Premios por la Conquista del Desierto
Sesión Ordinaria del 23 de julio de 1879
Alem. — Yo creo, señor
Presidente, que para dilucidar esta cuestión, no se requieren grandes
discursos, y es por eso que voy a expresarme brevemente. Así es que anuncio a
mis honorables colegas, desde luego, que no les molestare con un largo ni pequeño
discurso, ni cosa que se parezca a pronunciar un discurso.
Creo que es tanto mas fácil la resolución de esta cuestión,
cuanto que, dado el giro que el debate ha tornado, noto que mi honorable colega
que ha dejado la palabra, ha hecho una confusión, saliendo en gran parte de su
discurso, de la situación que estamos llamados a dilucidar.
A mi juicio, de lo que debemos tratar aquí, señor
Presidente, es, en primer lugar, si es constitucional el proyecto. En segundo
lugar, si es justo acordar ese premio y si es conveniente entrar en ese orden
de ideas.
En cuanto a la cuestión bajo el tópico constitucional, creo
que han sido ventajosamente refutados los argumentos del señor diputado
Pizarro.
La cuestión ha sido planteada en estas breves palabras. Todo
lo que concierne al ejercito nacional, esta bajo la dirección del gobierno
nacional; como la guardia nacional, una vez movilizada y entregada al servicio
de la Nación., forma parte del gobierno nacional, claro es que esta a cargo del
gobierno general.
Se han invocado otros argumentos, que en mi opinión no tienen
fuerza alguna, porque yo no pertenezco a la escuela autoritaria; pertenezco a
la escuela racional, y si bien creo que los antecedentes pueden servir para
llamar a atención sobre las cosas, nunca he creído que sean bastantes para decidirme
en pro o en contra de ninguna cuestión. Detesto a esa escuela porque es la escuela
del servilismo, de la injusticia, y muchas voces la rémora de las ideas más
saludables de progreso.
Para mi los precedentes no pueden ser nunca una razón decisiva,
y el que ha citado el señor diputado Pizarro, no creo quo pueda servir para formar
la conciencia de los señores diputados en esta cuestión.
Efectivamente, se premio a la guardia nacional que combatió
en la guerra del Paraguay, por la Provincia; en aquellos momentos de
entusiasmo, en que el brillo de la comportación del ejército nacional y la
grandeza de aquella cruzada hizo olvidar todo. Sin embargo, había entonces las
mismas razones constitucionales para combatir esa idea; pero nadie se ocupo de
ellas, por las circunstancias que antes he mencionado.
Como he dicho antes, la cuestión constitucional ha sido muy
bien tratada por el señor diputado López, con argumentos que de ninguna manera
han sido refutados por ninguno de los que le han contestado; y por consecuencia
reputo innecesario detenerme en este punto.
Voy, pues, a entrar en otro orden de ideas.
No se trata aquí, señor Presidente, de remediar circunstancias
apremiantes, de pagar sueldos a la guardia nacional en campaña; no se trata de
socorrer a la miseria ni atender a la desgracia, que para eso estoy yo siempre
pronto. Se trata simplemente de acordar un premio. Y es preciso que la Cámara
se aparte de la diferencia inmensa que existe entre estas cosas: se trata de
acordar un premio, de dar una medalla, de dar mil pesos a titulo de premio por
servicios distinguidos; premio que, bajo el punto de vista constitucional,, ha
sido combatido ya. Así es que no voy a entrar a fundamentar la cuestión.
Yo creo, señor Presidente, que aun cuando este premio fuese
constitucional, no debiéramos acordarlo, que no merecen premios esos servicios
—lo digo con toda franqueza y afrontando la responsabilidad de mis palabras—,
porque creo que solo merecen premio los servicios distinguidos.
Y no trato de ninguna manera de desconocer los grandes resultados
de la empresa. No, señor Presidente, los reconozco todos; pero digo que no
tiene el merito intrínseco que se atribuye, que esa empresa en si no ha requerido
ninguno de esos grandes esfuerzos, ningún rasgo notable de patriotismo ni de abnegación;
que no ha dado lugar a que se escriba ninguna pagina brillante en la historia
de los servicios prestados a la Patria, como para que los representantes del
pueblo o los poderes públicos hagan esta manifestación de entusiasmo para que
sirva de estimulo a los grandes servidores del país.
Se ha dicho que esto es el huevo de Colon.
No, señor, no es el huevo de Colon; la cuestión frontera en
el sentido en que se ha resuelto, había estado ya concebida desde muchos años.
No se ha escrito aquí el nombre modesto del que ha escrito
la resolución del problema mucho antes del Carhue y del Río Negro. Sin embargo,
yo he visto escrita la resolución de ese problema en las paginas que lanzo al
publico el coronel don Álvaro Barros, lo que demuestra que la cuestión de la resolución
de la frontera no es el huevo de Colon, puesto que ya estaba diseñada esta
campana por muchos ciudadanos que tenían sus vistas en ese sentido. Lo único
que falto, como lo ha dicho el mismo señor diputado Pizarro, fue voluntad firme,
inquebrantable, que se empeñara en llevar a cabo la empresa. ..
Yrigoyen. — Desde la época de Rosas. . .
Alem. — Ahora le voy a decir por que a mi juicio no merece
premio.
¿En que consiste esta grande empresa? Hablemos claro.
¿Se han dado grandes batallas? ¿Ha habido que sostener
grandes luchas? De ninguna manera.
¿Por que? Porque la cuestión era de buen sentido.
¿Podía creerse, ni por un momento, señor Presidente, que
cuatro, seis, ocho o diez mil indios que podían presentarse, pusieran en jaque
al ejército regular de la Nación? No, señor Presidente: esta ha sido una
especie de guerra de policía y nada más.
Nuestra guardia nacional en la frontera, nuestro ejercito de
línea, no han hecho otra cosa que perseguir partidas de bandoleros, de cien
indios por aquí, de doscientos por alla, que invadían robando haciendas y
asolando las poblaciones. No eran fuerzas capaces de batirse con un ejército
regular, aunque fuera doble o cuádruplo su número. No, señor, no podemos
tampoco hacer honor a nuestro ejercito, a nuestra disciplina. Era esa especie
de fantasma, el desierto, lo que se tema; el desierto inaccesible, el desierto
impenetrable para nosotros y que era recorrido por esas gavillas de bandoleros
que se llevaban nuestras haciendas, que saqueaban las poblaciones, que hacían
cautivos y que volvían a internarse en ese mismo desierto en donde se creía que
no podíamos penetrar.
Pero eso no era cierto. Se podía penetrar en el desierto.
Yo mismo, hablando con el doctor Alsina, que había abordado
esta cuestión como hombre de buen sentido, le he oído decir que no era tan difícil
resolver esta gran cuestión; que en su mayor parte era cuestión de administración.
Todos los señores diputados recordaran aquellos famosos partes
que pasaban casi todos los jefes de frontera y que casi todos, con muy raras
excepciones, decían lo mismo: "Entraron los indios por tal punto. Lo sentimos.
Fuimos a perseguirlos. Nos faltaron los caballos y no pudimos continuar la persecución".
Efectivamente: era cuestión de administración, porque nunca había
caballos, porque las proveedurías no marchaban bien, a causa de que se
negociaba con los mismos indios, a quienes se les compraban los efectos
robados, y era necesario que hubiese caballos y que el ejército fuese provisto
de lo que necesitaba para permanecer en el desierto.
El doctor Alsina se apercibió de esto y dijo: que haya caballos,
que se provea al ejercito y que se persiga a los indios en el desierto.
Así sucedió, señor Presidente. El doctor Alsina se fue al
Azul, se preparo con los elementos necesarios. Tomo el ejército. Se fue a
Carhue. Y quedo el problema resuelto.
Entonces se vio que el desierto no era impenetrable, que no
era inaccesible, que podía hacerse la guerra tomando la ofensiva, destacando
partidas en todas direcciones y que los indios tenían que entregarse como se
han estado entregando. Todo consistía en tener caballos y los elementos
necesarios para avanzar en el desierto, do manera que nuestros soldados no
pereciesen por falta de demen tos necesarios y movilidad y de provisiones.
Todos sabemos que momentos antes de morirse, el doctor
Alsina estaba haciendo los preparativos necesarios para avanzar mas sobre el
desierto, que el desbande de los indios había comenzado y que no tardarían
mucho en entregarse completamente.
Indudablemente que la campaña ha sido grande y que ha sido también
grande el resultado. Pero esta ha sido una empresa como hay muchas, de fácil solución,
que no ha requerido ni una gran laboriosidad, ni ningún gran esfuerzo, ni
ninguno de esos rasgos heroicos que solo suelen producirse por los espíritus
superiores y que, sin embargo, producen grandes ventajas.
Por consecuencia, yo creo que nosotros no debemos premiar
los servicios hechos por la guardia nacional, como quien premia un nuevo
descubrimiento, una invención, o la revelación de una industria, porque se
trata, simplemente, de una empresa que ya se había descubierto que era fácil,
por más que antes se hubiera considerado difícil.
No ha sido, pues, el huevo de Colon. Y yo creo que no debemos
premiar lo que ya estaba descubierto que era fácil.
Lo que nosotros debemos premiar es el merito intrínseco; los
grandes esfuerzos que solo pueden llevarse a cabo por espíritus superiores, que
se han levantado sobre el nivel de la generalidad.
Pero voy a tocar otro punto que ha tocado también el señor
diputado López, y que tiene para mi mucha importancia.
Me refiero a esta escuela que estamos formando, esta escuela
corruptora que relaja los vínculos morales que deben ligar a los ciudadanos al
cumplimiento del deber, debilitando este sentimiento.
De aquí proviene que por cualquier causa lanzamos una manifestación
de simpatía o un premio; de manera que todos los días estamos viendo en la Cámara
que todos los individuos que han hecho algún servicio, se creen con derecho a
venir a pedirnos premios, jubilaciones o pensiones, porque han servido ocho o
diez anos con honradez o rectitud, y generalmente se cree que se comete una
gran injusticia no acordando el premio.
Siguiendo este camino, llegamos a este resultado: que el cumplimiento
del deber es una cosa tan rara que merece un premio; de manera que siguiendo en
esta escuela, es hombre honrado el que no hace dilapidaciones, el que ha sacado del bolsillo —permítaseme esta
frase vulgar— un reloj que no le pertenecía.
Yo creo que esto es ridículo; y me parece que mi palabra, tratándose
del ejercito, es insospechable, porque lo he defendido siempre con verdadero cariño
y con toda sinceridad durante los cuatro anos que he ocupado un asiento en el
Congreso Nacional. Allí, consecutivamente, he levantado mi voz en defensa del ejército,
porque comprendo lo que es esa carrera, lo que importan sus servicios y la abnegación
que es necesaria para consagrarse a ellos.
Por consecuencia, yo combato este premio, únicamente porque
esta en contra del orden de ideas que domina mi espíritu. Y voy a terminar,
porque, como he dicho al principio, no voy a hacer un discurso. Yo creo que no
debemos acordar este premio, porque me parece que hasta seria ridículo premiar
a los que en Carhue han estado cavando zanjas, porque era ese y no otro el
servicio que se hacia allí por la guardia nacional, mientras la tropa de línea
estaba cuidando que no entrasen los indios, dejando sin premiar a otros que han
pasado antes muchos anos en servicio de la frontera, sufriendo mayores penurias
y peligros.
El servicio de la frontera ha sido siempre penoso, y si
penoso era en Carhue, mas penoso era antes, y me parece que no hay razón alguna
para premiar a los que ni siquiera servicio militar han hecho, porque, como he
dicho antes, el servicio de la guardia nacional se reducía a hacer la excavación
de la zanja.
Se dice que el Gobierno Nacional dará un premio al ejército
de línea y que no lo dará a la guardia nacional. Si así lo hiciera cometería
una injusticia. Pero de todos modos esa no puede ser una razón que pueda
influir para determinar nuestro voto en ningún sentido.
Yo, señor Presidente, hubiese llegado hasta a cederles los
mil pesos; pero no a titulo de premio, sino a titulo de socorro para re- mediar
sus necesidades, porque, como ha dicho el señor diputado Pizarro, creo que esas
guardias nacionales están aun impagas de sus haberes. Así es que hubiese modificado
el articulo en ese sentido, pero tengo el convencimiento que no lo van a
recibir.
Recuerdo que para la guerra del Paraguay se dio también premio
en dinero a los guardias nacionales, premio que nunca recibieron, y con estos
ha de suceder lo mismo.
En primer lugar, porque los mas nunca vendrán a reclamarle»
personalmente, lo que podría ser una garantía de que les aprovecharía; y en
segundo lugar, porque los que se sientan dispuestos i recibirlo, nombraran
apoderados, estos lo reclamaran seguramente, pero es probable que los
agraciados no reciban el dinero.
Así, pues, convencido de que por este medio no hemos de
poder hacer el bien que deseamos a estos servidores de la patria y que haríamos
una erogación de seiscientos mil pesos inútilmente — pues que si alguien los
recibiera no serian los guardias nacionales sino unos cuantos estafadores— me
quedo en este caso por la negativa.
(Hacen uso de la palabra varios señores diputados, originándose un
extenso debate. Pronuncia una extensa exposición el señor diputado Vidal, el
que termina con los siguientes conceptos)
Vidal. — Pero juzgando la cuestión con el criterio que lo hace
el señor diputado Alem, se puede llegar a una conclusión monstruosa: que las
campanas de la guerra de la independencia de la Republica, no merecen
distinciones para sus próceres.
Era aquel un hecho que se venia elaborando en la conciencia
de todos los que habían nacido bajo el sol de la Republica; era necesario
sacudir el yugo del coloniaje y vivir libres e independientes.
Vino un momento en que el hecho se produjo; tal vez ayudado
por acontecimientos extraños, fatales.
Fernando VII, prisionero; Napoleón, invadiendo el mediodía
de España; las fuerzas españolas aquí, debilitadas y sin saber a quien
obedecer; todo se desarrollaba al par que germinaba el sentimiento patriótico.
El movimiento se produjo, ¿y acaso los hombres de aquella época no tiene derecho
a ser llamados próceres?
Alem. — Es claro, porque eran cuatro mil hombres combatiendo
contra treinta mil y haciendo inmensos sacrificios que en ninguna parte se han
hecho.
Moreno. — No es la forma en que se producen los sucesos,
sino los sucesos mismos los que determinan su importancia.
Alem. — Mala escuela filosófica es la fatalista.
Moreno. — La escuela que el señor diputado combate y que
combato yo también, tiene graves peligros porque todos los extremos se tocan,
porque todos son malos.
Es indudable que es una escuela mala, perniciosa, aquella
que hace que cada acto de la vida que no importa otra cosa que el cumplimiento
del deber, de motivos para discernir premios; pero tenga presente el señor
diputado que los pueblos mas libres del mundo, como la Inglaterra, tienen
instituciones, corporaciones, establecimientos humanitarios que llevan la acción
de su admiración por hechos consumados, no solo dentro de los limites de su
territorio, sino en todas partes del mundo.
Mas de un ejemplo tenemos en la Republica Argentina de hombres
que han prestado servicios mas o menos modestos, como salvar náufragos que pedían
auxilio en medio del mar y que han recibido de los Estados Unidos, del Gobierno
ingles, del Gobierno austriaco, manifestaciones honrosas por el servicio
prestado.
Alem. — Es claro, porque tenían un rasgo de superioridad al
que no estaban obligados sino por un deber simplemente moral.
Fuente: Leandro Alem "Mensaje y Destino" Tomo V Editorial Raigal, 1955.
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