La actualidad ha vencido los elementos regresivos de la antigua política ––ya que no puede contarse como fuerza estimable la que hace pocos días lamentaba, por boca de su candidato, la existencia del cuarto oscuro. El problema político nacional ha quedado planteado de este modo como un fenómeno interno del radicalismo.
El ideal de los partidos políticos es, sin duda alguna, alcanzar un programa de ideas.
Pero éstas no deben ser fruto de una arbitraria actitud mental sino de un proceso sociológico.
Es la única manera de que las ideas aprisionen conceptos vivos. Por eso el radicalismo no ha querido concretar propósitos intelectuales antes de que la masa partidaria adquiera unidad de conciencia y comprensión de su destino social. Anticiparse a esto habría sido penetrar ideas por la fe supersticiosa en el partido y no por entendimiento popular.
La primera etapa de la educación democrática se cumple cuando el pueblo, incapaz aún de ideas concretas, despierta su alma a un sentido espiritual. La fe le revela el secreto de su destino. Ya tiene una preferencia, un rumbo. No se puede desconocer la necesidad pedagógica, ni la eficacia política de crear corrientes morales en la sociedad.
En el año 1837, la Asociación de Mayo calificó de simbólicas las palabras destinadas a producir en la sociedad argentina un rumbo espiritual que, para ineficacia de la nobilísima proclama, no trascendió de un simple pronunciamiento intelectual. Hoy, con mejor acierto, la mentalidad rudimentaria de las masas ha encontrado su significación espiritual en la sugerencia de ciertas palabras como Régimen, Causa, Contubernio… Ellas mantendrán en viva disposición una tendencia, hasta que las ideas, como formas de entendimiento, vayan descubriendo poco a poco, los problemas de su actuación colectiva.
Los constituyentes del 53 tuvieron la inteligencia nacional al olvidar el exotismo de sus teorías y aplicar su observación a la realidad social. Más modestamente que sus predecesores no se opusieron al pueblo por ignaro e instintivo, sino que, por el contrario, organizaron las instituciones de acuerdo a sus módulos y tendencias. No debieran olvidar este ejemplo las facciones políticas que, en entrevero de personas e ideas, pretenden oponerse a la corriente moral abierta por el yrigoyenismo.
Señores: Podemos afirmar que la fisonomía político-social del país tendrá los rasgos que le imponga la evolución interna del radicalismo ––porque en él está toda la vida nacional. Siendo así, no debe haber hombre joven, alma abierta a destinos generosos, conciencia atada a nobles ideas, sentimiento tocado por ansias superiores, que no presente su reclamo a esta palingenesia nacional.
Para eso no debemos olvidar que el político tiene que trabajar con la materia social existente y no puede, so pena de hacer obra inútil apartarse de su observación. Tenemos una realidad social y a ella debemos ceñir nuestra acción.
Penetremos pues en la masa popular. Tengamos fe en su destino y en nuestra misión.
No nos detenga ningún obstáculo, ni siquiera un prejuicio intelectual, porque es noble empresa el empeño de una superación. Apliquémonos a la sensibilidad política del pueblo; interroguémosla con todo el amor que exige su conocimiento. ¿Adónde va? ¿Qué expresión ideal tiene su sentido oscuro?… Y tengamos la seguridad de que al contestar su interrogante habremos hecho patria y sobre todo, señores, habremos sido fieles a la hora que nos han dado para vivir.
El escritor Ernesto Laclau en el Teatro Real de Rosario, noviembre de 1930 |
Fuente: Ernesto Laclau, La formación política de la sociedad argentina. Carta de don Enrique Larreta. Discurso de don Manuel Gálvez, Buenos Aires, Araujo, 1928. En Biblioteca del Pensamiento Argentino / IV Tulio Halperín Donghi Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930).
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