Paris, septiembre 8 de 1930
En su coqueta villa me
recibió esta mañana el ex presidente de la Republica, doctor Marcelo Torcuato
de Alvear.
Acaba de regresar el
popular hombre público de pasar una temporada en Marly, en compañía de su
esposa.
Queda pensativo un
instante, evocando los momentos que ha de haber pasado Buenos Aires y el país entero,
a través de las informaciones de los periódicos parisienses, y luego, en su
actitud habitual, perdida la mirada en lontananza, y como meditando en voz
alta, me dice pausadamente, y con acento de profunda convicción:
Tenia que ser así. Yrigoyen, con una ignorancia absoluta de
toda practica de gobierno, parece que se hubiera complacido en menoscabar las
instituciones. Gobernar no es payar.
Para él no existían la opinión pública, ni los cargos, ni
los hombres. Humillo a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien
siembra vientos recoge tempestades.
Da pena cómo ese hombre, que encarnaba los anhelos de la
libertad del sufragio, que tenía un puesto ganado en la historia al dejar su
primera presidencia, destruyó su propia estatua.
A mi gobierno, de carácter pacífico y respetuoso de las
normas constitucionales, debe Yrigoyen los 800 mil votos de que se envaneció
luego, y tan desdichadamente, que le cegaron por completo.
Su megalomanía llegaba a tal punto que decía al dar
nombramientos:
“Lo que yo doy, solo Dios lo quita”
“Lo que yo doy, solo Dios lo quita”
Esperemos que no se castigue al electorado por su error.
Él que dirigió varias revoluciones, en las que nosotros
participamos, no logró hacer triunfar ninguna. En cambio, ve triunfar la
primera que le hacen a él. Más le valiera haber muerto al dejar su primer
gobierno; al menos, hubiera salvado al partido, la única fuerza electoral del
país, rota desmoralizada por la acción personal de su personalismo.
Sus partidarios serán los primeros en repudiarlo.
Estuvieron a su lado mientras fue el ídolo de la opinión.
Pero no podían quererle hombres a quienes humilló constantemente.
Era de prever lo ocurrido. Ya en mis mensajes al Congreso,
hablé de los peligros de los “hombres providenciales”.
En la primera presidencia debe de haber menos de 50 mil
expedientes sin firmar. Mi despacho, en cambio, quedó al día, aunque no lo haga
creer así algún nombramiento con efecto retroactivo.
Al día siguiente mismo de asumir yo la presidencia de la
República, en vez de conspirar entorpecer mi obra de gobierno, hubiera debido
alejarse al campo para descansar y permanecer ajeno a toda maniobra. Mi
gestión, entonces, hubiera sido mejor de lo que pudo ser.
La segunda presidencia de Yrigoyen es comparable también a
la segunda presidencia de Johnson en Estados Unidos, calificada como de asalto
sin contralor.
Su gobierno fue neutral durante la guerra mundial, porque
esa era la única manera de no hacer nada en aquellos momentos.
Hasta la renuncia que le imponían los hechos la quiso
aplazar para mañana. El abandono del mando primeramente anunciado era una
farsa, y no hubiera detenido la marcha de los acontecimientos notoriamente
preparados.
Mi impresión que transmito al pueblo argentino, es de que el
Ejército, que ha jurado defender la Constitución, debe merecer nuestra
confianza y que no será una guardia pretoriana ni que este dispuesto a tolerar
la obra nefasta de ningún dictador.
Fuente: Entrevista al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear por el Diario La Razón con motivo del cuartelazo acaecido contra el gobierno del Dr. Hipólito Yrigoyen, 8 de septiembre de 1930.
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