Sr. Presidente: Tiene la palabra el señor senador por el Chaco.
Sr. León. — Señor presidente, señores senadores: un tema indudablemente apasionante para cualquier político de America debe ser el referido a la historia de la dignidad humana.
Sr. León. — Señor presidente, señores senadores: un tema indudablemente apasionante para cualquier político de America debe ser el referido a la historia de la dignidad humana.
Como integrante de un partido político con clara posición en
esta tarea y como miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores y Culto de
esta Cámara, quiero participar de este debate que considero es realmente
trascendente.
Esta cuestión no hace sólo a la simpleza de aspirar a la libertad
del hombre sino que también constituye un compromiso en el sentido de que los
argentinos, de aquí en adelante, respetemos definitivamente todo lo que
persigue el tratado que vamos a ratificar.
Somos un país con buenos antecedentes en este campo. Cuando todavía
las Naciones Unidas no existían y tampoco se contaba con la Declaración de
Bogota ni con la de Paris de 1948, nosotros ya habíamos dicho, en 1813, que debían
quemarse los elementos de tortura en nuestra Nación.
Tengo la sensación de que en todos los tiempos de la
historia hubo enfrentamientos entre los autoritarismos de los gobiernos y las
ansias de libertad e igualdad de los pueblos.
Interpreto también que nuestra Constitución basta y sobra
para vivir con ética y legitimidad jurídica y para custodiar estos derechos.
Entiendo que deberíamos seguir refiriéndonos a los derechos
de la persona, de acuerdo con la modificación que introdujeron las Naciones
Unidas al quitar la palabra "hombre", que aludía a la especie, y
poner en su lugar "persona", al celebrarse el Año Internacional de la
Mujer. Hablar de los derechos de la persona tiene un significado positivo de
mayor trascendencia.
Los valores que estamos tratando de abrazar a través de esta
ratificación, hacen a la esencia de la criatura humana y pienso que no es que
el hombre tenga que ser libre sino que tendremos que buscar un mundo, que tal
vez nosotros no veamos, donde el hombre sea la propia libertad.
Estamos tratando de aprobar esta ley en un marco dramático
de la vida de la Argentina y del mundo. Parecería que el género humano se ha
enloquecido: vivimos el desencuentro de las potencias, las estrategias de los
misiles, la tortura, los tiranos. En este campo es fundamental que un país como
el nuestro trate de sentar madurez moral en el escenario internacional.
Esta ley se relaciona también con nuestro prestigio. Uno de
los aspectos en los que avanzo la humanidad es la muestra de que para tener
prestigio las naciones deben ser democráticas. Pero también es cierto que en
otros terrenos retrocedimos. Desde que la Organización Internacional del
Trabajo existe el mundo tiene mas desocupados. Desde que en la OEA votamos el artículo
59 de la Carta, que establece que la democracia representativa es la base de
nuestra solidaridad americana, la America se llenó de tiranos. Es como si la
pretensión de algunos fuera realizar contramarchas respecto de la vocación de
nuestros propios pueblos. Por eso esta bien que este Parlamento, que integra
una Nación que quiere rehacerse, ponga en marcha esta ratificación para
insertarnos en la busque- da de un nuevo prestigio.
Somos hoy —fuimos, por lo menos, hasta hace poco— una Nación
asaltada por las fuerzas de afuera, y anquilosada y deformada por algunos
fenicios y sinvergüenzas de adentro. Leyes de este tipo procuran conformar un
nuevo espíritu nacional, una renovada actitud. Es, a mi criterio, como si pretendiéramos
hacer parir una sociedad mas ética, y ello no podría ocurrir si estuvieran
ausentes las estructuras que crean una conciencia solidaria en favor de los
pueblos.
Yo señalaba en 1973 en este mismo Senado que la Argentina debía
abrazar el espíritu de la internacionalización de los derechos del hombre
porque, decía, el hombre esta por encima de las fronteras, y la política de no intervención
no podía hacer que el Senado de aquel minuto quedara quieto y en silencio
frente al genocidio del señor Pinochet. Hablo con verdadero fervor íntimo, y
creo que esta sanción se yuxtapone con mi militancia en la Unión Cívica Radical
que defendió y custodió siempre estos
valores. Los argentinos estamos absolutamente decididos a apoyar este proyecto,
que implica buscar el camino de la paz. Antes de ser Nación fuimos una idea,
esta idea que ahora concretamos con esta sanción, la de la libertad, de la
decencia, de la docencia, de la esencia del hombre manifestada en su totalidad,
es decir, del hombre que deje de ser objeto de las hegemonías, de la violencia
invisible de las oligarquías criollas o de la violencia brutal que mata con un
tiro en la nuca por orden de los dictadores con miedo. Es fundamental para este
intento de recreación de la nueva Argentina votar esta ratificación, porque los
delitos contra los derechos humanos son co- metidos por los Estados, aunque también
puede realizarlos algún particular.
Había que sacar al Estado de su posición no intervencionista
en America para combatir en nombre de los pobres contra la acción de los
fuertes. La no intervención no debía servir de escudo a los dictadores para
custodiar la deformación prepotente con que manejaron nuestros pueblos, que todavía
siguen siendo convidados de piedra en nuestro proceso de desarrollo e integración.
El considerando tercero de la Declaración de los Derechos del
Hombre establece que el hombre no debe ser compelido al supremo recurso de la
rebelión contra la tiranía y la opresión por el hecho de que no se respeten sus
derechos. Por eso, por encima de nuestras fronteras debe existir solidaridad
entre los pueblos de America.
Para que los señores senadores tomen conocimiento les
adelanto que junto con mis colegas Falsone y Amoedo elaboraremos un informe sobre
nuestra participación en la Comisión de los Derechos Humanos de Santo Domingo. Allí
propiciamos —dicha propuesta fue aceptada y consta en el acta— que los
gobiernos democráticos de America no reconozcan a aquellos que surjan de golpes
de Estado, por la usurpación contra gobiernos constitucionales. Debemos tener
en cuenta que si desaparece el sistema de la democracia desaparecen los
derechos humanos.
Esto tiende a una nueva inserción internacional de nuestro país,
que se encuentra en una situación distinta; ya no estamos en el banquillo de
los acusados por violar los derechos humanos sino en el de los que tratan de
custodiarlos.
Llegamos en la Argentina a una deformación tal que en
algunos momentos parecía que quienes defendíamos los derechos humanos estábamos
tocando los umbrales de la subversión. Era un país que se había degradado. Como
prueba de ello, señalo que en la Casa de Gobierno se festejo la derrota de
Carter y el triunfo de Reagan porque se pensaba que el primero molestaba un
poco con su política acerca de los derechos humanos y que Reagan venia a custodiar
las dictaduras en nombre de una nueva concepción del garrote latinoamericano.
Para lograr lo que queremos, debemos darle a nuestra
sociedad un orden social justo. Los derechos humanos no podrán existir si no se
encuentra vigente, al mismo tiempo, un ordenamiento jurídico-democrático. Pero
aquellos tampoco podrán existir sin la presencia de un marco sociológico
adecuado que lo legitime.
Este tema esta relacionado con otros pactos internacionales,
con la vocación de America y con los conceptos que aquí se han vertido. El artículo
24 de este tratado dice que todos los hombres nacen iguales, Y nosotros sabemos
que en America no es así porque algunos nacen postergados, con hambre, en la
miseria y marginados. Tan así es que los tachos de basura de los hoteles de
cinco estrellas de algunas capitales de America resultarían manjares para
quienes tienen hambre.
Tenemos que asumir el tema de los derechos humanos como un
compromiso para dar una res- puesta social fundamental y no una estructura jurídica
fría que quizá algún día pueda ser burlada por la coyuntura del gobierno de
turno.
Es un desafío que tenemos los políticos de nuestro tiempo en
esta Argentina que quiere a America y, a su vez, es querida por ella. Se ha
hecho el elogio de un gran país que no tiene la fuerza sino que tiene una
moral. En una oportunidad, le señale al señor presidente de Costa Rica: ¡Que
bueno hubiera sido que en la Argentina pudiésemos vivir alguna circunstancia histórica
parecida! En Costa Rica un factor de poder de los más importantes es la
Federación del Magisterio, es decir, los que enseñan el abecedario. ¡Que
diferencia con esta Argentina deformada donde el mas alto poder en los últimos
años ha sido el que maneja los tanques y las balas! De un lado, el abecedario;
del otro, la fuerza. Por eso la Argentina perdió su prestigio, y Costa Rica lo
gano vigorosamente, sin tener grandes mercados y sin alcanzar altas cifras de exportación
e importación.
Es la idea moral de una humanidad que alguna vez tendremos
que construir definitivamente.
Podría seguir hablando pero quiero acompañar al señor
miembro informante en la síntesis de lo que debe significar para nuestro país
este compromiso, que consiste en resguardarnos nosotros mismos. Yo hablaba de
la legitimidad sociológica y esto significa, en la medida que acertemos en la
respuesta, que nuestro pueblo debe abrazarse a la credibilidad en la democracia.
Vamos a derrotar a los aventureros y a los demagogos y por eso los políticos
debemos tener imaginación y austeridad para dar las respuestas mejores con
respecto a estos derechos tanto en lo interno como en el escenario internacional.
Hasta diciembre había gobernantes que hablaban de soberanía
con los de afuera y nos la negaban a los de adentro. Hubo delincuentes de
guante blanco que pudieron mandar a torturar porque en las estructuras del
Estado había ladrones que mezclaban los intereses públicos con los privados,
protegidos por lo que parecía ser el paraíso de la corrupción impune.
Esa Argentina tiene que quedar atrás, y habrá de ser así por
nuestra adhesión a este pacto que fundamentalmente es una idea ética, en la
esencia de abrazarnos al hombre y a los pueblos. En toda America, la condición
humana mas bastarda tiene también que dejar de ser el plato fuerte de algún
periodismo pequeño, para que las fantasías del sexo y de la droga sacien los
apetitos de la deformación. Tenemos que corregir nuestros medios de difusión
cultural. La televisión no puede seguir mostrando la violencia, porque de lo
contrario de nada serviría nuestra ratificación de este tratado si seguimos
haciendo el panegírico del crimen y exhibimos la prostitución como un recurso
humano.
El señor senador Gass ha hecho la introducción a este tema
en nombre de nuestro partido; el señor senador Amoedo expuso el informe de la
comisión. Por mi parte creo interpretar el pensamiento histórico del
radicalismo. Es mi militancia Esto queda en cierto modo en manos de la opinión pública,
para la cual vamos en busca de una nueva política internacional. Tenemos que resistir
a toda clase de opresión.
La libertad no depende del espacio que ocupan las espadas de
nuestros generales; debe depender de nuestro propio coraje, de nuestra conducta
y de nuestro talento.
Señores senadores, esta bien que votemos por unanimidad la
ratificación de este pacto. La Republica Argentina tiene, como dije al
comienzo, una gran tradición: cuando parecía que todo era difícil, San Martín
sabia que al cruzar los Andes podía gestar la libertad para el continente.
Sabía que la libertad es como un espejismo; cuando se tiene
la impresión de que esta a nuestro alcance, desaparece. Tuvo fe y lo hizo.
¡Como no vamos a votar los argentinos la ratificación que
internacionaliza la justicia en favor de los derechos humanos, si en Perú nuestro
Libertador máximo dijo, lanzando el desafío emancipador para todos los pueblos
que "nuestra causa es la causa del genero humano"! (Aplausos.)
Fuente: Honorable Cámara de Senadores de la Nación Argentina.
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