Así como la guerra de la Independencia sedimento el periodo caótico
y tumultuoso que vino a clausurar la Constitución ejecutivita vigente así también
el omnímodo ejercicio del Poder, otorgado por ella, determino la formación de
una clase parasitaria, burocrática y oligárquica que hacia cada vez mas
ilusorio el precepto básico de esa Constitución: la forma republicana y democráticamente
representativa que adopto en su articulo 1° para el Gobierno de la Nación.
De ahí que hubo momentos en que el país apareció gobernado
como una Gran Estancia Criolla, con 14 capatacias, una en cada provincia, sin
faltar, en ciertos casos, los gobiernos de familia.
Llego también un momento en que el pueblo empezaba a marchar
dividido en dos clases sociales: la autodenominada aristocracia y el pueblo;
detentadora arrogante, la una, de todos los derechos y casi genuflexo, el otro,
bajo la carga de todos los deberes.
Y así fue como, históricamente, se encendió, como una lámpara
votiva, la causa de la Reparación Nacional que tuvo por objetivo la conquista
de la libertad del pueblo para gobernarse como manda el art. 19 de la Constitución
cuando establece que la Nación Argentina adopta para su Gobierno la forma
Republicana, Representativa, Federal.
No era un partido político el que pugnaba por el
cumplimiento de la norma constitutiva de la nacionalidad que jamás había sido
practicada. Era un verdadero apostolado cívico.
Las revoluciones del 90, del 93 y de 1905, concretaron este
ideal, el que, a su vez, fue grabado imborrablemente en manifiestos y en
proclamas dirigidos al pueblo, siempre por inspiración y con la firma de Hipólito
Yrigoyen, cuya vida y cuya acción publica, por otra parte, son paralelas y rígidas
como trazadas para subrayar concluyentemente la unidad y la paternidad de los
sucesos nacionales en que le ha correspondido ser, a la vez, autor y actor.
Si a Yrigoyen se le juzgara desde este elevado punto de
mira, no se incurriría, como algunos vulgarmente incurren, en el error de
considerarlo como un gran caudillo. Carece de todas las cualidades del
caudillo.
Su contacto con el pueblo es exclusivamente espiritual y se mantiene
porque el pueblo lo reconoce como su Conductor, en el sentido republicano del
concepto que es el mas alto sentido en que se orientan las corrientes políticas
del siglo.
Gracias a Yrigoyen ahora podemos decir que la Nación ha
conquistado su libertad para gobernarse por si misma.
Yrigoyen carece de las cualidades del caudillo. Tiene, en
cambio, las calidades intrínsecas del Reformador, la tenacidad, la unidad de acción,
la intensidad de la fe, la altura del ideal, la connaturalización completa del
hombre y la obra, el afán de alcanzar las ultimas perfecciones de esa obra y la
plena seguridad, en si mismo, para ejecutarla.
Por eso nadie podrá arrebatar a Yrigoyen la bandera de su
fe, como nadie podrá impedir al pueblo que le siga, ciegamente, enorgullecido
de ser personalista.
El pueblo es personalista, no porque la persona de Yrigoyen
le agrade o le desagrade, ya que apenas la conoce, sino porque esa persona es
una Idea, la Idea misma de la Reparación, alzada por Yrigoyen hasta las alturas
de un verdadero apostolado.
Cuando la Republica viva respirando a plenos pulmones los
aires de la democracia pura, Yrigoyen dejara de ser ídolo popular porque al
desaparecer una causa, desaparece su efecto.
Los historiadores, entonces, tendrán que colocarse en su
sitio y decir de el que fue el fundador de la Republica, de esta Republica
nuestra, tan libre con respecto al mundo internacional como libre del dominio
de castas, de oligarquías o de clases sociales, con respecto a su propio mundo
interno.
Fuente: Norberto Galasso, Testimonios del precursor de FORJA: Manuel Ortiz Pereira. Biblioteca política argentina, nro. 55, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984
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