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martes, 14 de diciembre de 2010

Ricardo Balbín: "El Desafuero" (29 de Septiembre de 1949)

Sr. Balbín.

Señor Presidente:
 

Yo no alcanzo a comprender esta incidencia parlamentaria. El señor diputado Astorgano pidió el cierre del debate para luego retirar su moción, cuando a la Presidencia le consta que había solicitado la palabra el señor diputado Frondizi, a quien correspondería hablar de acuerdo con la lista de oradores. Quisiera que esta situación quedara aclarada, porque debe comprenderse que salgo disminuido en la emergencia y que no puedo aprovechar una circunstancia como ésta para hacer uso de la palabra si la Cámara no resuelve que tiene dispuesto cerrar el debate y que solamente lo reabre a los efectos de escuchar mi palabra.

Sr. Visca - Ese es el criterio del bloque peronista.

Sr. Presidente (Cámpora) - La Presidencia va a aclarar la situación planteada.

Cuando se iba a poner a consideración de la Cámara la moción de orden formulada, el señor diputado y sus compañeros de sector, con fuertes gritos, exclamaron que no podía ser que no hablara el señor diputado Balbín. Ante esos requerimientos el señor diputado por la Capital ha retirado la moción, y la Presidencia entiende que lo ha hecho como una atención hacia el señor diputado por Buenos Aires.

Continúa en el uso de la palabra el señor diputado por Buenos Aires.

Sr. Balbín - De cualquier modo, señor presidente, es necesario que nosotros aceptemos esta situación. No obstante la dejamos señalada porque importa una violación de las prácticas parlamentarias.

Frente a este debate, señor presidente, estoy en una situación especial. Aclaro a la Cámara que he llegado sin apuntes y sin discursos preparados, por entender que se debe ser natural en la exposición cuando se enfocan cuestiones tan graves como ésta, donde los hombres tienen que decir lo que sienten y lo que piensan, y no lo que han pensado en otras épocas.

Soy el responsable de esta situación parlamentaria y tal vez lo sea porque soy enemigo de las ficciones. Casi podría decir que, en este trance, todo me parece una ficción. Una Cámara que se moviliza formalmente al solo efecto de llenar disposiciones reglamentarias y cumplir así una determinación que ya tiene tomada, me parece una ficción innecesaria e inútil. Precisamente eso es lo que me ha hecho pensar muchas veces que este estado de ficción en tantas emergencias de la Cámara está configurando una verdad: que el Parlamento de la República es una ficción. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Se va a tratar de suspenderme en el ejercicio de mis funciones, en virtud de un proceso por desacato, motivado por un discurso que pronunciara en una asamblea de mi partido.
Ha dicho bien el señor diputado Vitólo cuando afirmó que no soy capaz de rectificaciones. No porque considere que la defensa no es un derecho, sino porque en estos trances los hombres públicos no defienden sus derechos sino que tienen que prestigiar a los hombres que los escuchan y que los quieren. ¡Cómo puedo decir ante muchos, lo que sea capaz de negar después ante un juzgado! (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Mis afirmaciones son claras y limpias, decididas y categóricas.

Son mi lucha, mi modo de vivir, mi contribución modesta a la República. Yo no tengo la culpa de mi lenguaje: a mí me lo enseñó la adversidad. (¡Muy bien!).

No alcanzo a comprender cómo los hombres pueden juzgar situaciones según la medida del término que se use. A mí no me ofende el término: me ofende la intención. Repito que no alcanzo a comprender cómo la civilización tiene que llegar a tanto como para que en nombre de las sutilezas del lenguaje se pueda ofender sin ofender, se puede desacatar sin estar en desacato.

Yo prefiero lo otro: el lenguaje popular y llano, para que el pueblo entienda con rudeza las cosas rudas de la Nación. Cuando el Estado se desenvuelve normalmente dentro de una concepción democrática, creo que todos los hombres que actuamos en política tenemos que superarnos para superar el pueblo. Si hemos alcanzado una cultura, debemos tratar de volcarla para educar al pueblo. 

Si hemos alcanzado una experiencia, mostrar nuestra experiencia, para que le sirva a quienes no tengan tiempo para experimentar. Pero tiene que abandonarse un poco ese léxico docente cuando la vida de un hombre se ha desarrollado en la lucha por las cosas del país y se ha desenvuelto en el ambiente en que yo he vivido mi vocación cívica.

Aprendí a hablar este lenguaje desde 1930 en adelante. Lo utilicé contra la dictadura de Uriburu y lo fui usando durante el largo fraude que imperó en mi provincia, donde a veces dejábamos de hablar para romper urnas, obligados a dignificar la conciencia ciudadana. Eran épocas de intimidación popular. Había un ambiente de intimidación, y los pueblos no se sacan del estado de intimidación con versos, sino mostrando el coraje civil de los que son capaces de jugarse por el pueblo.

Así viví mis años de lucha ciudadana desde 1930 hasta hoy.

Y ahora me encuentro frente a esta ficción que me entristece. Algunos de los que han de votar estar tarde me aplaudían cuando usaba este lenguaje contra Uriburu. Muchos de los que han de votar esta tarde eran mis amigos en la lucha contra el fraude.

¿Qué culpa tengo yo si sigo creyendo lo de antes y ellos han cambiado, lealmente, sus convicciones? Pero no se puede diferenciar el concepto para modelar nuevas voluntades. Yo no he cambiado. Soy el mismo. ¡Y seré el mismo! Porque este es ya un deber que se adquiere a cierta edad en la vida cívica, no para usufructuar cosas, sino para dignificar pueblos.

He de resultar torpe en la expresión de mis ideas esta tarde porque yo nunca viví un minuto defendiéndome. Siempre puse todo lo mío al servicio de las cosas de la colectividad, de honrada manera, como yo pensaba. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Tal vez no resulte eficaz en mi defensa; pero están equivocados los señores diputados. ¡Mi defensa! Digo aquí una palabra más, que es el anuncio de mis determinaciones, que es el anuncio de la razón de mi actividad, que será la que demuestra en cierta parte el justificativo de mi conducta.

No se mueve la Cámara por propia voluntad. No es cierto. No se mueve el juzgado por propia voluntad. No es cierto. No tiene coraje judicial el juez que ha mandado esa nota. (¡Muy bien! ¡Muy bien!). Es de los que anduvieron en los pasillos del Congreso este último tiempo, mendigando la ratificación del nombramiento como una definición de que la justicia se condicionaba al color político de quienes los designaban. (¡Muy bien!). ¡Cómo he de pensar que se mueven con sentido judicial! Son aparcerías; pequeñas disminuciones; desjerarquizaciones de la función judicial.

Tampoco creo que sea la voluntad soberana de la Cámara la que se mueve ahora. Yo sé, me consta, que directores políticos actuales se han movido detrás de este proceso buscando ventajas o aparcerías; que es la voluntad de sectores peronistas la que resuelve el problema de esta tarde. No es la voluntad de la Cámara.

Lo saben bien los señores diputados. Aquí se responde a una consigna; se cumple una consigna y me parece bien. No lo reprocho. Reprocho el sistema.


Hablamos de la revolución del 4 de junio. Se enorgullecen todos los oficialistas del 17 de octubre. 

Todos los días en esta Cámara se habla del proceso revolucionario en marcha, de las realizaciones revolucionarias, de los hombres fuertes de la revolución, del líder fuerte en la conducción del gobierno y del partido.

Y en la exhibición que se hace públicamente uno no sabe si cuando se alude se está aludiendo al primer magistrado o al jefe del partido oficial. Es un raro complejo al que el país no estaba acostumbrado todavía. No porque algunos presidentes no hayan sido electoralistas, sino porque este presidente se ha declarado jefe único de su propio partido. Y entonces habrán de comprender los señores diputados que muchas veces, al aludir y al hacer la crítica, uno no sabe si se está refiriendo al presidente con divisa partidaria o al jefe de partido con la banda presidencial de la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Entonces aparecen estas confusiones. Entonces se equivocan los conceptos. Si yo dijera que todo esto lo he referido al jefe del Partido Peronista, preguntaría si jurídicamente es desacato referirse al jefe de un partido; pero es una posición de ventaja la que tiene el presidente, porque para ofender adopta la posición de líder y para procesar adopta la posición de presidente. (Muy bien!
¡Muy bien! Aplausos). ¿Y cómo se puede conducir a su respecto un hombre de la oposición, como nosotros? Si es un hombre fuerte, si es un revolucionario fuerte, yo le hago el honor de creer que le gustaría una oposición fuerte y no una oposición debilitada o amansada.

Demasiadas ventajas tiene el peronismo. Son excesivas las ventajas.

El presidente o el jefe del partido -no sé cuando habla de una o de otra manera porque se confunde en los discursos-, ¿cómo quiere que respondamos nosotros cuando dice que somos antipatrias?

No sé cómo tenemos que utilizar nuestro lenguaje para contestarle cuando dice que somos traidores del país. ¿Qué lenguaje hemos de usar para decirle al pueblo que no somos antiargentinos dentro de la República? ¿Cómo tengo que conducirme en mi oposición frente a un presidente que confunde bandera y divisas, se comporta como él quiere y agravia en las condiciones que se le antojan? Es difícil la conducción y la réplica. Y entonces tenemos que tomarlo en conjunto, en su total personalidad.

Al tomarlo como jefe de partido, como jefe de gobierno, no pedimos ventajas ni exigimos definiciones previas. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Jefe fuerte con oficialidad fuerte. Así concebía yo una revolución.

Y se me antojaba que en mi permanente andar, en mi prédica leal y honrada dentro del país, había de encontrarme con ustedes, replicando en la tribuna, diciendo cada uno su verdad, llegando aun al incidente porque a veces así se busca una gran definición argentina. Y he encontrado silencio de muerte en todo el país y sólo un brillar de votos opacos en esta Cámara para expulsar a la gente que lucha en la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Es mejor lo otro, señores diputados: la igualdad del tratamiento.

Es más argentino, está más cerca de nosotros; responde mejor a nuestra personalidad, a nuestra tradición y a la de nuestros héroes. Nunca creí que llegaríamos a este episodio de tristeza argentina en que pretendiendo que se llegó al agravio, imputando a un diputado que ha utilizado un término y no otro, se tomara esta exagerada ventaja.

Tiene razón el señor diputado por Buenos Aires. No disminuye al partido ni a sus hombres.
No engrandece al que echa, porque esto de ser echado de estas bancas es privilegio concedido por una tómbola de orgullo que nosotros tenemos para siempre y que pudo haber tocado a cualquiera, ya que todos somos iguales.

Tiene otro significado. Lo he dicho en las tribunas de mi partido.

Se llama proceso de intimidación. Ya lo dije una vez en la Cámara. Lo seguiré repitiendo. Se acabaron las probabilidades de los grandes slogans para conductores de muchedumbres.

Ahora no se puede engañar más al país, porque son muy juzgadas las realidades de la República; por ello este proceso de intimidación es necesario.

Señores diputados: óiganlo bien. Echan a un hombre a la calle para vivir ustedes en libertad sin darse cuenta de que yo seguiré siendo libre, mientras todos ustedes quedan presos e incapacitados para reaccionar. (¡Muy bien! Aplausos).

Quién sabe si en lo recóndito de sus almas no están trabajados por la preocupación de que quien faltaba hoy podría correr mañana la suerte de este diputado radical. (¡Muy bien!). 

Es el país, señor presidente, el que va entrando en un proceso de confusión.


Somos todos nosotros quienes nos vamos embarullando un poco en las realizaciones argentinas. Todos somos responsables de algo en este proceso. Tal vez éste sea un proceso de esclarecimiento argentino que necesariamente deba hacerse a través de la confusión.

Si ésta fuera una revolución auténticamente argentina, triunfante y orgullosa, abriría las puertas a la prédica, a la difusión de ideas, al entrechocar de pasiones, al decir y al dejar decir, para que el pueblo, en definitiva, fuera quien resolviera si están bien o mal en la conducción quienes conducen. Pero de esta manera, de un modo u otro, se llega al plebiscito unilateral, a la intimidación, para que la conciencia argentina, en vísperas electorales, no sea considerada como la de una ciudadanía sino como la de un rebaño. (¡Muy bien!).

Nosotros no lo queremos. Hasta el último instante de nuestra lucha estaremos en esta situación, porque no queremos agraviar a nadie. No queremos desacatarnos contra nadie. ¡Lo único que queremos evitar es que este gobierno revolucionario se encuentre desacatado contra la República! Se lo está cuando arbitrariamente se buscan medios extraordinarios que no se necesitan para la conducción de un buen gobierno; se está en la contrarrevolución cuando se intimida, se persigue, se controla y se espía.

Yo no hago alusión al diputado que me denunció. ¡Creo que él ya tiene un antecedente que lo salvará del anonimato! Es la otra persecución la que desalienta, la que está en todas partes, la que se desarrolla sin saber quien la dirige, la que está en todos los sectores, hasta en el de ustedes, porque éste es el final de todo un proceso.

¡Ustedes mismos serán custodiados, examinados en sus actividades, y en el secreto de sus pensamientos, porque llegará un instante en que se exigirá la solidaridad para todo, hasta para el crimen, si éste fuera necesario para mantener una revolución que se ha transformado en una contrarrevolución argentina. (¡Muy bien! Aplausos).

Yo, señor presidente, hace tres años que estoy en este tipo de lucha, pero vengo desde lejos. No he aprendido todo lo que puede hacer un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo todo para que no lo tengan que sufrir las generaciones futuras.

Nosotros estamos trabajando para el porvenir y hemos renunciado a nuestra comodidad personal. ¡Nosotros tenemos sentido de futuro, no barriga de presente! (¡Muy bien! Aplausos).
Por eso somos esto; por eso somos este renacer de la esperanza argentina. Antes nosotros éramos pocos y ustedes muchos.

¡Sería conveniente que se entretuvieran en averiguar por qué ahora nosotros vamos siendo más, y ustedes menos!

No pienso que se busca la eliminación de un hombre para marchitar este renacer argentino. Sería hacerle poco favor a la recuperación moral del país, que viene sola, espontánea y vibrante porque ése es el destino de la nacionalidad. Hablamos frente a las multitudes, y si nos aplauden no es porque encuentren en nuestras expresiones una verdad desconocida, sino porque quien habla en alta voz está interpretando el pensamiento de los que no tienen necesidad u ocasión de decirlo directamente.
Nosotros no estamos acertando con el alma de la ciudadanía argentina; sólo estamos diciendo, en alta voz, lo que ya está pensando la ciudadanía de la República. (¡Muy bien!).

La Cámara resuelve mi propia determinación. ¡Está equivocado el señor juez si piensa que yo habré de ir ante él a prestar declaración indagatoria o a ofrecer pruebas! ¡Cómo habría de hacerlo, señores diputados, si la Cámara de Diputados de la Nación condena sin pruebas! Si el Parlamento de la República es insensible, ¿cómo le daré posibilidades a un juez para que disminuya a la Cámara? ¡El proceso está terminado, definitivamente concluido! La Cámara suspende a un diputado por esas constancias leídas. ¡Yo no le voy a hacer el agravio de colocar al juez en condiciones de decir cosas distintas!

La Cámara no ha preguntado al inculpado cuáles fueron los términos de su discurso. Yo creo que eso significa tanto como notificarme que es inútil que se lo diga al juez. ¡Tampoco se lo diría, por el gran respeto que tengo por el Congreso de la Nación Argentina. (¡Muy bien!).

Yo iré, como lo he prometido, sólo a decirle al juez: "Aquí me tiene; no declaro, ni pruebo; condene, porque ya me condenó la Cámara de Diputados de la Nación."
¡Cómo voy a hacer responsable a un empleado judicial! Este es el destino del proceso, y así tiene que terminar.

Cuando el señor diputado por la mayoría fundamentaba el pedido de mi suspensión, yo lo consideraba como la acusación y del fiscal que habrá de venir en ese sumario. ¡Quiera el destino que a aquél no le tiemble la mano y diga cosas idénticas.

Hay hombres en la vida pública que no pueden entrar en triquiñuelas judiciales. ¡Yo no puedo ir a decirle a ese juez que tengo testigos para decir que esa policía miente! ¡Cómo no ha de mentir si está pagada por quienes me acusan! (¡Muy bien!). 

Yo no voy a buscar ciudadanos dignos para ir a custodiar mi dignidad, porque la de ellos es la mía. Si yo soy expulsado de la Cámara de Diputados de la Nación el agravio es para ellos, y después para mí; pero esto último no tiene importancia.


Dentro de pocos días el juez que pidió el desafuero tendrá que dictar la condena, y no podrá zafarse con interpretaciones.

Porque si este cuerpo ha considerado que hay razón, yo tengo que darle las posibilidades humanas a ese funcionario para no torturarle el alma. ¡Que tenga por lo menos la ventaja de respaldarse en este pronunciamiento para seguir manteniendo el cargo!

Es muy difícil, señor presidente, apreciar el juego y las consecuencias de estas cosas. Era lógico suponer que yo habría de llevar, a la vieja manera, mi versión taquigráfica modificada; que yo habría de llevar mi auténtica versión taquigráfica, con la cual probaría que para mí no hay desacato. Si la Cámara tiene la deferencia de aceptarla, solicitaría que se incorporara en el Diario de Sesiones. Y le anticipo que si ella entiende que decir dictadura es desacato, esa expresión aquí está repetida varias veces. Si la Cámara considera que hablar de revolución es desacato, yo no sé cuántas veces se han desacatado los señores diputados hablando de la "revolución en marcha". Es inexacto, totalmente inexacto, que yo haya hablado hasta ahora de hacer revoluciones. ¡Cómo voy a comprometer a destiempo a las jóvenes generaciones radicales, que tienen mucho que darle al país todavía, y cómo voy a pedirle el sacrificio de su sangre, si todavía tengo la mía sin gastarla! Yo hablé de otras cosas, señor presidente, yo hablé de la revolución radical, sin armas, en el orden de las ideas. Lo que para nosotros es la gran revolución radical, que no se ha consumado en el país -no por culpa nuestra-. Está dicho aquí: por culpa de la coalición de oligarquías que le conocían el pulso al radicalismo y le salieron al encuentro, protegidas por la traición de los sectores militares antidemocráticos.

Desde 1930 el radicalismo está detenido en el tiempo. ¡Lo saben muchos de los señores diputados, a quienes yo he visto luchar a mi lado durante trece años! Ellos pueden criticar al radicalismo de hoy en adelante, pero no es justo ni razonable decir que él estuvo con las oligarquías, con la prepotencia y el capitalismo, cuando saben que toda una generación del 30 viene bregando por encontrar la posibilidad de realizar la gran revolución demorada del radicalismo.

Como no somos egoístas, y como tenemos rotos los relojes y los almanaques, yo he dicho esto que repetiré en todas partes: ¡el radicalismo debe al país una revolución social, la realización total de su programa, que lo realizará, pese a los procesos por desacato! ¡El deberá ser cumplido, porque es un designio argentino!

Yo comprendo que muchos de ustedes tuvieron nuestras mismas inquietudes y afanes, y que en un determinado momento creyeron que ése era el camino para realizar la revolución demorada del radicalismo. Nosotros sabíamos que no, y nos quedamos.

Muchos de ustedes se fueron creyendo que allí estaba la gran posibilidad. Y a tres años de realización revolucionaria yo pregunto si la legislación actual que dicta este Parlamento, si el régimen de prohibición que existe en el país, y la traba a la difusión de ideas, si el control de la radio, si el monopolio de la producción, si el régimen legal y económico del país puede ser la revolución del radicalismo. Sin embargo, siguen caminando por la senda del error, perdiendo esfuerzos y gastando tiempo.

Todos los triunfadores, señor presidente, tienen la creencia de su perpetuidad; todos los triunfadores creen que vivirán su vida entera en el triunfo. Cuando una minoría les dice que están equivocados y que algún día los vencerán, se ríen, como se ríen todos ustedes ahora. ¡Así se reía otro oficialismo de mi provincia que nos gobernó durante 13 años con el fraude cuando pensaba que aquello era para toda la vida!

Ahora, en esta época y en este tiempo, con idéntico optimismo, ustedes ven la posibilidad de sobrevivir. ¡Pero nosotros, que tenemos la vieja experiencia de nuestros sacrificios, sabemos que esto termina, y como no trabajamos para nosotros, sabemos que nuestros hijos llegarán a tiempo!
Estas son las cosas que de una u otra manera decimos en las calles; éstas son las cosas que de una u otra manera seguiremos diciendo en todas las tribunas. Si el señor presidente quiere una oposición débil, tengo que llegar a reconocer que no es tan fuerte como parecía, o que, por lo menos, no siente la argentinidad como yo la siento; no tiene el coraje civil que nosotros desparramamos por todas partes. (¡Muy bien! ¡Muy bien).

Son dos concepciones distintas. Por eso usamos dos lenguajes diferentes y somos dos posibilidades diferentes.

Yo pregunto: si a un ministro se le pudiera hacer proceso por desacato, ¿hubiera procesado este oficialismo al ministro de Educación cuando dijo todas esas monstruosidades de la oposición, no con lenguaje de maestro, sino con un idioma de analfabeto?

Quiere decir que tienen y quieren una ventaja extraordinaria.

Nos puede agraviar el presidente en su doble condición; también puede aludirnos su esposa en su doble condición: de esposa y de dueña de Trabajo y Previsión mediante la ayuda social; puede injuriarme el señor Teisaire, senador y "jefe" del Partido Peronista.

Si a mí me expulsan de la Cámara por definir ideas, no sé qué debiera hacerse con el presidente del Partido Peronista si fuera diputado de la oposición al amenazar de hecho a toda la ciudadanía libre de la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

¿No ve, señor presidente, que son difíciles las cosas y las situaciones?

Yo sé que pierdo el tiempo en cuanto signifique pretender variar este espectáculo y la decisión que ha de tomar la Cámara. Pero estoy ganando tiempo porque tenemos resuelto no perder minuto para decir estas cosas argentinas. Aquí, en la calle o en la cárcel. ¡A veces es necesario que en un país entren algunos dignos y libres a la cárcel para conocer dónde irán después los delincuentes de la República! (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).

Yo sé, señor presidente, que todo esto suena a ridículo para algunos; quiero creer que mueve a preocupación a otros. Ridiculez para los resentidos sociales, para los que van a ir con alegría de mueca a verme entrar y a quienes yo encontraré allí mismo cuando tenga que salir. Alegría de resentidos que es tristeza contenida, y por eso es mueca. Preocupación para otros, austera preocupación para los que meditan y comprenden. No busco la posibilidad de que ellos vengan; nosotros queremos que venga el pueblo. Lo único que deseo es que puedan modificar el criterio del gobierno para salvar a tiempo los prestigios del país, maltrechos por esa revolución que era su orgullo. No me detendré, señor presidente, en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de nadie; pero tenga la seguridad, señor presidente, que estaré sentado en la vereda de mi casa viendo pasar los funerales de la dictadura para bien del país (¡Muy bien! ¡Muy bien!) y para honor de la República y de América. (¡Muy bien! ¡Muy bien!). 

Si con irme de aquí pago precio, como cualquier otro de los luchadores de mi partido; si éste es el precio por el honor de haber presidido este bloque magnífico, que es una reserva moral del país, han cobrado barato; fusilándome, todavía no estaríamos a mano. Nada más 


(¡Muy bien! ¡Muy bien! Prolongados aplausos. Varios señores diputados rodean y felicitan al orador).





























Fuente: Ricardo Balbín: "Desafuero al Dr. Ricardo Balbín" (29 de Septiembre de 1949)

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