Ese día de julio de 1933, cuando me entere de la muerte de
Yrigoyen, estaba yo postrado por una fuerte gripe. Sobraban motivos para que el
impacto fuera profundo. Siendo niño me tocó estar con la bandera argentina de
la escuela primaria que cursaba, junto al palco presidencial. Escribí entonces
una carta reflejando el impacto que me había producido ese hombre de figura
austera. Años después, ya adolescente, y mientras cursaba el bachillerato en el
Colegio Nacional Mariano Moreno, me identifique con el Yrigoyenismo como expresión
de sentir popular.
Cuando se produjo el golpe militar del 6 de setiembre de
1930 yo que me había negado a pisar un comité a pesar de mi Yrigoyenismo,
decidí que de ahí en adelante dedicaría mi vida a la acción política. El
Yrigoyen caído se me aparecía como la encarnación misma de la Patria, velando por
el destino de la comunidad y por el de cada uno de sus individuos.
Estando en cama envíe de inmediato un telegrama a la modesta
casa de la calle Sarmiento donde estaban los restos de lo que era para mí un
hombre símbolo.
El día del sepelio, todavía enfermo, fui junto con mi mujer
a formar parte como un joven anónimo, de la gran columna popular. Desde la
esquina de Tucumán y Callao vi pasar a miles de argentinos que acompañaban al
gran Caudillo. Hombres y mujeres de todas las edades y de todas las clases
sociales. El espectáculo era imponente no solo por la multitud sino por su
composición humana. Me emocionó profundamente ver a la gente humilde sollozante
y una nota totalmente inesperada para mí, la presencia de una multitud de
negros. Creo que en ese momento me di cuenta por primera vez que existía una
comunidad de ese tipo en Buenos Aires.
Los que el 6 de setiembre nos conmovimos por la soledad de
Yrigoyen, pudimos advertir como el pueblo había ido a su sepelio a decir que el
instinto popular es mas fuerte que todos los poderes que lo encarcelaron, lo
denigraron y lo atacaron. El Caudillo era ya un mito de la Patria.
Viendo pasar su féretro me sentí más Yrigoyenista y comprendí
por que el jamás a su fuerza política la llamó partido. La llamó siempre Unión Cívica
Radical, pero no como un partido más, sino como un movimiento que encarnaba los
ideales de la Patria.
A 40 años de distancia y después que el destino quiso que viviera
como el honor, la soledad y la responsabilidad de la presidencia y también el
honor y la soledad de la prisión de Martín García lo evoco como un inspirador
de las grandes líneas nacionales y populares de la Argentina
Fuente: "Sobre la muerte de Hipólito Yrigoyen" de Arturo Frondizi, 19 de noviembre de 1970. En Arturo Frondizi "Historia y Problematica de un Estadista", Tomo III Su actuación en la UCR (1930 -1957) Editorial Depalma, 1984.
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