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domingo, 22 de mayo de 2011

Diego Luis Molinari : "George Canning y la doctrina Monroe" (21 de diciembre de 1937)

Esta conferencia está motivada por circunstancias que son del dominio público, relativas a la inauguración de la estatua de Jorge Canning en la ciudad de Buenos Aires y al pronunciamiento de tres discursos: uno del Intendente de la ciudad, Dr. De Vedia y Mitre, otro del Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Saavedra Lamas y el tercero del que fuera Embajador en Londres, Dr. José Evaristo Uriburu. Discursos en que cada uno de los oradores ha creído sintetizar en fórmulas simples y categóricas la influencia que Jorge Canning pudo tener en la historia del Continente americano o, mejor dicho, los motivos determinantes de una política internacional que el prohombre británico habría conducido, según los oradores mencionados, única y exclusivamente sobre la base de fines y propósitos, ideales firmes y propósitos que habrían determinado, como es natural, el agradecimiento de las generaciones posteriores, y legitimado la erección de una estatua como la que se ha descubierto hace pocos días en esta capital.

Desde luego yo no voy a entrar a considerar el aspecto último a que me he referido. Pero sí tengo necesariamente que entrar a dilucidar, desde un punto de vista completamente objetivo y científico, la verdad histórica que ha palidecido casi hasta desaparecer en los discursos que acabo de recordar.

Y me van a perdonar si hago unas referencias de orden personal. En los años 1911 y 12, era yo estudiante en Estados Unidos de América, y trabé relación con el profesor Robertson, británico de nacimiento, dedicado a la historia americana, autor de una conocida obra sobre la vida de Miranda y que en dicho instante se preocupaba especialmente por la Doctrina de Monroe y sus derivaciones y consecuencias en el Continente hispanoamericano. Llegado a Buenos Aires, en el año 1914, el que habla, respondiendo a una solicitación del profesor Robertson, averiguó en los archivos locales lo que sobre esta materia, hasta este momento poco estudiada, se podía hallar. En el año 1915 - vale decir que ya van para 22 - , publiqué en el N° 69 de la revista "Nosotros" de esta ciudad, un artículo sobre "El mito Canning y la Doctrina Monroe"; donde por primera vez ponía de relieve y esclarecía documentalmente algunos puntos relativos a esta cuestión. Y en los años posteriores, la propia naturaleza de las funciones que he tenido que desempeñar, me ha puesto en contacto con una masa documental que ha acrecido, por supuesto, a aquellos mis primeros conocimientos. Ya tuve oportunidad de explicar en algunos cursos de la Facultad de Filosofía y Letras lo que hoy, de un modo somero, me toca explicar aquí reafirmando otra vez ciertos elementos de juicio que, repito, desgraciadamente en estos discursos de tipo panegírico no se han tomado en cuenta, se han olvidado o, quizás por cortesía, se han querido disimular. Pero lo cierto es que, para nosotros, la historia argentina tiene un valor extraordinario desde el momento que, pequeña grande, tal como quiera juzgársela en su breve desarrollo es, en definitiva, la historia del país al que nosotros pertenecemos, constituye un acervo tradicional que no podemos abandonar y, en consecuencia, hemos de estar vigilantes para que no se introduzcan en la determinación de los procesos históricos que afectan a la formación de la conciencia de este pueblo y de esta nación, elementos extraños y perturbadores que desvíen la recta interpretación de los sucesos y le den a esta historia un contenido falso y equivocado.

Mis votos serían porque aquella estatua fuera la última de un personaje extranjero que se erija en el solar argentino. Porque si se quiere en realidad afianzar las bases nacionales en el sentido amplio y profundo que la palabra significa, no se ha de hacerlo seguramente con la recordación, merecida quizás en muchos otros casos, pero seguramente no por ésta que se le ha querido dar a Canning como el de patrocinador de la Independencia del Continente hispanoamericano o de la República Argentina. Y he de recordar que en 1816, en una carta conocida y famosa que San Martín escribió a Godoy Cruz ya dijo, refiriéndose no a un pueblo sino a unos políticos, que de la Inglaterra nada podíamos esperar. Y cuando dos años más tarde, en 1818, reunido el cónclave en Aix-la-Chapelle, Rivadavia, que procuraba de alguna manera influir en el cenáculo y en las resoluciones que afectarían tal vez la suerte de todo el Continente, hubo de afirmar, como repite más tarde en una nota de 1826, que la Independencia hispanoamericana se realizó sin ninguna clase de auxilio exterior. El reconocimiento de la independencia de los países hispanoamericanos no ha sido otra cosa que la consecuencia natural del esfuerzo heroico de las generaciones que luchan desde mayo de 1810 en adelante y que la afirman en los hechos antes que en el derecho de las Chancillerías. Y cuando Portugal primero, Estados Unidos de América más tarde, Inglaterra luego, y tantos países después reconocen la Independencia de éste y otros países hispanoamericanos, no hacen otra cosa que reconocer una situación de hecho que nadie ni nada había podido alterar desde 1816 en adelante. Situación de hecho que se había afianzado exclusivamente en los campos de batalla heroicos de esta guerra de la emancipación de todo el Continente.

Naturalmente que yo no puedo abundar en demostraciones documentales en una conferencia de la naturaleza de la que hoy pronuncio, pero sí puedo asegurar sin temor a equivocarme que cuando el problema del reconocimiento de la independencia de los países hispanoamericanos se planteó ante los poderosos de Europa, este reconocimiento constituía una de las causas más profundas, tal vez el problema más agudo, que las guerras de la Revolución de Francia habían abierto ante los estadistas del Viejo Mundo.

Y cuando Canning, Ministro de Relaciones Exteriores desde 1807 1809, dirige la política internacional británica, ya plantea en frases que no pueden dejar lugar a dudas de ninguna naturaleza, la directiva que seguirá más tarde.

Época que coincide para el Continente hispanoamericano, - y particularmente en la historia del Río de la Plata-

con aquel período angustioso de las invasiones británicas y de la tercera que preparaba y que debía ser conducida hasta estas playas por el que más tarde fuera vencedor de Napoleón y Duque de Wellington. Un hecho narrado con abundancia documental por el profesor Robertson en su Vida de Miranda, un hecho fortuito, inesperado, tuerce los destinos de esta tercera invasión. En el momento en que se disponían a embarcarse las tropas que bajo el comando de Wesllesley, más tarde Duque de Wellington, tenían que venir al Río de la Plata para aplastar definitivamente la resistencia a la primera y segunda invasiones, llegan los diputados asturianos a Londres, anuncian el levantamiento popular de toda una nación contra el invasor extranjero, y la mudanza teatral de la política hace que estas fuerzas, en lugar de dirigirse al Río de la Plata, pongan pie sobre la Península Ibérica e inicien la campaña que terminaría, como todos nosotros sabemos, en el año 1814, con la caída primera de Napoleón.

Pero si la suerte había cambiado el papel de las fuerzas y éstas, en lugar de lanzarse al ataque sobre el Río de la Plata se habían convertido en sostén de lo que se decía "causa del levantamiento general del pueblo español", no mudó en cambio la razón profunda de la política que el Gabinete británico habría de conducir de ese año en adelante con respecto a las colonias hispanoamericanas.

Antes de proseguir debo hacer una aclaración: cuando yo diga Inglaterra, por supuesto no puedo referirme a una país abstracto. Cuando diga Estados Unidos, lo mismo. Empleo este modo de construcción simplemente para abreviar explicaciones. Porque el problema que detrás de cada uno de estos nombres existe es idéntico en ésa y las demás épocas. Y séame permitido dar un vistazo acerca de lo que yo entiendo por Inglaterra en la época a que me estoy refiriendo para que comprendamos inmediatamente qué puntos de apoyo pudo tener una política desenvuelta, inteligente, tenaz y resueltamente a lo largo de todos estos años y que habría de concluir con el golpe maestro del reconocimiento de la independencia de los países hispanoamericanos.

Por lo pronto, la Inglaterra a que me refiero es la Inglaterra de los viejos "burgos podridos". Es la Inglaterra teatro del formidable proceso de transformación económica que desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, la habría de convertir en la nación más poderosa, económicamente considerada, del globo. Es la Inglaterra donde el pueblo británico vive aprisionado en las viejas categorías de una estructura política en que la palabra "democracia" no tiene valor ni sentido de ninguna naturaleza. Porque el parlamento se elige sobre la base de la representación de los "viejos burgos podridos", como dicen los propios autores británicos, es decir, donde le cuerpo que gobierna a la nación británica está compuesto única y exclusivamente por los individuos que emergen de un sistema electoral venal, corrompido y completamente alejado de las masas populares. Se puede decir que el pueblo no tiene voto. Solamente lo había de conquistar, comenzar a conquistarlo, en sentido amplio, con la conocida reforma de 1830-1831. Y los que gobiernan a la nación británica son los poderosos lores terratenientes que han empujado a las masas proletarias de los campos a las ciudades. Los que la gobiernan son los poderosos capitanes de las industrias y las empresas mercantiles contemporáneas que han llevado a estas masas proletarias a las ciudades y las han convertido en masas que no tiene nada de distinto, nada de diferente de la masa de los antiguos esclavos de otras épocas. Son pues, los que se dicen representantes de la opinión británica, nada más que retoños de una vieja oligarquía o brotes de una nueva oligarquía que nace sobre las fuerzas y el poder del oro, y que se alimenta exclusivamente con la sangre y el sudor de las masas trabajadoras británicas y de las que, días más, días menos, tendrán que incorporarse a este sistema económico a lo largo del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX.

Desde este punto de vista, la lucha de los partidos británicos se reduce a la lucha entre los grandes grupos históricos: los "torys" y los "whigs". Pero no se ha de creer que, en definitiva, haya mucha diferencia entre unos y otros. Son "torys" y "whigs" exactamente lo mismo. Pertenecen unos y otros a la categoría de los terratenientes o a la categoría de los capitanes de industrias y de empresas mercantiles. Y dentro de este sistema la prensa no existe; no existe como prensa libre de opinión. El Ministerio tiene control directo sobre esto órganos de publicidad . . y, en consecuencia, la voz de la Nación no tiene otra expresión a ratos que la sublevación en campos, en fábricas y en talleres de mujeres, de niños, de ancianos explotados económicamente hasta un grado, que hoy nadie puede formarse una idea de la tragedia que ello significaba e importaba. De tal manera que, al decir Inglaterra, mal puedo referirme al pueblo británico. Al decir Inglaterra me refiero en este caso al grupo de hombres que sin escrúpulos doctrinarios ni morales de ninguna naturaleza habrían de adquirir por el poder público - que significa tener en sus manos al parlamento y al gabinete - un control tal sobre los destinos del propio pueblo y de otros que van sometiendo, que llegado el momento, por razones inherentes a esta situación local y a esta exigencia fundamental de la historia británica, determinaría la línea de la política internacional de que Canning sería la expresión más tenaz.

Desde este punto de vista nosotros tenemos que explicarnos como el partido "tory" adquiere un nuevo poder con la sanción del primer presupuesto de Lord Liverpool, quien durante largos años, durante todo el proceso de las últimas campañas napoleónicas, la estructuración de Europa y del mundo a raíz del Tratado de Viena y la descomposición de las antiguas monarquías coloniales, sería el ejecutor, digamos así, de una política que sólo obedecía a los dictados profundos de los interese oligárquicos de las clases que acabo de mencionar.

En primer término, Lord Castleraegh que era Ministro de Relaciones Exteriores y que en 1822 puso fin a su vida con un suicidio, como todos sabemos, y que fue reemplazado por Canning, su viejo rival, con quien tuviera un duelo en 1809. Canning, que ahora entra al gabinete de Lord Liverpool, más tarde lo reemplazará como jefe de este gabinete, a la muerte de Lord Liverpool, pero que hereda, en definitiva, una política y una tradición de la que no se puede apartar. Modificará algunos postulados, orientará sus actitudes de manera diversa, dará en concreto, para ciertos casos particulares, soluciones distintas. Pero el cauce profundo de este Canning, orador extraordinario, hombre brillante, aventurero de la política - como le dicen sus propios contemporáneos -, que no tiene principios ni doctrina pero que sigue el curso de estos intereses, que son los del grupo a que él pertenece, confundidos con el nombre y los interese de la nación británica, como entonces se estila decir; de este Canning, en una palabra, que pondrá fin a toda una etapa de la Historia Moderna, y, en cierto modo, abrirá otra etapa que todavía no ha concluido en la historia de los pueblos contemporáneos.

Canning es "tory". No hay que olvidarlo. Y el propugnador del sistema liberal ultrafronteras británicas es quien, dentro de la frontera británica, siempre fue enemigo del liberalismo. No tiene principios. Poco le interesa que un país se organice como república o como monarquía, - lo dice en sus notas-, con tal que esté dentro del sistema de una política que responda a este dictado profundo de mantenerse en el poder de cualquier manera y por cualquier medio. Lo más singular es este contraste permanente de quien, siendo, como acabo de decir, "tory" y reaccionario dentro de la Gran Bretaña, habría de aparecer, - por una singular coincidencia de los tiempos y de la historia y de estos discursos de panegírico que se repiten a través de los años-, como un propugnador de los sistemas liberales del mundo.

Él, en este caso, reemplaza a Castlereagh y tiene, por supuesto, con respecto a éste una ventaja desde el punto de vista de la oligarquía británica a que pertenece. Porque Castlereagh, orgulloso, severo, reservado, hombre melancólico - terminó en el suicidio -, director de la política británica durante los años más difíciles, el hombre de la Alianza, tenía el prurito del señorío, y, gran Lord, ponía, a pesar de todo, en la balanza del crédito y de la acción, el abolengo de las viejas casas británicas antes que esos nuevos pares creados por el oro y que sobreabundan desde mediados del siglo XVIII en adelante.

La aristocracia terrera, de viejo cuño normando, ve desconfiada - y si no desconfiada, con cierta altura o quizás desprecio - a estos mercaderes que sin muy clara religión han ido enriqueciéndose durante los años extraordinarios de la revolución industrial, cuyas talegas de oro suman tantas lágrimas y tanta sangre de pueblos explotados, de obreros oprimidos, pero que en el curso de los honores alcanzan a incorporarse a es Cámara de los Lores que hoy ya no existe en la Corte británica actual.

Castlereagh, en consecuencia, ha conducido su política con un profundo desprecio por la multitud. El sistema constitucional aparente de la Gran Bretaña no sirve más que para las clases oligárquicas. Ya he dicho que no hay representantes populares en el Parlamento de la Gran Bretaña. Tardarán muchos años en llegar a él; pero, no obstante ello, Castlereagh, con esta apariencia de constitución y de libertad que sólo existe en el nombre, porque los tumultos han dado cuenta del derecho de reunión, del derecho de prensa, del derecho de petición, en esta hora difícil de la historia británica, Castlereagh, repito, con el más profundo desprecio por las multitudes de su propia nación, no podía ver con ojos simpáticos los movimientos desordenados del Continente hispanoamericano levantado contra su Monarca. En el fondo, era un legitimista. Y cuando en aquella conocida entrevista donde se jugaron los destinos del Continente hispanoamericano, tenida con el Zar de Rusa en Aix-la-Chapelle, quería imponer al Zar de Rusia la directiva británica desde el punto de vista de los intereses de la Alianza con respecto a la Revolución hispanoamericana, tuvo que comprometerse en un acuerdo de caballeros, de estos que no se firman, de estos que no aparecen en los documentos, pero que existen en el compromiso de hombres que se creen ligados por la misma identidad en los intereses comunes, en la clase idéntica a que pertenecen. Por este acuerdo de caballeros, que muchas veces vale más que un tratado, Castlereagh se comprometió a no reconocer la independencia de ningún país hispanoamericano, si estos países se daban la forma republicana de gobierno.

Hacía poco tiempo que acababa de recibir una carta de San martín donde, después de Maipú, propugnaba la organización de los países americanos sobre la base de una monarquía constitucional. Este general no ama las repúblicas, dice Castlereagh. Y, sobre esta base, y esta seguridad de que había la posibilidad de organizar como monarquías a los países hispanoamericanos, el Zar Alejandro se compromete en 1818 a no poner la fuerza del Imperio ruso al servicio de España para que recupere sus colonias sublevadas.

En realidad, lo que ocurría era lo siguiente: en este año de 1818 se plantea en verdad el reparto colonial. Los vencedores de Napoleón tiene frente a sí ahora el universo entero. Comienza una política con sentido universal. Y Rusia pone sus ojos más allá de la tierra europea y aún asiática: y ya las primeras avanzadas del Imperio han puesto sus plantas en la tierra americana de Alaska. Se han corrido por costas del Pacífico, llegan hasta el Paralelo 55, y aún al 51, y a tanto se atreverá el Zar poco más tarde que lanzará un "úkase", decretando mar cerrado todas las aguas que bañen esta parte del Continente hispanoamericano, o América hispanoamericana, tenemos que decir, porque hasta ahí llegaba también el poderío de España.

Por otra parte, la oligarquía terrera dominante en Gran Bretaña, conducida ahora - como digo - por Castlereagh, representada auténticamente por él, también ponía sus ojos en este Continente hispanoamericano. Las tentativas de conquista habían fracasado de una manera rotunda y se había comenzado entonces aquella otra política de obtener por medios indirectos lo que no se había podido conseguir por medios directos. Algunos legajos del Archivo General de la Nación, de copias de documentos realizadas en Inglaterra, arrojan ahora plena luz sobre este punto que alguno pudo creer alguna vez que no estaba completamente dilucidado. El hecho es, pues, que la gran empresa es el reparto de estas colonias hispanoamericanas. Pero ¿cómo se hará?

Difícil es para los que sostienen la legitimidad en Europa atropellar contra los dominios de un Monarca en otro Continente. Mas, no en vano se ha operado en la Gran bretaña esta gran reforma y transformación a que antes he hecho mención: la revolución industrial que le ha dado el control de la economía del mundo desde entonces hasta este momento. Y, desde este punto de vista, en los años posteriores pululan en estas tierras americanas los mercaderes y los comerciantes. Son, por lo general, mercaderes de armas. Cuando no hay conflictos, los suscitan. Ponen el fusil en manos de unos y de otros.

También es abundante la documentación local sobre esta materia. Lo cierto es que la penetración económica ha crecido hasta tal punto que Castlereagh no puede desconocer este hecho. Y los intereses que en la Cámara de los Lores y en la Cámara de los Comunes tienen los portavoces de estas clases dominantes, de estos mercaderes poderosos, hacen pensar en la Gran Bretaña la necesidad de que se adopte de alguna manera un sentido de política que ponga fin al estado de guerra existente entre la Metrópoli y la Colonia, y que ponga fin a este estado de guerra sobre la base de una mediación. Inglaterra intervendrá siempre imponiendo como condición previa la puerta abierta al comercio del universo y del mundo. Ya se sabe lo que significa "libertad de comercio" cuando no es más que uno solo el que puede comerciar. Y, mientras se va trabajando en el seno de las Chancillerías activisimamente en este juego diplomático para saber quién es el que pondrá pie firme sobre esta ocupación y dominio económico del Continente hispanoamericano, ha estallado una guerra y ha tenido fin también entre Estados Unidos de América e Inglaterra. Y esta guerra no tiene otro sentido, una vez analizados los documentos del caso, que el siguiente: la necesidad absoluta que tienen las colonias inglesas de la América del Norte, que han operado una revolución de independencia, de poder ultrapasar aquellas proclamaciones de 1783 que le han dado el acceso de la tierra, más allá, hasta el Mississipi, y continuar con ese empuje avasallador de un grupo humano que, no contento con ultrapasar la línea de 1783 y llegar hasta el Mississipi, quiere avanzar aún más y llegar hasta el Océano Pacífico. La guerra de 1812 al 15 no tiene otro sentido que el acceso al Pacífico del grupo que ya tenía sentados sus reales en la perla del Atlántico. Desde este punto de vista es el documento más categóricamente demostrativo de lo que acabo de afirmar, si no bastaran todas las negociaciones que se realizan con motivo de esta paz. Lo cierto es pues que, en realidad, lo que está anhelando Inglaterra, como los Estados Unidos desde 1818 en adelante, es este acceso a las tierras del Continente, que podemos denominar sin temor a equivocarnos, hispanoamericano. Inglaterra no podrá conquistar la colonia hispanoamericana; Estados Unidos tampoco. Estados Unidos tiene en ese momento un proceso político sumamente curioso. Está en la era del "good feeling". Es una palabra usada para expresar un modo que quizás aclare mejor este pensamiento: está bajo el dominio de un movimiento que se perfila, se acentúa, se afirma, de una política nacional de conciliación.

Nosotros nos damos cuenta exactamente lo que quiere decir una palabra semejante. El partido federal es el primero que ha encontrado una resistencia en el partido democrático-republicano, que acentúa el carácter democrático-republicano de la Constitución de 1787.

Es la era en que el viejo partido federal va desapareciendo ante el partido democrático republicano, ideológicamente definido con estas dos palabras cabales. Ha llevado a Monroe por segunda vez a la presidencia. Pero no hay que creer que las palabras "democrático" y "republicano" sean "democracia" y "república".

Estados Unidos es, en este momento, el país donde se lucha por establecer fundamentalmente la naturaleza del poder público federal que tiene que ceñirse a las facultades enumeradas por los cuerpos constituyentes. Concebido de tal manera y con tal naturaleza que solamente ha de ser limitado en el ejercicio de las facultades que sin división quiera atribuírsele.

Ya sabemos cuál es la historia americana. Al final triunfará esta segunda tesis y no la primera. Pero lo más grave es que los Estados Unidos es el país de la esclavitud. Ahí no hay democracia ni hay república. Ahí votan los blancos. Y nada más. Y votan por los blancos. Y nada más. Y el negro y el indio son todavía en este momento, dentro, dentro de los límites de esta república de los Estados Unidos de América, una masa oprimida o exterminada; la aborigen perseguida, y esclavizada la africana. De tal manera que, como república y como democracia en el sentido doctrinario ideológico, no hay más que la simple enumeración de la etiqueta, pero como contenido efectivo en la política local, tal cosa no existe.

Por otra parte, los Estados unidos están trabados, en ese momento, en una discusión acerca de la posesión definitiva de la Florida y han puesto sus ojos en Cuba, como los ha puesto Canning. Es la guerra del Caribe, es la diplomacia que tenderá a poner pie firme en el conjunto de las islas del Mar antillano, porque ya los ojos del tiempo pueden abrirse, y se ha previsto por supuesto esta facilidad de ruta que existe a lo largo del Canal que hoy atraviesa el Istmo de Panamá. De tal manera, que los resortes efectivos y las materias de discusión real de las chancillerías - no las de los discursos que se publican en los diarios de prensa ministerial venal y totalmente corrompida, sino en las notas secretas y confidenciales de las chancillerías que ahora sí podemos consultar -, no es nada que tenga que ver ni con democracia, ni con república, ni con independencia; sino es, por lo contrario, política que se entrechoca única y exclusivamente para sentar el poderío material sobre una masa humana explotada y oprimida. Esta es la rigurosa verdad histórica.

Canning asciende al Ministerio de Relaciones Exteriores, y como hombre que no tiene escrúpulos ni doctrina, pero sí talento indiscutible, agallas y resolución, contempla, por supuesto, con mirada vasta el universo entero.

Yo voy ahora a entrar a explicaciones de detalles de algunos puntos que he dado en el curso de la Facultad, para demostrar cómo en definitiva, la trama y urdimbre de este Imperio británico que existió hasta ayer no es otra cosa que la realización continuada de una política que tiene sus fundamentos en las líneas directivas de este gran hombre inglés. El representa, al revés de Castlereagh, los intereses mercantiles. El es elegido por distritos mercantiles. Para ser entonces miembro de los Comunes se necesitaba ser apadrinado por algún poderoso.

Pueblos hay donde apenas queda un resto de lo que fuera la antigua ciudad. Y pocos controlan los cuerpos representativos, como acabo de decir hace un momento. Canning, en este caso, buscará siempre el apoyo de la clase que tiene oro. El sirve a los mercaderes. El comprende inmediatamente que para entrar al parlamento tiene que entrar por vía venal. Los votos se compran. No todo el mundo vota. Son pocos a veces, muchos otras. No interesa. Pero siempre la vía del ascenso por política, que es la vía de la corrupción y de la avería. Esto no hay que olvidarlo. De tal manera que los escrúpulos del político son, como tales, escrúpulos muy a flor de piel. Conserva las formas. Nada más.

Y todavía tenemos papeles acá, en el Archivo nuestro, que nos demuestran cómo se pagaba con el oro de este pobre pueblo a algún periodista que cada vez exigía más para hacer el elogio de las Repúblicas hispanoamericanas.

El oro controla todo. Canning es Ministro de Relaciones Exteriores y no ha tenido muy buena amistad con el Rey. Y no ha tenido muy buena amistad por circunstancias que no voy a entrar a detallar en este momento. Pero no vacilará en servir a las más bajas pasiones del Monarca con tal de mantenerse en su puesto. El caso de la designación de Lord Ponsonby es el caso quizás más típico y concreto que puedo citar. Y Lord Ponsonby llega al Río de la Plata como un rey desalojado del juego de corazones en que estaba empeñado su Monarca. Y Canning se presta a ello. Canning quiere el poder y no lo obtendrá hasta la muerte de Lord Liverpool. Y algún historiador británico precisamente describe a Canning casi con estos términos, sino todavía más amargos que lo que puedo decir yo, porque yo no tengo amargura, por lo menos sostiene que no se pudo nunca adivinar qué fue lo que pudo dar Canning. Porque cuando llegó a tener poder como primer Ministro a los pocos meses murió. Pero como Ministro de Relaciones Exteriores ambiciona ser primer Ministro. Lord Liverpool lleva ya muchos años. Se nota, se sabe que no puede durar mucho. Una enfermedad que, preanunciada, finalmente lo ha de tumbar. Y Canniong aspira a llegar a la cúspide de lo que significa el poder de la Gran Bretaña: Primer Ministro del Gabinete. Sirve a los intereses mercantiles sin ninguna clase de embozo. Y desde este punto de vista, antes que nada asegura a través del mundo las rutas imperiales. Y con tan clara visión lo hizo, con tanta inteligencia, con tanta firmeza, que como dije antes, la trama y urdimbre del Imperio hasta hoy sigue siendo, en definitiva, lo que Canning trazó.

Desde este punto de vista, los países hispanoamericanos no somos más, como suele decir, que simples peones en el juego del gran estadista. El Río de la plata no es otra cosa que un punto estratégico en los caminos del mundo. El gran estuario de estas corrientes extraordinarias del Paraná y del Uruguay servirán para que, cruzadas por los navíos británicos, se llegue hasta el corazón del Continente.

No le interesa que sea república o monarquía. Eso sí, le interesa que sea independiente. Independiente de la metrópoli y de cualquier otro país. Porque países independientes, - esto es, los países hispanoamericanos -, tendrán fatalmente que vivir económicamente sometidos a la férula de la organización económica que se ha establecido en la Gran Bretaña desde 1770 en adelante. Desde este punto de vista no hay ninguna clase de discusión.

Los documentos que existen respecto de las alternativas de esta política desde 1809 en adelante, acá en el Río de la Plata, son categóricos. No hay ninguna clase de duda. Como dije antes, acrece la fuerza mercantil sobre todo en el Río de la Plata. Esta es una comarca extraordinaria. La sangre hirviente de los hombres que pueblan el territorio rioplatense, los ha dividido en dos bandos irreconciliables.

Y mis estimados alumnos que hayan tenido la oportunidad de revisar los legajos del Archivo en un caso de investigación de Seminario, habrán podido darse cuenta de la honda tragedia que vivió esta comarca desde 1810 hasta 1825.

El cuero y el sebo pagan el arma y la pólvora. Y el comerciante británico acudirá a la campaña diciendo que ya están por llegar las fuerzas del Rey Fernando que reconquisten a esta comarca, para que el paisano asustado le venda el cuero a medio real. Y crece de tal manera el interés, como podía abundar en citas que no son del caso, que, cuando en un momento determinado Castlereagh ha querido poner cortapisa a este auxilio de armas que se lleva a América, el grito de los mercaderes, ha podido más que él y el Ministro de Relaciones Exteriores, y el primer Ministro, Lord Liverpool, han dejado que los mercaderes británicos siguieran ese tráfico con el Continente.

Canning recoge esta herencia y representa este interés, hará valer en tierra británica, frente a su Rey, que vacila, - que es profundamente reaccionario y conservador, y que desprecia a las multitudes como todo monarca, por otra parte, sea o no sea constitucional - hará valer el grito de este gremio y todas las ciudades mercantiles de Inglaterra con cientos y miles de firmas se presentarán ante el Gabinete para pedir que reconozca la independencia de estos países americanos. Porque siendo independientes, países débiles, tienen que depender fatalmente del país rico y poderoso. No hay que equivocarse. Detrás de las palabras con sentido literario y doctrinario, hay muchas veces una triste realidad.

Y la independencia reconocida de esta manera, no era otra cosa que el anticipo de otra clase de esclavitud. Habíamos roto las cadenas de la vieja Metrópoli, - fiera, tal vez sanguinaria como era España - pero cobrábamos esta otra cadena, que no por ser de oro deja de ser menos sanguinaria ni menos fiera. La petición de los hacendados de Buenos Aires es uno de los argumentos capitales que Canning hará valer cerca de su monarca para que se reconozca la independencia de los países hispanoamericanos. Y lo acompañará en este sentido, el Ministro de Comercio Huskisson que ha dictado las bases de los tratados que ahora se firman. El que tenemos nosotros de 1825 es del tipo Huskisson. Donde todo es libertad. Hasta los ríos son libres. Todo es libre, por supuesto desde su punto de vista. Comprenderemos inmediatamente que puesto frente a frente un país poderoso económicamente con estos que eran esbozos de países, que todavía vivían en la colonia, fatal y necesariamente la dominación económica había de reemplazar a la dominación política. Es decir, la dominación económica directa vendría a ser el instrumento indirecto de la dominación política. Y el tratado firmado en 1825 dura hasta hoy. No ha sido modificado. Y sus cláusulas siempre han ligado a la República, y puedo afirmar sobre la base de los documentos del Ministerio que no siempre han ligado a la Gran Bretaña. El hecho es que, en representación de estos intereses, Canning ve, como digo, en el Río de la Plata una comarca donde poco le da que haya dos o tres o cuatro países. Todo lo contrario. Yo he encontrado en el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre las viejas notas del Archivo de la Legación Argentina en la Gran Bretaña, la primera nota, contestada por Canning con lápiz, donde se le plantea el problema de honor nacional que era la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses, - los brasileros más tarde -, y con una letra firma, asentada, como era la de Canning, con breves palabras, tres o cuatro, postergaba la solución del honor nacional para estos; porque lo que le interesaba desde ese momento en adelante era constituir sobre una de las márgenes del estuario rioplatense, un "estado tapón" para que de esta manera, en ningún momento, en las alternativas futura a que pudiera verse arrastrado este Continente, quedase el control del Río de la Plata en manos de un solo país.

Y la triste historia de esta República, desde 1825 hasta 1852, demuestra hasta qué punto en algún momento los cañones apuntaron sobre estas playas que acababan de ser reconocidas independientes y que quizás, de no haber mediado una enérgica reacción en todo el país, habrían concluido por ser otra clase de colonia, otra dependencia, quizás una simple posesión de un poderosos Imperio. Están los documentos.

El hecho es pues, que cuando Canning se ve frente al problema del reconocimiento de los países hispanoamericanos, no lo hace, de ninguna manera, por razones de doctrina o de principio. Lo hace por razones de interese. Y británicos, exclusivamente británicos. Nada más.

Da la coincidencia de que en 1852 Portugal está agitado. El problema portugués-brasilero se complica con el problema brasilero-argentino. Y como el punto de mira que tiene Canning es un punto de mira universal y no local, ha de reducir toda su política a plantear la cuestión de tal manera, tan simplemente dicha, como para que no quede lugar a discusión ninguna sobre esta materia.

¿Qué le podría importar de los argentinos, si cuando Rivadavia llegó a Londres casi no lo quiso recibir? Y Rivadavia volvió hecho un anglófobo como consecuencia del trato que recibiera en su famosa misión de 1825.

¿Qué le podía importar, por otra parte, cuando acababa de recibir la visita, un año antes, de Alvear que estaba de paso hacia los Estados Unidos de América, y cuando acá, el Cónsul británico, Encargado de Negocios en ese momento, tiene la primera diligencia de respeto que se puede tener por un país libre, por un país que se reconoce como independiente, pro un país que inicia sus pasos en la vida diplomática, teniendo a un espía pago que saca todos los documentos del Ministerio, - como acá están las notas que lo atestiguan - de tal manera que Mister Canning en Londres, sabía lo que Alvear le escribía a su Gobierno respecto a la entrevista que acababa de tener con él en la Gran Bretaña?

Todo era cuestión de oro. Las compañías que se organizaban para explotar las minas del Continente hispanoamericano, saben perfectamente bien hasta qué punto llega la venalidad de los políticos hispanoamericanos, que ya inician un capítulo trágico para la historia de este Continente. Porque los más prominentes, sin excepción de Rivadavia, aceptan ser presidentes de los directorios locales de las compañías que residen con sus matrices en Londres. Es decir, que el oro todo lo puede. Y para esta aristocracia, esta oligarquía terrera y mercantil, que es tal Inglaterra, lo que interesa antes que nada es mantener el equilibrio creado desde 1815. de tal manera que no haya confusión de ninguna naturaleza respecto a esta materia. La verdad saldría de boca del mismo Canning en 1822, cuando la Alianza resolvió en el Congreso de Verona aplastar la Revolución liberal de España y se opuso Inglaterra, mas no llegó al extremo. Y la España liberal fue aplastado por esta invasión. Mas, como la Revolución liberal de Portugal había creado un problema de política oceánica, con respecto de la Europa, Canning, Ministro de Relaciones Exteriores en ese momento, aparece categóricamente para impedir que se produzca una intervención en Portugal, como se había producido una intervención en España. Se produce el gran debate en la Cámara de los Comunes. Es el famoso discurso de Canning de diciembre de 1826. Lawrence, el famoso pintor, nos da en el conocido retrato de Canning, una obra maestra que no es otra cosa, si bien se mira, que el inspirador directo del monumento que se ha inaugurado hace poco en nuestra ciudad.

Llega Canning en ese momento a lo más álgido de su elocuencia parlamentaria. Era un hombre extraordinariamente elocuente. Y cuando tiene que declarar frente a la oposición cuáles son los motivos que le han determinado a reconocer la independencia de los países hispanoamericanos, dice en este discurso, de un modo categórico, una verdad que nadie puede borrar, y que es una lástima, verdaderamente sensible, que los oradores del día de la inauguración del monumento la hayan dejado de lado.

El diario "Star" de Londres, que respondía a Canning, trascribe el discurso. Luego como es costumbre, el discurso que aparece en los periódicos es un poco diferente porque lo ha corregido. Costumbre de Canning y de casi todos los oradores, por otra parte. Un autor, Temperley, se ha tomado el trabajo de cotejar los dos textos, y en resumidas cuentas, es lo mismo. No voy a leer el texto que es un poco largo; pero se traduce en este argumento fundamental, que la política inglesa ha consistido en mantener el equilibrio. El equilibrio es la ley de los territorios y no la ley de los pueblos. No puede ser un equilibrio permanente , porque los hechos históricos consumados hacen que unos países desaparezcan y que otros aparezcan. Rusia no contaba, cuando se firma la paz de 1713. Ahora sí. En consecuencia, estamos dispuestos por razones de equilibrio, a no permitir que ningún país controle la monarquía hispanoamericana. Inglaterra ha hecho las guerras de 1700 y 1715 nada más que para impedir que los Borbones tomasen a Francia y a toda la monarquía. España con sus Indias les lo que nos interesa. España con sus Indias. Y ya estaba absolutamente resuelto a que cualquier país que se apoderase de España, no se apoderase de las Indias.

Ya dije que en 1809 al sistema del Mediterráneo había que sustituirlo con el sistema del Atlántico. De manera que si la Alianza que ha entrado a España y ha dominado la Revolución cree que puede penetrar en Portugal, está profundamente equivocada. Por lo pronto, desde el momento que hemos visto que la Revolución ha sido planteada en España, los interese británicos obligan a que separemos la suerte de las colonias de la metrópoli. No porque le interese la independencia de estas colonias. ¿Quieren ser república? En buena hora. ¿Quieren se monarquía? Mejor, tal vez. Pero, de cualquier manera, monarquías o repúblicas, sea un área en el Congo, sea un lugar en tierra caliente de América, sea una posesión en la lejana Asia, sea la Isla Mauricio, sea la punta de Gibraltar, sean las Islas Malvinas, más tarde. Todo da lo mismo. La compensación del equilibrio reclama para Gran Bretaña la absoluta regla que no puede romperse, de que las colonias se separen de la Metrópoli.

La Santa Alianza tendrá a España y someterá a la Metrópoli. Pero la Inglaterra reconocerá la independencia de las colonias hispanoamericanas.

"Yo miré a las Indias y llamé a un Nuevo Mundo para enderezar la balanza del Viejo". Grandes aplausos en la Cámara. Eran todos los mercaderes que aplaudían.

Desde este punto de vista, el discurso de diciembre de 1826 con motivo de la cuestión portuguesa no tiene desperdicio.

En consecuencia, desde el punto de vista del reconocimiento de la independencia, la verdad expresada en este mismo discurso es que los motivos determinantes de este reconocimiento nada tienen que hacer con un motivo ideal o doctrinario. Nada tienen que hacer con la libertad, con la independencia, con la democracia, con la constitución o con la república. El reconocimiento de la Independencia era necesario, porque bien se dijo acá hace ya unos cuantos años, desde 1810, que en le territorio de Buenos Aires no hay ni sombra del poderío español, ni tan siquiera partido español, y que desde ese momento, las batallas todas han sido favorables a los insurgentes o independientes.

En una palabra, como decía San Martín: "Nada podemos esperar". O, como decía Rivadavia: "La independencia la hemos conquistado sin ninguna clase de auxilio exterior".

Y si la independencia es reconocida, es porque era materialmente imposible someter otra vez este país al dominio de cualquier nación, pero quedaba abierto el gran capítulo de la dominación económica, que no entro, por cierto, ahora a analizarlo.

Resuelta la cuestión de la Florida para los americanos, el asunto de las colonias hispanoamericanas comenzó a tener otro cariz. Dije ya que los rusos avanzaban por la costa del Pacífico y llegan hasta el Paralelo 55, más: hasta el 51. Y la gran cuestión del acceso al país se abre para los americanos. Justamente, Monroe había intervenido en la compra de la Luisiana y en la adquisición de la Florida. No hay que olvidar este hecho. Y una vez que resolvieron sus pleitos por la Florida, se reconoce la independencia de los países hispanoamericanos. Como consecuencia de esto, se enviará algún emisario que llegue a dar las gracias por este reconocimiento. Vendrá un ministro americano al Río de la Plata. Pero la cuestión seguía siendo grave para los Estados Unidos porque, aparte del principio doctrinario que podía estar involucrado en la organización de la Santa Alianza, este hecho capital, el del establecimiento de los rusos en la costa pacífica que, probablemente cerraba para siempre el acceso al Pacífico del pueblo americano, constituía una verdadera preocupación.

Los autores americanos han hecho historia completa y acabada de este asunto. Cuando Canning se acerca a Rush o Rush a Canning - no vamos a entrar en esta materia ahora -, para plantearle una acción conjunta con respecto a las colonias americanas y la Alianza, Rush le dice que tiene, antes que nada, que reconocer la independencia. En ese momento, el Rey no quería hablar nada de la independencia de las colonias hispanoamericanas ni de que la reconocían, y menos aún por Inglaterra. El Rey no quiso recibir a los ministros hasta mucho más tarde. No se resignaba a tener frente a sí a un representante de un país republicano.

Sin entrar ahora a averiguar la discusión de quien es el padre de esta teoría, lo cierto es que Adams y Monroe contemplan la situación que se les plantea frente a la política de Europa ya definida en la famosa base de Canning. Y Polignac, el Príncipe de Polignac, francés, había tenido una entrevista y se había llegado en octubre de 1823 a la conclusión de que no se podía aplicar la fuerza para aplastar a las colonias hispanoamericanas.

Entre paréntesis, los emisarios americanos, hispanoamericanos, en Londres, se veían con Polignac. Las notas llegaban a Buenos Aires. Y, como de costumbre, la "Inteligencia" británica obtenía estas notas y pasaban a la mano de Canning. Acá están. Una cosa es la historia heroica y otra cosa es la historia verdadera. De modo que la diplomacia se juega en este control recíproco de gestiones y diligencias. Y lo que le preocupa ahora es cuba. Lo cierto es que, en este momento Monroe resuelve, ya reconocida la independencia de los países americanos dar un toque de alarma en el famoso mensaje de diciembre de 1823 y establecer claramente los puntos cardinales de la política americana. Acabo de decir que era la era del "good feeling". ¿Qué es el "good feeling"? La época de la conciliación. En realidad, había habido una curiosa transfusión de partidos en Estados Unidos de América. Lo propio en Inglaterra. Canning, por momentos, era más "whig" que "tory". Más amigo de los "whigs" que de los "tories". En realidad, como no hay principio, como no hay doctrina, no hay escrúpulo. Todo consiste en lanzarse a la conquista del poder o al mantenimiento del dominio; y los partidos sirven solamente como máscara . Son etiquetas transitorias sobre la realidad, la del interés fundamental de los grupos dominantes, oligarquía terrera y mercantil. Y allá, poderosos amos de plantaciones de esclavos. Monroe era de Virginia. No hay que olvidarlo. Va a dar pues, la directiva fundamental con respecto a la política del mundo. Y en este momento da, pronuncia o se lee el famoso mensaje. El mensaje tiene tres capítulos fundamentales. Tres aspectos capitales. El Dr. Saavedra Lamas no ha anotado más que uno. Es Ministro de Relaciones Exteriores. Pero yo soy historiador. De modo que voy a decir lo que él ha olvidado.

En primer término: el mensaje tiene por objeto poner los ojos, abrir la cuestión, advertir, señalar que el Continente Americano es un territorio que ya no se presta a ser colonizado por nadie. ¡Admirable principio! Más desprendimiento no se puede pedir. Más generosidad no existe. Claro que, detrás de esto, está Rusia que está ocupando el Pacífico. Rusia, que está a punto de cerrar el acceso al otro mar de los Estados Unidos de América. ¿Y las colonias que existen? Porque aún no ha terminado la emancipación americana. La generosidad del principio, la amplitud de la doctrina tendría que ser para todo el país, aun para aquellos que ya tienen, que siguen teniendo colonias en este territorio americano. Aún están las Guayanas. Todavía está todo el Mar Caribe sometido a España, Cuba, Puerto Rico. Bolívar está germinando el proyecto de atacar el último baluarte en las Antillas, y no podrá. Quienes se le oponen son, precisamente, Inglaterra y Estado Unidos que no tienen interés en que se independice esta parte del Continente hispanoamericano. Ahí está toda la documentación. Colonias no puede ya haber sobre este territorio americano. Es cierto. Pero las colonias que existen, siguen siéndolo. Desde luego que el asunto iba directamente dirigido contra los rusos. Y ya sabemos cómo termina este proceso con respecto al Océano Pacífico: se comprarán las posesiones rusas en territorio americano. Y ya sabemos cómo terminan estas cuestiones con respecto del Caribe: se conquistará después de la guerra de 1898 a Puerto Rico y a las otras partes que pertenecían a España.

Es cierto que no puede haber más colonias en territorio americano de ningún país, excepción, por supuesto, de otros países americanos. Se planteará el problema de las Malvinas. En 1831 lo planteará precisamente una fragata americana. Terminarán los ingleses por tomar las Malvinas . Pero la doctrina yace muerta, y el autor americano dice con toda franqueza, que la doctrina de Monroe ha tenido por momentos su valor, y por momentos no lo ha tenido. Que es una doctrina elástica. Que esto es lo admirable que tiene: que es elástica.

El segundo punto es el que se refiere a la cuestión hispanoamericana. La cuestión hispanoamericana parece ser que dio motivo a una gran discusión entre Adams y Monroe. Finalmente imperó Monroe y concluyó por aceptarse y decirse que reconocida la independencia de los países hispanoamericanos, cualquier ataque contra cualquiera de ellos, significaría un acto de poca amistad con respecto a los Estados Unidos de América. Claro que no costaba mucho decir esto en diciembre de 1823. En la famosa conferencia de Polignac y en la de Canning ya se había establecido que la fuerza no sería, en ningún momento aplicada a América, e Inglaterra estaba presente ahí con su escuadra para impedir cualquier presencia de la fuerza en este Continente, cuya independencia acababa de reconocer o estaba a punto de reconocer.

El aspecto hispanoamericano, por supuesto, no tenía otro objeto que colocarse en la lucha de los intereses mercantiles frente a frente de la Gran Bretaña.

El Dr. Saavedra Lamas no insiste sobre este aspecto ni lo recuerda. Insiste más bien en el otro tercer aspecto. Pero yo tengo una pequeña nota de Woodbine Parish, muy breve, que escribe al Subsecretario de Relaciones Exteriores británico. La nota está en inglés. Me van a perdonar si traduzco muy mal, pero voy a tratar de traducir literalmente: "Ha habido mucha intriga contra nuestro Tratado". - Aquí se refiere al tratado de 1825r. Es Woodbine Parish que lo ha tramitado, e lqeu escribe al Subsecretario de Relaciones Exteriores. - "Ha habido mucha intriga ac, con respecto a nuestro Tratado entre los extranjeros; pero principalmente, entre los yanquis", - hay que darse cuenta de que la palabra "yanqui" suena, en este momento, en boca de un británico, - "los que han trabajado de todas maneras aprovechando de la ignorancia de este país".

Yo no sé quién se habría aprovechado de la ignorancia. Tengo que referir este hecho curioso: cuando se firmaba un tratado de esta especie, había la costumbre en Inglaterra, de recompensar al firmante con mil libras. El Ministro García que firmó el Tratado cobró como dos mil libras. Me parece que no se dan mil libras porque sí. La ignorancia de este pueblo en tal materia, y su credulidad, su buena fe; en una palabra: su zoncera, porque en la forma que está dicho acá quiere decir "zoncera".

El Encargado de Negocios americano que está acá, Sr. Forbes no se ha limitado tan sólo a hacer insinuaciones privadas: pero ha dirigido una nota a este gobierno sobre esta materia, de la cual yo, privadamente, he conseguido una copia y estoy capacitado para mandarla, para que tengan allí completa información. Su gran propósito ha sido echar a perder la negociación, persuadiendo a los nativos, haciéndoles creer que Inglaterra lo único que está haciendo es trabajar por su propio provecho. Y, probablemente, concluirá tal vez por imbuirles que un tratado no es un reconocimiento de independencia ..."

Efectivamente, así era. Canning sostenía que un tratado no era un reconocimiento de independencia. Cuando Rivadavia llegó a Londres, creyendo que ya estaba reconocida nuestra independencia, quiso saludar al Monarca, pero Canning le dijo que no lo recibiría, que su credencial no valía, que el Rey estaba enojado, que no quería recibir a ningún Ministro de repúblicaq. Y Canning se preocupaba más de las andanzas del Monarca con Lady Cunningham evidentemente, que si un tratado estuviera firmado y ratificado por un país americano ..." y que los únicos censores de este país son los Estados Unidos de América, y que es el país que debe tener el primer lugar en su estimación. En fin, están todos un poco alterados con motivo de esta materia. Tengo el honor de saludar muy fielmente. Su amigo. Fulano de Tal".

La lucha estaba pues entablada de una manera perfectamente clara desde el punto de vista mercantil.

Claro que ahora no tenemos una idea de lo que significaba el Río de la Plata para los intereses mercantiles en aquel momento. Los ríos parecían ser como estos ríos chinos de la hora actual. Grandes vías que penetran en el corazón de los pueblos. Formidables etapas de predominio y de influencia económica. Y este tirano Francia en el Paraguay, que era una preocupación constante para los británicos, en este momento también, en fin, gobernaba un país que en la fantasía del momento se creía que era otra especie de Eldorado. Llegar ahí una nave cargada de mercadería era hacer la riqueza de un día para otro.

Por otra parte en este Mar Atlántico tenemos la meseta submarina más extensa del globo y con la pesca mayor y más rica del mundo, todavía hoy. Imaginaos lo que era entonces. Constituía con los bancos de Terranova uno de los objetivos pesqueros más importantes del globo. Considerar lo que significa la marina pesquera en una época en que la marina no es a vapor sino a vela. Y la importancia que ha tenido esta práctica y ese comercio en los países poderosos del mundo.

La lucha se ha entablado después de una manera económica y de una manera objetiva. Por si no necesitara otro documento, me bastará esta simple nota - que son precisamente las que tienen el valor de la historia, - porque es una nota que parece que estuviese escrita para que ojos argentinos la leyesen. Es aquí donde la cuestión está planteada de una manera clara y definitiva.

El tercer punto del mensaje a Monroe se refiere al sistema político de Europa, que no podía aplicarse en América sin perjuicio, por supuesto, de la prosperidad y la felicidad de los Estados Unidos de América. Fuese cual fuese el punto de América en que él se estableciese.

¿Cuál era este sistema de Europa? El sistema de Europa al que acá se alude es la Santa Alianza. En una palabra: el de los intereses dinásticos que se sobreponen a los pueblos. El de los reyes contra las multitudes.

Y bien. ¿Y Estados Unidos de América en este momento cómo estaban? El partido democrático-republicano, como dije, no era más que un desprendimiento, en cierto modo, del viejo grupo federal, su opositor. Pero la esencia fundamental del país, tal como estaba organizado, en América como en Europa, era desde el punto de vista republicano, exactamente lo mismo. No había ninguna diferencia. Fuese Canning, que pertenece a una clase mercantil, o Monroe, que pertenece a una clase terrera, de plantadores de algodón, es exactamente igual.

Una sola voz se levanta en ese momento. Y es curioso, con valor suficiente para definir claramente desde el punto de vista de la doctrina cuál es la posición del mundo y qué valor pueden tener lo hechos a que me he estado refiriendo.

En 1915, como dije, publiqué un breve artículo sobre esta materia. Y ahí, por primera vez, hice revelación de este documento que estaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores. El documento estaba firmado por Rivadavia. El profesor Robertson tenía gran empeño en saber cómo había sido recibida la doctrina de Monroe en Buenos Aires. Y en la búsqueda documental, resultó lo siguiente: que antes de que llegase el mensaje de Monroe y, por supuesto, mucho antes de que llegase el reconocimiento de nuestra independencia por Canning, Rivadavia, el 5 de febrero de 1824, expide una larga circular - que no he de leer, por supuesto, porque no quiero abusar de la amabilidad de este distinguido público -. Es una circular a todos los Estados independientes de América, exponiendo los puntos de vista del gobierno de Buenos Aires con relación a la tendencia de los países de Europa de inmiscuirse en las cuestiones americanas y a los problemas definitivos de la independencia y de la libertad.

Y ¿qué ofrecía este territorio? Rivadavia era el intérprete de un sentimiento nacional que desde 1810 en adelante, no se había extinguido y que había dado ejemplos extraordinarios en cien combates gloriosos. ¿Qué ofrecía Rivadavia en esa circular famosa, que se expide desde Buenos Aires con anticipación al mensaje de Monroe y con anticipación, por supuesto, al reconocimiento de Canning, de nuestra independencia?

Pues lo único que se da y se ofrece es lo siguiente: que todo lo que el país tiene moral y materialmente como valor, se ha de poner en la obra común de afianzar esta libertad y esta independencia bajo el sistema representativo y dentro de la organización democrática y republicana del país.

Claro que este documento no puede tener la sonoridad del mensaje de Monroe. Este país no es los Estados Unidos. Y, probablemente, nuestro Rivadavia, por esta nota, no va a tener una estatua en la capital del Imperio Británico.

























Fuente: Revista de Historia "Des-Memoria" - "George Canning y la Doctrina Monroe" 21 de diciembre de 1937

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