marzo, vino a
esclarecer el punto, puesto que declaraba que la inclusión de la Liga en el
tratado definitivo no lo retardaría, siendo por lo contrario, parte esencial
del mismo, porque numerosos acápites del tratado presuponían la existencia de
la Liga.
En estas circunstancias recibimos, por mano del ministro
argentino en Francia, la invitación que el coronel House, con fecha 10 de
marzo, extendía a los gobiernos neutrales para una conferencia privada y
enteramente sin carácter oficial, que se celebraría el 20 de marzo, a fin de
que manifestaran sus puntos de vista al respecto, antes de ser adoptada
definitivamente por la Conferencia, el texto de la Convención.
La comunicación nos tomaba de sorpresa. Sabíamos, por los
diarios, que la conferencia se había organizado, sobre el sistema del Consejo
de los Diez. asistidos por las comisiones del caso. Sabíamos que la Comisión de
la Liga de las Naciones comprendía dos miembros por cada gran potencia, y cinco
por las más pequeñas. Esta comisión había admitido en los primeros días de
febrero la presencia de delegados y planes, oficiales y semioficiales, pero a
pesar de esto era nada más que una comisión que debía redactar un proyecto de
Liga, que comenzaría su existencia cuando entrara en vigor el tratado de paz. Y
ello ¿cuando sería y cómo sería?
Teníamos la seguridad de que todas estas consultas nos
llevaban a confundirnos en la multitud abigarrada de la conferencia, que
redactaba las bases de un tratado de paz, que había de ser más tarde impuesto a
los vencidos y cuya firma le prestaría el carácter definitivo de que ahora
carecía. En una palabra, ésta no era la conferencia general la que nos habíamos
referido en el telegrama de 21 de diciembre de 1918; y el proyecto de tratado,
inclusive la Liga de las Naciones, era un documento en el cual no existía la
participación de los Estados en la forma que correspondía a su independencia u
a su dignidad, a sus ideales y a sus intereses.
Yrigoyen tuvo la presciencia de la situación. La línea de su
política en lo concerniente a la reconstrucción del mundo internacional, había
sido cruzada desde su decreto del 13 de noviembre de 1918, y el telegrama del
21 de diciembre del mismo año. Esta invitación que nos llevada a quien sabe que
reunión y resultados, no podía desvirtuar su inalterable decisión, determinada
de antemano.
La reconstrucción del mundo había de hacerse sobre bases
morales, a la vez que políticas, jurídicas y económicas. Para ello era
necesario fijarlas en un congreso o reunión general, sin acuerdos previos y
secretos, sino a la luz del día; y honorables, en su intención y fines.
La invitación era a concurrir a una reunión privada, en que
una comisión de la conferencia de París nos atendería y tomaría en cuenta
nuestras observaciones, por la dificultad que existía en escuchar de otra
manera a los gobiernos neutrales.
El carácter limitativo de la conferencia de París y el
mayormente reducido de la comisión de la Liga, no escapó a la penetrante mirada
del Presidente argentino. De allí su respuesta que traduce claramente el
concepto que veníamos explicando. El 13 de marzo de 1919, en un telegrama que
redacté conjuntamente con el ministro Pueyrredón, de acuerdo con las
indicaciones del Presidente Yrigoyen, el gobierno argentino aceptaba en
principio la formación de la Liga de las Naciones, propuesto por el Presidente
Wilson, rechazando todo valor jurídico a las distinciones del coronel House,
entre naciones beligerantes y neutrales, y todo valor político a las
deliberaciones realizadas en privado por un grupo exclusivo de países.
La gestión de la cancillería argentina no paró allí. El
ministro Pueyrredón convocó a los representantes de los Estados neutrales en
Buenos Aires y les hizo entrega de un memorandum, el 14 de marzo, en que se
transcribía la invitación House y los términos de la respuesta de nuestro
gobierno y se añadía que el ministro argentino en Francia había sido autorizado
para manifestar que el gobierno argentino estaba dispuesto a concurrir a la
discusión general, con espíritu amplio y con propósito de propender a la
realización y estabilidad del proyecto de la Liga de las Naciones.
La acción de la cancillería fue apreciada en otros países
amigos, cuya conducta respecto de la Liga fue determinada por la actitud
resuelta que en este asunto demostraba el gobierno argentino.
El representante en Francia (Alvear), cumpliendo las
instrucciones formuló la declaración de la adhesión general a la Sociedad de
las Naciones, haciendo las reservas consiguientes, en cuanto a la forma y la
oportunidad de la discusión en particular. Ya volveremos, sin embargo, sobre el
telegrama del 21 de marzo de 1919 en que comunicaba esta resultado a la
cancillería, y haremos ver como a raíz del mismo, comenzó el malentendido entre
la política de Yrigoyen y la de nuestro ministro en Francia.
La nota de 27 de marzo en la que se comunicaban los detalles
de la entrevista llegó a Buenos Aires varios mensajes después. Yrigoyen no tuvo
oportunidad de leerla como tampoco tomó conocimiento de los términos de la
respuesta de 30 de julio de 1919. Lo mismo aconteció con la nota del 26 de
febrero que llegó a la cancillería en mayo de 1919, y de cuyo contenido, como
de los de la contestación, no pudo enterarse; como, asimismo, de la de 30 de
abril de 1919, y la que se envió como acuse de recibo, el 19 de agosto de dicho
año.
UNA PREGUNTA
El tratado cuyo texto no se conocía por el público, fue
aprobado en la sexta sesión plenaria del 6 de mayo de 1919. Al siguiente día,
el 7 de mayo, fue presentado a la delegación alemana, para su firma. La
discusión de sus términos, mediante notas, terminó en las contraposiciones, que
se dieron a la publicidad por los alemanes con el texto íntegro del tratado, a
fines del mismo mes de mayo. De esta manera, y a través de la prensa mundial,
estuvimos en condición de aprecias la obra de la conferencia, que ya había
levantado una resistencia sería en la oposición republicana de los Estados
Unidos de América, y muy especialmente en todo lo relativo a la Liga de las
Naciones. En Francia, se temía, particularmente, que se permitiese entrar a
Alemania en la Liga y la prensa hizo una campaña ardiente en contra de dicha
admisión.
Tardieu ha revelado la situación crítica porque atravesó la
conferencia hasta la aceptación del tratado por Alemania. La asamblea de Weimar
aprobó, a su vez, la firma del tratado, 23 de junio de 1919, que los delegados
alemanes signaron en Versalles el 28 de junio. La suerte de la paz estaba
echada.
La ratificación de Inglaterra, Francia, e Italia siguió con
mayor o menor plazo a la firma del texto, así como la de Alemania. No sucedió,
empero, lo mismo con los E.U.A. Wilson era el responsable de la inclusión de la
Liga de las Naciones en el texto del tratado definitivo, y previendo las
dificultades que levantaría la oposición en su país se reembarcó en el mismo
día de la firma, 28 de junio, llegando el 8 de julio a Nueva York. El 10 del
mismo mes depositaba en el Senado el texto que estuvo destinado a no ser
ratificado jamás por el Legislativo americano. Wilson comenzó entonces su
decidida campaña en pro de la ratificación, y de la aceptación de la Liga de
las Naciones por la opinión pública y la legislatura; pero, como sabemos,
fracasó en su empresa.
A raíz de los anuncios de la próxima entrega de las bases
del tratado de paz a los alemanes, preguntamos a nuestro ministro en Francia
cómo y de que manera funcionaría, la Liga. Esta pregunta tenía su razón de ser.
Como he dicho repetidas veces, carecíamos de información auténtica sobre el
verdadero carácter de las negociaciones que se realizaban en París, y el
ministerio marchaba a tientas, toda vez que deseábamos ajustar los detalles de
nuestros expedientes a los acontecimientos capitales de aquella hora.
UNA ORDEN MAL ENTENDIDA Y PEOR CUMPLIDA
Yrigoyen tenía trazada la nítida línea de conducta que ya
conocemos. Para él, y, por consiguiente, para la Cancillería, las negociaciones
que conducían a la preparación del texto que había de someterse a la forma de
los vencidos, carecían del carácter de universalidad propio de las bases
establecidas para la reconstrucción moral, política, jurídica y económica del
mundo internacional. La idea de la Liga, era una de las grandes conquistas
morales que beneficiarían a la humanidad, según lo declaró en el mensaje de
apertura del congreso, en 1919.
Nuestro ministro en Francia, en cambio, estaba dominado por
el aparato de la conferencia, cuyos resortes nunca logró comprender y mucho
menos explicar. Así, a raíz del telegrama del 21 de diciembre de 1918, entendió
que lo que pretendíamos era intervenir en las discusiones de la conferencia que
sentaría las cuestiones entre los beligerantes; y ahora, a raíz de otra
pregunta que le dirigimos para que nos ilustrase sobre la estructura política
fundamental del texto de la Liga, nos contestaba con su telegrama de 10 de mayo
de 1919.
¿Qué significada para el plenipotenciario la Liga de las
Naciones? Un rodaje del tratado de Versalles, que no se podía desprender de
éste, y que comenzaría a tener entidad cuando entrase en vigor el mismo tratado
de paz.
¿Qué significó para la cancillería argentina? Una idea, a la
que hasta ese momento se habían adherido en general y que debía engendrar en lo
sucesivo, mediante la discusión pública y universal por los Estados de sus
bases constitutivas, el órgano superestadual que se había querido establecer.
La liga de las Naciones, según Yrigoyen, era independiente
del tratado de Versalles y su estructura nada tenía que hacer con la situación
de beligerante o neutral, mantenida previamente por los Estados particulares, y
mucho menos fundarse en exclusión de cualquier Estado por razón de la guerra
mundial, verbigracia Alemania o sus aliados.
La falta de inteligencia de esta situación ya producía en el
ánimo de nuestro plenipotenciario la confusión que iría aumentando hasta tener
su desenlace en Ginebra. Así, por ejemplo, decía que la adhesión de la
República Argentina podría hacerse con una declaración de su representante, sin
perjuicio de su ratificación por el congreso, oportunamente.
¿Pero cuando debía hacerse esta declaración? ¿Cuándo entrase
en vigor el tratado, admitiendo así que la Liga era el organismo de garantía
del mismo y aceptándolo al tiempo que se adhería la República Argentina?
¿Cuándo el gobierno lo estimase conveniente, con independencia de todo criterio
de tiempo, que no contaba para la República Argentina, ajena como era a todas
las sanciones de un tratado en cuya elaboración no intervenía?
La respuesta está contenida en los mismos actos del
gobierno. El 12 de julio de 1919, en momentos que la idea de una Liga de las
Naciones sufría el más recio contraste en los E.U.A., se ordenaba al ministro
en Francia, que conforme el artículo 1° del pacto de la Liga de las Naciones,
el poder ejecutivo había resuelto adherirse a él sin reserva alguna. Con ello
se afirmaba una vez más, el, concepto de que, para la República Argentina, la Liga
de las Naciones nada tenía que hacer con el tratado de Versalles, toda vez que
no esperábamos su entrada en vigor, y por consiguiente el nacimiento de la
Liga, para adherirnos a los términos del artículo primero. ¿Qué significaba
ello? Que la República Argentina se disponía a entrar en la Sociedad de las
Naciones como un miembro originario, en el mismo pie de derechos y obligaciones
que todos los demás Estados del mundo.
Esta posición no fue entendida por nuestro ministro en
Francia. Dominado, como estaba, por el aparato externo de la conferencia, no
alcanzó a distinguir los presupuestos fundamentales jurídicos y políticos que
inspiraban a los documentos emanados de la cancillería. Tal vez porque en las
conferencias con el doctor Le Breton y el ingeniero Alvarez de Toledo, que
realizaron en París durante el mes de junio, determinaron salvar el país de una
política que consideraban peligrosa.
El 18 de julio de 1919, depositó en la secretaría de la
Liga, la nota de adhesión, cuyos términos no consultó con su gobierno. Aún más.
cuando sir Drummond le hizo presente el apresuramiento de dicha adhesión, según
el criterio formalista de los que aceptaban la base jurídica indestructible del
tratado de Versalles (que nosotros no habíamos aceptado), añadió por cuenta
propia y sin que nadie se lo hubiese autorizado, una interpretación extensiva y
concordante con la opinión de ser Drummond.
Ya la nota del 18 de julio de 1919 había planteado el caso
de un modo completamente distinto al telegrama del 12 de julio. Según éste,
nada teníamos que ver con las disposiciones del tratado, puesto que no
esperábamos su entrada en vigor, y la constitución consiguiente de la Liga.
Según la nota del plenipotenciario, y sus interpretaciones antojadizas,
veníamos a aceptar el tratado, y aún a señalar un procedimiento que ninguno le
había indicado y mucho menos autorizado a precisar.
Esta desinteligencia se agravó, aún más, en lo sucesivo,
pues la nota del 4 de septiembre de 1919 llegó al Ministerio dos meses más
tarde, y ni ella ni su respuesta de 8 de diciembre, fueron sometidas a la
aprobación del presidente Yrigoyen.
LAS NOTAS ATRASADAS
En estas circunstancias me avoqué al estudio del pacto, tal
como se incluyó en el tratado de paz. Necesité poco esfuerzo para comprender
que el tratado de Versalles venía a transformar la situación internacional con
el mecanismo superestadual de la Liga de las Naciones, y las conferencias
internacionales del trabajo. No es ahora el momento de explicar las
dificultades doctrinales suscitadas por el pacto de la Liga, y sus relaciones
con el tratado, y mucho menos para dilucidar en qué forma afecta a los
principios fundamentales de nuestra constitución.
Otros países, como Suiza, han hecho del asunto un estudio
tan detenido como lo merecía. El caso es que Suiza y otras naciones aceptaron
desde un comienzo la posición que la comisión del pacto de la Liga les quiso
dar, cuando en las reuniones privadas a que la R.A. asistió únicamente como
espectadora.
La cuestión era, asimismo, grave. Opiné que debía hacerse
una consulta al Senado y a la Cámara de Diputados, así como extender la
encuesta para que la Suprema Corte tomase en consideración la naturaleza del
pacto al que debíamos adherir. Yrigoyen desechó esta opinión, y estaba en lo
cierto. Ella había sido procedente en el caso de una aceptación de los términos
del pacto, pero no se necesitaba para la conducta del asunto, tal como lo había
planteado en su declaración inicial.
Lo que se hizo fue realizar una reunión privada en el Senado
de la Nación, y consultar particularmente los jefes de bloques de la Cámara de
Diputados.
El doctor Pueyrredón tuvo la aprobación del Senado para la
conducta del gobierno argentino, y está aprobación no podía tener en cuenta a
las notas del ministro en Francia, cuyo texto ignorábamos, y cerca de quien fue
necesario insistir como siempre, telegráficamente, para que nos comunicara como
había cumplimentado las instrucciones del 12 de julio de 1919. La respuesta
llegó telegráficamente el 2 de septiembre de 1919; pero el texto de las notas
nos fue remitido desde París con fecha 4 de septiembre.
UN TRATADO QUE NO ES TAL
El 10 de enero de 1920 entró en vigencia el tratado de
Versalles. Ese día comenzaba a tener existencia oficial la Liga de las
Naciones, según el criterio de los que aceptaron su texto, pero ya sabemos que
para la R.A. en nada influía esta fecha para determinar un cambio en la actitud
fundamental, asumida desde la primera hora y a raíz de las primeras
comunicaciones. El traspiés de nuestro representante en París, no podía, por
otra parte, alterar en nada la política seguida hasta ese momento.
Clemenceau, en un telegrama fechado el mismo 10 de enero de
1920 y Sir Drummond en otro de la misma data, nos comunicaron el
acontecimiento.
La respuesta a Clemenceau de 16 de enero de 1920, fue
escrita por mí, bajo el dictado del presidente Yrigoyen. Recuerdo que en mi
proyecto había incluido la expresión siguiente: “la formal ratificación del
gobierno argentino”, y que Yrigoyen, con el sentido particular que le asiste,
en todas las decisiones fundamentales, me ordenó quitar dicha palabra. Un
descuido en la transcripción incluyó nuevamente esta palabra, lo que motivó un
nuevo telegrama, el 17 de enero, con el texto exacto de la respuesta, y así se
publicó en la circular informativa del Ministerio, N° 32. Cuando editamos el N°
2 del Boletín de la Liga de las Naciones (sección argentina), volvió a
deslizarse el error, y, nuevamente debimos corregirlo en el mismo ejemplar.
Este detalle tiene su importancia. Sir Drummond había tomado
como adhesión efectiva la que la R.A. había hecho por intermedio del ministro
de Francia, el 18 de julio de 1919. Así, también, lo dio a entender
implícitamente Pueyrredón en su nota respuesta a sir Drummond, con fecha 11 de
febrero de 1920, que no conoció el doctor Yrigoyen.
Volvíamos a insistir en nuestro primitivo concepto. El
trámite a que la entrada en vigor del tratado nos sometía, no venía a ser más
que la confirmación de la adhesión que el gobierno argentino ordenó en su
telegrama del 12 de julio, y mucho más explícitamente en su despacho del 13 de
marzo y los términos del mensaje de apertura de las sesiones del Congreso de
1919.
Por otra parte, ¿qué valor podía tener para nosotros un
tratado que declaramos más tarde “res inter alia acta”? ¿Acaso con esta
declaración denegamos el principio de una Sociedad de las Naciones? Por
supuesto, no.
LA INVITACIÓN A LA ASAMBLEA
El capítulo más palpitante de la postguerra es, sin duda, la
historia de la lucha que Wilson tuvo que sostener con sus adversarios
políticos, a fin de conseguir la ratificación del tratado de Versalles.
La decidida oposición de los adversarios hizo fracasar las
gestiones empeñosas del presidente americano, quien no pudo ver aceptado pos su
país, las ideas que incorporó al texto cuya vigencia comenzaba el 10 de enero
de 1920.
No es posible disimular el golpe decisivo que la ausencia de
los EE.UU. Americanos dio a todas las negociaciones posteriores. La R.A., sin
embargo, había mantenido incólume su independencia de acción desde que Yrigoyen
asumió con mano firme las riendas del gobierno, y simpatizando como
simpatizamos en todo momento con los ideales generosos del ilustre americano,
no habíamos, empero, declinado de la conducta austera, que nos correspondía
como nación libre y soberana: Loor, en esto como en todo, a la sagaz
profundidad de moras de nuestro ilustre ex-presidente!
Según el texto del pacto en su artículo V, el presidente de
los E.U.A. debía convocar, a la primera reunión de la Asamblea y del Consejo.
De acuerdo con esta disposición, el secretario de la Liga de las Naciones, por
intermedio de nuestro encargado de negocios en Londres, nos comunicó el 22 de
julio que Wilson convocaba para la reunión de la primera asamblea, que debía efectuarse
el 15 de noviembre del mismo año en Ginebra.
El tiempo que restaba para la designación de los delegados y
demás arreglos, era apenas suficiente, teniendo en cuenta nuestra distancia del
lugar de la reunión. A fin de preparar debidamente la delegación que había de
nombrarse, solicitamos a las legaciones por circular telegráfica del 31 de
julio, la mayor amplitud en las informaciones del caso.
LA DELEGACIÓN
El primer problema era el de la composición de la
delegación. Di mi opinión en el sentido de que debía constar de tres delegados:
el ministro de Relaciones Exteriores, como presidente; el ministro en Francia,
y el ministro en Alemania.
Fue aceptada mi manera de ver. Las razones que abonaban la
designación del doctor Pueyrredón eran tan evidentes que se imponían por sí
solas. El había sido colaborador inmediato de la obra de Yrigoyen; conocía a
fondo su pensamiento; estaba compenetrado de la política internacional hasta el
punto que su ausencia en la delegación a esta famosa asamblea de naciones se
habría notado de inmediato. La fe en los destinos de la patria se unía a la
convicción profunda con que había abrazado los generosos ideales de nuestro
presidente. El ejemplo diario de la conducta austera del jefe de nuestra nación
habíalo templado para la lucha magna en que había de embarcarse.
El ministro en Francia era un personaje de gran situación en
los círculos aliados. Vinculado por el afecto u las convicciones, a los hombres
a los principios de la Entente, tenía que ser un gracioso consejero del jefe de
la delegación.
El ministro en Alemania tenía las mismas características que
su colega de París. Además, cosa que no sucedía al anterior, había intervenido
en las más graves cuestiones en que el país se vio envuelto durante la guerra.
Cuando se le comunicó el nombramiento no quiso aceptar, por razones privadas.
Hubo de reemplazársele con el ministro en Austria, no por la persona, sino por el
concepto que se tuvo al designar a los delegados, como ya dijimos
anteriormente. En la sustitución salimos perdiendo.
LOS ARGUMENTOS DE LA OPOSICIÓN
El 30 de septiembre de 1920, se reunió el Senado para
prestar acuerdo a los nombramientos de los delegados. Los preliminares no
carecieron de interés. La oposición, fuerte con los yerros cometidos por
nuestro ministro en Francia, y adoptando el criterio puramente formal de la
cuestión, venía ventilando en la prensa cotidiana la posibilidad de un rechazo de
nuestros delegados, por no haber adherido la R.A. en debida forma a la Liga de
las Naciones.
Ya hemos explicado el por qué de esta diferencia de opinión.
Yrigoyen siempre se mantuvo independiente de las formaciones y estructuras que
resultaron de las innúmeras reuniones tenidas en el viejo continente. No veía
en ellas ninguna solución que pudiese obligar a la R.A., si antes no intervenía
la R.A., en la discusión amplia de las bases primordiales. Esta discusión no
había tenido lugar porque la concurrencia a la reunión privada de marzo de 1919
no podía tomarse como supletoria de la misma, ni tampoco los demás actos habían
invalidado - antes bien, habían reforzado la actitud de primera. La asamblea a
reunirse era, por tanto, la primera reunión pública a que la R.A. concurría
para dilucidar las cuestiones vitales de la sociedad.
Para el ministro en Francia, imbuido del mito del tratado de
Versalles y dominado por el ambiente que circunscribía su visión clara del
asunto, el problema era un problema jurídico, antes que político; formal antes
que sustancial.
La oposición empleó en el Senado los mismos argumentos y
redujo la cuestión a los términos implícitos de los comunicados de nuestro
ministro en Francia.
La sesión fue, por otras causas, memorable. En el último día
de sesiones ordinarias, y luego de tratarse en sesión secreta la designación de
los delegados, se dio entrada en sesión pública a un mensaje del P.E., que
provocó la reacción de los opositores. A consecuencia de este entredicho, se
tramitó un duelo entre el entonces presidente provisional del Senado Benito
Villanueva, y el doctor Pueyrredón, estando a punto de suspenderse la partida
de ésta para Ginebra.
DOS ACTITUDES INDIVIDUALES
El doctor Pablo Torello había reemplazado al doctor
Pueyrredón en la cartera de Relaciones Exteriores. Conocía al doctor Torello y
tenía estrecha amistad con él desde una vez que reunidos en casa del Doctor Le
Bretón, con el doctor Alvear, habíamos hecho la incursión que dio por resultado
el descubrimiento de la célebre urna de Morón.
Durante su interinato se produjo la gestión más
trascendental de la historia diplomática de la Nación, y llevan la firma los
documentos esenciales de aquella hora.
Ya hemos señalado la actitud del ministro argentino en
Francia, y hemos visto como, por cuenta propia, o de sus consejeros, venía
delineando una conducta política desviada del verdadero espíritu y doctrina que
inspiraba a los documentos emanados de la cancillería. Hasta este momento no
tuvo mayor influencia, salvo la de haber contribuido con la postura equivocada
de sus puntos de vista mantenido por el presidente Yrigoyen. Ni su puede
invocar a dicho respecto las notas agregadas de 22 de mayo de 1919, y 30 de
julio de 1919, porque sean notas de complacencia de las que jamás tuvo noticias
el doctor Yrigoyen.
El doctor Pueyrredón, de su parte, iba a traer una nueva
confusión en el asunto.
Antes de partir hícele presente la necesidad de que se
muniera de las instrucciones por escrito que eran del caso. El doctor
Antokoletz proyectó unas bases que después fueron sustituidas por otras, que
son las que se publican en el libro y llevan fecha 7 de octubre de 1920.
Me veo en el caso de asumir una responsabilidad, que asumo
sin temor, porque no tengo más norte que la verdad. El texto publicado dice que
las instrucciones fueron aprobadas por el presidente Yrigoyen. Sin embargo,
repetidas veces escuché de labios del doctor Yrigoyen que él no había dado
semejantes instrucciones al Dr. Pueyrredón. Y como yo, lo han oído muchos.
Tuve conocimiento de estas instrucciones, solamente, el 24
de enero de 1921, cuando de regreso de Ginebra me fueron entregadas por el
doctor Antokoletz, con los demás papeles tocantes a la delegación.
LA VERDADERA INSTRUCCIÓN
El doctor Pueyrredón se hallaba en viaje hacia Europa munido
de las instrucciones verbales del doctor Yrigoyen solamente conocidas de ambos
- por el momento - cuando por diversos motivos hubimos de dar una
exteriorización de la gestión futura de nuestra delegación en Ginebra.
La respuesta fue para todos los casos idéntica, y me había
sido dictada con anterioridad a la partida del doctor Pueyrredón por el doctor
Yrigoyen en persona: “La República Argentina concurría a la asamblea de la Liga
de las Naciones, sin prejuicios, con la amplitud de criterio que ha
caracterizado sus actos de gobierno, y decidida a propiciar toda iniciativa que
tienda a afirmar la paz general en el mundo”.
En otro caso el mismo doctor Yrigoyen volvió a dictarme la
contestación a un telegrama del doctor Le Bretón, nuestro embajador en los
E.U.A.: “La República Argentina concurre a la Asamblea de la Liga sin prejuicio
alguno. Va sinceramente animada del deseo de la paz universal, a cuyo fin
presentará proposiciones fundamentales, completamente propias y de las
resoluciones de dicho congreso a su respecto, dependerá de su solidaridad, o no
con los actos a realizarse”.
Estas palabras escritas el 20 de octubre de 1920, en un
instante libre del señor presidente, cuando apenas contaba con pocos segundos
para atender a la lectura de las notas, respondiéndolas vivazmente y sin
titubeo alguno, podrían haber parecido sibilinas, pero los acontecimientos
posteriores han venido a demostrar cuál era la firma persuasión que ellas
resguardaban, y los nobles motivos que las inspiraron.
La compenetración en los asuntos de cancillería, que venía
tratando desde años atrás, me habituó al modo de ser del ex presidente. Hoy,
cuando comparo hombres y situaciones, no vuelvo en mí del grato e imperecedero
recuerdo que me acompaña, como el título de honor más preciado de mi
existencia. Solo en su austeridad y solo en la nítida definición, reaparéceseme
el doctor Yrigoyen con la tranquila majestad que siempre le distinguía toda vez
que resolvía los problemas fundamentales de la nacionalidad y sus futuros
destinos.
UNA CONVERSACIÓN
Por aquel entonces estaba en Buenos Aires, de paseo, don
Gonzalo Bulnes, con quien mantenía vínculos de respetuosa y sincera amistad.
Residía en el Hotel Savoy y me había invitado a comer. Era el 2o de octubre de
1920, en circunstancia que de paso por Buenos Aires, agasajábamos a la misión
Huneus, delegados chilenos a la Asamblea de Ginebra.
La conversación recayó sobre la Liga de las Naciones, como
es de suponer. Chile ya se había adherido a la liga, aún cuando de una manera
distinta a la nuestra, y de la comparación de ambas situaciones fue poco a poco
surgiendo la historia de nuestras respectivas actitudes.
Exprésele el concepto que había determinado la conducta
argentina; el porque de la adhesión y la forma en que se había hecho; como se
había designado a la delegación; lo que creíamos debía ser la asamblea y lo que
de ella esperábamos. Don Gonzalo parecía estar impresionado por la descripción,
y me interrumpía a cada rato para exclamar su aprobación completa de la
política de la R.A.
-Ustedes pueden hacer eso, me repetía, porque tienen
gobierno de veras. ¿Habrá comprendido Huneus, en si entrevista con el
presidente Yrigoyen el punto de vista de los argentinos?
-Si, le contesté. Se explica así su discurso de anoche. El
presidente la ha dicho textualmente que la R.A. concurre a la asamblea sin
perjuicio alguno, con propósitos fundamentales, completamente propios y
sinceramente animada del deseo de paz universal, y de las resoluciones del
congreso de las naciones a su respecto dependerá su solidaridad, o no, con la
misma.
Como imaginará el lector, referí mi conversación con don
Gonzalo al presidente Yrigoyen.
UN DEBATE INÚTIL
Entretanto carecíamos de noticias de Pueyrredón. El 3 de
noviembre recibimos un telegrama en que se anunciaba la reunió, en París, de
los delegados argentinos; reunión en la que se discutieron las instrucciones del
ministro de Relaciones Exteriores. Conocemos las observaciones del doctor
Alvear y del doctor Pérez, porque están publicadas en el libro que acaba de
salir a la luz.
Corresponde hacer aquí algunas aclaraciones:
Primero, las instrucciones leídas por el doctor Pueyrredón
no eran las instrucciones del doctor Yrigoyen, según ya lo hemos manifestado.
Segundo, los ministros Alvear y Pérez, eran unos
diplomáticos sui géneris. Fueron designados para cumplir instrucciones (fueren
cuáles fueren) y no para deliberar acerca de ellas. Si no estaban conformes
debieron haber renunciado. Eso era lo correcto y la que en teoría y práctica
correspondía.
Tercero, las observaciones del doctor Pérez, se publican
incompletas por la cancillería. Falta el párrafo que se publicó en las columnas
de “Ultima Hora”, hace algún tiempo. En él se revela la psicología de la
antigua escuela diplomática: la falta de sinceridad y estrechez de miras que la
ha caracterizado en todos los tiempos.
DESVIACIONES
Desde la lectura de las instrucciones la delegación
argentina dejó de tener la cohesión necesaria. Mejor dicho, si tenemos en
cuenta los antecedentes los delegados no llegaron a ponerse nunca de acuerdo
sobre el objeto de su misión.
Pueyrredón, por un lado, Alvear por otro, venían a
representar dos polos opuestos entre sí. Por otra parte, uno y otro estaban
alejados del pensamiento claro y terminante que constituye el nervio de la
acción diplomática de Yrigoyen en todo el curso de los sucesos que hemos venido
relatando; alejamiento que concluyó por evidenciarse en el desarrollo de los
acontecimientos que tuvieron por teatro la ciudad de Ginebra.
El doctor Pueyrredón, durante su estada en París, intervino
en algunas gestiones que fueron recibidas en Buenos Aires como otras tantas
desviaciones del objeto principal de la misión. Finalmente se puso en marcha
hacia Ginebra, donde llegó el 13 de noviembre, y la primera noticia que
recibimos fue el telegrama del 16 de noviembre relativo a la cuestión
chileno-peruana.
El presidente me dictó de viva voz el telegrama que lleva
fecha 17 de noviembre en respuesta al anterior. Los que interveníamos en las
negociaciones de aquella hora no veíamos con buenos ojos las dilaciones en la
cuestión esencial, y recuerdo, muy bien el énfasis natural de Yrigoyen al
dictarme el contenido de la, última línea del despacho. Suponiendo que el
Congreso sancionara la proposición fundamental argentina, la delegación no
tendría más que llenar allí y debe retirarse.
La proposición fundamental, como supondrá el lector, era la
de la admisión de todos los Estados a las deliberaciones de la asamblea. En el
concepto de Yrigoyen, esta condición era la única que daría el carácter de
universalidad indispensable, a fin de que la asamblea fuera realmente una
reunión de la que saldrían las bases para la reconstrucción del mundo y el
afianzamiento definitivo de la paz.
El 17 de noviembre pronunció Pueyrredón su sonado discurso
en la Asamblea. Era el mismo día en que le recomendaba Yrigoyen de que la delegación
argentina no se comprometiese en ninguna cuestión parcial no en incidencia
alguna sin antes resolver el proposición fundamental.
Al siguiente día tuvimos noticia del discurso y su
contenido, así como la de la constitución de las comisiones en que, según las
referencias de la delegación, serían estudiadas las proposiciones vertidas por
Pueyrredón en su oración del 17.
La impresión recibida en Buenos Aires sobre el discurso,
había sido altamente favorable; aunque se creyó que más de un párrafo estaba
demás porque alejaba de la atención del auditorio la decisión firma con que
había de sostenerse la proposición fundamental. Esta impresión,
desgraciadamente, se afirmó al tener noticia el mismo día 18 del programa de
las comisiones que acababa de ser nombrada.
El doctor Pueyrredón recibió numerosas felicitaciones de
todas las partes del mundo. Pero la actuación de la delegación se hallaba
comprometida por dos causas: una era la disidencia ya pública, de los doctores
Alvear y Pérez con el jefe de la delegación, otra la desviación sensible en que
el presidente de la misma incurría al ceder a las trabas reglamentarias de la
Asamblea, dando curso a las cuestiones que debieron ser definidas desde un
comienzo y a tambor batiente.
La razón de la disidencia de los ministros en Francia y
Austria, ha sido explicada más arriba. El doctor Alvear (el ministro Pérez fue
en todo momento su compañero), estaba imbuido del formulismo sugerídole por la
elaboración del tratado de paz, y su intervención esporádica en las gestiones
de adhesión a la Liga durante las reuniones de la comisión encargada de
redactar el texto del pacto.
El doctor Pueyrredón, a su vez, se dejaba impresionar por el
mecanismo de la Asamblea, así como el de la Conferencia de París había
impresionado al Doctor Alvear. Creía que el reglamento adoptado por la Asamblea
no autorizaba el procedimiento aconsejado por Yrigoyen y que era expuesto
perder la ocasión de contribuir al triunfo de las proposiciones argentinas por
el hecho de esperar la resolución, quizá, lejana, que la Asamblea tomase acerca
de la proposición argentina de admisión de los Estados soberanos en la Sociedad
de las Naciones.
De las propias palabras del acta se desprende, pues, que la
proposición fundamental se había esfumado en manos de nuestros delegados,
quienes habían añadido de su cuenta otras proposiciones. Y en la discusión que
se había de trabajar en el seno de las comisiones, la delegación entendía que
debía contribuir a hacer triunfar las demás proposiciones, sin perjuicio de
asumir la actitud enérgica si no se aceptaba la fundamental.
EL CELO DEL CONCEPTO
La falacia de este criterio, que conocemos hoy por las
actas, y que entonces solamente entrevimos en las comunicaciones, determinó la
segunda comunicación del 20 de noviembre de 1920.
El presidente Yrigoyen, durante todo el transcurso de su
período, acudía desde muy temprano a su despacho, y recibía desde muy temprano
a su despacho, y recibía a numerosos conciudadanos, empleando en ello las
primeras horas de la tarde. Habitualmente yo aprovechaba de los pequeños
intervalos que las múltiples ocupaciones le permitían, leyéndole los despachos
del día y redactando a vuela de pluma sus respuestas.
Las informaciones de los periódicos y de los despachos
directos confirmaban la noticia de que la delegación argentina diluía sus
actividades en el seno de las comisiones, peligrando, por tanto, la fundamental
actitud que estaba encargada de asumir. Teníamos escasas referencias sobre la
disidencia de los delegados, por no decir ninguna, y veíamos en la declinación
de la línea de conducta una influencia natural del ambiente, que amenazaba la
tesis esencial.
La conversación que mantuve ese día con el presidente, tuvo
la virtud de motivar la renovación de sus juicios, e interpretándolos fielmente
nos reunimos el doctor Torello y yo en la sala de acuerdos para redactar el proyecto
de telegrama, que debíamos enviar a nuestros delegados.
El doctor Yrigoyen se nos unió al instante, citando a los
ministros para un acuerdo. Terminé de redactar el proyecto que fue sometido a
la consideración de todos los ministros presentes. El doctor Yrigoyen, con la
precisión de conceptos que siempre le he admirado, corrigióme las expresiones
que no traducían su pensamiento y, que no traducían su pensamiento y, luego de
viva voz, me dictó la parte restante del despacho, que con el número 6 se remitió
a Ginebra.
“Hay que ser radical en todo y hasta el fin, levantando el
espíritu por sobre el medio y el ambiente; cualquiera que él sea”, decía a los
delegados. Y volvía a insistir en la actitud definitiva que debía ser la
consecuencia lógica de la proposición fundamental.
Al siguiente día, 21 de noviembre al recibir el despacho de
Ginebra fechado el día anterior, que explicaba y justificaba la conducta de la
delegación, el doctor Yrigoyen volvía a dictarme las frases definitivas del
telegrama: “Hay que mantener el celo del concepto para no llegar a
desprestigiar su alto significado. Por eso dije a V.E. en mi telegrama número
6, que debe mantenerse en una actitud radical, desde el principio hasta el fin,
en el fondo y en la forma “.
UN ERROR FUNDAMENTAL
Las noticias que nos llegaban de nuestros delegados, se
reducían a simples comunicaciones de trámite, y nada sabíamos sobre la actitud
ulterior que habían determinado seguir. Hoy tenemos las actas que nos revelan
las opiniones divergentes de Pueyrredón por una parte y Alvear y Pérez de la
otra.
A pesar de esta divergencia, se trabajaron las proposiciones
que fueron sometidas a las comisiones respectivas, no obstante la categórica
instrucción en contrario que se había enviado a la delegación. No teníamos
conocimiento, de esto cuando recibimos el 25 de noviembre el despacho que el
doctor Pueyrredón envió al señor presidente con fecha 21 del mismo.
La parte sustancial del despacho, que no nos explicábamos
entonces, pero que hoy con las actas de Ginebra aparece nítida en su motivo y
consecuencias, era la que a juicio del doctor Pueyrredón (que había sido
impresionado por los argumentos del doctor Alvear, o que acudía a un recurso
político para satisfacer la oposición de nuestro ministro en París a la actitud
definida que la delegación debía asumir), señalaba otro procedimiento que el
ordenado por el doctor Yrigoyen. Según Pueyrredón “la protesta de la delegación
y su retiro no sería considerada aquí (en Ginebra) con el valor y la
trascendencia de ese acto y su forma u oportunidad, podría juzgarse fuera de
las normas usuales a observar ante estas asambleas meramente deliberativas. Sea
que el voto admitiendo a los Estados satisfaga al gobierno o que por el
contrario no lo considera suficiente, es a mi juicio indudable que es allí
donde debe producirse el acto, ratificando la adhesión de la República
Argentina, o retirándose de la Liga. Insisto en creer que, procediendo en la
forma que indico, si en definitiva la Argentina resolviere retirarse de la Liga,
nada perderán en elevación y firmeza los principios proclamados y mucho ganará
la energía de nuestra actitud por la solemnidad del acto”.
El ministro, como se ve, confundía los conceptos, porque una
cosa era retirarse de la Liga y otra de la Asamblea. Además no podía
escapársenos que como momento solemne el más propicio era, justamente, el de
los días de reunión de la Asamblea y no la ejecución en frío y en el
aislamiento del gran designio señalado por el presidente.
EL GOLPE DE TIMÓN
Recuerdo perfectamente la impresión desagradable producida
por este despacho. Esa tarde, en un momento de descanso, el presidente mantuvo
una conversación con el diputado Agesta y conmigo sobre las cuestiones
palpitantes de la Asamblea. Era el 25 de noviembre. Recordaré siempre la
exposición del doctor Yrigoyen sobre los puntos esenciales de la política
mundial que entonces dominaba nuestros espíritus. Su palabra salía mesurada y
profunda, en breves sentencias que iban revelando un torrente de pensamiento
nutrido en la meditación de los grandes destinos de la patria. Muchas veces
hemos recordado, Agesta y yo, aquella conversación con que nos honró nuestro presidente.
Fue, para mí, lo confieso, una lección de moralidad internacional y de honda
filosofía, que me valió muchas horas de enseñanza y muchos libros devorados en
la ansiedad del conocimiento y de la prudencia política.
El sábado 27 de noviembre, como no teníamos aún noticias de
la conducta de nuestros delegados (hoy sabemos que estaban empeñados en los
trabajos e comisiones), me encargó el presidente que redactase un proyecto de
respuesta al despacho último de Pueyrredón.
El domingo 28 de noviembre, en las horas de la mañana,
redacté el proyecto de respuesta. La tarea era fácil. Bajo la impresión de las
ideas de Yrigoyen, no hice más que transportar al papel el conjunto de
principios que veían a constituir la doctrina de aquel instante. Son, pues, los
conceptos del despacho, los conceptos del doctor Yrigoyen, y valen tanto como
las instrucciones finales de aquel entonces.
El mismo día, por la tarde, reunióse el acuerdo con
asistencia de Del Valle y algunos más, que ahora no recuerdo. Di lectura al
documento. Al terminar se hace un silencio general y el doctor Yrigoyen
requiere de cada uno su opinión. Finalmente, como de costumbre, reléese el
texto una, dos, tres veces; hasta que se produce la conformidad acerca de sus
términos. Las correcciones del presidente, con las que, como siempre, añaden
energía y definición, siendo de especial mención el cuidado que pone en evitar
la palabra “Liga” o “Sociedad de las Naciones”. El despacho salió sin cifrar, y
con el N° 13, en ese mismo día. La línea de conducta a que debía ajustarse el
doctor Pueyrredón, está marcada en las palabras siguientes: “La labor realizada
en las comisiones, los juicios vertidos, serán considerados por este gobierno
como el aporte individual de cada uno de los miembros de la delegación a la tarea
de la conferencia, pero el verdadero objetivo de la misma consiste, solamente,
en la proposición planteada en el discurso inicial, que debe ser resuelta en su
primera reunión pública.
“Si ella es postergada o rechazada, la delegación argentina
procederá de acuerdo con las instrucciones contenidas en mis telegramas 6 y 7,
que son exactamente iguales a las que V.E. llevara, y se retirará, acto
continuo del seno de la Asamblea, dando por terminada su misión”.
Las instrucciones a que ese despacho se refiere son las
instrucciones verbales dadas por el doctor Pueyrredón, por el doctor Yrigoyen.
Por otra parte, la energía del concepto en el presidente era de tal naturaleza
que le oí expresar que, si la delegación seguía en la línea de conducta que
hasta ese momento llevaba, se haría necesario un decreto dando por terminada su
misión.
La respuesta a este telegrama no se hizo esperar. La
delegación recibió el despacho el 30 de noviembre y el jueves 2 de diciembre,
al anochecer, llegaba a la cancillería el telegrama número 30, fechado el 1° de
diciembre en Ginebra, que fue enviado inmediatamente a casa del presidente.
El doctor Pueyrredón adoptó, desde ese momento, las
instrucciones finales del doctor Yrigoyen, resuelto a cumplirlas sin declinar
de una actitud que, decía, había sostenido desde el primer momento.
DECLINACIONES
Hasta entonces no teníamos ninguna exteriorización de la
disidencia que existía en el seno de la delegación.
Resuelta la actitud que el doctor Pueyrredón asumiría frente
a la primer circunstancia favorable, quedaba por ver cual sería de los
delegados Alvear y Pérez. Estos, ante la inminencia de un paso que creían
fatal, rompieron el silencio y se manifestaron por fin, ante la cancillería en
la luz de sus respectivas posiciones.
Hemos visto la intervención que el doctor Alvear tuvo en los
pasos iniciales de la adhesión argentina a la Liga de las Naciones.
Su intervención en las reuniones privadas convocadas por el
coronel House, y las notas cambiadas con ser Drummond ponían de relieve su
incomprensión de los fundamentos de nuestras actitudes. El adoptó un criterio
externo, puramente formal, y consideraba la cuestión en sus aspectos jurídicos.
Si algunas reflexiones políticas acudían en sus argumentos, eran las que
contiene el acta y que más valiera hubiese silenciado. El aparato formidable
del tratado de Versalles volvía a presentársele con su imponencia, sin dejarle
entrever el verdadero carácter de las relaciones que la Liga de las Naciones
podía o debía tener con el tratado mismo; y la existencia de la Sociedad con la
adhesión, o no, al pacto, tal como estaba incluido en el convenio de paz.
La cuestión que precipitó la diferencia no tardó en
presentarse. En la sesión del día 2 de diciembre, el doctor Pueyrredón se opuso
a la postergación de las enmiendas al pacto para una asamblea posterior. La
votación fue desfavorable a la tesis de nuestro delegado. El único voto en
contra de la postergación fue el de la Argentina.
La cuestión era grave dentro de los reglamentos de la
Asamblea, porque se requería la unanimidad para la sanción de estas
resoluciones. A nuestro modo de ver, la cuestión era fundamental, y requería el
voto unánime, para resolverse en el sentido que interesaba a las grandes
potencias. Viviani sostuvo que era una cuestión de procedimiento, y que la
simple mayoría bastaba para la sanción. El doctor Pueyrredón aceptó, por el
momento, esta opinión que más tarde rechazaría.
La cuestión, empero, era fundamental; y tan fundamental que
significaba la vida o la muerte de la Asamblea. Una vez más se dejó escapar la
oportunidad de producir la decisión final.
LA DESESPERADA TENTATIVA
El viernes 3 de diciembre llegó el telegrama número 32, de
fecha 2 de diciembre, dirigido por el doctor Alvear al doctor Yrigoyen. El
ministro en Francia jugaba su última carta. A pesar de los términos categóricos
de nuestro telegrama n° 13, creyó que la invocación a la amistad lo autorizaba
para decirnos que desde acá no nos podíamos dar cuenta exacta de la situación
de los delegados en la Asamblea, y que nunca había pensado que las
instrucciones de Pueyrredón tuvieron carácter imperativo.
El telegrama N° 13, sin embargo, habíale despertado a una
realidad que desde noviembre de 1918 se negaba a ver. Ante el decidido golpe de
timón del presidente Yrigoyen, lanzábase en la postrer tentativa de corregir el
rumbo de una política exterior que creía nefasta. Todo fue inútil.
En el acuerdo de dicho día, fueron leídos los despachos de Pueyrredón
y de Alvear, y no dejaron lugar a duda sobre la disidencia producida en la
delegación; disidencia de la que, por primera vez teníamos conocimiento
oficial.
El presidente resolvió no contestar a ninguno de los dos
despachos, dejando que nuestros delegados asumiesen la línea de conducta propia
de la responsabilidad que le correspondía. El ya tenía trazada la ruta y no
habría poder humano capaz de separarlo de ella. En la noche del mismo día,
siguiendo su costumbre, se ausentó para su establecimiento de campo.
EL GRAN DIA
El sábado 4 de diciembre me despertó una comunicación
telefónica de Del Valle. En “La Nación” aparecía el editorial con una violenta
crítica a la actitud de Pueyrredón, en la sesión del día 2, y era necesario
contestarlo. Redacté la respuesta que leí al doctor Torello y a Del Valle,
mientras almorzábamos en el Hotel España. Las noticias cotidianas habían ya
suscitado la expectativa pública, y los espíritus ardientes vibraban ante la
inminencia de un gesto histórico. A última hora me avisa Del Valle que ha recibido
un lacónico telegrama anunciando el retiro de Pueyrredón de la Asamblea. ¡Por
fin el paso ha sido dado!
El lunes 6 de diciembre, no habíamos recibido todavía el
texto de la nota de retiro y hubimos de servirnos de la que publicaban los
periódicos. Esta nota y los demás antecedentes fueron llevados al acuerdo,
donde se procedió a su lectura. El presidente, satisfecho con el paso dado,
ordenó la preparación de los materiales que había de darse a la publicidad y
postergó toda decisión sobre el asunto.
LA DESERCIÓN
El mismo día 4 recibimos un telegrama fechado el 3, y
enviado por los delegados Alvear y Pérez. Según si texto, comprendimos que el
doctor Pueyrredón, a pesar de su adhesión a la moción Viviani, había vuelto
sobre el mismo decidiéndose a ejecutar el acto definitivo que el doctor
Yrigoyen venía reclamándole desde el primer telegrama. Había dejado pasar la
oportunidad de producir el gasto en la sesión pública de la Asamblea, pero
restaba el camino de la presentación de una nota que la reemplazara. Fue lo que
hizo.
Esto es lo que nos revelan las actas. Y Pueyrredón decidió
esperar aún 48 horas, para proceder de acuerdo con la esperada respuesta del
doctor Yrigoyen a los telegramas número 32 y número 33.
Yrigoyen no contestó el despacho número 32. El despacho
número 33 llegó estando él en el campo, el día 4. El silencio del grande hombre
pesó una vez más, en los destinos de la nacionalidad y definió, en la rigidez
del concepto, la actitud final de los delegados.
Una vez cumplido el plazo de las 48 horas, se presentó la
nota anunciando el retiro de la delegación argentina. Los delegados Alvear y
Pérez se deslizaron de toda responsabilidad. Era el mismo día 4 de diciembre, y
el ministerio recibió una breve comunicación con la noticia del caso.
CON NADIE CONTRA NADIE
Aún no se había dicho la última palabra. El doctor Yrigoyen
maduraba las respuestas que habían de cerrar el episodio de mayor trascendencia
internacional en la historia de la República.
El día 7 recibimos un telegrama de Pueyrredón, en el cual la
buena doctrina se abría paso, a pesar de su actuación en la Asamblea,
declarando que “solo un acto del vigor del realizado es capaz de sacudir un
ambiente reacio a la aceptación de los principios argentinos”. ¡Principios y
vigor que trascendían de las comunicaciones del doctor Yrigoyen, sin una
declinación, ni un desmayo, desde el día mismo en que se pronunciaron
entusiastas las palabras de la paz!
La respuesta, generosa e idealista del presidente Yrigoyen,
lleva el sello inconfundible que él pone en todos sus documentos. Las
deliberaciones de varios días terminaron en la exclusión de todos mis proyectos
de respuesta para dar lugar al telegrama que, el 11 de diciembre, me dictó
desde la primera a la última palabra. Escojo la que, a mi entender, definió
acabadamente el postulado ético y humano de aquella hora. “La Nación argentina,
parte integrante del mundo, nacida a la existencia con tan justos títulos como
cada una de las demás, no está con nadie contra nadie, sino con todas para bien
de todas”.
Los terribles pronósticos de los timoratos sobre las
consecuencias dela actitud argentina, así como el temor a la responsabilidad
que tuvieron Alvear y Pérez, fueron desmentidos casi a la hora de manifestarse.
El doctor Pueyrredón recogió de inmediato los frutos de una
conducta que obedecía a los generosos impulsos de la potente mentalidad de
Yrigoyen.
Está demás que recordemos las palabras pronunciadas por
Cecil en la sesión del día 6 de diciembre, cuando se presentó a la Asamblea la
nota argentina, que tenía fecha 4 del mismo mes.
El paso del doctor Pueyrredón por la ciudad de París, donde
se creía que estallaría una clamorosa protesta en contra de la actitud
argentina, se señaló por el banquete con que le honró la municipalidad de dicha
capital, y si hemos de mencionar un hecho que conocemos extraoficialmente - el
ministerio de Relaciones Exteriores francés, por boca de M. Berthelot, coadyuvó
en el éxito de una reunión que fue el testimonio evidente de lo que consigue
una diplomacia honesta, a la luz del día e inspirada en nobles y humanitarios
fines.
Aconteció lo mismo en Inglaterra, donde el ministro
argentino fue declarado huésped de la nación. La conducta de los gobiernos de
la Entente venía a demostrar todo lo contrario de lo que pronosticó el
editorialista de “La Nación”. Aun más; tengo mis motivos para decir que en ese
momento la República Argentina vino a clarificar una pesada atmósfera que rodeaba
a los gobiernos, pues los pueblos desconfiaban de la verdad y sinceridad de
propósitos que habían provocado la reunión de Ginebra.
Los actos más significativos son los que exteriorizan la
opinión americana, expresada por los representantes de las dos grandes
corrientes en que se divide la gran democracia.
Wilson estaba por terminar su mandato y Harding, el
presidente por el partido republicano, próximo a su asunción de las riendas del
gobierno. El senador Mr. Kormik, republicano, estaba en Francia, como agente
personal del futuro presidente y mantuvo con el doctor Pueyrredón una
entrevista en que no ocultó su aprobación de la conducta de la delegación
argentina. Sabemos los motivos. Son los republicanos los que han movido más
opinión en contra de los planes de Mr. Wilson, y la siguen moviendo en el
momento actual. ¡Por qué la prensa oficialista no toma nota de la política
yanki, y, la coteja con la que sigue, hoy por hoy, la cancillería argentina?
¿Por qué me reproduce los argumentos de aquel entonces?
UNA SANCIÓN ELOCUENTE
El 4 de diciembre de 1920 (es decir, el mismo día en que la
delegación argentina asumía la conocida actitud), el embajador americano en la
República Argentina, confirmaba una comunicación anteriormente recibida en el
ministerio, según la cual Mr. Bainbridge Colby, secretario de Estado,
manifestaba sus deseos de llegar hasta la ciudad de Buenos Aires, “para
encontrarse en esa oportunidad con los miembros del gobierno y los hombres
públicos bajo cuya dirección la República Argentina ha alcanzado una posición
tan eminente entre las naciones del mundo”.
La decisión de Mr. Colby era tanto más apreciable por cuanto
la ciudad de Buenos Aires estaba fuera de su itinerario oficial, y venía con
ella a pulverizar la oposición del ya conocido grupito regimentado, Rojas,
Palacios, J. Anchorena, etc. que hizo en todos los momentos, su blanco del
doctor Yrigoyen, sin llegar, empero, a preocuparlo en ningún instante.
Mr. Colby llegó a Buenos Aires el 1° de enero de 1921. Eran
los días de una huelga como las que se veían en tiempos de Yrigoyen. El aspecto
de la ciudad le llamó poderosamente la atención y, sobre todo, el escaso
aparato de fuerza. En efecto, al llegar a la Casa de Gobierno para visitar al
Dr. Torello, no vio más que a los granaderos de guardia (por aquel entonces
existía en cada entrada principal).
La entrevista con el doctor Torello fue cordialisima. De
allí pasó con su comitiva a visitar el doctor Yrigoyen, que lo esperaba en su
despacho.
Serví de intérprete durante la conferencia y pude apreciar
las condiciones del ministro de Estado americano, tal como nos las había
anunciado el embajador Le Breton. Era un representante muy completo de la clase
gobernante de la gran nación, lleno de simpatía individual. A su vez, Mr. Colby
recibió del doctor Yrigoyen una impresión como la que el presidente siempre ha
conservado de él. Recuerdo como uno de los honores más altos de mi carrera, la
intervención personal que me tocó tener en las entrevistas sucesivas,
sostenidas entre los dos eminentes estadistas.
La conversación serene, rápida, incisiva, no se perdía en
detalles. Los grandes problemas de la humanidad, que entonces sacudían la
entraña del mundo, fueron abordados, expuestos, analizados y explicados
conforme a una identidad de miras y elevación de conceptos que causaba mi
admiración al propio tiempo que los vertía en el correspondiente idioma.
Todos recordamos al afectuoso discurso de Mr. Colby en el
salón del ministerio cuando el banquete que se le ofreció.
Es para mí un verdadero placer mencionar los conceptos de
Mr. Colby expresados en toda ocasión que se refirió al doctor Yrigoyen y que,
sin vacilar, dio a la prensa de esta Capital: “la impresión que me hizo superó
por completo los anticipos que me habían hecho mediante mis conocimientos sobre
su carrera sorprendente y magistral. Como todo hombre de positivo valer, se
mostró sencillo y mesurado. Como todo hombre de entendimiento claro, la
expresión de su pensamiento fue lucida y acertada. Es un profundo conocedor de
los problemas sociales e industriales y sin duda se acerca ellos in una genuina
y honda pasión en favor del bienestar y el mejoramiento de las condiciones bajo
las cuales la masa vive y trabaja”.
Al despedirse de él (después de invitarlo a un viaje a los
E.U.A., donde el pueblo y el gobierno lo habrían de recibir con manifestaciones
que el mismo doctor Yrigoyen no sospechaba), le reiteró el concepto de ser él
el vivo testimonio de los deseos de amistad del presidente Wilson, y le auguró
muchos años de vida para que pudiese llevar adelante su gran obra en bien de su
país y de la humanidad.
Estas frases - de cuyo fervor y sinceridad fui el traductor
- venían a poner punto final ala innúmera serie de homenajes que el presidente
argentino recibió, dentro y fuera del país, como ratificación patriótica y
mundial de los postulados esenciales que, con pulso firma, había hecho culminar
en una hora de desorientación y de universal angustia.
EL PERDÓN
El último capítulo de la agitada actitud del doctor Yrigoyen
ante la cuestión de Ginebra se refiere a los telegramas del ministro argentino
en Francia.
Nos dejó llamarse la atención, y así lo hice notar, que
desde el despacho enviado por Alvear el 2 de diciembre, ya no tuviésemos más
noticias directas de su procedencia, y que los informes de París las firmase un
quidam sin personería oficial para realizarlo.
Los diarios anunciaban, por otra parte, ciertos propósitos
de renuncia.. Un telegrama privado que recibí el mismo día 1 de diciembre, me dio
a entender que algo sucedía por aquellos pagos; procuré fijar un compás las de
espera con una respuesta que me valió una reprimenda.
El doctor Yrigoyen, de acuerdo con sus hábitos, maduraba una
contestación que evitase el formalismo burocrático de costumbre. Existía,
además, una poderosa razón efectiva, de cuya profundidad y leal consecuencia
veríamos más tarde el fruto.
No necesitó mucho para decidirse en dar los últimos toques
al documento. Pasaron algunos días. El viernes 31 de diciembre fui llamado a su
casa-habitación, y allí me dictó el telegrama final, que lleva fecha 30 de
diciembre. La razón de ser de toda la conducta política del doctor Yrigoyen,
está contenida en esta personalísima pieza, exteriorización de la unidad
profunda que han guardado sus actos. La fe en la grandeza de la patria anima
todas las sentencias; y el fundamento de sus concepciones es la sincera
profesión de un convencimiento ardiente, en la trascendencia de los esfuerzos
empleados en su enaltecimiento moral.
El doctor Alvear, finalmente, parecía aceptar los puntos de
vista del presidente Yrigoyen. Tuvo conocimiento de su respuesta el 13 de enero
de 1921. Habíala recibido directamente del doctor Yrigoyen el 7 del mismo mes y
decía así: “Cualesquiera que sean las divergencias que en esta oportunidad haya
existido y que consisten más en forma que en el fondo mismo de la cuestión,
puedo dar al presidente y al amigo la seguridad de que me encontraré siempre
con todo entusiasmo, sin ninguna reserva y exento de preocupaciones personales,
completamente decidido a cooperar con él como lo he hecho en toda mi vida
política, sin incertidumbre ni desfallecimientos, a la prosperidad y grandeza
de nuestra patria”.
El ministro Pérez hubo de ser llamado a cuentas de actitudes
que en él no eran abonadas por título alguno; pero al cabo de unos días, cuando
Yrigoyen envió su último telegrama al doctor Alvear, estimó que el asunto
quedaba debidamente terminado y como correspondía a la magnitud de la empresa.
EL ACTA FINAL
El doctor Pueyrredón concluyó por reconocer la bondad de la
tesis y del procedimiento señalado por el doctor Yrigoyen, como ya hemos dicho.
El doctor Alvear, a su vez confesaba que el desacuerdo legado
más bien en la forma que le des; pero y a pesar de esto era nada más que una
cuestión formal y no una cuestión de principios; y desde ese día reanudó sus
tareas en la legación que había abandonado por un tiempo con propósito de
renuncia.
El país entero se alzaba como un solo hombre para declarar
su identificación con los propósitos del repúblico que guiaba sus destinos.
No quedaba más que dar cuenta al congreso dela actitud
asumida y del concepto que no se imponía triunfante, sobre los colaboradores que
en un principio no le habían aceptado, o que caso lo condujeron al fracaso;
como sobre los que vieron en la paz la reconstrucción del mundo un problema
formal y no una cuestión de principios éticos fundamentales.
La parte correspondiente del mensaje de apertura del 60°
período legislativo, en mayo de 1921, fue escrito bajo el dictado del
presidente Yrigoyen. Ella resume fielmente la posición de la República
Argentina frente a la Sociedad de las Naciones; posición que hemos procurado
esclarecer mediante el relato de todas las actuaciones del asunto.
El mensaje dice así: “El P.E. se había adherido a la idea de
una Liga de las Naciones, con el fin de fundamentar la paz universal. Invitado
a dar opinión sobre el proyecto del pacto, rehusó adelantarla en la forma
privada u enteramente sin carácter oficial que se le pedía contestando que
animado del más amplio espíritu, se disponía a concurrir a la discusión pública
con el firme propósito de propender a la realización y estabilidad de la misma
y de acuerdo con este concepto expresó si adhesión sin reserva a la idea
esencial.
“Invitado más tarde a concurrir a la discusión pública que
debía tener lugar en la primera asamblea que se reunió en Ginebra el 15 de
noviembre de 1920, y entre cuyos objetivos figuraba la discusión de las
enmiendas del Pacto, la delegación argentina propuso como esenciales los
principios de la universalidad de la Sociedad de las Naciones y de la igualdad
de todos los Estados soberanos”.
“Postergada la consideración de estos principios, el
gobierno argentino entendió que sin la aceptación de dichas bases fundamentales
no se llenaba el ideal que él tuvo en vista al adherirse a la formación de la
Liga de las Naciones, para asegurar la paz de la humanidad, y en consecuencia,
postergada su consagración, la delegación argentina procedió a retirarse del
seno de la Asamblea”.
Estas palabras definitivas concluyen con todo el accidentado
proceso de la adhesión de la República Argentina a la Sociedad de las Naciones.
La claridad las eximió de cualquier comentario. Su precisión excluye cualquier
otro documento anterior; es la palabra del jefe de la Nación al cuerpo que la
representa. La majestad de este concepto anula, por sí, todos los actos que
durante el transcurso de las negociaciones se hayan producido, ya como una
desviación, ya como una declinación y, lo que no necesita decirse, los que no
se ajustaron a las instrucciones o las excedieron, o las tergiversaron.
El doctor Yrigoyen ordenó que el ministerio interrumpiera,
desde ese momento, toda relación oficial con la Liga de las Naciones. Los
documentos que nos enviaban eran acusados con memorándum, y así mantuve la
situación en la esfera de mi responsabilidad. La nota de sir Drummond de 2 de
enero de 1921, su respuesta del 31 de mayo del mismo año y la nueva nota de sir
Drummond de mayo de 1921, no se llevaron a conocimiento del Presidente.
De la misma manera, toda vez que, apremiados por los
telegramas y comunicaciones mentábamos al doctor Yrigoyen el pago de las cuotas
que se nos habían fijado de acuerdo con los datos estadísticos solicitados
oportunamente, se rehusaba a dar trámite a la cuestión. No por lo que en sí
montaba la suma, sino por el celo del concepto, que siempre recomendada a sus
colaboradores.
El gobierno actual ha quebrado esta línea de conducta.
Veremos, más adelante, como su actitud, incalificable por la ligereza, viene a subalternizarnos
en el concepto y la práctica de los nobles y generosos postulados del doctor
Yrigoyen.
El doctor Alvear - llamado por Yrigoyen a más grandes
destinos, - no supo desprenderse de sus prejuicios. Olvidó su deserción de las
responsabilidades en la hora más trascendental de la diplomacia argentina;
olvidó su sumisión a la evidencia de un designio que reconoció como el más
preclaro norte de los destinos de la patria; y parece que no ha conseguido
darse cuenta, todavía, de la obligación ilevantable que tiene de guardar
lealtad y amor hacia los fundamentos éticos y humanos de la política
internacional del maestro, cuyo ejemplo juró seguir. "
Diego Luis Molinari

Fuente: "Al Cesar lo que es del Cesar" por el ex Senador Nacional por la Capital Federal, Dr. Diego Luis Molinari, publicado en "Avanzar", Año 1 Nº 7 Bs. As. 10 de Octubre de 1932.
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