JURAMENTO
Sr. Presidente
(Otero). Encontrándose presentes el señor Presidente y el Señor
Vicepresidente de la Nación electos, continuara la sesión de Asamblea.
Invito al Señor Presidente de la Nación electo a prestar
juramento que establece la Constitución Nacional.
-Puestos de pie los señores legisladores, invitados especiales y el
público:
Sr. Presidente de la
Nación electo. – Yo, Raúl Ricardo Alfonsín, juro por Dios, Nuestro Señor, y
estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de
Presidente de la Nación, y observar y hacer observar fielmente la Constitución
de la Nación Argentina. Si así no lo hiciera, Dios y la Nación me lo demanden.
(Aplausos prolongados)
Sr. Presidente
(Otero). Invito al Señor Vicepresidente de la Nación electo a prestar
juramento que establece la Constitución Nacional.
Sr. Vicepresidente de
la Nación electo. Yo, Víctor Hipólito Martínez, juro por Dios, Nuestro
Señor, y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo
de Presidente de la Nación, y observar y hacer observar fielmente la Constitución
de la Nación Argentina. Si así no lo hiciera, Dios y la Nación me lo demanden.
(Aplausos prolongados)
MENSAJE
Sr. Presidente
(Otero). Invito al señor Presidente de la Nación, ciudadano Raúl Ricardo Alfonsín,
a dirigir la palabra a la Honorable Asamblea y al país.
Sr. Presidente de la
Nación. - Honorable Congreso de la Nación: venimos a exponer a vuestra
honorabilidad cuáles son los principales objetivos del gobierno en los diversos
terrenos en que debe actuar: la política nacional e internacional, la defensa,
la economía, las relaciones laborales, la educación, la salud pública, la
justicia, las obras de infraestructura, los servicios públicos y todas las
otras cuestiones que reclaman la atención del pueblo, de los gobernantes y de
los legisladores.
Pero queremos decir, también, que entre todas las áreas
habrá un enlace profundo y fundamental: que una savia común alimentará la vida
de cada uno de los actos del gobierno democrático que hoy se inicia: la
rectitud de los procedimientos.
Hay muchos problemas que no podrán solucionarse de
inmediato, pero hoy ha terminado la inmoralidad pública.
Vamos a hacer un gobierno decente.
Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y
descreído: hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la
legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento
ético que sostiene a esa legitimidad.
Ese sentimiento ético constituye uno de los más nobles
movimientos del alma. Aún el objetivo de construir la unión nacional debe ser
cabalmente interpretado a través de la ética.
Ese sentimiento ético, que acompañó a la lucha de millones
de argentinos que combatieron por la libertad y la justicia, quiere decir,
también, que el fin jamás justifica los medios.
Quienes piensan que el fin justifica los medios suponen que
un futuro maravilloso borrará las culpas provenientes de las claudicaciones
éticas y de los crímenes. La justificación de los medios en función de los
fines implica admitir la propia corrupción, pero, sobre todo, implica admitir
que se puede dañar a otros seres humanos, que se puede someter al hambre a
otros seres humanos, que se puede exterminar a otros seres humanos, con la
ilusión de que ese precio terrible permitirá algún día vivir mejor a otras
generaciones. Toda esa lógica de los pragmáticos cínicos remite siempre a un
porvenir lejano.
Pero nuestro compromiso está aquí, y es básicamente un
compromiso con nuestros contemporáneos, a quienes no tenemos derecho alguno de
sacrificar en función de hipotéticos triunfos que se verán en otros siglos.
Nosotros vamos a trabajar para el futuro. La democracia
trabaja para el futuro, pero para un futuro tangible. Si se trabaja para un
futuro tangible se establece una correlación positiva entre el fin y los
medios. Ni se puede gobernar sin memoria, ni se puede gobernar sin la capacidad
de prever, pero prever para un tiempo comprensible y no para un futuro
indeterminado. Los totalitarios piensan en términos de milenios y eso les sirve
para erradicar las esperanzas de vida libre entre los seres humanos concretos y
cercanos.
Los problemas que debemos prever son, a lo sumo, los de las
siguientes dos generaciones.
Como dijo Juan XXIII, más allá de eso no hay conclusiones
seguras y los datos son demasiado inciertos u oscilantes, lo que puede
justificar la investigación, pero no la acción política.
Si separamos a la política de su arraigo en el tiempo,
impedimos que lleguen a la política los ecos del dolor humano. Ni la crueldad
actual, ni la inmoralidad actual, ni la claudicación actual, garantizan un
futuro feliz.
La justificación de los medios por el fin constituye la
apuesta demencial de muchos déspotas e implica el abandono de la ética
política.
Mediremos, en consecuencia, nuestros actos para no dañar a
nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al
mismo tiempo, en la lucha por la conquista del futuro previsible, porque
negarnos a luchar por mejorar las condiciones en que viven los hombres, y por
mejorar a los hombres mismos, en términos previsibles, sería hundirnos en la
ciénaga del conformismo. Y toda inacción en política, como dijo el actual
pontífice, sólo puede desarrollarse sobre el fondo de un gigantesco
remordimiento. La acción, ya sabemos, no llevará a la perfección: La democracia
es el único sistema que sabe de sus imperfecciones.
Pero nosotros daremos de nuevo a la política la dimensión
humana que está en las raíces de nuestro pensamiento.
Vamos a luchar por un Estado independiente. Hemos dicho que
esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no
puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero que tampoco
puede subordinarse a los privilegiados locales. La propiedad privada cumple un
papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el Estado no puede ser
propiedad privada de los sectores económicamente poderosos.
Las oligarquías tienden siempre a pensar que los dueños de
las empresas o del dinero tienen que ser los dueños del Estado. Ya vimos eso
una vez más en los últimos años.
Otros, a su vez, piensan que el Estado debe ser el dueño de
todas las empresas.
Nosotros creemos que el Estado debe ser independiente: ni
propiedad de los ricos, ni propietario único de los mecanismos de producción.
La independencia del Estado presupone dos condiciones
fundamentales.
Por un lado, el protagonismo popular.
¿De dónde sacaría, si no, fuerzas el Estado para mantener su
independencia?.
La democracia será desde el primer momento, una fuerza
movilizadora. La democracia moviliza siempre, mientras que el régimen
desmoviliza. El régimen se ocupa de la desmovilización de la juventud. Se
ocupa, por ejemplo, de transformar las universidades en enseñaderos. La
democracia atiende a la movilización de la juventud en torno de los problemas
generales y de sus problemas específicos.
Por otra parte, requiere la moralidad administrativa, la
conducta de los gobernantes.
Seremos más que una ideología, una ética. La lucha contra
los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia es el reaseguro del
protagonismo popular. Las dos cosas, en realidad, van juntas: no se puede
luchar contra la corrupción, que está en las entrañas del régimen, sino a
través del protagonismo popular, pero no se puede preservar el protagonismo
popular sin sostener una política de principios, una ética que asegure su
perduración.
¿De qué serviría el protagonismo popular, de qué serviría el
sufragio, si luego los gobernantes, elegidos a través del voto, se dejaran
corromper por los poderosos?.
El sufragio tiene diversos sentidos simultáneos. Por una
parte, el voto implica la posibilidad de que gobierne el pueblo y de que el
Estado sea independiente. Por otra parte, expresa la existencia de una regla
para obtener legitimidad, ya que el pueblo no puede expresarse por sí mismo y
el llamado espontaneismo nunca existe en la realidad.
A través del sufragio, el pueblo tiene la forma de elegir a
sus gobernantes y a sus representantes.
No puede elegirnos a través del motín. La violencia está
inhabilitada para ser la forma permanente de manifestación del cambio.
Venimos de un movimiento que no luchó en 1890 para ser
gobierno, porque eso hubiera implicado establecer el principio de que el poder,
como decían los guerrilleristas de hace diez o doce años, estaba en la boca de
los fusiles. Al gobierno no se lo podía elegir a través de un levantamiento,
por popular que fuese. Se luchó para que hubiese elecciones libres.
La creencia en los métodos violentos para tomar el poder y
ejercerlo implica que son razonables los puntos de vista de quienes manejan
mejor las armas, o de quienes están más armados. Ese concepto fue objetado ya
desde 1890, y fue objetado en medio de una revolución. La violencia era el
régimen, y esa violencia del régimen no debía ser reemplazada por otra de
distinto signo, sino por el sufragio.
Históricamente nos opusimos a que una pequeña minoría de la
población considerada a sí misma como población combatiente, eligiera al
gobierno en reemplazo del pueblo.
Por eso luchamos para defender el derecho a elegir el
gobierno, pero sólo para defender el derecho del pueblo a elegirlo. Esa
distinción rechaza desde siempre a la filosofía de la subversión. Pero debe
tenerse en cuenta que la Constitución y las leyes son subvertidas, también, por
minorías armadas, que reemplazan la ley por las balas, tanto a través del
guerrillerismo, como a través del golpismo. Por eso, señalamos categóricamente
que combatimos el método violento de las élites, derechistas o izquierdistas.
En un contexto internacional cada vez más interdependiente,
el sufragio garantiza la inserción de la Argentina en el mundo como nación
independiente, mientras que la violencia de uno u otro signo impide la
inserción del país en el mundo o lo convierte en teatro de operaciones donde los
actores pierden su propia iniciativa y el Estado en consecuencia, pierde su
independencia, arriesgando que el gobierno emergente de esa lucha no sería ya
decidido por la población sino por el acuerdo o desacuerdo en la mesa de
negociaciones de las superpotencias.
Además, la fuerza pura carece de capacidad para engendrar
legitimidad, y por eso las dictaduras de derecha, aunque apoyadas por algunos
capitales monopólicos, terminan aisladas también del mundo y se condenan
inevitablemente al fracaso.
El método violento de las élites de derecha o de izquierda
se justifica a sí mismo con el triunfo definitivo y final, absoluto, de una
ideología sobre otra y de una clase sobre otra.
La democracia aspira a la coexistencia de las diversas
clases y actores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes
concepciones de la vida. Es pluralista, lo que presupone la aceptación de un
sistema que deja cierto espacio a cada uno de los factores y hace posible así
la renovación de los partidos y la transformación progresiva de la sociedad.
El voto es la vía elegida en contra de la posesión
monopólica del Estado y del país por parte de los poderes económicos o
financieros y también en contra de la posesión monopólica del Estado y del país
por un grupo armado, cualquiera sea la excusa con que se apodere de los
resortes básicos de una comunidad.
El sufragio, por definición, constituye un limite para los
sectores privilegiados y, como instrumento de las mayorías, tiende a lograr una
mayor justicia distributiva.
El sufragio hace posible la resolución pacífica de las
controversias en la sociedad y, al proveer de la única legitimidad pensable al
Estado, favorece la continuidad de las instituciones republicanas y de las
doctrinas en que ellas se asientan.
La Argentina pudo comprobar hasta qué punto el
quebrantamiento de los derechos del pueblo a elegir sus gobernantes implicó
siempre entrega de porciones de soberanía al extranjero, desocupación, miseria,
inmoralidad, decadencia, improvisación, falta de libertades públicas, violencia
y desorden.
Mucha gente no sabe qué significa vivir bajo el imperio de
la Constitución y la ley, pero ya todos saben qué significa vivir fuera del
marco de la Constitución y la ley.
Honorable Congreso:
La voluntad del pueblo, a través de sus representantes, se
hace presente hoy en este augusto recinto par dar testimonio de que se inicia
en estos instantes una nueva etapa de nuestra vida nacional.
La noción de ser protagonistas de este nuevo comienzo, que
será definitivo, nos inspira a todos un sentimiento de responsabilidad acorde
con el esfuerzo que hoy emprendemos juntos, y nos infunde el valor para
afrontar un conjunto de dificultades muy graves que acosan a nuestra patria.
Esas dificultades son múltiples e inmensas, bien lo sabemos,
pero vamos a salir adelante, con la fe y el empuje necesarios, porque tenemos
sin duda los recursos, la voluntad y el coraje. Y sobre todo, porque en este
empeño estamos todos unidos.
Al traer en este acto solemne la palabra del Poder
Ejecutivo, invocando la legitimidad de nuestra investidura constitucional, que
es la única fuerza indiscutible con que puede respaldarse la autoridad ante un
pueblo que es libre y ha sabido demostrarlo, venimos a enunciar, muy
someramente, nuestro programa de acción inmediata y nuestros principales
objetivos, contenidos en una clara plataforma política que la mayoría del país
ha hecho suya.
A vuestra honorabilidad, como titular del Poder Legislativo
de la Nación y representación fiel de la opinión popular, compete a partir de
ahora la tarea superior de dar al país los instrumentos legales para la
realización de las “reformas prometidas” a que alude, con visionaria
anticipación histórica, el artículo 88, inciso 11, de la Constitución Nacional.
El Estado en que las autoridades constitucionales reciben el
país deplorable y, en algunos aspectos, catastrófico, con la economía
desarticulada y deformada, con vastos sectores de la población acosados por las
más duras manifestaciones del empobrecimiento, con situaciones sociales que
reflejan crudamente el impacto de la miseria, con un endeudamiento de insólito
volumen y de origen muchas veces inexplicable, que compromete gran parte de los
recursos nacionales para un largo futuro, con una inflación desbordada cuyos
efectos son una verdadera afrenta para los hombres que producen y trabajan, con
un clima de arbitrariedad, atropello e incertidumbre creado por la absurda
pretensión de gobernar por el miedo y la prepotencia, con la cultura postergada
y perseguida en muchas de sus expresiones, con la educación y la salud
relegadas a un segundo plano y consiguientemente convertidas en privilegio de
los menos, con una situación internacional agravada por decisiones
irresponsables cuyas consecuencias se transfirieron imprudentemente a un futuro
y que ahora vienen a depositarse en nuestras manos; con la carga afligente de
todos esos males, cuya cuenta precisa y detallada puede ser excusada aquí por
ser bien conocida, tendremos que enfrentarnos, a partir de hoy, no sólo a la
tarea de corregirlos y eliminarlos para siempre, sino a la de echar los
cimientos de la Argentina libre, grande, próspera, fraterna y generosa que
queremos. Y lo hacemos, desde luego, juntos y unidos en esa decisión reparadora
que todos compartimos.
Esa decisión, repito, que tiene que ser, que ya es, el motor
que impulsa nuestra marcha hacia delante. Si enorme es el desafío, inmensa debe
ser nuestra voluntad. Si algo podemos prometer hoy, sin temor a errar, es que
esa voluntad, tan firme y tan constante como las circunstancias lo requieran,
no habrá de faltarnos nunca.
Vamos a establecer definitivamente en la Argentina la
democracia que todos los argentinos queremos, dinámica, plena de participación
y movilización popular para los grandes objetivos nacionales, en el marco bien
definido pero históricamente flexible de nuestra Constitución, que garantiza
todos los derechos, todas las libertades, todos los avances sociales y
culturales del mundo moderno, a la vez que asegura la responsabilidad de los
gobernantes ante el pueblo a través de los mecanismos jurídicos y políticos de
control que la misma Constitución ha previsto, y de la periódica renovación de
los poderes mediante el ejercicio del sufragio.
Vamos a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como
tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir para construir, para
crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia – toda la justicia,
la de las leyes comunes y la de las leyes sociales -, para sostener ideas, para
organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo
todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque, como
dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido,
a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es
un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque
con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se
cura.
Termina hoy el estéril tutelaje sobre los habitantes de este
país.
Eso quiere decir que el gobierno retoma su tradición como
defensor del estado de derecho y de las libertades públicas y quiere decir,
también, que los ciudadanos reasumen el pleno ejercicio de sus
responsabilidades.
En la Argentina existió una larga tradición de libertades
públicas, oscurecida durante los últimos años por la arbitrariedad y la
irracionalidad.
Esto llevó al miedo, a la indiferencia producida por ese
miedo, a la ausencia de participación de los argentinos en los problemas de los
argentinos, a la falta de renovación en las personas, a la asfixia de la
imaginación.
La teoría de la seguridad fue esgrimida para evitar la vida
libre, sincera, franca y espontánea de nuestra gente.
La aceptación de esa teoría implicó el pago de un precio muy
alto por una seguridad que jamás puede alcanzarse sin la participación popular,
aún a costa del desorden de superficie. Hemos vivido, así, bajo el pretexto de
la seguridad, en una inseguridad monstruosa y bajo el predominio de las ideas
que privilegiaban a la autoridad en una virtual acefalía del gobierno, en una
feudalización del poder, en una increíble confusión sobre los roles que
correspondían a cada uno de los engranajes del Estado.
La seguridad, sin libertad, pierde todo su contenido. Los
argentinos no se sentían seguros y sabían que podían ser detenidos, o aun
sufrir peor suerte, sin posibilidad alguna de defenderse.
Los órganos supremos del Estado dividiéndose entre sus
componentes, agrupándose, disolviéndose o reapareciendo sucesivamente; los
argentinos expuestos a la muerte o muriendo efectivamente sin participar de
ninguna de las decisiones; todo eso era lo contrario de la verdadera seguridad,
que se nutre de la libertad y de la responsabilidad.
Nuestra filosofía se basa en ideas distintas: la seguridad
del Estado no puede sostenerse sobre la inseguridad de la comunidad nacional.
Nosotros privilegiaremos, por lo tanto, la plena vigencia de los derechos
humanos y la necesidad de desmantelar el aparato represivo para que solamente
las instituciones naturales, modernas y eficientes de la justicia y de los
organismos que deben servirla en el marco de la legitimidad se hagan cargo de
los complejos problemas de la sociedad moderna, problemas cuya gravedad no se
nos escapa.
El pasaje a la libertad requiere una creciente comprensión
de los ciudadanos sobre la importancia de cada uno de los actos que influyen
sobre el conjunto social. Las libertades concretas implican libertades
sociales, acceso a la educación, posibilidad de justicia igualitaria, derecho a
la salud, resguardo de su intimidad y también, por supuesto, derecho al orden
que el gobierno democrático garantizará con los medios que las leyes ponen en
sus manos.
El país ha vivido frecuentemente en tensiones que finalmente
derivaron en la violencia espasmódica del terrorismo subversivo y una represión
indiscriminada con su secuencia de muertos y desaparecidos.
La lucha entre sectores extremistas, así como el terrorismo
de Estado, han dejado profundas heridas en la sociedad argentina.
La manera de restañar esas heridas no puede girar en torno a
venganzas o resentimientos que serían innobles en sí mismos, cuando no
inmorales en muchos casos, en cuanto pudieran comprometer al destino del país
en estériles fijaciones sobre el pasado. Pero la democracia tampoco podría
edificarse sobre la claudicación, actuando como si aquí no hubiera ocurrido
nada.
Se propiciará la anulación de la ley de amnistía dictada por
el gobierno militar y se pondrá en manos de la justicia la importante tarea de
evitar la impunidad de los culpables.
La justicia, asimismo, tendrá las herramientas necesarias
para evitar que sean considerados del mismo modo quienes decidieron la forma
adoptada en la lucha contra la subversión, quienes obedecieron órdenes y
quienes se excedieron en su cumplimiento.
Más allá de las sanciones que pudiera determinar la
justicia, el gobierno democrático se empeñará en esclarecer la situación de las
personas desaparecidas.
Esto no exime de tremendas responsabilidades al terrorismo
subversivo, que debió haber sido combatido con los medios que la civilización
actual pone en manos del Estado y no a través del empleo de medios similares a
los condenados por el conjunto de la comunidad nacional.
Vamos a emplear la sensatez, los métodos correctos y los
sanos principios.
Ellos nos harán fuertes, demostrarán al mundo que en la
Argentina existe una democracia que no está dispuesta a renunciar a sus razones
de ser.
Si, por una hipótesis, se abandonara el camino de la ley,
quienes lograran ese propósito tendrían un éxito político inicial con qué
contar.
No se puede vencer en el terreno de la fuerza si se carece
de la razón. Nosotros queremos tener razón para ser fuertes.
En la vida democrática, los ciudadanos tendrán la
tranquilidad que necesitan. La democracia es previsible, y esa previsibilidad
indica la existencia de un orden mucho más profundo que aquél asentado sobre el
miedo o el silencio de los ciudadanos.
La previsibilidad de la democracia implica elaboración y
diálogo.
Estamos cargados de ideales y de sueños que vamos a realizar
en forma honesta y razonable. Contamos con la amplia y comprensiva disposición
al diálogo de la oposición, que está demostrando desde ahora la generosidad y
patriotismo con que, a través de la crítica, colaborará en la consolidación del
proyecto democrático. Ese espíritu de unidad nacional que hace vibrar a todo el
país no excluirá, sin duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de
coyuntura que nutrirán al estilo republicano triunfante ya en el país.
El diálogo, para ser efectivo, será un diálogo real que
presupondrá el reconocimiento de que no tenemos toda la verdad, de que muchas
veces habremos de equivocarnos y que hemos de cometer errores humanos.
¿Para qué escucharíamos si no estuviéramos dispuestos a
rectificar conductas?. ¿Para qué rectificaríamos conductas si no pensáramos que
ellas pueden ser equivocadas en algunos casos?.
El país está enfermo de soberbia y no está ausente del
recuerdo colectivo la existencia de falsos diálogos, que, aun con la buena fe
de muchos protagonistas, no sirvieron para recibir ideas ajenas y modificar las
propias.
El diálogo no es nunca la sumatoria de diversos monólogos
sino que presupone una actitud creadora e imaginativa por parte de cada uno de
los interlocutores.
El gobierno nacional incita a lleva a cabo una cruzada
horizontal y vertical de democratización sobre la base de una acción renovada
de los partidos políticos, de las asociaciones intermedias y de cada uno de los
ciudadanos, en forma de permitir que los sistemas de fuerzas que anidan en la
sociedad argentina se articulen en una convivencia pacífica y creadora.
La democracia no se establece solamente a través del
sufragio ni vive solamente en los partidos políticos.
La democracia necesitará que el conjunto de la sociedad
exprese aún las temáticas específicas desde el compromiso representativo y
republicano.
No desconocemos la existencia de instituciones cuya tremenda
trascendencia espiritual orienta la vida cotidiana de millones de argentinos,
ni la existencia de asociaciones intermedias. Unas y otras podrán colaborar en
el gran debate nacional como partícipes de la forma de vida democrática, sin
que se descarte la existencia de nuevos canales para expresar la compleja
realidad de nuestro tiempo, pero en el reconocimiento, siempre, de que los
objetivos de la Nación, a través de sus representantes, y no de acuerdos
dominantes o corporativos entre sectores, realizados con prescindencia de las legítimas
representaciones o, aún, como ha ocurrido en este país, en contra de las legítimas
representaciones.
Si sabemos orquestar la ponderada y equilibrada conjunción
de tales manifestaciones y atender a las legítimas preferencias que profesa una
Argentina integrada y viva, sin compartimientos estancos, sin partes invisibles
o secretas, iremos configurando un
Estado dinámico, eficaz y sano, nutrido por una comunidad
libre y creativa.
Nuestro gobierno no se cansará de ofrecer gestos de
reconciliación, indispensables desde el punto de vista ético e ineludibles
cuando se trata de mirar hacia adelante.
Sin la conciencia de la unión nacional será imposible la
consolidación de la democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus
verdaderos contenidos. Esta llama debe prender en el corazón de cada ciudadano,
que debe sentirse llamado antes a los actos de amor que al ejercicio de los
resentimientos.
Habrá libertad en la Argentina, y habrá también orden. El
orden presupone el rechazo de las violencias particulares, pero no solamente de
la violencia terrorista sino también de la violencia que se perpetra sobre el alma
de los argentinos para tratar de empujarlos hacia las ideas autocomplacientes y
decadentes.
El gobierno democrático también impulsará una vigencia
efectiva del federalismo constitucional.
Nuestra Ley Fundamental estableció un sistema de poderes
articulado en torno a un Poder Ejecutivo fuerte compensado por un Poder
Judicial también fuerte e independiente y un Poder Legislativo con
representación activa del pueblo y de las provincias.
Sin embargo, el federalismo fue reemplazado parcialmente – y
no solamente bajo gobiernos de facto – por un centralismo absorbente y muchas
veces irracional aun desde el punto de vista de sus propios fines.
Ese centralismo fue succionando desde las migraciones
interiores hasta los contenidos económicos pasando por un verdadero
arrasamiento cultural del interior y llevando a la constante deformación de la
vida nacional.
Esa tendencia debe ser revertida a través de una sincera
lealtad para con las distintas regiones del país.
Las provincias volverán a asumir su histórico papel fundador
de la nacionalidad, despolarizando el desarrollo hasta convertirlo en
razonablemente homogéneo, de acuerdo a las necesidades y características de
cada zona geográfica de la República pero siempre en forma tal que no existan
más beneficiados por los avances de la civilización en una zona y olvidados del
destino en la otra.
Esto implicará una nueva dignidad en el pacto federal. Las
provincias no necesitarán más asumir tácticas que muchas veces implicaron la
aceptación del predominio de las grandes ciudades portuarias. La existencia de
provincias fuertes, seguras de sus propios méritos, es también indispensable
para la vida en condiciones justas.
El gobierno democrático cumplirá con la obligación
constitucional de informar al pueblo sobre lo que ocurre en el país.
El cumplimiento de esa obligación constitucional implica que
la oficialización de la mentira, de los secretos inútiles y de las verdades a
medias ha terminado en la Argentina.
Todos los habitantes de esta República podrán saber lo que
ocurre, sin que la información vuelva a ser jamás reemplazada por una guerra
psicológica que se perpetró contra el pueblo argentino, generando una verdadera
muralla de incomunicación entre los gobernantes y los gobernados e impidieron
así la realimentación de un circuito que sirve a la gente común, con derecho
para juzgar y opinar, pero que también sirve a las mismas autoridades.
En la administración de los medios transitoria o
definitivamente en manos del Estado, así como en la administración de la agencia
oficial de noticias, existirá juego limpio; los instrumentos del Estado no son
propiedad privada de los gobernantes ni de un partido, sino de todos los
argentinos.
A través de esos medios, así, se expresará la natural
pluralidad de la república democrática, a través de todos sus matices.
Terminó la confusión entre organismos oficiales, o
momentáneamente intervenidos por el gobierno y organismos oficialistas. A
través de todas las vías en que pueda influir, el gobierno transmitirá la
natural diversidad de opiniones de los ciudadanos, sin cesuras ideológicas y
sin discriminaciones.
Y esta decisión de cumplir con nuestro deber, como
corresponde, se fundamenta también en razones prácticas; en primer lugar,
nosotros mismos necesitamos de la constante realimentación del circuito
informativo para saber en cada momento cómo reaccionan los distintos sectores
de la opinión pública; en segundo lugar, porque la razón de ser de un gobierno
constitucional y democrático implica el reconocimiento de la diversidad. Si negáramos
u ocultáramos esa diversidad, negaríamos u ocultaríamos nuestras razones de
vivir y de luchar.
El ciudadano común percibirá, de la mañana a la noche, la
diferencia entre el autoritarismo y la democracia. Puedo asegurar que seremos
totalmente honestos, desde el punto de vista intelectual, en la administración
de los medios de comunicación en manos del Estado y que ellos serán conducidos
no solamente con limpieza administrativa sin o con limpieza política, de modo
que nunca más alguien tenga que rechazar o subvalorizar una noticia por
provenir de un canal oficial y que nunca más nadie pueda suponer que se retacea
la información completa a que tienen derecho.
El ejercicio de la libertad será también didáctico,
otorgando razones para que los argentinos se sientan coparticipes responsables
de la vida de su país y puedan, así, imaginar nuevas soluciones, nuevos
caminos, corrigiendo, proponiendo o estimulándolos.
PLANIFICACION DEMOCRATICA Y ADMINISTRACION PÚBLICA
Frente a la nueva coyuntura que vive el país, afirmamos
nuestra convicción de superar los desaciertos y las inequidades del pasado, a
la vez que la decisión de construir, con la colaboración de todos un futuro
para la Nación Argentina.
El país atraviesa un momento crucial de su historia nacional:
la línea divisoria que separa una etapa de decadencia y disgregación de un
porvenir de progreso y bienestar en el marco de la democracia. El
restablecimiento del imperio de la ley debe redoblar nuestros esfuerzos para
enfrentar creativamente los problemas del ahora. El desafío que tenemos por
delante es grande; convertir la emergencia en la que nos encontramos en la oportunidad
para reanimar las potencialidades de la sociedad, durante tanto tiempo sofocadas
bajo el peso del autoritarismo.
Con la supresión de los obstáculos a la libertad y la
participación, con la reactivación de la voluntad de cambio y superación,
seremos los argentinos los que retomemos el control sobre nuestro propio
destino a través de un diálogo constructivo.
De la firmeza en los propósitos, de la claridad en los
objetivos, de la cohesión con la que nos sumemos a la empresa común, dependerá
nuestra capacidad para afrontar la pesada herencia de un poder autoritario y de
una crisis económica de magnitudes inéditas.
Para contribuir a la tarea en la que se juega nuestro futuro
como Nación pluralista, solidaria e independiente, levantamos nuestra
concepción de una planificación democrática como instrumento adecuado. Ante las
urgencias del momento actual y la necesidad de retomar el camino del progreso y
el bienestar en preciso racionalizar el uso de recursos escasos, establecer las
metas prioritarias, escoger entre las diversas opciones con el fin de sortear
con éxito un contexto adverso, tanto en el plano interno como en el plano externo.
La planificación democrática es un instrumento de carácter
político. A través de ella, es la propia sociedad la que se guía a sí misma y
define los caminos a seguir, sin tutelas autoritarias, en el ámbito de la
participación de sus instituciones representativas. La concepción que inspira a
la planificación democrática es la de un Estado que no busca sustituir a la
sociedad sino interpreta sus anhelos, tal como se forman en los debates públicos
mediante los que ella toma conciencia de sus aspiraciones y sus posibilidades y
realiza sus opciones. Por ello, la planificación democrática no es un
dispositivo centralizado y rígido. Antes bien, es un proceso abierto y
continuamente renovado de adaptación al cambio en los recursos y las
necesidades de la sociedad, dentro de las orientaciones permanentes de
libertad, justicia social y soberanía.
En ese proceso, la tarea de los órganos de planificación del
Estado es la elaboración de una imagen coherente que incorpore y sintetice las
demandas colectivas, proyectándolas en una perspectiva de futuro. La finalidad
del plan es doble. Por un lado, servir a la formulación de políticas públicas y
otorgar transparencia a los actos de gobierno, de manera que la ciudadanía
disponga de información para evaluar su gestión. Por otro, contribuir a
movilizar el apoyo solidario de los diversos grupos sociales al esfuerzo que plantean
las dificultades del presente y la construcción de un orden económico y social que
garantice el crecimiento, el acceso de la población a los bienes públicos y la autonomía
de decisión nacional. En este sentido, el plan habrá de fijar los lineamientos generales,
preservando el margen de flexibilidad adecuado para que los órganos de gobierno
y las instituciones representativas intervengan y decidan su implementación.
El eficaz desempeño de la administración pública será
indispensable para consolidar definitivamente la estabilidad del régimen
republicano y la alternancia pacífica de gobiernos civiles y democráticos.
Para ello debe redefinirse el papel del Estado, que ha sido
profundamente cuestionado y subvertido en estos últimos años. Tras el disfraz
de un neoliberalismo eficientista, se forzó a la administración pública a ser
cómplice de una intensa política intervencionista.
Se agravó de este modo la tendencia a la concentración de
ingresos y poder en beneficio de la minoría especuladora y agresiva que
manipuló permanentemente al Estado, violentando para ello las preferencias
profundas de sus cuadros.
No se trata entonces de apelar a paliativos ni a meros
cambios organizativos o de procedimientos para resolver los problemas de
nuestra administración pública. Tampoco puede guardarse silencio frente a la
hondura de la angustia y el autocuestionamiento de sus cuadros mejor
inspirados. Lo que se requiere es una profunda transformación que incluya la
redefinición del papel del Estado, el establecimiento definitivo de una carrera
administrativa y la puesta en marcha de un serio y prolongado proceso de
reforma del aparato estatal que no sólo acompañe la democratización de la vida
política del país sino que, además, profundice el cause democrático e impulse
el desarrollo.
Es a partir de estas premisas, y concretando lo estipulado
en nuestra plataforma electoral, que hemos creado en el ámbito de la
Presidencia de la Nación la Secretaría de la Función Pública, organismo
responsable de la promoción, gestión y seguimiento de las acciones orientadas a
la transformación del Estado, a cuya actividad asignamos la mayor importancia.
EDUCACION
El gobierno constitucional se ha propuesto, en otro de los
campos que considera fundamentales para su acción reparadora, desarrollar una
política educativa de clara inspiración nacional y democrática, basada en el
concepto esencial de que el hombre es el gran protagonista y el destinatario
final de todo el proceso formativo que se inicia en la niñez y culmina con la
capacitación laboral y profesional y el acceso a las manifestaciones superiores
de la cultura. La libertad, la dignidad de la persona humana, el genuino
pluralismo de una convivencia sin discriminaciones ni opresiones son los valores
centrales de ese proceso. Así, y particularmente en una nación como la nuestra,
integrada por mujeres y hombres de distintos orígenes ancestrales pero unidos
por una misma vocación nacional que se asienta en el común amor a la tierra
compartida y en la participación libre en instituciones y modos de gobierno
igualmente libres, la educación se constituye a la vez en una institución
pública y un servicio social, que el Estado sostiene y presta a todos, con la
colaboración de las instituciones que aportan su propio sistema educativo a
través del pleno ejercicio del derecho constitucional de enseñar y aprender.
En lo que atañe a la función del Estado, reafirmamos los
principios tradicionales de la enseñanza pública argentina, que ha de ser
gratuita y obligatoria en los niveles de preparación básica, e inspirada en un
claro propósito asistencial, de acuerdo con los lineamientos trazados un siglo
atrás por la ley 1.420. Hoy, a la luz de los nuevos tiempos, auspiciaremos la
incorporación al sistema de la educación preprimaria y la obligatoriedad
progresiva de la enseñanza media. Además, tenemos muy en cuenta el valor
esencial del docente como ejecutor de esta alta misión social, y no sólo nos proponemos
garantizarle remuneraciones decorosas y régimen de tareas racional y adecuado
sino también plena libertad intelectual y cívica, desterrando para siempre toda
discriminación o persecución arbitraria. Los maestros para la libertad deben
ser los primeros depositarios y realizadores de los valores de la libertad.
Es obvio que nuestra preocupación se dirigirá ante todo a
reconstruir la escuela primaria, dotándola de los recursos indispensables para
su correcto funcionamiento y estimulando su acción pedagógica y social por
todos los medios.
El mismo criterio, con la adecuación correspondiente a las
distintas modalidades y necesidades, inspirará nuestra acción en el nivel
medio, donde además eliminaremos las trabas a la libre agremiación estudiantil,
modernizaremos los programas ampliando los planes con salida laboral, y
apoyaremos la acción de los docentes, facilitándoles su agremiación
profesional, su participación cultural y la racionalización de sus sistemas de
trabajo, tendiendo a la implantación del cargo de tiempo completo y de tiempo parcial.
Consideramos a la universidad como un órgano fundamental
para la formación de una conciencia democrática y social en el país. Esta
misión, de tan clara significación para la nacionalidad, debe cumplirla a la
vez que ejerce su alto ministerio cultural e intelectual de centro de estudios,
superiores y escuela de capacitación técnica y profesional.
Para el gobierno de la universidad, hemos sostenido
permanentemente los principios de la Reforma Universitaria iniciada en 1918, a los cuales
adherimos con la convicción más absoluta de su constante e histórica vigencia.
Los instrumentos legales que proyectaremos para poner en ejecución este
compromiso, adquirido hace muchos años, se inspirarán en esos indeclinables
principios y en las mejores experiencias argentinas de su aplicación.
Retornaremos así a la idea ejemplificadora de que la
universidad debe tener como objetivo formar hombres y mujeres al servicio de la
Nación y no tecnócratas encasillados en sus profesiones.
No haremos ahora otra vez el penoso inventario de los males
que ha padecido la universidad argentina en los años recientes. Sólo aseguramos
que les pondremos inmediato remedio, implantando un régimen de gobierno y
administración de las casas de estudio que se apoye en los principios
reformistas de la conducción tripartita, el diálogo entre los claustros y,
dentro de cada uno de éstos, el coloquio intelectual dinámico y fecundo y la
democratización integral del sistema. A su tiempo y en este marco conceptual y
ético, la universidad misma, operando con los instrumentos de su autarquía
administrativa y su autonomía académica, reorganizará sus cuadros docentes mediante
limpios concursos de antecedentes y oposición, con preeminencia de este último
método, jerarquizará y modernizará sus actividades y se abrirá definitivamente
a todos los jóvenes capaces, de todas las extracciones sociales, cuyo ingreso
no se trabará con cupos ni restricciones arbitrarias. La vocación científica,
el estudio serio, la adquisición de las idoneidades profesionales, se
desarrollarán con libertad y dignidad en la nueva universidad argentina. Esa
nueva universidad, libre, autónoma, creadora y hondamente convencida de su
responsabilidad nacional, está convocada desde ya a integrarse enérgicamente en
el magno esfuerzo que todos los argentinos emprendemos hoy para reconstruir las
instituciones democráticas, poner en marcha el trabajo productivo, asegurar el
bienestar del pueblo y cimentar la grandeza de la patria al amparo seguro de
nuestra Constitución histórica.
Nuestro tiempo exige, por otra parte, que los gobiernos
atiendan como asunto de primordial relevancia el desarrollo del saber
científico puro y de sus aplicaciones tecnológicas. Para encauzar esta acción
impostergable, hemos creado la Secretaría de Estado Ciencia y Técnica, que
coordinará estas actividades en el Estado y en otros sectores, con el fin de
utilizar e incrementar en grado óptimo el patrimonio nacional constituido por
las inteligencias y los conocimientos de millares de especialistas, muchos de
los cuales se encuentran actualmente radicados en el exterior por falta de oportunidades
intelectuales en el país o para eludir absurdas discriminaciones.
No sólo estimularemos con todos los recursos disponibles las
tareas de nuestros sabios e investigadores, sino que corregiremos
definitivamente las prácticas discriminatorias del pasado. A ejemplo de los
países más avanzados y libres del mundo, en la selección y formación de
recursos humanos dedicados a la labor científico-técnica sólo se atenderá a la
idoneidad y la capacidad profesional.
Otra preocupación básica será la de coordinar trabajos,
investigaciones y programas científicos entre los diversos centros e
instituciones del país, incluidas las universidades, promoviendo a la vez el
intercambio tecnológico con los países latinoamericanos y del mundo en
desarrollo, y el diálogo igualitario y práctico con los países de mayor adelanto
en estas disciplinas, sin comprometer la capacidad autónoma de decisión nacional
en cuanto a la adquisición o desarrollo de tecnologías.
La definitiva independencia de nuestro país sólo podrá
lograrse cuando nuestro pueblo, en pleno ejercicio de su libertad, descubra su
cultura, redescubriendo y reformulando su identidad nacional. En las últimas
décadas, salvo breves oasis de libertad, la cultura argentina ha vivido
cubierta bajo el imperio de la coacción, el elitismo y la uniformidad ideológica.
Los gobiernos autoritarios extremaron la censura y la represión de nuestra sociedad,
instituyeron el miedo, el silencio y la frivolidad, y acentuaron la desnacionalización
de la cultura. Nuestro propósito es promover una acción descubridora,
transformadora y reparadora que fortalezca una cultura popular, nacional y
democrática. Así entendida, la cultura estará dirigida al conjunto del pueblo,
en pleno respeto federal por el desarrollo de las culturas regionales, y no
sólo a minorías supuestamente ilustradas.
El concepto de cultura nacional disuelve la disyuntiva entre
cultura superior y cultura popular. Por eso el Estado promoverá, pero no
determinará, las características de la cultura que estará al servicio de la
identidad personal y nacional, y procurará ser un instrumento para la
descentralización del poder.
No hay plenitud cultural en medio de la pobreza, la desposesión
y el abandono del pueblo. No hay tampoco políticas culturales válidas si no se
las articula coherentemente con la política educativa del Estado. Cultura y
educación se realimentan constantemente.
Nuestro gobierno promoverá, pues, las actividades
culturales, apoyará sistemáticamente su libre desarrollo e impulsará su
proyección en el plano interno y externo, por considerarlo de interés nacional.
Todo esto se llevará a cabo disponiendo que todas las áreas
y entes culturales sean dirigidos por expertos y profesionales de cada
disciplina. Implementando un conjunto de medidas que salvaguarden los derechos
del trabajador de la cultura en todos los órdenes (asistenciales,
previsionales, intelectuales, etc.). Queda sobreentendido que también regirá la
más absoluta libertad en el plano de las manifestaciones culturales, cuyo
desarrollo sin trabas apoyaremos con entusiasmo, favoreciendo la proyección de las
creaciones del espíritu nacional más allá de nuestras fronteras, en América
Latina y en todo el mundo, con un claro sentido de recíproca apertura hacia las
corrientes intelectuales y estéticas que van reflejando día a día la gran
aventura cultural de la humanidad. En ningún caso, la acción del Estado en este
campo implicará interferencias ni presiones ideológicas. Estamos convencidos de
que sólo en libertad vive la cultura.
En esta Argentina democrática que hoy da sus primeros pasos,
no habrá privilegios oficiales para determinadas tendencias o grupos, ni mucho
menos “listas negras” u otras formas equivalentes de exclusión por motivos
relacionados con la subjetividad de las ideas o con la trayectoria política de
las personas. Damos por reiterados, en esta ocasión, los conceptos y propuestas
ampliamente enunciados en la plataforma electoral que en su momento sometimos
al juicio de la ciudadanía, y adelantamos nuestra decisión de llevar adelante
todos los proyectos de apoyo allí esbozados para las tareas intelectuales,
artísticas y culturales, y en particular para las que expresen contenidos nacionales
y procuren aproximar a todos los sectores del pueblo al goce de las obras más
calificadas del espíritu.
TRABAJO Y ACCION SOCIAL
El objetivo fundamental de lograr la plena democratización
de la sociedad argentina habrá de encontrar expresiones de singular trascendencia
en el campo laboral y social.
Hemos sostenido reiteradamente que no hay democracia posible
sin sindicatos fuertes, representativos y democráticos en su funcionamiento y
constitución.
Nos proponemos dar a esta propuesta toda la importancia que
tiene para nuestro tiempo y para el futuro del país.
La situación que recibimos se caracteriza por la prolongada
paralización de la actividad sindical, tanto en lo interno como en la defensa
adecuada de los intereses de los trabajadores.
Los efectos de las medidas de suspensión de esa actividad
tomadas a partir de 1976, han sido nefastos en lo social, en lo económico y en
el plano simplemente humano de la preservación de las condiciones más
elementales de vida de vastos sectores de la población.
Lo inmediato es combatir el empobrecimiento colectivo del
sector asalariado. Para ello, hay que restablecer la función primordial del
sindicato, asegurando que éste sea realmente representativo y vigoroso, con
aptitud para una participación creciente en las decisiones básicas del mundo
económico a través de la concertación con el sector empresario, tanto en el
estudio de los problemas comunes a todos los protagonistas de la producción,
como en la determinación periódica, de salarios y condiciones de trabajo por el
mecanismo insustituible de las negociaciones y convenciones colectivas.
Condición inexcusable para esos objetivos es garantizar la
esencia democrática de la organización sindical en todos sus niveles. Los
trabajadores argentinos consideran que
el sindicato único
por actividad es el instrumento más adecuado para la defensa de sus intereses
profesionales. Compartimos esa preferencia, y afirmamos que el sindicato con representatividad
gremial debe ser además económicamente poderoso e institucionalmente orgánico,
sobre la base de una genuina democracia interna. La política partidista no está
vedada, desde luego, a los dirigentes y militantes sindicales.
Todo lo contrario; el trabajador agremiado siempre es, ante
todo, un ciudadano con opiniones y convicciones libres y respetables. El
sindicato como tal, en cambio, dado que representa a todo el gremio, debe ser
ajeno a definiciones de partido. Será el hogar común de todos los trabajadores,
sin discriminaciones políticas ni de ningún otro orden.
Debemos ayudar a nacer al nuevo sindicato, que tendrá
poderío material y económico, pero deberá tener, fundamentalmente, contenido
humano.
El nuevo sindicato debe organizarse de abajo hacia arriba,
afirmando sus raíces en las bases y en el interior de la República. Será un
sindicato cuyos dirigentes surgirán como expresión genuina de las bases, sin
las deformaciones que, históricamente ha producido la intromisión del Estado,
de los partidos o de los empresarios; cuyos procesos electorales serán
controlados por el Poder Judicial, que garantizará su corrección; ampliamente
participativo, con expresión adecuada de las minorías y en el que no se admita
ninguna actitud discriminatoria de carácter político, racial o religioso.
Afirmamos desde ya que el sindicato que haga política
partidaria o de comité no tendrá personería gremial. La perderá en la instancia
administrativa, y además estará siempre abierta la instancia judicial para
corregir las desviaciones o discriminaciones que pudiera incurrir alguna
mayoría circunstancial.
Así será el nuevo sindicato argentino, cuya gravitante
participación contribuirá a crear una sociedad industrial desarrollada,
asentada en bases incuestionablemente democráticas. Para asegurar su nacimiento
y consolidación, oportunamente enviaremos a vuestra honorabilidad los proyectos
de ley destinados a lograr su finalidad.
En el ámbito de la seguridad social, se tratará de
restablecer gradualmente la autonomía financiera del sistema, con plena
conciencia de que cualquier propósito de mejorarlo para que satisfaga las
verdaderas necesidades de jubilados y pensionados se integra forzosamente en el
marco general de la rehabilitación económica del país.
Mientras tanto, se preservará el monto real de las
prestaciones, se trabajará para impedir la evasión de aportes, se humanizará en
la más amplia medida la gestión administrativa de los servicios, se
actualizarán las asignaciones familiares y se iniciará la codificación de las
normas. Paralelamente, en el área de Acción Social, se llevará adelante una dinámica
política de construcción y financiación de viviendas. Ya hemos señalado que este
programa, esencial como prioridad inmediata de nuestro gobierno, persigue el doble
objetivo de proporcionar a la vez techo y trabajo. Esto supone que se atenderán
en primer término las necesidades de los sectores de menores recursos, y que
para alguno de éstos será preciso acudir al crédito subsidiado.
Se contempla partir de una asignación de recursos del orden
del 3,5 por ciento del producto bruto interno, para aumentarla gradualmente
hasta el 5 por ciento. Al mismo tiempo, en la planificación de barrios y
asentamientos, se tendrá muy en cuenta la necesidad de dotarlos de la
infraestructura de servicios públicos acorde con las exigencias de una vida
urbana decorosa. Las primeras estimaciones de los expertos que nos asesoran en
esta materia indican que durante todo el período constitucional se podrán
iniciar entre ochocientas mil y novecientas mil unidades de vivienda, con una habilitación
total, al término del mandato, de un millón doscientas mil unidades, a las que
se sumarán otras doscientas cuarenta mil como aporte del sector privado. Para
1984 se previsto iniciar cincuenta mil viviendas mediante la acción directa del
Estado y otras treinta mil a través del otorgamiento de créditos. Ese ritmo
aumentará paulatinamente en los años siguientes.
En el campo de la salud, democracia quiere decir
principalmente dos cosas, para nosotros hacer realmente equitativas las
posibilidades de acceso a la mejor calidad de servicio de salud que nuestro
país pueda ofrecer a sus pueblo y, por otra parte, garantizar una amplia
participación popular y de los diversos sectores de interés en la programación
y desarrollo de las actividades necesarias.
Superar las actuales desigualdades y discriminaciones exige
una efectiva unidad de conducción política en el sistema de salud, condición
necesaria, aunque no suficiente, para orientar la acción del Estado, las obras
sociales y el área privada hacia el común objetivo social que deben cumplir.
Es por ello que hemos unificado las responsabilidades del
gobierno nacional en este campo dentro de una solo ministerio, encargado de
orientar a los sectores hacia una paulatina integración que haga real la
búsqueda de igualdad de oportunidades.
Por otra parte, otorgaremos prioridad absoluta al desarrollo
de los servicios básicos y más sencillos de la salud, que se encaminan a
enfrentar las necesidades más difundidas y afligentes de nuestro pueblo,
prioridad que se ha visto postergada por una visión a veces distorsionada por
intereses comerciales, y otras simplemente por el afán imitativo de los vicios
propios de los países más desarrollados.
Este énfasis en los servicios primordiales – preventivos, de
diagnóstico y tratamiento precoz, educativos – habrá de complementarse con una
decidida reactivación y modernización hospitalaria que promueva, además, su
paulatina integración funcional con las obras sociales.
Simultáneamente, habremos de incluir, a través de la
capacidad de contratación de estas últimas, un integral aprovechamiento de los
recursos asistenciales del sector privado, buscando el punto de armonía entre
sus legítimas expectativas y el interés social involucrado.
Tema central en este camino de transformaciones será una
indispensable regulación de la incorporación y uso de la amplia gama de
tecnologías destinadas al campo de la medicina humana desde el aparato hasta el
medicamento, bienes todos ellos de carácter social que no pueden incluirse en
las reglas de juego del libre mercado.
Con relación al medicamento es nuestra decisión encarar una
política de fabricación nacional de buena parte de las drogas fundamentales,
revirtiendo la tendencia de estos años de retroceso y disminuyendo nuestra
dependencia en este campo. Los incentivos necesarios para desencadenar este
proceso deben acompañarse del requisito de redimensionar el mercado de una gama
de productos finales científicamente justificables, así como obtener un nivel
de precios sustentado en márgenes justos de ganancia que no se contrapongan al
interés social.
En la emergencia de la primera etapa nos preocupará, sobre
todo, la obtención de los medicamentos indispensables para asistir a los
sectores más castigados por la crisis nacional, hoy marginados del acceso a
este bien fundamental.
No queremos una atención de la salud para los pobres y otra
para sectores más favorecidos. Debemos por lo tanto profundizar el ejercicio de
la solidaridad nacional, dentro de la amplia concepción de la seguridad social
expresada en el artículo 14 bis de nuestra Ley Fundamental. Por ello una
decidida participación del Estado, junto a los trabajadores, en la gestión de
las obras sociales, encuadrará su acción dentro de una política nacional de la
salud unificada y coherente, garantizando además el uso irreprochable de sus
recursos para los solidarios a que están destinados.
Requisito indispensable para alcanzar muchas de nuestras
metas en la salud en el ordenamiento y jerarquización de las profesiones y
tareas técnicas que se cumplen en esta área. El reconocimiento y estímulo a la
mayor capacitación, la exclusión de toda forma de discriminación en los cargos,
la adecuada retribución al trabajo intelectual y de servicio, contribuirán a
otorgarle el respeto y el respaldo que se merece su alta responsabilidad
social. Por lo demás, toda esta acción se desarrollará como parte de un sistema
nacional de salud, destinado a cubrir las necesidades de toda la población, que
será estructurado y puesto en marcha a través de las leyes que vuestra
honorabilidad analizará y sancionará oportunamente.
El desarrollo humano integral y la promoción de la familia –
elemento natural y esencial de la sociedad – constituyen desafíos de nuestro
tiempo, que mi gobierno habrá de afrontar con respuestas políticas precisas.
En efecto, nuestra concepción de la política social,
inspirada en los valores de solidaridad, justicia social y participación, dará
impulso a acciones de servicio para la prevención de las situaciones que
provocan estados carenciales, agravan las crisis vitales, agudizan conflictos o
afectan la igualdad de oportunidades.
A la minoridad abandonada, esa realidad emergente de un
cuadro estructural de extrema pobreza, se le dará la máxima prioridad. El
Estado desarrollará con energía su misión tutelar y será el perfil humano y
social de los programas y delas instituciones de servicio social a la
minoridad, el que demostrará nuestra firme voluntad de terminar con la vieja imagen
de un asistencialismo despersonalizador y productor de resentimientos.
El reconocimiento de los derechos de la familia y la
realización de aquellas prestaciones indispensables para preservarla de las
contingencias sociales que la afectan, será una preocupación primordial. La
promoción de la participación, la calidad de vida y los valores de la familia
en todos los campos, serán maneras de demostrar nuestra firme vocación
humanista.
Los jóvenes – en los que los argentinos reconocemos una
dinámica realidad del presente y una firme esperanza de un futuro mejor – serán
protagonistas plenos en la vida argentina. La sospecha y la represión serán
reemplazadas por la participación activa, como pilares de sustentación de
nuestra democracia.
Trabajaremos para resolver los actuales problemas de su
inserción socio-ocupacional, promover su formación cívica y desarrollar aún más
su espíritu solidario.
Estamos seguros de que con su esfuerzo generoso y su
imaginación creadora podremos modificar muchas de las condiciones que
determinan hoy el drama de la extrema pobreza y superaremos las acechanzas de
un consumismo despersonalizador para gestar la Argentina solidaria.
La mujer, que con tanta fuerza demuestra su vocación
protagónica, encontrará en nuestra acción de gobierno cauce para sus
inquietudes, canales de participación y servicios de apoyo y orientación. Nos
preocupan particularmente los problemas que afectan a las madres que trabajan,
a la mujer migrante, a la madre cabeza de familia y a la que sufre las
consecuencias de situaciones de abandono, dependencia y marginación.
La tercera edad merece la atención prioritaria del Estado. Las
medidas de carácter previsional – que aseguren la dignidad de la vida para cada
anciano – deben ser acompañadas de una acción preventiva y promocional del
Estado y el conjunto de la comunidad, tendiente a brindar a la tercera edad la
acogida y el reconocimiento de su rol activo en el medio social.
La situación de las personas discapacitadas y los servicios
que requiere su atención integral habrán de ser un objetivo claro de nuestro
gobierno en sus aspectos educativos, laborales, de rehabilitación y de inserción
social.
Si bien toda la comunidad debe compartir la responsabilidad
de contribuir al desarrollo humano integral de las personas discapacitadas, el
Estado no puede escatimar esfuerzos en este campo.
El deporte, será un medio idóneo para lograr niveles más
elevados de salud y educación.
Será una herramienta más en la tarea de construir una
sociedad para la paz.
No queremos un país de espectadores sino de actores. La
actividad deportiva es, ante todo, estimulante para la participación ciudadana,
y en lo especifico pone en marcha valores éticos y morales como la solidaridad,
el orgullo bien entendido, el respeto por el contrincante y la autoridad, el
temple ante la adversidad.
La actividad deportiva es un derecho que debe ser ejercido
por todos.
La labor de la Secretaría de Deporte apuntará, en forma
preferente, a incorporar a la práctica deportiva a aquellos vastos sectores
sociales hasta ahora impedidos de gozar de sus beneficios.
El gobierno procurará desarrollar jornadas deportivas
semanalmente, en todos los distritos del país, en particular con los niños y
los sectores de menor recursos; coordinar entre la Secretaría de Deporte y la
Dirección Nacional de Educación la ampliación de una didáctica dinamizadora de
la educación física y los deportes en los tres niveles educacionales; utilizar
al máximo la infraestructura deportiva existente mediante la coordinación y
cooperación del Estado con el sector privado; ampliar las posibilidades de
acceso gratuito a los centros deportivos; estimular la participación de la
familia y la tercera edad en los eventos deportivos; crear un centro de
estudios deportivos, desde donde se formulen los programas de apoyo al deporte
y disciplinas afines, y ejercer un estricto control sobre los fondos destinados
para la promoción y desarrollo del deporte amateur y profesional, de modo que
se cumplan los objetivos definidos.
Nuestra concepción de la promoción social es inseparable de
la indispensable participación popular en la solución de los problemas de cada
grupo comunitario. Poca ventaja de largo alcance puede esperarse del mero
paternalismo del Estado en el tratamiento de tales problemas, como tampoco la
ofreció en su tiempo la aislada beneficencia privada.
Es necesario estimular el activo compromiso de las organizaciones
comunitarias en las cosas que hay que hacer.
Ejemplo de ello habrá de ser el desarrollo del Programa
Alimentario Nacional en la primera etapa de nuestro gobierno.
Dicho programa se orienta a obtener los efectos de esta
tremenda injusticia nacional que es la carencia de alimentos que sufren algunos
sectores de nuestro pueblo. Lo concebimos, por lo tanto, como un acto de
reparación y un derecho de las familias más castigadas, y de ninguna manera
como una acción benéfica. Su cumplimiento resultará una responsabilidad
compartida entre el Estado y los distintos sectores comunitarios que participarán
en el programa, sea como colaboradores o beneficiarios del mismo.
Deberá tener, por otra parte, un carácter transitorio, hasta
tanto la recuperación del pleno empleo y un mejor salario real aporten
condiciones estables a todas las familias argentinas.
Esta idea de participación en el desarrollo del PAN es el
germen de una evolución hacia verdaderos centros integrados de acción social
que, profundamente enraizados en la población a la que sirven, ofrezcan
respuesta adecuada a las múltiples necesidades vigentes y orienten un proceso
de educación y participación popular esclarecida.
LA POLITICA ECONOMICA
Los objetivos fundamentales del gobierno constitucional se
encuentran en los ámbitos cultural, social y político.
Hemos dicho que en el terreno cultural la nueva sociedad
argentina deberá encontrar la identidad en expresiones propias, distintivas,
que la cohesionen y además la manifiesten con caracteres definidos junto a los
demás pueblos de nuestra América.
En materia social será igualitaria, participativa,
solidaria, libre, abierta.
En el campo político, republicana, federal, esencialmente
democrática y fuertemente institucionalizada.
Para conseguir estos objetivos fundamentales la política
económica deberá edificar la base material en donde se asentarán. Va de suyo,
entonces, que esa base material estará sujeta a requisitos que se definirán con
claridad; no habrá lugar para el predominio de intereses sectoriales, ni para
expresiones de privilegio, ni para actividades prescindibles parasitarias o
especulativas, y por el contrario se estimulará la producción poniéndose todos
los recursos e instrumentos de que disponga el Estado para expandirla y mejorarla.
A fin de lograr esa mejora en los niveles de producción, así
como también en los de empleo y remuneraciones, en forma consistente y
sostenida, será necesario que se recobre paulatinamente el equilibrio de las
variables macroeconómicas - tradicionalmente tan afectado por las deficiencias
estructurales de nuestra economía, y tan profundizadas esas deficiencias por
las devastadoras medidas adoptadas en el último lustro-, eliminando procesos
distorsionadores y combatiendo la inflación en sus mismas fuentes, en forma tal
que en pocos años lleguemos a guarismos compatibles con los internacionales.
Se ha mencionado más arriba al Estado y es necesario
anticipar que el papel que deberá cumplir no se compadece con esta
caracterización sobredimensionada e ineficiente de la actualidad, que sólo
sirve para agravar y preservar los privilegios de una minoría que atenta contra
el interés colectivo y los objetivos nacionales. Este Estado de la actualidad,
pesado, adiposo, retardatario, habrá que transformarlo mediante una profunda
reforma administrativa en el instrumento idóneo para la realización de la grandeza
y la prosperidad del país, convirtiéndolo en un organismo ágil, vivo, flexible,
con rápidos reflejos para detectar situaciones e ir anticipando el marco
adecuado para que se pueda desenvolver en forma armónica la economía nacional.
La argentina podrá salir de la lamentable situación que
padece solamente si se recurre a lograr el máximo provecho posible del
potencial de crecimiento de la economía nacional, que es muy grande, y que fue
desdeñado por las políticas monetaristas recesivas que hemos soportado en los
últimos años.
Tendremos que hacer un enorme esfuerzo para aumentar la
producción y la productividad, y en este orden de cosas el rol que les espera a
los sectores productivos es fundamental. Estamos enfrentados a grandes
desafíos, y de entre ellos tendrá un papel descollante el del sector externo,
en razón del enorme endeudamiento con el exterior, tan irresponsable como
irracionalmente contraído.
Para superar ese desafío el país deberá, por un lado,
aumentar el ingreso de divisas, sobre todo por una política agropecuaria que
aumente los saldos exportables; y por otro, reducir sus importaciones a través
de una política industrial que sustituya insumos, estrechando los límites hasta
donde sea técnica y económicamente factible.
En el equilibrio que se logre entre los sectores productivos
agropecuario e industrial está la clave de la celeridad con que se logrará la
recuperación. Son las dos piernas que harán avanzar al país, y es sabido que
cuanto más despareja sean, la marcha será más lenta, accidentada y dolorosa.
Dentro del esquema conceptual expresado más arriba, es
fundamental definir políticas de largo plazo que determinen los objetivos que
deben ser alcanzados y las reglas de juego claras y permanentes -lo que no
significa que sean inflexibles, sino que se irán adaptando a las realidades-
que aseguren la igualdad de oportunidades privilegiando a la producción y
eliminando la especulación.
Desde este punto de vista, se considera a la intermediación
comercial como un factor coadyuvante de la producción, para dinamizarla, y no
se tolerarán procesos innecesarios o parasitarios que sólo sirven para expoliar
al auténtico productor.
La planificación democrática, consentida e indicativa, en
cuya elaboración participen formando parte de un consejo económico-social los
distintos sectores, y que deberá ser sancionada por el Congreso Nacional como
expresión de la voluntad política de toda la Nación, será el medio para fijar
los objetivos y los medios para lograrlos.
El Plan Nacional de Desarrollo asignará los recursos con que
cuenta nuestro país a través de un prolijo y ajustado programa que se
desenvuelva con una sana competencia y sin interferencias monopólicas, que
asegure la libertad de iniciativa, la igualdad de oportunidades y la soberanía
del consumidor.
Dentro de este esquema se definirán de manera congruente la
política de ingresos, la política impositiva, el gasto público, la política
monetaria y crediticia y la del sector externo, así como empresario, que ha de
operar dentro del esquema de desburocratización explicado más arriba.
En esta óptica, el Estado se irá desprendiendo rápidamente
de funciones innecesarias, conservando aquellas empresas que prestan servicios
públicos esenciales, las que exploten recursos naturales no renovables o las
que detenten monopolios necesarios por su naturaleza.
Es decir, que el Estado se reservará el manejo de los
resortes superiores del manejo económico, que aplicará de manera neutral
respecto de los individuos, además de aquellas funciones que sean
imprescindibles e indelegables.
Los planes de largo plazo se definirán con objetivos
escalonados a mediano y a corto plazo y las medidas coyunturales que se adopten
deberán tener consistencia con los mismos.
La situación económica y financiera se encuentra en
condiciones de extraordinario deterioro, que genera graves alteraciones sobre
los mecanismos básicos de la producción y distribución de los recursos.
La mera enunciación de los principales problemas puede dar
una idea de su profundidad y de que sólo una acción deliberada y continuada
para mejorar la utilización de los recursos con que cuenta el país, permitirá
un real “despegue” de la economía, un aumento persistente de la producción, un
mejor reparto del ingreso y, consecuentemente, una calidad de vida de los
habitantes más adecuada.
El sector público no atiende apropiadamente funciones que le
son específicas, como la educación pública, la salud de la población o el
suministro de elementos esenciales para la vida cotidiana. En cambio, el Estado
utiliza excesivos recursos en actividades de escasa o ninguna productividad, se
encuentra atrofiado en partes muy importantes de su estructura o se dedica a
actividades impropias y que, con la organización actual, son muchos más
rentables realizadas por el sector privado. Resulta cruel paradoja que el concepto
de Estado subsidiario haya llevado paulatinamente a un Estado que participa mucho
más en la economía y lo hace al precio de grandes derroches.
La situación del sector público se agrava aún más si se
considera la forma cómo ese gasto se financia. Lo hace fundamentalmente por dos
vías. La primera, mediante un sistema impositivo altamente regresivo, apoyado
casi totalmente por gravámenes que recaen sobre los consumos imprescindibles.
La segunda, basada en la emisión monetaria que, a su vez, es
causa principal de la inflación. Esta forma de financiar el déficit
presupuestario significa en la práctica hacerlo mediante un formidable impuesto
de condición extremadamente injusta que sustrae ingresos, de manera solapada, a
los tenedores y perceptores de activos monetarios que, en su gran mayoría, son
los empleados y obreros que reciben sus remuneraciones al final de períodos
mensuales o quincenales y los mantienen líquidos por carecer, generalmente, de
medios para proteger sus mermados ahorros. El encubierto impuesto realiza un
verdadero despojo a estos sectores de la población.
Mejorar la naturaleza del gasto público, tanto del corriente
como del de la inversión, retornar a la actividad privada las funciones
impropias del Estado, inyectar equidad al sistema impositivo y reducir
sustancialmente el déficit presupuestario son objetivos prioritarios que se
fija el gobierno constitucional.
El sistema privado se encuentra, a su vez, tremendamente
debilitado. El singular ensayo monetarista aplicado en los últimos años -basado
en esquemas muy discutidos en los propios centros académicos foráneos donde
fueron elaborados con vista su utilización en economías con alto desarrollo, y
utilizados sin adaptación alguna a las modalidades de nuestro país- partía, en
esta área, de considerar al financiero como un mercado perfecto, en donde las
leyes de la oferta y la demanda actúan sin interferencia de ninguna clase.
Esta anacrónica interpretación de los hechos en una sociedad
moderna produjo cuantiosos e irreparables derroches de riqueza, que se
tradujeron en la necesidad de liquidar un gran número de entidades financieras,
haciéndose cargo el Estado, a través de la devolución de los depósitos, del
verdadero saqueo efectuado por el sector, mediante absurdas inversiones sin
prioridad alguna, autopréstamos de financistas apresurados y, muchas veces,
creando falsos créditos que los beneficiaban directamente.
Como secuela de tal ensayo, existe ahora un sistema que
presenta graves debilidades y que para que vuelva a cumplir un eficiente papel
en la distribución del ahorra nacional requerirá profundas transformaciones que
las actuales circunstancias aconsejan realizar lo más rápidamente posible.
No debe omitirse que la deteriorada situación del sector
financiero, donde también operan entidades que actuaron en la emergencia con
prudencia y respondiendo a estrictas reglas bancarias, fue agravada por
factores exógenos a la acción de las unidades económicas intervinientes.
Los niveles alcanzados por la inflación, y la inseguridad
política y económica prevaleciente, contribuyeron a que aumentara la velocidad
de la circulación de la moneda, reduciendo al máximo la liquidez de la
economía. Otra paradoja que se produce en esta circunstancia es que cuanto más
moneda se emite, más se desmonetiza la economía, pues la mayor velocidad del
dinero da lugar a un escenso aún mayor de los precios. Todo ello condujo a que
los recursos monetarios existentes, en términos reales, que son el material
prestable por los bancos y demás entidades financieras, cada vez se redujeran
más.
Excesiva cantidad de entidades bancarias y financieras,
costos elevados para operar, poca disponibilidad prestable y activos en buena
medida comprometidos conforman un sistema financiero poco eficiente que
requiere una rápida transformación renovadora, simplificadora y de saneamiento.
La virtual falta de ahorro líquido en la economía da origen
a muy serias consecuencias, sobre todo cuando los escasos recursos existentes
no alcanzan para cubrir las necesidades del sector público.
En esta condición, las empresas en la práctica dependen
exclusivamente de sus propias ganancias para llevar a cabo las inversiones requeridas
para el aumento de la producción. Carecen de posibilidades de acceder al
crédito, que por el contrario cada vez se ha venido restringiendo más, ni de
acrecer su patrimonio mediante emisión de capitales en los mercados de valores,
también privados de los recursos líquidos necesarios. Este proceso se agrava,
en un verdadero círculo vicioso, si se considera que las utilidades empresarias
se han reducido. Lo expuesto pone en evidencia una de las causas principales
que explican el retroceso que experimenta la economía argentina durante los
últimos años. Justifica, asimismo, la necesidad de aportar medidas que estimulen
la formación del ahorro y permitan, mediante la acción de un fluido sistema financiero,
la transferencia de los grupos de individuos o familias que lo generan hacia las
empresas que lo invierten en zonas y actividades que se consideren
prioritarias.
El problema de la deuda externa, quizás uno de los más
graves que configuran la situación que recibimos, será encarado de acuerdo con
los criterios que oportunamente propusimos. Tras el debido análisis y estudio
para determinar qué parte de la deuda es realmente legítimo, procuraremos
renegociar nuestras obligaciones, en las condiciones más favorables y con
modalidades de pago que se ajusten a nuestras posibilidades.
No descartamos acudir a los organismos internacionales de
crédito para obtener el apoyo financiero que nos corresponde, así como el
respaldo para la acción que debemos desarrollar con la banca internacional.
Esto no significa de manera alguna que vayamos a someter a la economía
argentina a recetas recesivas, sean de adentro o de afuera del país.
Presentaremos nuestro programa, sensato, técnicamente correcto, compatible con el
crecimiento del país y el pago de la deuda, y a ese programa nos vamos a
atener.
Seremos flexibles en las formas, pero no en el contenido,
pues no creemos que el problema de la deuda pueda resolverse con medidas que
impliquen más recesión económica, ni siquiera en el supuesto inconcebible de
que estuviésemos dispuestos a aceptar lo inaceptable, es decir, la prolongación
de la pobreza y la miseria del pueblo.
Las autoridades constitucionales encuentran al país
altamente endeudado en el exterior.
Se trata de una deuda contraída sin compensación
significativa de bienes físicos o tecnológicos incorporados al activo
productivo. Por el contrario, esa deuda reconoce como contrapartida la
destrucción de una parte de la capacidad productiva que existía en el país. La
verdad cruda de este insólito endeudamiento en que los activos externos que le
dieron origen retornaron -por distintas vías: remesas de residentes; turismo
masivo, intereses; pago de importaciones prescindibles; etcétera- a los países
acreedores, produciéndose así una fuga en masa de capitales al exterior y
quedándose al país sin los recursos externos correspondientes y con un
elevadísimo y complejo conjunto de deudas a favor, en lo principal, de más de
trescientos bancos privados extranjeros. Se trata, evidentemente, de los
efectos perversos de una política económica que perjudicó a los intereses
nacionales y que vio facilitada su acción por la existencia de elevados activos
líquidos internacionales que, aprovechando las debilidades de esa política, buscaron
y obtuvieron fáciles utilidades especulativas.
Este endeudamiento externo que el país, siguiendo una
tradición inalterable, reconoce en cuanto haya sido legítimamente constituido,
no puede resultar un freno al desarrollo del país. Se abonará en la medida en
que las exportaciones argentinas puedan expandirse en el futuro, pero
supeditando el pago de los servicios y amortizaciones a la conveniente
provisión de materias primas y productos intermedios que requieran una pujante
y creciente actividad interna.
No es concebible, ni política ni socialmente, el pago de esa
deuda si se cierran los mercados a nuestras exportaciones o si para hacerlo
fuera necesario contraer la actividad interna. El responsable ordenamiento del
desquiciado sistema económico y el uso apropiado y pleno de los ingentes
recursos humanos y materiales con que cuenta el país son las condiciones
necesarias para dar un rápido cumplimiento a esas obligaciones.
Esas condiciones son las que servirán de base al plan
económico que el gobierno constitucional someterá a la consideración del pueblo
argentino.
Un requisito indispensable para el éxito de dicho plan, lo
cual es también un desafío a la democracia que se inicia en la Argentina, es
poner fin a la incomparable inflación, que desde hace varios decenios afecta a
la economía, y que en los años recientes ha experimentado un crecimiento
inusitado. No existen antecedentes en el mundo de un proceso de esta
naturaleza, tan extendido en el tiempo y tan intenso en las cifras que lo registran.
En este combate debe participar toda la población. El gobierno establecerá los medios
a utilizar pero todos los sectores deben contribuir a la derrota del flagelo,
para lo cual es necesario tener cabal idea de su peligrosidad y persistencia en
la sociedad argentina. Nadie debe sustraerse a esta lucha cuyo resultado
compromete al destino de la Nación.
La inflación tiene tremendas y negativas consecuencias
morales, sociales y económicas.
Crea inseguridad en las familias al destruir el valor del
signo monetario y quitar certeza a las transacciones cotidianas. Actúa como
distribuidor regresivo de riquezas, afectando a los sectores más desprotegidos,
aquellos que dependen de sus ingresos monetarios y carecen de bienes físicos.
Asigna pésimamente los recursos, ya que los propios ahorristas se convierten en
directos inversores, al carecer de frenos que los protejan de la erosión de sus
ahorros.
Resta, consecuentemente, productividad a la economía, y se
encarga, por procedimientos diversos, de transferir al exterior las divisas
ganadas, que el país produce generosamente.
Varias causas muy diferentes explican la inflación en la
Argentina, después de tantos años en que sus habitantes conviven con ella.
Algunas son de tipo estructural y otras provienen de la excesiva demanda en
algunos sectores. Hoy día, entre estas últimas causas, se destaca el
extraordinario déficit que ha alcanzado el presupuesto y que obliga, ante la
carencia de mercados financieros adecuados, a emitir moneda para financiarlo.
La acción del gobierno será implacable para erradicar todas
las causas de la inflación, pero pondrá especial énfasis en corregir el tamaño
de este déficit, cuya persistencia convertiría en inocuos todos los esfuerzos a
realizarse en otros campos. Ello permitirá, asimismo, elaborar una verdadera
política de ingresos, que ponga fin a la lucha irracional por la distribución
que, en definitiva, se convierte en una puja interminable por distribuir entre
los distintos sectores sociales lo poco que produce una sociedad que no genera
la inversión requerida para impulsar la economía.
La lucha contra la inflación se dará con ciertos requisitos.
Ella debe venir acompañada con un sostenido crecimiento de la producción y por
una mejor distribución del ingreso, tanto a nivel de individuos como de
regiones del país.
Los mayores recursos que se liberen deben transferirse en
mayor proporción a los más necesitados y a las zonas más rezagadas del
interior, que son las que han sufrido más intensamente los efectos de las
políticas monetaristas. La experiencia argentina demuestra acabadamente que los
métodos antiinflacionarios basados en reducir la actividad interna y concentrar
los ingresos para producir mayor ahorro han sido seguidos por rotundos y
costosísimos fracasos.
La grave situación del país no permitirá obtener resultados
sustanciales de un día para otro. Pero, seguramente, más pronto de lo que
muchos esperan, la ordenada utilización de recursos, dentro de una política de
signo nacional con claros objetivos, logrará poner en movimiento los
extraordinarios recursos humanos y materiales con que cuenta el país, que de
esta manera, y en pleno goce de sus instituciones y libertades fundamentales,
ha de dirigirse rápidamente hacia el logro del destino que le marca su historia,
sus antecedentes democráticos y sus incalculables recursos.
Para lograrlo, la compleja crisis económica será encarada de
acuerdo con los criterios ampliamente expuestos antes de nuestra elección. Se
dará prioridad absoluta y militante, por así decirlo, a la atención de los
problemas que afectan a los sectores más desamparados de la población.
Pondremos en marcha enseguida el Plan Alimentario Nacional, que hemos
denominado PAN, para acudir sin demora en apoyo de aquellos que carecen de lo
más elemental, y en primer lugar para resguardar la salud de los niños.
La existencia de casos de pobreza extrema, y sobre todo de
niños desnutridos y enfermos sin posibilidad de atención médica adecuada, es un
agravio a la conciencia colectiva de los argentinos, que debe ser reparado
inmediatamente. No obstante las grandes dificultades económicas que tendremos
que afrontar, volcaremos en este esfuerzo toda nuestra solidaridad y todos los
recursos disponibles.
Los objetivos globales de nuestra política económica acaban
de ser reseñados, pero conviene reafirmarlos. Combatir la inflación hasta
eliminar sus nefastas consecuencias, poner en marcha nuevamente la capacidad
productiva del país en todas sus dimensiones, promover la plena ocupación,
redistribuir el ingreso en favor de los sectores más carenciados, estimular
especialmente la aptitud del campo como productor de alimentos y generador de
divisas, ir ordenando la actividad financiera para que cumpla su función natural
de apoyo a la producción y deje de ser una pesada carga o un esquema teórico de
aplicación imposible y, sobre todo, en esta primera etapa controlar y reducir
el gasto del Estado.
En este último punto se asienta uno de los propósitos
fundamentales de nuestro programa. Con un déficit fiscal que excede del 13 por
ciento del producto bruto interno, no hay ordenamiento económico ni financiero
posible, ni es viable ninguna técnica razonable de manejo de la moneda. Con
prudencia, pero con firme decisión, esta situación tendrá que ser gradualmente
corregida. Un primer objetivo es reducir el déficit a no más del 5 por ciento
del producto bruto, en parte por la mejor recaudación fiscal, para lo cual
existe amplio margen, pero principalmente por la limitación del gasto público,
dado que la presión impositiva difícilmente puede ser intensificada, por lo menos
respecto de los sectores que normalmente pagan sus gravámenes.
El otro gran objetivo es liberar recursos para reactivar al
sector privado y hacer marchar nuevamente a toda la economía; pero si se
intenta reducir el déficit sólo con más impuestos, se estará sacando con una
mano lo que se dio con la otra. Reducir el déficit por la vía del gasto,
mientras se recupera la capacidad normal de recaudación tributaria, constituye
el principal camino para dar espacio al sector privado.
Y esa reducción, como ya lo hemos anunciado, tendrá que
operar principalmente sobre sectores del presupuesto como el de defensa, hoy de
dimensión excesiva, para poder aumentar el gasto en salud y educación y
facilitar la expresada liberación de recursos.
Simultáneamente, será necesario recomponer los ingresos del
sector laboral. No sólo por exigencias de justicia social o distributiva, sino
también porque sin salarios no hay consumo, y sin consumo no hay empresas
prósperas. Este proceso, que será lo menos lento posible, tendrá de todos modos
que ser muy acelerado, prácticamente inmediato, para aquellos que no pueden
esperar un día más, es decir, para la masa de desocupados o sólo parcialmente
ocupados.
Por ello tenemos previsto aumentar la construcción de
viviendas, con lo cual satisfaremos al mismo tiempo dos objetivos sociales básicos,
esto es dar trabajo a quienes no lo tienen y techo a los que carecen de él.
Procuraremos también estimular un sano ordenamiento del
comercio exterior, facilitando el funcionamiento del comercio interior,
facilitando el funcionamiento racional del mercado, su máxima transparencia, la
eliminación paulatina de intermediaciones artificiales, abusivas o
parasitarias, y a la formación de precios acordes con los factores reales de la
oferta y la demanda.
Promoveremos el amparo legal al consumidor, incluso en lo
que atañe a cantidad y calidad de las mercaderías, y solicitaremos, en estos
aspectos, la colaboración valiosa del consumidor mismo, a través de sus
organizaciones libres.
En este aspecto, la mujer, como ama de casa, habrá de
desempeñar un papel importante e insustituible.
En el orden externo, enfrentaremos con nuevos criterios la
honda crisis del comercio internacional, generada en buena medida por la
actitud egoísta y autocomplaciente de los países más desarrollados, que
obstruyen el acceso a sus mercados de las mercaderías de países
tradicionalmente exportadores de alimentos, como el nuestro, mientras subsidian
sus propias exportaciones de productos también subsidiados en su origen, desencadenando
una desleal y ruinosa competencia en perjuicio de las naciones que luchan por
avanzar hacia el pleno desarrollo y mejorar el nivel de vida de sus pueblos.
La voz argentina se hará oír en todos los recintos y centros
internacionales donde se debaten estos problemas, para exhortar a actitudes más
solidarias y menos mezquinas, pero a la vez tomaremos todos los recaudos
disponibles para promover nuestras propias exportaciones y asegurarnos mercados
permanentes, introduciendo en nuestros envíos toda la diversificación de que
seamos capaces. Sobre todo daremos prioridad a la integración con los países
hermanos de América Latina, y promoveremos el intercambio con los pueblos
subdesarrollados en general, con cuyas justas reclamaciones somos solidarios.
Nuestra política industrial, a la que asignaremos un papel primordial
en el esfuerzo de recuperación de la economía, se ajustará también a las
propuestas que hemos desarrollado en nuestra plataforma electoral. Los
objetivos más urgentes serán revertir la tendencia a la desintegración del
proceso productivo y a la pérdida de parte sustancial del capital de trabajo,
la corrección del retraso tecnológico y el estimulo de la inversión y la
modernización. Esa política se orientará a lograr que las empresas operen
teniendo una vista tanto el mercado interno como el externo, y a asegurar la
participación del país en las transformaciones que se están verificando en la
tecnología y los mercados mundiales.
El crecimiento sostenido del producto bruto industrial y de
la productividad permitirá consolidar el desarrollo del país y elevar el nivel
de vida de la población.
La descentralización económica y el crecimiento de las
industrias regionales serán también objetivos permanentes.
Algunas vez prometimos que iríamos personalmente, con los
gerentes de los bancos, a levantar las cortinas de las fábricas cerradas. Lo
haremos, si es preciso, porque nuestra decisión terminante es poner en marcha
la capacidad de producción actualmente ociosa, y dar oportunidad de ocupación a
miles de trabajadores que la han perdido. La función del crédito acompañará
ordenada y razonablemente a este esfuerzo, partiendo de nuestro concepto básico
de que la infraestructura financiera debe estar al servicio de la producción, y
no al revés como infortunadamente ha sucedido entre nosotros.
Se promoverá el desarrollo tecnológico activando la
participación del INTI; se neutralizarán las prácticas monopólicas que afectan
a los precios o al abastecimiento del sector; se fomentará la mayor
participación industrial en las exportaciones, y en todo momento se tendrá
presente la gravitación de la industria en el conjunto de la vida nacional.
Para asegurar la continuidad y solidez de la presencia
industrial, se restablecerá un adecuado nivel de defensa, tanto en materia de
tipos de cambio como de protección arancelaria, armonizando esta última con el
tratamiento de los insumos.
Además consideramos negativo el proceso de
desnacionalización de empresas, y haremos lo necesario para revertirlo.
Como parte de este objetivo daremos realidad concreta a la
planificación de las compras del sector público y de las empresas con
participación estatal, con arreglo a los principios del “Compre argentino” y el
“Contrate nacional” y con criterios de promoción regional, preservando y
fomentando asimismo la participación efectiva de las empresas medianas y
pequeñas.
Ciertas áreas postergadas de nuestro valioso potencial
económico, como por ejemplo la pesca y la minería, para citar sólo dos de las
más significativas, merecerán en adelante una especial atención, en procura de
lograr su expansión largamente demorada.
Entre los elementos más inmediatos de la reactivación
económica, está la racional y científica explotación de los recursos vivos del
mar.
En el particular caso de la República Argentina la dilatada
extensión de su costa marítima y la gran superficie de sus ríos y espejos de
aguas continentales, así como la importancia de sus recursos vivos, merecen la
particular atención del gobierno nacional.
La instrumentación de una política pesquera dinámica y
moderna como la que se proyecta realizar contribuirá al incremento de obtención
de divisas por promoción de exportaciones, preferentemente con alto valor
agregado; a la captación de nuevos mercados; al desarrollo del mercado interno,
haciendo llegar más y mejores productos a costos accesibles, aun a los niveles
más bajos de la pirámide socioeconómica del mercado nacional; a la ocupación
plena de la actual capacidad ociosa de la industria naval pesquera; y al
fortalecimiento de las empresas captadoras, procesadoras y comercializadoras
legadas al sector.
Todo esto en conjunto contribuirá a la defensa y afirmación
de la soberanía nacional, revitalizando el sustentado principio de las
doscientas millas marinas.
Para atender el cumplimiento de esta política se llevará a
cabo un programa para la formación de científicos, técnicos y especialistas
argentinos altamente capacitados.
Asimismo se promoverá el mejoramiento de la infraestructura
portuaria y la modernización de la flota pesquera nacional.
El real interés nacional que el Poder Ejecutivo desea dar a
esta área de gobierno queda en primera instancia demostrado con la creación de
la Secretaría de Recursos Marítimos, cuyo objetivo, al fomentar y promover el
esfuerzo de los entes y empresas ligados al sector no es otro que el de lograr el
intenso desarrollo del litoral patagónico.
Resumiendo: Para el gobierno nacional la implementación de
una agresiva política pesquera tiene como objetivo el incremento de riquezas,
el desarrollo de zonas hasta ahora marginadas y el afianzamiento práctico y
concreto de la soberanía nacional.
El sector minero argentino ha sido tradicionalmente un
sector económico relegado, cuya importancia medida en términos de su
contribución al producto bruto interno, generación de divisas y empleo es
relativamente escasa y coloca al país en posición de neto importador de
minerales. Sin embargo, el país tiene un potencial minero importante, cuyo
desarrollo contribuirá a aliviar el problema de nuestra balanza de pagos y
tendrá un impacto dinamizador sobre algunas de las economías regionales más postergadas.
De ahí que nuestro objetivo último sea aumentar la
producción y productividad minera.
En el corto plazo, nuestra estrategia consistirá en remover
los obstáculos “cuellos de botella” que han venido frenando el desarrollo de
esta actividad a la vez que se irá conformando la base de datos necesaria para
la planificación futura del sector. En el largo plazo, la mayor parte de la
inversión la hará el sector privado, reservándose para el Estado la
planificación estratégica del sector y sólo excepcionalmente la explotación de aquellos
depósitos que por razones económicas o de interés nacional justifiquen ese criterio.
Al implementarse adecuadamente esta estrategia se logrará
una mayor producción y productividad minera, un desarrollo minero que operará
como factor dinamizante en las economías regionales, hoy postergadas; una
transferencia de recursos y poder de decisión del centro a las economías
regionales; una mejor posición en la balanza de pagos, sustituyendo
importaciones e incrementando exportaciones; contar con financiación adecuada a
las necesidades de los productores mineros pequeños y medianos a través de una
entidad financiera especializada en la problemática del sector; una legislación
minera que, en lo esencial, fijará reglas normativas simples, equitativas y
duraderas, que produzcan una mayor participación privada, y crear las
condiciones para que se desarrolle un empresariado nacional con verdadera
vocación minera.
Nunca se insistirá demasiado sobre el papel fundamental del
campo argentino como elemento básico de la estructura económica nacional, por
su función primordial de productor de alimentos para el consumo interno y la
exportación y por su específica aptitud para crear recursos genuinos en
divisas, hoy más necesarios que nunca para hacer frente a las tremendas
dificultades de nuestro sector externo. Cuanto se haga para fortalecer la
actividad agropecuaria, asegurarle rentabilidad y capacidad de inversión, promover
su tecnificación y defender sus mercados será siempre, en definitiva, un servicio
al interés nacional.
Los productores agropecuarios argentinos, agobiados en los
últimos tiempos por una presión tributaria y financiera sin precedentes, y
carentes de la orientación de una genuina política para el sector, han
respondido no obstante con sostenidos esfuerzos de modernización y expansión
sus explotaciones, sobre todo en la agricultura, donde se han reflejado en
importantes y crecientes rendimientos, con grandes cosechas que, lamentablemente,
no siempre se han podido comercializar con el grado de beneficio para el país
que hubiera sido deseable.
Una política agropecuaria consistente y constante debe
basarse en la capacitación del hombre de campo, la conservación de los recursos
naturales y la incorporación de tecnología adecuada a nuestro territorio. A
partir de estos principios, la política agropecuaria de nuestro gobierno se
propondrá, mediante los instrumentos legales adecuados, aumentar la producción
y productividad y lograr la justa retribución del esfuerzo de empresarios y
trabajadores rurales.
Asegurar la rentabilidad del campo será un objetivo
permanente. Se propiciará la ley de autarquía del INTA. Se estimulará la
incorporación de tecnología y se asegurará el acceso a fertilizantes y otros
insumos. El crédito volverá a ser una herramienta de desarrollo agropecuario, y
la banca oficial operará en este sentido toda la amplitud que permita la
situación económica. Se simplificará el sistema tributario, procurando que sea
equitativo y progresivo y dando función primordial al impuesto sobre la tierra.
Se adecuarán las funciones de la Junta Nacional de Granos para que su acción
signifique un verdadero apoyo a la producción y al país, interviniendo
activamente en la comercialización interna y externa de las cosechas.
En el sector ganadero es preciso formar conciencia de que
nuestro país cuenta con excelentes condiciones para superar una situación
coyuntural desfavorable y aumentar la productividad con el fin de mantener una
activa participación en el mercado externo abasteciendo adecuadamente el
consumo interno. Con tal fin se adoptarán medidas armónicas que combinen
aspectos financieros y tecnológicos y de infraestructura necesarios para
aumentar esa productividad sectorial, tanto en zonas eminentemente ganaderas
como en aquellas en que resulta conveniente el mantenimiento de sistemas de producción
mixtos agrícola-ganaderos.
El excelente nivel genético alcanzado por nuestros rodeos
nos impulsa a revertir la situación existente en materia de importación de reproductores
y semen, para pasar a ser exportadores en este rubro, capitalizando así el
esfuerzo constante de los productores.
Con la excelente base genética existente hasta ahora el
ingenio de éstos y de los profesionales del área para abrir mercados y materializar
las exportaciones. El gobierno adoptará las medidas técnicas y económicas que
estén a su alcance para apoyar las acciones en este sentido.
Se prestará particular atención a la atenuación del ciclo
ganadero caracterizado por la alternancia de períodos de bajas existencias y
altos precios con los de elevadas existencias y precios bajos. Para ello se
procurará estimular el mantenimiento de un aprovisionamiento adecuado de aves y
cerdos, que contribuirá al suministro de una dieta más variada, alentando a los
productores de esas especies.
En materia de producción de leche y de su industrialización
existe un vasto camino a recorrer para asegurar el incremento del consumo y la
exportación de productos lácteos, mediante planes de desarrollo que combinen los
factores tecnológicos y financieros de estímulo de la producción y de la
industria.
La estructura de producción actual y el grado de avance
tecnológico e industrial alcanzado hacen que la industria y la producción
agropecuaria se encuentren muy lejos de aquel esquema simple de exportación de
productos primarios.
Hoy se hace preciso prestar atención al complejo conjunto de
factores que hacen a la tecnología de la producción, de la industria, tanto
aquella abastecedora de máquinas y herramientas como la procesadora de los
alimentos, que cuenta con un vasto espectro en el país lejos aún de haberse
explotado en todo su potencial. El gobierno estimulará la acción de la
actividad privada sustentando la misma a través de planes de desarrollo específicos.
En este aspecto, siendo de gran importancia el cambio cualitativo que se opere,
será preciso consolidar los organismos educacionales y tecnológicos con el fin
de contar con profesionales del mejor nivel.
La índole del sistema de producción agropecuaria -que podría
calificarse como de un grado intermedio en lo que hace a la intensidad de uso
de capital- juntamente con la experiencia argentina en teste campo, nos
permitirá realizar aportes tecnológicos y de entrenamiento de personal a otros
países en desarrollo, particularmente a aquellos de Centro y Sudamérica entre
otros, al mismo tiempo que enriquecernos con su misma experiencia.
En el sector de la energía nuestra posición es igualmente
conocida. La existencia de recursos suficientes, incluso abundantes, para la
producción de energía es uno de los privilegios naturales del suelo patrio.
Pero es preciso utilizar esos recursos en forma racional, para aprovecharlos al
máximo y ponerlos realmente al servicio de las necesidades nacionales.
Además de los productos de la refinación del petróleo
impulsaremos la petroquímica, que representa el mayor grado de utilización
industrial de los hidrocarburos, y esto, partiendo de una política básica que
consistirá en preservar las existencias conocidas y ubicadas, y avanzar con
decisión en la búsqueda de nuevas reservas. Yacimientos Petrolíferos Fiscales
será el gran instrumento de esta acción, en la que podrán participar capitales
privados del país o extranjeros, pero cuyo objetivo indeclinable será que la Nación
tenga asegurado el manejo de las fuentes y del destino de la producción.
Las importantes reservas de gas de la patagonia y del
Noroeste permiten afirmar, según los expertos, una proyección de abastecimiento
para 60 o 70 años.
Sobre esta base se impulsará el consumo doméstico de gas
natural, teniendo en cuenta, además de las consideraciones económicas, la
finalidad social de llevar el combustible a todos los hogares del país y a
precios accesibles. Al mismo tiempo, se impulsará el uso del gas como materia
prima para la petroquímica, poniendo especial atención en la producción de
fertilizantes para nuestra agricultura. Se tratará de radicar los productos industriales
en las provincias donde se hallan los yacimientos, como modo de llevar desarrollo
y fuentes de trabajo a esas regiones argentinas.
La expansión de la producción de carbón, a través de
Yacimientos Carboníferos Fiscales, es también un objetivo de este sector, con
el propósito de utilizar ese combustible en las usinas de electricidad y
sustituir así volúmenes equivalentes de petróleo.
Precisamente en el campo de la energía eléctrica es firme
decisión de nuestro gobierno impulsar las obras de los grandes aprovechamientos
hidroeléctricos como Alicurá.
Piedra del Águila y el conjunto del complejo Alicopa, que deben
rendir unos cinco mil megavatios de potencia. Está decidido también apoyar el
proyecto de Yaciretá que permitirá ahorrar seis millones de metros cúbicos de
petróleo por año. Asimismo, se llevará adelante el proyecto del Paraná Medio,
destinado a generar treinta y cuatro mil millones de kilovatios / hora de
electricidad, con un ahorro de once millones de metros cúbicos de petróleo por
año, equivalentes, a valores actuales, a dos mil doscientos millones de
dólares.
El manejo equilibrado de todo el sector energético, con las
correspondientes perspectivas de exportación, contribuirá decisivamente al
desarrollo armónico de toda la Nación. En este esquema ocupa su lugar la
energía de origen nuclear, cuyas posibilidades se han ampliado con la reciente
adquisición por el país de la tecnología de enriquecimiento del uranio.
En cuanto a los objetivos globales de reactivación
económica, debemos referirnos ahora a los grandes temas de infraestructura
comprendidos en el ámbito del Ministerio de Obras y Servicios Públicos. Ya
hemos anticipado las líneas fundamentales de nuestra política de energía.
En materia de transporte nos propondremos coordinar
efectivamente los servicios ferroviarios, los de automotor por carretera y los
que se realizan por agua.
Todos esos medios deben servir a la salida de la producción,
al abastecimiento interno y a la exportación, Será preciso mejorar las
instalaciones portuarias y las vías navegables para asegurar una mayor
participación del transporte marítimo y fluvial en el movimiento de cargas. A
la vez, con una adecuada política de reserva de fletes se logrará una mayor
participación del pabellón nacional en nuestro comercio exterior por mar.
En el transporte aéreo se procurará la plena coordinación
institucional y técnica, distinguiendo los servicios comercialmente rentables
de los que deben cumplir funciones de integración y desarrollo territorial. En
cuanto al transporte de pasajeros, se promoverá enérgicamente el mejoramiento
de los servicios urbanos de uso colectivo, con la participación de todas las
autoridades y jurisdicciones interesadas, teniendo en cuenta su importancia
como factor de bienestar de gran parte de la población trabajadora.
En el área de comunicaciones, los objetivos de modernización
y ampliación de los sistemas existentes se llevarán a la práctica con la mayor
celeridad posible, teniendo siempre presente que puede ser tan erróneo
incorporar programas basados en modelos de países de mayor desarrollo
industrial, como conformarse con mantener una tecnología anticuada, o
insuficiente. Las decisiones sobre dimensión y medios técnicos se tomarán sobre
la base de las reales necesidades del país.
La finalidad permanente, en esta importante área de
gobierno, será fortalecer y hacer avanzar a las empresas nacionales, como instrumentos
de un programa completo que tiende al aprovechamiento cabal de todas las
potencialidades técnicas y económicas del país.
Como parte de una política de desarrollo autónomo se
considera necesario, asimismo, desarrollar la capacidad de proyecto de la
ingeniería argentina, tanto en los organismos oficiales como en la actividad
profesional independiente.
Nuestros planes incluyen, además, una acción permanente en
materia de determinación, estudio y promoción de los vastos recursos hídricos
con que cuenta el territorio nacional en todas sus regiones, para su adecuado
aprovechamiento interno y en emprendimientos asociados con los países
limítrofes hermanos.
La concepción de un programa para la acción de gobierno y
administración de un recurso natural como el hídrico puede resultar eficiente
sólo si emerge del profundo conocimiento de su realidad propia, si está inmersa
en la vivencia social circundante y apunta como objetivo fundamental al
incremento de la calidad de vida en un determinado medio, señalando como único
destinatario de ese esfuerzo al hombre que en él habite.
Este encuadramiento conceptual responde al enfoque que del
hombre y del medio sostiene nuestro pensamiento político. Su aplicación se basa
en el conocimiento de nuestros recursos hídricos, la planificación de su
aprovechamiento, manejo y uso racional y de sus preservación, y en la firma
convicción de que todo esfuerzo de gobierno está destinado, por esta vía, a
satisfacer al hombre y a preservar su ambiente.
Sobre estas bases estamos dispuestos a lograr una efectiva
valoración de nuestros recursos hídricos, ponderando el impacto social de los
usos en su empleo, como las más valiosas herramientas de consolidación del
desarrollo regional.
Tal consolidación se logrará mediante la acción conjunta del
Estado nacional y las provincias para el aprovechamiento múltiple de los
recursos hídricos disponibles mediante la adopción de un único régimen
institucional que evite las atomizaciones y los enfoques parciales.
Conscientes de que la utilización de la riqueza requiere
como paso inexcusable la definición de su potencialidad y la planificación como
su conversión económica, promoveremos y aprovecharemos desde nuestro gobierno
los reconocimientos, proyecciones, estudios y proyectos que hagan posible la
racional utilización de todo nuestro potencia hídrico nacional.
Emplearemos en la consolidación de nuestra estrategia de
integración latinoamericana el efecto multiplicador de los grandes
emprendimientos hidroenergéticos con los recursos hídricos propios y
compartidos en la Cuenca del Plata, e intensificaremos, con igual propósito una
verdadera campaña de reconocimiento, prospección y formulación de proyectos de
aprovechamientos hídricos sobre los recursos compartidos con la República de
Chile, a efectos de dotar a nuestra región patagónica y fueguina de ideas motrices
para la formulación de su desarrollo sobre la base de una genuina integración territorial.
Sostendremos en toda negociación internacional la vigencia
del principio de información recíproca y consulta previa para el emprendimiento
de obras de aprovechamiento o regulación de caudales sobre aguas compartidas.
En lo que se refiere a los problemas relacionados con el
abastecimiento de agua potable y el saneamiento, intensificaremos las acciones
con el fin de alcanzar dentro de nuestro gobierno los objetivos y metas fijadas
por nuestro país en el Decenio Internacional del Agua Potable y el Saneamiento.
Se intensificará la cooperación argentina con otros países
en materia de recursos hídricos.
Son fines específicos fortalecer la formación de recursos
humanos para enfrentar la gran tarea que permita la más adecuada utilización de
los recursos hídricos en todos sus estados, dentro del territorio nacional.
El problema de las inundaciones, que ha azotado con tanta
rudeza a nuestro Litoral, merece especial atención.
Se trata no solamente de reponer los daños causados a
viviendas y explotaciones y a la infraestructura de caminos y vías férreas.
Tendremos que encarar rápidamente una política de largo
alcance, de uso del suelo y de construcción de obras de defensa cuando ellas
estén justificadas, para que en el futuro no volvamos a ser sorprendidos.
Las grandes obras de aprovechamiento hidroeléctrico en
construcción y las proyectadas tendrán sólo efecto limitado, lo que nos obliga
a ordenar el uso del suelo de tal forma de restringir los riesgos de
destrucción.
Pero además es preciso estar desde ya en permanente alerta,
porque en la época estival se producen normalmente las crecidas de los grandes
ríos litorales. El tremendo impacto social y económico de las recientes
inundaciones justifica la máxima prevención del Estado y de la sociedad toda.
Siendo la cooperación, como lo afirma la Alianza Cooperativa
Internacional, un movimiento popular controlado democráticamente al servicio de
la promoción humana y el desarrollo social, reconocemos en el movimiento
cooperativo un eficaz instrumento de organización socioeconómico para defender
los intereses de sus integrantes e impulsar el desarrollo de la sociedad.
Los principios cooperativos, inspirados en el pensamiento de
Rochdale y reformulados por la Alianza Cooperativa Internacional en 1966,
constituyen a nuestro juicio una excelente sistematización de la experiencia
acumulada en décadas de labor permanente del movimiento solidario en distintos
países y distintas realidades socioeconómicas.
Adaptados a las diferentes realidades, la abservencia
estricta y real más que formal, de los postulados de adhesión libre, conducción
y control democrático, limitación de interés al capital, distribución
equitativa de los excedentes, educación e integración intercooperativa,
constituyen un útil barómetro para medir el funcionamiento de las entidades en
relación con su esencia.
Pero esto no es suficiente para nosotros, que creemos que el
cooperativismo se origina por las injusticias de una realidad social oprimente
y que observamos en el desarrollo del movimiento en nuestro país, hitos
valiosísimos en la lucha contra el monopolio y el privilegio.
No existe cooperativismo si no hay una profunda voluntad de
transformación en las instituciones.
En este marco conceptual, que otorga a la cooperativa en
carácter instrumental, sostenemos la necesidad de un cooperativismo integrado,
poderoso institucionalmente, al servicio de las mayorías populares y con una
profunda voluntad de abarcar cada vez mayores sectores de la actividad
económica. Sostenemos que es el Estado un importante agente de cambio social, y
el cooperativismo, un valioso complemento de su acción.
Frente a la emergencia nacional, creemos profundamente en la
utilidad del movimiento cooperativo en relación con los tres criterios rectores
fijados en la plataforma electoral para la acción de gobierno:
–Resolver la emergencia.
–Consolidar el poder democrático.
–Crear las bases para un período de estabilidad, justicia y
desarrollo.
Para resolver la emergencia social, que elimine del
territorio del país la inmoralidad de la pobreza, es posible complementar la
acción central del Estado con las potencialidades reales de un cooperativismo
que deberá alentar formas sencillas y eficientes para atender el drama de los
marginados, en base a la solidaridad y autoayuda. Se prestará, en este sentido,
el apoyo inmediato y amplio del gobierno en materia de legislación impositiva,
ayuda económica integral, asesoramiento y educación.
Para consolidar el poder democrático, entre otras cosas es
necesario fortalecer la sociedad civil, a través de incentivos que impulsen la
participación racional de los ciudadanos en las organizaciones populares.
La vasta extensión y el desarrollo cualitativo del
movimiento cooperativo brindan estructuras con una importante experiencia
participativa, que, aunque perfeccionables, han demostrado su eficiencia,
incluso en momentos en que el movimiento fue hostilizado por los gobiernos
militares y los sectores del privilegio.
Desde la primera ley sobre cooperativas agrarias y el
consecuente fomento desde el gobierno, en la primera presidencia de Hipólito
Yrigoyen; el apoyo a la iniciativa de los legisladores socialistas referente a
la ley 11.338 de cooperativas, sancionada y promulgada durante el gobierno de
Marcelo de Alvear, y la tarea impulsada desde el último gobierno radical en
relación con el fomento de la cooperación y particularmente la sanción de la
ley 16583 de educación cooperativa en las escuelas, son sólo algunas referencias
que demuestran un permanente reconocimiento y estimulo al movimiento cooperativo
argentino.
Una prueba más del reconocimiento por parte del gobierno de
la importancia que tiene el movimiento cooperativo la constituye la creación de
la Secretaría de Desarrollo y Acción Cooperativa dentro del área del Ministerio
de Economía, para llevar a los más altos niveles de decisión política todo lo
vinculado al futuro movimiento cooperativo en nuestro país.
POLITICA EXTERIOR
El gran presidente Hipólito Yrigoyen había tomado contacto,
durante los años anteriores a la revolución de 1890, cuando era profesor de
filosofía, con las ideas de Karl Christain Krause, autor de Los ideales de la humanidad.
La interpretación yrigoyeniana del radicalismo como
conjunción de fuerzas emergentes no era distinta de la interpretación krausista
de los partidos como tendencias orientadas hacia fines generales, públicos, que
den, por si mismos, leal testimonio, en palabra y en obras consecuentes, de los
fines propuestos.
La teoría krausista sobre la personalidad moral de las
naciones influyó sobre Hipólito Yrigoyen tanto en el mantenimiento de la
neutralidad durante la primera guerra como en sus puntos de vista respecto a
las organizaciones internacionales.
El viejo principio kantiano de proceder en forma tal que
cada conducta pueda ser elevada a categoría universal implicaba la reafirmación
de la ética en las relaciones interpersonales e internacionales. Krause pensaba
que la ascensión, que el progreso de la humanidad, se manifestaba
fundamentalmente a través de la búsqueda de la igualdad entre los Estados.
No se manifestaba a través de la tecnología solamente, ni
del avance científico, o militar, o cultural, sino a través de la búsqueda de
la igualdad entre los Estados.
Y Krause pensaba también que la igualdad entre los Estados
era posible fuera del modelo hegeliano, porque el modelo hegeliano terminaba
llevando a esquemas autoritarios. Los ideales de la humanidad, para este autor
tan leído por Hipólito Yrigoyen, no podían ser, ni aun con buenas finalidades,
el dominio de un Estado sobre los individuos ni el dominio de un Estado o de
algunos Estados sobre los otros. Por eso sostuvo que “los hombres deben ser
sagrados para los hombres y los pueblos deben ser sagrados para los pueblos”.
Fieles a la perdurable doctrina que expuso y aplicó Hipólito
Yrigoyen, en el campo de las relaciones internacionales, sostendremos en
nuestra política exterior los principios de la soberanía nacional, la
autodeterminación de los pueblos, la no intervención, la igualdad de los
Estados soberanos y la solidaridad latinoamericana.
Como dijo el recordado presidente Arturo Illia en ocasión de
similar a la presente, “no habrá para nosotros países grandes que debamos
seguir, ni países chicos que debamos dirigir; habrá solamente pueblos y seres
humanos respetables, a cada uno de los cuales ofreceremos una amistad sin
prevenciones”.
Será la nuestra una política de independencia, en armonía y
amistad con todos los miembros de la comunidad internacional, basada en el
reconocimiento del pluralismo ideológico y el decidido rechazo de toda forma de
imperialismo, colonialismo y neocolonianismo, fuere cual fuere el origen
concreto de estas deformaciones de la convivencia pacífica entre los pueblos, y
cualesquiera sean los intereses que las respalden o la magnitud de los poderes
que las impulsen.
En este sentido, preservaremos el interés y la dignidad de
la Nación en todos los ámbitos y circunstancias y resguardaremos celosamente
sus derechos, tanto en el campo de la soberanía territorial como en el aspecto
no menos decisivo de la participación justa en el desarrollo económico del
mundo moderno.
Apoyaremos las aspiraciones de los países en desarrollo, la
vigencia universal de los derechos humanos y el no alineamiento, y condenaremos
en todas las oportunidades en que sea pertinente esa intolerable perversión que
es el racismo.
Nos ajustaremos a la tradición nacional en favor de la
solución pacífica de las controversias, repudiando toda amenaza de empleo de la
fuerza.
Apoyaremos los esfuerzos encaminados a detener la carrera
armamentista, compartiendo la preocupación mundial por los riegos de
enfrentamientos con armas nucleares que podrían significar el fin de la
civilización humana, e incluso la destrucción de las condiciones ambientales
que hacen posible la vida en el planeta.
Nos hemos comprometido a que nuestra propia capacidad
tecnológica en materia nuclear no se aplicará jamás a otros objetivos que los
del desarrollo pacífico, y mantendremos con absoluta lealtad ese compromiso.
Nuestra representación exterior estará presente en todo foro
donde se promuevan la preservación ecológica, la cooperación internacional, la
eliminación del terrorismo organizado por sobre las fronteras, el uso pacífico
del espacio ultraterrestre, y toda otra iniciativa tendiente a estimular las
relaciones cordiales, el entendimiento fecundo y el respeto recíproco entre las
naciones.
Somos conscientes de que el destino argentino está
indisolublemente unido al de los pueblos hermanos de América Latina, que en
difíciles y dolorosas circunstancias de reciente memoria nos acompañaron con su
solidaridad y su invalorable apoyo moral y político.
Hacia todos ellos nos sentimos igualmente solidarios, y
estamos dispuestos y decididos a que ese sentimiento tenga expresión concreta y
práctica en la consolidación y profundización de las relaciones que desde
siempre nos vinculan por vecindad, confraternidad y origen común. Desde luego,
es parte esencial de nuestro programa de gobierno, como repetidamente los hemos
expuesto, intensificar todas las formas viables de intercambio y la
colaboración económica con estos pueblos, y en este sentido daremos prioridad a
la búsqueda de todos los caminos que conduzcan a ese objetivo, acentuando, en
el caso de los países limítrofes, la voluntad de integración real y efectiva sobre
bases de igualdad y amistosa coincidencia de intereses.
Dos importantes conflictos subsisten en el orden
internacional, que nos proponemos encarar con claridad y con actitud
específicamente adecuada a cada caso.
Respecto al problema de límites con Chile en la región
austral, reafirmamos que aceptamos como base de negociación la propuesta papal,
dejando expresamente a salvo el principio de la división oceánica de ambas
soberanías.
Aspiramos, de todos modos, a que la solución definitiva de
esta cuestión, una vez que alcance sin desmedro de ninguna de ambas partes,
constituye el punto de partida de una política de generosa reciprocidad en lo
económico, en lo cultural, en la defensa conjunta de los intereses comunes y en
la progresiva integración física de las comunicaciones, el transporte y el
desarrollo complementario de nuestros dos territorios nacionales, unidos, más
que separados, por una de las fronteras más extensas del continente.
Hacia Chile, como hacia los demás pueblos de la América
hermana, sólo alentamos sentimientos de amistad, cooperación y franca unidad
espiritual.
El futuro dará testimonio de la sinceridad de estas
convicciones.
En el caso de las islas Malvinas, Georgias del Sur y
Sandwich del Sur, nuestro objetivo indeclinable es y será siempre su
recuperación y la definitiva afirmación del derecho de nuestra Nación a su
integridad territorial soberana. Hemos dicho ya que en este punto somos
inflexibles.
La soberanía es un dato previo a la negociación.
Impulsaremos la recuperación de esos territorios insulares y su integración
definitiva a la soberanía de la Nación, reclamando con energía y decisión el
cumplimiento de las resoluciones vigentes de la Asamblea General de las
Naciones Unidas sobre esta cuestión, especialmente las denominadas 2.065 (XX)
37/9, que exhortan a la negociación directa de todos sus aspectos.
Mientras tanto, denunciaremos una vez más como una grave
amenaza a la seguridad de la República Argentina y de toda la región, la
instalación de la fortaleza militar y nuclear establecida por el Reino Unido en
las Islas Malvinas, así como la zona de exclusión declarada por ese país.
En este orden de problemas refirmaremos asimismo, en todo
momento y oportunidad, la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas.
Sólo deseamos insistir, una vez más, en nuestra decisión de
ser solidarios con los pueblos más postergados y de menor grado de desarrollo en
sus justas reclamaciones por obtener una completa reorganización de las
relaciones económicas internacionales, que haga justicia a sus aspiraciones y
contemple su derecho a participar activamente en el intercambio mundial y en
sus resultados no sólo por consideraciones de equidad distributiva y apertura
igualitaria hacia oportunidades de mejoramiento y progreso sino también como un
modo racional práctico, no meramente retórico, de servir efectivamente a la
causa de la paz y la seguridad de todo el mundo.
La consecución de estos objetivos pasa, en primer lugar, por
otorgar carácter de prioridad a la relación con las repúblicas
latinoamericanas.
Se trata de afirmar la presencia de América Latina en la
comunidad internacional, de forma tal que se lleven a un nivel óptimo sus
posibilidades como región y paralelamente la de cada uno de sus miembros.
La revitalización y eventual reestructuración – a la luz de
los resultados obtenidos – de los esquemas de cooperación e integración,
constituye una necesidad insoslayable.
Nuestro compromiso con ese ideal es sincero y concreto.
Se trabajará en esa línea abarcando todas las dimensiones,
ya que la integración no puede agotarse en un mero esquema mercantilista.
La realización de una política exterior independiente, que
otorga prioridad a la inserción en América Latina, tiene su proyección en el
movimiento de los países no alineados.
Nuestra presencia en esa agrupación será afirmada, evitando
conductas erráticas que en éste, como en otros campos, han afectado la credibilidad
argentina.
Es necesario destacar, sin embargo, que la participación en
este movimiento se realizará desde la clara definición ideológica que hemos
sustentado antes de llegar al gobierno, de respeto a la democracia y a los
derechos humanos, y se sujetará a los principios fundacionales del no
alineamiento, tendiendo a favorecer el proceso de distensión, verdadera
garantía de paz en el mundo.
Desde esta perspectiva consideramos indispensable que los
conflictos localizados se desactiven. Así, en el caso cercano de América
Central se apoyarán las propuestas del Grupo Contadora y toda otra que evite la
actual tendencia a situar el conflicto en el marco del enfrentamiento Este –
Oeste. Toda solución de fondo debe consultar el derecho incuestionable de esos
pueblos a vivir con libertad y justicia.
Sólo así podrá obtenerse la consolidación de una paz
duradera en esa región.
Nuestro gobierno sostendrá los esfuerzos del Grupo Contadora
e iniciará un sistema de consultas permanentes, con el objeto de aportar
nuestras experiencias y fundamentalmente con el ánimo de respaldar su gestión.
En este sentido una delegación del más alto nivel
diplomático, presidida por el ministro de Relaciones Exteriores, viajará a la
zona para establecer los mecanismos de consulta.
Otro problema realmente amenazador es el fracaso de los
instrumentos de seguridad continental.
El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca ha perdido
toda eficacia.
La confrontación en Malvinas, los intentos intervencionistas
en América Central y el Caribe, muestran el estado de indefensión de los países
latinoamericanos frente a la agresión extracontinental y otras formas de
intervención militar.
Pero esta verificación no debe agotar nuestro empeño.
Tenemos que hacer nuevos y efectivos esquemas de seguridad continental, en los
cuales América Latina pueda coparticipar.
En otras palabras, creemos que la protección de nuestros
intereses es una empresa internacional compartida.
En este sentido nuestra Cancillería realizará de inmediato
contactos con los países latinoamericanos a fin de llevar a cabo esta
iniciativa.
Al respecto, corresponde poner de relieve el carácter
dinamizador y positivo que presenta el llamado Grupo de los 77, del que la
Argentina forma parte.
Si la magnitud de nuestros problemas nos llevó a asilarnos
del mundo, se impone una rectificación del rumbo, ya que la Argentina no puede
encerrarse en sí misma.
En cuanto a nuestras relaciones internacionales, corresponde
reconocer que las mantenidas con los Estados Unidos han sido difíciles y
asimétricas
La principal preocupación que tenemos con esa relación es la
manera en que los intereses nacionales de los Estados Unidos han gravitado en
la situación interna de los países latinoamericanos.
En este sentido nos parece imprescindible que Estados Unidos
modifique su conducta con América Central.
En este campo seguiremos fieles a los principios sobre los
cuales se debe apoyar la convivencia interamericana, en particular el de no
intervención
Nadie puede negar que en cada región del mundo con
relaciones de fuerzas diferentes ambas superpotencias asumen una actitud que
soslaya las consecuencias que puedan sufrir la región, el país y sus
habitantes.
Si bien sería ingenuo desconocer la realidad dominante de
este conflicto, no podemos aceptar en forma pasiva que nuestros caminos
nacionales, concretamente la suerte de nuestra gente, se juegue en función de
las estrategias definidas por esas superpotencias sobre las que, evidentemente,
tenemos escasa capacidad de influencia.
Pero insistimos: muestra relativa capacidad para modificar
tales estrategias se verá compensada por una voluntad política decidida de
impedir sus efectos en el ámbito nacional e incluso latinoamericano.
No queremos ser peones de un juego ajeno.
En el segundo aspecto señalado, es decir, el que se refiere
a la expansión económica de los Estados Unidos, queremos también señalar que
procuraremos revertir los aspectos negativos que se derivan de esa política.
Por lo tanto en el marco de una relación no dependiente, estamos seguros de que
encontraremos, juntamente con los Estados Unidos el terreno más apto y los
mecanismos más eficientes, no sólo para fortalecer las relaciones bilaterales
sino también para consolidar los ideales occidentales de libertad, democracia y
justicia.
En cuanto a la relación puramente bilateral entre la
Argentina y Estados Unidos, destacamos en primer lugar que ha sido positivo el
cambio de la actitud norteamericana en la cuestión de Malvinas, tendiente a
apoyar las negociaciones de nuestro país con Gran Bretaña, conforme a lo
dispuesto en las resoluciones de los órganos competentes de las Naciones
Unidas.
Respecto a las relaciones económicas con Estados Unidos,
entendemos que existen dos temas que exigen una consideración especial, por su
envergadura e incidencia: la deuda externa de nuestro país y el intercambio
comercial. Estos reclaman una reconsideración de prácticas discriminatorias que
históricamente han conspirado contra un mayor acercamiento de nuestras
naciones.
En la relación con Europa Occidental cabe diferenciar las
relaciones con cada uno de los países de esa región, de aquéllas con la
Comunidad Económica Europea.
En lo que concierne a esta última, la posición de
proteccionismo asumida por esa región en su conjunto ha afectado considerablemente
el comercio de los países latinoamericanos; de ahí que reclamemos que la
Comunidad Económica Europea efectúe una revalorización de su política con
América Latina a efectos de reactivar las relaciones económicas con nuestros países.
Las prácticas discriminatorias de la Comunidad Económica Europea son, sin duda,
la consecuencia de los complejos equilibrios económicos y financieros que los
países miembro han tenido que realizar para compatibilizar sus intereses y
situaciones nacionales.
Sería ingenuo pretender que esas prácticas desaparezcan de
inmediato. No obstante, no cejaremos en nuestra crítica hasta que se comprenda
la necesidad de un cambio de actitud de la Comunidad Económica Europea respecto
de América Latina acorde con la importancia que nuestra región tiene.
En otro orden de cosas, y fuera de los aspectos económicos y
financieros, reconocemos la importancia que representan las experiencias
políticas de los países europeos occidentales, los que, compartiendo los
valores de democracia y libertad, desarrollan modelos nacionales e incluso
políticas exteriores diferenciadas. Independientemente del juicio que esos modelos
puedan merecer, ellos señalan que existe la posibilidad real de intentar otros
caminos para la consolidación de esos valores permanentes. Esto nos muestra que
Occidente no es un país, ni siquiera un modelo único de desarrollo en esa
búsqueda estamos seguros de que podremos iniciar una relación fructífera para
nuestros países.
En nuestro programa de desarrollo está especialmente contemplado
el obtener saldos positivos en nuestro comercio exterior que permitan afrontar
los compromisos internacionales existentes y satisfacer los objetivos de
crecimiento económico.
Para esto resulta indispensable diversificar el destino y
composición de nuestras exportaciones.
La situación creada por el proteccionismo imperante en
Occidente ha contribuido a que la Unión de las Repúblicas Socialistas
Soviéticas se transformara en los últimos tiempos en el principal comprador de
nuestra producción cerealera, conformándose un balance comercial con aquel país
que nos es decididamente favorable.
Los países socialistas, por las características particulares
de sus mercados, resultan sumamente importantes para la expansión de nuestro
comercio internacional. Esta relación debe desarrollarse dentro de un marco de
mutuo beneficio y respeto, como parte de una política exterior al servicio del
interés nacional.
De todas maneras no podemos ocultar nuestra preocupación por
ciertas manifestaciones, descarnadas o sutiles, de una política de poder que
constituyen una transgresión a las normas de convivencia internacional.
Ante las características del sistema internacional que ya
hemos definido, gravemente agudizadas por la crisis económica internacional y
por las respuestas de corto plazo, contempladoras exclusivas de sus intereses,
adoptadas por los países desarrollados, la Unión Cívica Radical considera
prioritario acentuar los vínculos con los países en desarrollo.
Por una parte, nos proponemos desarrollar una activa
participación en aquellos foros internacionales que son expresión de los países
en desarrollo; el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77.
En este plano multilateral se desarrollará una política que
tenga como objetivo fortalecer la capacidad de negociación de esos
agrupamientos con el fin de hacer realidad la mayor importancia relativa que
tienen los países en desarrollo en el sistema internacional.
En el plano político, consideramos que, desde una posición
de estricto no alineamiento, se debe realizar una efectiva acción en apoyo de
la distensión entre bloques, llevando adelante una activa política que tienda a
eliminar las situaciones de conflicto internacional a través de soluciones de
largo plazo.
En el plano económico, se hace imperioso acentuar aun más la
coordinación de políticas y el fortalecimiento de la posición de los países en
desarrollo con el fin de dotar del más amplio apoyo a los reclamos por la
instauración de un nuevo orden económico internacional.
Una segunda perspectiva involucra la necesidad de encontrar
respuestas inteligentes y creativas que dinamicen la cooperación Sur -Sur en
todos los planos y que encaren en forma realista la actitud de los países
desarrollados, que remite la solución de la actual crisis económica
internacional a la futura reactivación de sus propias economías.
Esta cooperación la concebimos abarcando los aspectos
monetarios, financieros, comerciales, científico-tecnológicos, en el campo del
transporte y en el plano de la educación y de la cultura.
Ya hemos definido que para nosotros la relación con América
Latina resulta prioritaria.
Desarrollaremos una política tendiente a concretar la
aspiración regional de lograr la integración latinoamericana.
En lo que respecta a los países de Asia y África, nos
proponemos revisar en profundidad todo lo actuado hasta la fecha, con el fin de
intensificar una cooperación que, en estos momentos, se hace indispensable. Se
presentan para nuestros países excelentes oportunidades en el plano comercial y
de transferencia de tecnología, que están esperando un desarrollo creativo y
lúcido. La Argentina puede convertirse en un proveedor de tecnología
intermedia, en el campo agrícola y alimenticio, así como también en aquellos
sectores de la industria y proveedores de servicios en los que cuenta con
amplia capacidad.
Estimamos que la cooperación, tanto en el campo multilateral
como bilateral, irá fortaleciendo la posición de los países en desarrollo,
permitiéndoles mejorar las condiciones de participación en el mercado mundial y
colocándolos en situación de modificar las injustas condiciones existentes en
el sistema económico internacional.
No podemos dejar de expresar nuestra profunda preocupación
por el trágico conflicto del Oriente Medio, en donde a antagonismos tradicionales
se han sumado algunos de nuevo y sospechoso cúneo.
Hemos reiterado en detalle y en varias oportunidades nuestra
posición sobre el tema.
A la complejidad del problema oponemos las medidas más
sencillas respecto a la integridad de los Estados del área y a la soberanía de
sus pueblos.
1. Respeto por la
existencia de Israel, cuyo pueblo tiene el inalienable derecho de vivir en paz
y sin la permanente preocupación de actos hostiles.
2. Respeto por la
aspiración del pueblo palestino para arquitectura libremente su destino en su
propia tierra.
3. Respeto por la
integridad territorial del Líbano.
Las interferencias extranjeras en el área han dejado una
secuela de innumerables conflictos y han dado una particular complejidad al
problema en virtud de las numerosas líneas de antagonismos que se cruzan y
entrecruzan.
La receta es, al menos en su concepción teórica, muy
sencilla: retiro de todas las tropas extranjeras, con lo cual se dará un primer
e importante paso en la búsqueda de la solución final.
En el área de culto, sin perjuicio de la virtual pérdida de
actualidad de las disposiciones constitucionales sobre el patronato a partir
del concordato existente desde hace algunos años con la Santa Sede,
mantendremos con la Iglesia Católica las tradicionales relaciones de cordial
entendimiento, teniendo siempre presente la singular posición que la misma
Constitución otorga a la religión predominante en el país por obvias consideraciones,
históricas culturales y espirituales. Del mismo modo, garantizaremos a todos
los habitantes la más completa libertad de conciencia, tan hondamente arraigada
en los valores de nuestra nacionalidad, rechazando por principio cualquier
forma de discriminación fundada en creencias, convicciones o actitudes
filosóficas.
Con un país institucionalizado, en democracia y con
desarrollo, la Argentina prestará su decidida contribución para el
establecimiento de un orden internacional más seguir y justo.
En esta fecha se da la circunstancia particularmente
auspiciosa de celebrarse en todo el mundo el Día Internacional de los Derechos
Humanos, en conmemoración de la declaración universal aprobada en París el 10
de diciembre de 1948.
En esta oportunidad nosotros queremos reafirmar solemnemente
nuestra fe en los derechos del hombre y la intención de nuestro gobierno de
actuar tanto en lo interno como en lo internacional para que esos derechos
alcancen vigencia efectiva.
En este orden de ideas, debe quedar claro que nuestra
política internacional será la expresión coherente de nuestra política interna.
Por esto consideramos oportuno subrayar el carácter de nuestra política
internacional en materia de derechos humanos.
Buscaremos “hacia adentro” la plena vigencia de los derechos
humanos y defenderemos “hacia afuera”, para todos los hombres que habitan la
Tierra, los mismos derechos que pretendemos para nuestros compatriotas.
Buscaremos la justicia social para los argentinos y no
cejaremos en nuestro empeño para contribuir a establecer un sistema
internacional basado en un trato moral, equitativo y justo entre las naciones.
Buscaremos el restablecimiento de la paz en nuestro
territorio asolado por la violencia y haremos de la paz un valor permanente en
todas nuestras posiciones en los foros internacionales. Sencillamente paz hacia
adentro y paz hacia afuera.
Buscaremos el desarrollo de nuestra economía y el bienestar
de nuestro pueblo, y haremos todos los esfuerzos a nuestro alcance para
contribuir al bienestar y al desarrollo de los pueblos postergados de la
Tierra.
Seremos la prueba que renacer es posible, para nuestros
compatriotas, para nuestros hermanos de América Latina y para el conjunto de la
comunidad internacional.
Buscaremos la libertad y la democracia para los argentinos,
con la firmeza que da él haber vivido la dramática experiencia del
totalitarismo y la represión, y lucharemos por la libertad y la democracia en
el mundo.
DEFENSA
Venimos de toda una etapa histórica caracterizada por
frecuentes y prolongadas intervenciones militares en el poder político de la
Nación, que aparte de sus negativas consecuencias institucionales han
terminado, en los hechos, por generar una crisis de profundidad y dimensiones
excepcionales, cuya reparación, que es quizás el objetivo más urgente del
gobierno que se inicia, habrá de exigir tiempo, esfuerzos, sacrificios, claridad
de ideas y una gran energía encauzada por un preciso sentido de la prudencia y el
equilibrio.
Las Fuerzas Armadas argentinas son eso: las Fuerzas Armadas
del país, creadas y organizadas para su defensa, con arreglo a normas,
principios y modalidades, técnicas admitidas en las comunidades civilizadas del
mundo. Lo que aquí se ha olvidado, por militares y civiles, para mal del país y
de las propias organizaciones castrenses, es aquella regla de oro que se aplica
y prevalece en todas las naciones civilizadas del mundo, cualesquiera sean su
régimen político o su signo ideológico dominante, y que determina que las
Fuerzas Armadas deben subordinarse a la autoridad civil institucionalmente
establecida. Por haber faltado a la observancia estricta de esa regla fundamental,
hemos padecido infinitos males, dolorosas deformaciones y verdadera decadencia.
En la Argentina democrática que hoy volvemos a fundar, esa desviación no se
repetirá jamás; y quien la intente, si es que tal posibilidad puede siquiera
ser pensada, asumirá las más graves responsabilidades con las consiguientes
sanciones. No habrá más golpes de estado ni “planteamientos” militares en la
Argentina del futuro.
Construiremos una república leal consigo misma y con sus
ciudadanos, que no podrá ser traicionada nunca en su esencia democrática ni en
su regularidad constitucional sin que el peso de semejante aventura recaiga
sobre sus improbables protagonistas. Vamos a vivir todos en un orden de
legitimidad basado en las periódicas decisiones periódicas de las mayorías
populares y en el acatamiento severo de las normas constitucionales, donde nadie
tendrá pretexto válido ni razón confesable para atropellar las instituciones sustentadas
en la voluntad del conjunto de sus propios compatriotas. Y en este clima de honrada
convivencia política podremos rescatar el prestigio histórico de nuestras instituciones
militares, las que la vieja tradición sanmartiniana, que reverdecerán sus lauros
del pasado en el servicio cotidiano de los intereses de la República. Porque la
República no pertenecerá a ningún sector, ni a partido alguno, sino a todos los
argentinos por igual. Los generales, almirantes y brigadieres de la República,
serán los oficiales de la Constitución.
Por eso, el primero en acatar la Constitución será el
Presidente de la República, asumiendo plenamente sus funciones y
responsabilidades de comandante en jefe de todas las Fuerzas Armadas, como lo
establece aquélla en su artículo ochenta y seis, inciso quince. Con la debida
intervención de vuestra honorabilidad en la sanción de los instrumentos legales
correspondientes, esas responsabilidades se ejercerán sin limitaciones no
contempladas en el texto constitucional, y desde luego con el necesario asesoramiento
técnico de cuadros y profesionales idóneos y competentes, manteniendo con vigor
y naturalidad los principios de subordinación jerárquica, obediencia reglamentaria
y ejecución de las órdenes con arreglo a los objetivos nacionales determinados
por los poderes políticos que la Constitución tiene establecidos.
En ese orden de ideas, tenemos el firme propósito de dotar a
las Fuerzas Armadas de una clara doctrina de defensa nacional, eliminando
definitivamente la llamada doctrina de la seguridad nacional, que tantos
trastornos ha ocasionado a la vida interna e internacional del país, al fijar
como objetivo de las organizaciones militares determinados fines políticos e
ideológicos que no eran los aceptados por la Nación misma como comunidad
democrática. En adelante, será el Congreso el que fije la misión básica de las
Fuerzas Armadas y provea a su organización, armamento y medios de acción,
conforme al artículo sesenta y siete, inciso veintitrés y disposiciones concordantes
de la Constitución Nacional.
En nuestra concepción, la defensa nacional es un tema que
excede el marco de las
Fuerzas Armadas, las cuales constituyen el instrumento
militar de la defensa, razón por la cual debemos dedicarle sustancial atención.
La defensa nacional se ve influida, mejorada o resentida,
según el funcionamiento de las distintas áreas de competencia del Estado. Hace
a una buena defensa nacional un sostenido esfuerzo del Estado en la educación y
la instrucción de su pueblo.
Hace a la defensa nacional la legitimidad o ilegitimidad del
gobierno que ejerce el poder. Hace a la defensa nacional el estado de
movilización de los recursos productivos de la Nación. Hace a la defensa
nacional el estado alimentario y la salud de la población. Dicho de otro modo:
sin gobierno legítimo, sin instrucción, sin desarrollo, sin una economía de
producción, sin una población adecuadamente alimentada y con su salud
protegida, ningún ejército podrá proveer adecuadamente a la defensa de la
Nación.
En una sociedad enferma y paralizada, sus Fuerzas Armadas se
enferman y se paralizan.
En una sociedad en crecimiento y realización, ellas crecen y
se realizan.
La situación actual no hace más que demostrar la veracidad
de estos asertos. En medio de una sociedad seriamente lesionada en su
patrimonio moral, con profundas heridas dejadas por problemas de una magnitud
tal como las secuelas de la violencia que durante todos estos años afectó
nuestra convivencia, con una hiperinflación y con el aparato productivo poco
menos que destruido, nos encontramos también con nuestras Fuerzas Armadas
derrotadas en Malvinas, afectadas por el ejercicio de las responsabilidades de
gobierno y bélicas, hipertrofiadas por la multitud de asuntos en que
intervienen y que son áreas claramente reservadas a la civilidad y en
definitiva con serios problemas para atender al fin primordial para el que
fueron creadas, que es el de nuestra defensa frente a una agresión externa.
Una situación como ésta no es admisible en ningún país que
quiera edificar sobre su suelo una sociedad democrática y moderna. Así como es
imposible pensar en un gobierno duradero que no se edifique sobre la base del
consenso de sus gobernados, tampoco podremos edificar la democracia verdadera
sin nuestras Fuerzas Armadas dedicadas al cumplimiento de su fin específico y
subordinadas al poder civil.
Las Fuerzas Armadas no pueden vivir enfrentadas con la
sociedad civil; esto es el caos a corto o mediano plazo.
Tenemos que empezar a hablar un nuevo lenguaje en donde no
existan dos sociedades antitéticas, sino una sola sociedad en donde una parte de
ella tenga a su cargo el aspecto armado de la defensa nacional.
En nuestra concepción, las Fuerzas Armadas tienen un rol
indelegable ya que les corresponde ser nuestra primera línea de defensa frente
a un ataque exterior.
Para ello, las necesitamos eficientes y modernas, sustraídas
de todo compromiso interno que las condicionen o les hagan perder de vista
éste, su fin y razón de existir.
Por eso en esta área el tema central de nuestra preocupación
será la modernización, que deberá implicar algunos cambios estructurales que
ejecutaremos paulatinamente y que deberán implementarse sobre ideas básicas que
merecen recordarse.
Está demostrado hasta el cansancio que cuando las Fuerzas
Armadas pretenden ocupar un espacio político que no les corresponde y dejan de
subordinarse al poder civil, no solamente fracasan en el gobierno sino que
también pierden su capacidad operativa y dejan de ser útiles para el fin para
el que fueron creadas.
Nuestras fuerzas, cada una de ellas, no son islas perdidas
en un océano. Debe emprenderse su integración y complementación, buscando
desarrollar un sistema de acción conjunta que les permita dar respuestas
adecuadas a las hipótesis de conflicto previsibles.
Si desarrollamos inteligentemente esta tarea de integración
y complementación que tendrá a su cargo el Ministerio de Defensa, lograremos
elevar el aprovechamiento y la utilización de nuestros recursos con la
consiguiente reducción presupuestaria en cantidades que podrán satisfacer
necesidades de otras áreas de gobierno.
En este marco, confiamos en producir una sustancial
reducción del número de conscriptos a incorporarse el próximo año, con la mira
puesta en la supresión del servicio militar obligatorio.
Debemos operar al propio tiempo sobre una modernización del
equipamiento y una redistribución territorial de las fuerzas que contemple las
necesidades de la defensa y les permita una óptima utilización de sus medios.
Sobre estas ideas básicas vamos a producir la reforma
militar, que concluirá con nuestras Fuerzas Armadas integradas plenamente en el
funcionamiento normal de las instituciones constitucionales, en el marco de un
Estado moderno, respetadas y queridas por el pueblo al cual se deben.
Más allá de lo específicamente militar es ineludible, al
hablar de la política que el gobierno aplicará en el área de defensa, hacer
mención de la acción que se deberá desarrollar a través de las empresas
públicas que se encuentran bajo la jurisdicción del Ministerio de Defensa.
La gestión de las empresas públicas forma parte de los instrumentos
del Estado para ejecutar las decisiones colectivas.
Las empresas del Ministerio de Defensa deben formar parte de
dichos instrumentos, ya que constituyen parte del patrimonio común de todos los
habitantes de nuestro país y, en tal carácter, sus actos en materia de
producción, empleo, inversiones, gastos, etcétera, son actos del propio Estado,
más que de un directorio o de alguna institución. Por ello deben sujetarse al
programa de gobierno votado por la mayoría del pueblo, que les establece múltiples
objetivos.
1. Cumplir con su
finalidad específica, ejecutando los programas sectoriales elaborados por las
respectivas áreas de gobierno.
2. Promover el
desarrollo tecnológico e industrial, utilizando su poder de compra, promoviendo
la máxima participación local con sentido federal y aplicando el régimen del
“compre nacional”.
3. Colaborar en
la programación, ejecución y control del gasto público.
4. Ajustarse y
cooperar con los criterios de política nacional en materia de endeudamiento
externo, comercio exterior, niveles de salario y empleo, etcétera.
La gestión de estas empresas deberá tener una eficiencia
aceptable de acuerdo a las condiciones económicas globales y a los resultados
observables en actividades similares del sector privado o del extranjero.
Como criterio básico, los beneficios sociales -que deben
incluir la evaluación del cumplimiento de los fines del Estado- deber ser
mayores que los costos sociales. Será requisito indispensable que las empresas
desarrollen capacidad de decisión tecnológica con la autonomía inherente a su
tamaño y función y con equilibrado sentido de lo que debe ser desarrollado o
adquirido como rol de ingeniería, de la infraestructura científica local y de
la industria proveedora.
La gestión tecnológica deberá integrarse eficazmente en la
planificación, en el análisis de proyectos, en la utilización del poder de
compra, en el empleo y aplicación óptima de los procesos en uso y en la tarea
de investigación y desarrollo.
La planificación y gestión de estas empresas en su relación
entre sí y con los demás organismos públicos será coordinada propendiendo al
mejor diseño y uso de la infraestructura, evitando las superposiciones
redundantes y aprovechando las posibilidades de servicios comunes en gran
escala, como por ejemplo, en materia de informática y telemática.
Se proveerá el control pleno e integral de estas empresas y
la adecuada publicidad de sus actos. Para ello serán incorporadas al sistema de
control de la Sindicatura General de Empresas Públicas en relación con los
aspectos jurídicos, contables y de gestión.
Finalmente, en lo que concierne a su administración, ella
será ejercida atendiendo a la idoneidad profesional del personal, ya que las
empresas son unidades productivas que requieren de técnicos, profesionales y
ejecutivos para los cuales su actividad en las mismas no sea un destino
ocasional y transitorio.
No escapa a nuestras preocupaciones el perfeccionamiento de
instituciones policiales modernas, respetuosas, garantes del orden y la
tranquilidad pública, eficaces para combatir a todas las manifestaciones
disvaliosas del hombre en la comunidad. La idoneidad e incorruptibilidad de sus
cuadros, desde las más elevadas jerarquías hasta quienes en la calle
preservarán la vida diaria de los argentinos, devolverá a la policía el papel
eficaz, socialmente con sentido, de brazo armado de la ley y confiable auxiliar
de la justicia, educadora del buen ciudadano y destinada a contener los males
que se suelen enquistar entre la gran mayoría de los habitantes que cumplen con
su deber. El trabajo no será simple, pero la propia policía contará con los
medios necesarios para el cumplimiento de su misión.
Esta policía, alejada del autoritarismo pero con verdadera
autoridad, dispuesta a prevenir y erradicar los delitos, capacitada moral y
técnicamente para actuar en los límites estrictos que marcan las normas
legales, hará comprensible su función hacia dentro y hacia fuera de sus
estructuras organizativas en el marco de una sociedad democrática y a través de
la ley, del diálogo, de la persuasión y de la comprensión, de una comprensión
que, más allá de las palabras, se exprese en el sostenimiento concreto de
valores supremos como el derecho a la vida, al honor, a la propiedad, a la tranquilidad
y al ejercicio de las libertades por parte de los ciudadanos.
Honorable Congreso de
la Nación:
Estos son, a grandes rasgos, nuestro programa y nuestro
compromiso de gobernantes.
Sobre la base de estas ideas generales, que en esta
oportunidad apenas podemos esbozar, pero cuyo desarrollo más amplio hemos
difundido de palabra y por escrito antes del 30 de octubre, se elaborarán las
propuestas concretas de acción legislativa que erán sometidas a la ilustrada
consideración y sanción de vuestra honorabilidad, aparte e las iniciativas que
seguramente aportarán los señores legisladores de la Nación en onsonancia con
las grandes líneas de pensamiento político, económico, social y ultural que el
pueblo hizo suyas en los recientes comicios nacionales.
Inútil sería tratar de disimular la emoción cívica que
invade nuestro espíritu al presentarnos aquí, en este día, ante la magna
Asamblea que encarna la representación de todo el pueblo argentino. Como
sabemos que esa emoción es compartida y unánime, nos excusamos de palabras
sobreabundantes para expresarla. La circunstancia no es propicia para la
retórica, por otra parte. Es la hora de la acción y de la acción fecunda, decidida,
comprometida e inmediata. Es la hora de hacer, de hacer bien, de hacer lo que la
República reclama y el pueblo espera.
Por la libre voluntad del pueblo argentino, tengo el honor y
la responsabilidad de asumir la presidencia de la República. Los hombres y
mujeres de mi patria me honraron confiándome ese cargo con una esperanza: la de
recuperar la Nación para la vida, la justicia y la libertad.
Esa esperanza es nuestra respuesta, la respuesta de la
inmensa mayoría de los argentinos en una experiencia dolorosa.
Hemos vivido con dolor el imperio de la prepotencia y la
arbitrariedad en esta tierra en la que nuestros abuelos quisieron construir la
igualdad y la justicia.
Hemos vivido el dolor de la violencia y de la muerte aquí,
en esta Argentina que todos soñaban y que todos queremos para la paz y para la
vida.
Hemos vivido, y todavía vivimos, el dolor del desamparo de
millones de hombres y mujeres en un suelo que puede proveer a la prosperidad de
todos el dolor del hambre en el país de los alimentos, el dolor de la falta de
techo, de salud y de educación en una nación donde nada justifica la existencia
de estos males.
Hoy asumimos el gobierno de la Nación cuando está sumida en
la crisis quizá más grave de su historia. Pero los dolores que hemos vivido nos
dejaron lecciones que no podemos ni debemos olvidar, lecciones que nos ayudarán
para salir de una vez por todas de esta situación intolerable, de esta
degradación creciente de un pueblo y de un país que no merece ese triste
destino.
Los pueblos, como los hombres, maduran en el sufrimiento y
no seríamos dignos del nombre de pueblo argentino si no fuéramos capaces de
aprender la lección del dolor.
Lo primero que no debemos olvidar es que lo más valioso que
tiene nuestro país son los hombres y las mujeres que lo habitan. No es el
petróleo, ni las vacas, ni el trigo, ni las fábricas, sino el trabajo y la
capacidad de creación de todos y cada uno de nuestros habitantes lo que da
sentido y riqueza a nuestra Argentina, como a cualquier otra nación del mundo.
La segunda lección es que sólo el pueblo se preocupa por el
destino del pueblo. Cuando se impide al pueblo decidir su propia suerte, cuando
se le prohíbe elegir y controlar al gobierno, tarde o temprano se deja de
gobernar para el pueblo.
Nadie puede pretender que un gobierno no cometa errores.
Pero de una vez por todas haremos que sólo sea el pueblo, por su libre voluntad
y dentro de las instituciones democráticas, quien sea el único que juzgue y
corrija esos errores. El dolor que vivimos nos ha enseñado que cada vez que se
coarta el camino hacia la democracia, la inmensa mayoría de los argentinos
termina perjudicándose.
También aprendimos que hay quienes se benefician cuando es
la fuerza y no la voluntad libre del pueblo quien impone el gobierno de la
Nación. Aprendimos que los que estimulan la impaciencia para proponer la
intolerancia y la violencia como remedios, han terminado favoreciendo los
intereses del privilegio. Aprendimos que cuando el pueblo no decide sobre el
gobierno, la Nación y el pueblo quedan desguarnecidos frente a los intereses de
adentro y de afuera.
Y hemos entendido que hay fuerzas poderosas que no quieren la
democracia en la Argentina. Sabemos que la reivindicación del gobierno del
pueblo, de los derechos del pueblo para elegir y controlar el gobierno de
acuerdo con los principios de la Constitución, plantea una lucha por el poder
en la que no podemos ni debemos bajar los brazos, una lucha que vamos a dar y
en la que vamos a triunfar.
Tenemos una meta: la vida, la justicia y la libertad para
todos los que habitan este suelo.
Tenemos un método: la democracia para la Argentina.
Tenemos un combate: vencer a quienes desde adentro o desde
afuera quieren impedir esa democracia.
Tenemos una tarea: gobernar para todos los argentinos
sacando al país de la crisis que nos agobia.
Hoy enfrentamos dos desafíos: gobernar la Nación en la
crisis y consolidar definitivamente la forma de gobierno que asegure el derecho
del pueblo a decidir su destino. Como hombres que somos, podremos equivocarnos
al gobernar. Como argentinos, en este momento y para siempre, sólo permitiremos
que sea el pueblo el único juez de esos errores y el único con derecho a
corregirlos. Nosotros, junto con la inmensa mayoría de los argentinos, sabemos
que a los problemas que vamos a enfrentar, a los problemas que esta crisis ha
agravado enormemente, se tratará de aprovecharlos para combatir la democracia.
Pero sabemos que el pueblo aprendió la lección y que estará a nuestro lado para
defenderla, con el vigor, la fuerza y la decisión de pelear por su derecho de
gobernarse.
Vamos a hacer realidad la esperanza de recuperar la vida, la
justicia y la libertad, porque, por dura que sea nuestra situación, ningún
obstáculo será insuperable frente a la voluntad inmensa de un pueblo que se
pone a trabajar, junto con el gobierno pero también más allá de los
gobernantes, en la tarea de construir su propio futuro. Otros pueblos se han
levantado de ruinas a veces más tremendas que las nuestras. No somos más, pero
tampoco somos menos que ellos. También nosotros podemos hacerlo, y lo vamos a
hacer, superando dificultades, equivocándonos y corrigiéndonos. Y no tengo duda
de que podemos gozar de esa vida, con esa justicia y esa libertad que hoy deseamos.
Lo vamos a lograr vamos a dar ese ejemplo y vamos a extender nuestra mano
fraterna para que otros pueblos, en particular nuestros pueblos hermanos latinoamericanos
también lo logren.
Hemos venido ante vuestra honorabilidad, conscientes de
nuestras limitaciones y del arduo esfuerzo que tendremos que desplegar para
tratar de ponernos a la altura de nuestra responsabilidad histórica, pero
conscientes, con igual sinceridad, de que nuestro mandato es claro, terminante
e ineludible; tal como lo es, en la esfera del Poder Legislativo, los que han
recibido los miembros de esta Honorable Asamblea, y tal como lo será el que
oportunamente reciban, con acuerdo del Honorable Senado, los jueces de la
Nación que habrán de completar la arquitectura constitucional de la República
con su alta misión, más silenciosa, pero no menos esencial.
Todos somos humanos y falibles, pero esta vez contamos con
muy poco espacio para el error o la flaqueza. No debemos fallar. No fallaremos.
Y si al cabo de nuestros mandatos hemos cumplido con aquellos grandes fines del
Preámbulo de la Constitución que alguna vez nos hemos permitido recordar de
viva voz como ofreciendo a la gran Argentina del futuro nuestra conmovida
oración laica de modestos ciudadanos, entonces, como también lo hemos dicho en
más de una ocasión, nada tendremos que envidiar a los grandes personajes de
nuestra historia pasada, porque esta generación, la nuestra, tan hondamente
agitada por las luchas y las frustraciones de este tiempo, habrá merecido de su
posterioridad el mismo exaltado reconocimiento que hoy sentimos nosotros por
quienes supieron fundar y organizar la República.
Con el esfuerzo de todos, en unión y libertad, que así sea.
(Aplausos prolongados. Puestos de pie los presentes aclaman
al señor Presidente de la Nacion. Acto seguido se entonan las estrofas del
Himno Nacional Argentino. Aplausos prolongados)
Sr. Presidente
(Otero). – Señores Legisladores: habiendose cumplido el objeto de esta
Asamblea, queda levantada la sesión.
-Son las 9 y 13.
Fuente: “Mensaje del Señor Presidente de la Nación” del Sr.
Presidente de la Nacion Argentina, Dr. Raul Ricardo Alfonsin ante la Asamblea
Legislativa bajo la Presidencia del Dr. Edison Otero, presidente provisional
del Honorable Senado, ocupa el sitial de la izquierda el Doctor Juan Carlos
Pugliese, Presidente de la Honorable Camara de Diputados, 10 de diciembre de
1983.
MARAVILLOSO!!!
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