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lunes, 4 de julio de 2011

Honorio Pueyrredón. "En la tumba de Yrigoen II" (6 de Julio de 1933)

Señores:

Al terminar la vida del hombre, comienza hoy la existencia del símbolo. Cada épo­ca en la historia de un Pueblo halla tu expresión en una personalidad que él la encarna. Hi­pólito Yrigoyen juega ese rol supremo en la vida argentina. La organización constitucional esta ha escrita; sin embargo el país vivía fuera de la verdad y la conciencia colectiva se debatía frente a dos regimenes ilegítima que no representaban la ex­presión de la soberanía. En cada nuevo periodo de gobierno, los hombres se renovaban pero se perpetuaban los sistemas. En esa situación el patriota que hoy entra en la Inmortalidad  fue el intérprete de una ambición supe­rior colectiva y el guía seguro que había de conducirlo. Es así como el gobierno de 1916 consti­tuye ante todo la consagración cíe una obra de liberación demo­crática que había de traducirse en aspectos nueves para la Republica Argentina y que solo a  grandes rasgos pueden encabezarse en este instante doloroso.

Fui actor a su lado, en absoluta solidaridad espiritual en uno de lo más difíciles períodos de gobierno que ha tenido la República y en el que Yrigoyen revelo las verdaderas condiciones del Jefe de Estado: visión de los verdaderos problemas a distancia y penetración al fondo de las necesidades de los pueblos.


La lucha fue cruenta, había que iniciar una obra nueva partiendo de los sistemas preexisten­tes. Modificar arraigados esta­dos de conciencia: cambiar el rumbo de la vida colectiva, dar la libertad donde por medio si­glo predominara la opresión; acordar si derecho contra quién rezaba con la fuerza; elevar en su dignidad al humilde sin menoscabar en lo que tuviere de legitima la posición de los fuertes. La vida de la Nación se de batía entre el capital que oprime y el brazo que languidece, por que donde subsiste la esclavitud económica es una ficción la li­bertad del hombre. Era necesario abrir tas válvulas para que no estallara la contención da la larga angustia de un pueblo que en el seno de un país rico, vivía en la miseria; reducir fatigas y elevar salarios; respaldar al obrero para que dejara de ser  mercadería cotizada al mejor postor o repudiada como innecesaria y proteger la fuerza legitima de los fuerte y amparar a la vez la que radicaba en la suma de las debilidades de los débiles.


Sobre este cuadro interno se proyectaban al mismo tiempo las sombras de la tragedia que envolvía al mundo; era preciso afrontarla salvando el interés sin menoscabo de la dignidad; hacer respetar para la Argenti­na el derecho que habla sido citado para otros pueblos; obtener que el pabellón de la patria surcará con libertad los mares, mientras la beligerancia negaba ese derecho a otras naciones Mantener una digna neutralidad sin dejar  de cumplir los deberes impuestos a la República por el vínculo de amistad de legendarios. A las dificultades inherentes a esa grave situación, se unían los tropiezos dispuestos por las fuerzas reaccionarias que cometían el profundo error de hacer de los problemas exteriores de la Patria, bandera de las luchas internas de la política.


Y bien Yrigoyen cumplió esa obra; el pueblo, a su libertad política conquistada por el esfuerzo invencible de este hombre, recibió de él desde su acción de gobierno la prenda de su libertad económica; la servidumbre dejó de ser su estado social elevó el nivel de su espíritu al mejorar las vida de las clases obreras y arraigo en su conciencia la respetabilidad de su derecho. Las naciones se reunieron después para fijar los destinos de la humanidad ante las ruinas humeantes de la tragedia. La Argentina acudió a esta cita de paz ostentando la personalidad internacional que había adquirido. Tócale de nuevo levantarse allí por encima de intereses y prejuicios ancestrales y sustentar la tesis que habían de echar los cimientos de una civilización mejor. Si esas ideas de armonía universal preconizadas por Él hubieran sido practicadas, acaso el mundo no se debatiría entre el choque de hondos antagonismos, que no sabemos si de nuevo se verá ensombrecida la doctrina de el Salvador.

Señores: Nuestra Patria vive hoy horas inciertas que perfilan las recíprocas responsabilidades.


La Unión Cívica Radical, que grandiosa entidad ciudadana, inspirara y condujera este republico inmortal, tiene mareada su posición en los destinos de la Patria. La conciencia de las multitudes sabe su rumbo, sabe su deber, sabe su derecho. La función de los hombres que estamos a su frente, consiste en servirla con lealtad inquebrantable.


Hay horas en la vida de las naciones, en que los hombres debemos colocarnos por encima de nosotros mismos y comprender que servir con altruismo una causa grande, es agrandarla aún más que satisfaciendo ambiciones por legítimas que fueren. Ante esta tumba, afirmaremos nuestra unidad espiritual con quien fue el propulsor de la democracia argentina para defender así el bien del pueblo; la felicidad de este será nuestra glorificación y la manera de honrar esta memoria venerada.















Fuente: Discurso pronunciado por Honorio Pueyrredón el 6 de Julio de 1933 durante el entierro al correligionario Hipólito YrigoyenEL ORDEN, Jueves 6 de Julio de 1933 | SANTA FE, Viernes 7 de Julio de 1933

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