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martes, 14 de diciembre de 2010

José Manuel Estrada: "Discurso en el Frontón" (13 de abril de 1890)

Simpaticé desde su primer momento con la Unión Cívica, porque veía en ella un fulgor de esperanza para la República, y un acto de virilidad de parte de la juventud, a cuyo amor y a cuyo servicio consagré los años floridos de mi vida, mientras subsistieron en el país los derechos de la cátedra, que nacen con las primeras aspiraciones de los pueblos a la civilización, y desaparecen cuando las naciones desprecian los ideales y decaen bajo la fuerza de oligarquías o tiranos. Y vengo a asociarme a sus generosos esfuerzos, con mi notoria divisa de ciudadano católico, en esta solemne asamblea convocada en días aciagos,cuando de las libertades constitucionales sólo queda una sombra irrisoria, y la miseria de las masas populares, y las angustias de una sociedad amenazada de la ruina, muestran cuan fugitivos son los triunfos de aquellos hombres, cuyo Dios es el vientre, y olvidan que pueblo se individuos viven, no sólo de pan, sino de verdad y de justicia. Yo sé que las naciones son sanables, y confieso una providencia, cuya sabiduría frustran los cálculos de la vanidad, y resplandece en el conjunto de la vida y de la historia. Por eso bendigo la adversidad que nos visita, la tribulación que nos enseña y nos rehace.
Señores: Otras generaciones han presenciado cataclismos e infortunios. ¡A la nuestra ha tocado la triste suerte de contemplar la vergüenza argentina! Soportad que os lo diga. Quiero desahogar mi corazón en el del pueblo.
La República Argentina, en su tormentosa existencia, ha pasado por muchas horas duras y sombrías. Ciegos arrebatamientos de las muchedumbres la han desorientado, y despotismos sanguinarios han clavado la garra en sus entrañas. Espíritus torvos, arrastrados por insano apetito de prepotencia, la han dilacerado y hechos jirones su bandera; y hubo día en que no quedara un palmo de su suelo sin surcos de sangre, ni una madre que no gimiera, pero, ni tampoco, señores, un brazo inerte, ni un espíritu indeciso, ni un corazón afeminado. Por el bien, o por el mal, convencidos o fanatizados, los hombres, delirantes de entusiasmo o de furor, luchaban, desalentados a veces, pero varoniles, y de esa actividad indomable y tumultuosa vivía la República, capaz de moderarse y corregirse.
Mas no veo en la época afrentosa a que llegamos, ni en los que usurpan el derecho de una ambición de poder que los haga dignos de cotejo con Quiroga, ni en los desposeídos del derecho, energía para resistir que los haga dignos del nombre y de la gloria de sus padres.No. Veo bandas rapaces, movidas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseño rearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar sus sustancias,pavonearse insolentemente en las más cínicas ostentaciones del fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día. Veo más. Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus tradiciones, sus deberes y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la posteridad, a su estirpe, a su familia, a sí mismo y a Dios, y se atropella en las bolsas, pulula en los teatros,bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del fin, y va a todas partes, menos donde van los pueblos animosos, cuyas instituciones amenazan desmoronarse carcomidas por la corrupción y los vicios. ¡La concupiscencia arriba,y la concupiscencia abajo! ¡Eso es la decadencia! ¡Eso es la muerte!
¡Bendita la adversidad que desacredita oligarquías corrompidas y corruptoras, y disipa los sueños enervantes de los pueblos! Y ya que la ruda experiencia ha descubierto el fango bajo los esplendores de la riqueza, y el corazón del argentino bajo el pecho del especulador visionario, al bendecir la adversidad, aprovechemos sus enseñanzas para limpiar y redimir la República. Queremos, ante todo, restaurar las instituciones políticas,recobrar nuestros derechos y abrir campo legítimo a nuestras controversias y nuestras luchas. En esta asamblea se expresa la razón y el sentimiento de la República entera en los momentos espantosos porque atraviesa; y tan grande unanimidad en la crisis,concierta para salvarla espíritus disidentes en graves y fundamentales cuestiones de gobierno.No importa. Logremos juntos el derecho de discutirlas y el poder de resolverlas.Ese derecho y ese poder son nuestros y nos han sido arrebatados en un salteamiento político sin igual en la historia y encaminando al salteamiento financiero que nos arruina, y ¡gracias a Dios! nos despierta para no volver a dormir. ¡Ciudadanos!, ¡si tenemos en las venas sangre ardiente de argentinos y merecemos vivir a la sombra de una bandera que no flameará sobre generaciones poltronas ni sepulcro de cobardes
!Señores: Conozco la vida de nuestras provincias y la agudeza de sus horrorosos padecimientos,nacidos de un régimen de fuerza, cuya violencia y cuya crueldad, ignotas en Buenos Aires, asimilan allí la existencia a las de épocas rudas y brutales, en que la lámpara de la cultura argentina se salvaba en un claustro medio oculto entre las breñas de Catamarca. Nuestros hermanos del Interior tienen sobre nosotros su mirada. Son carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Nos pedirán cuenta de nuestra perseverancia y de nuestro valor. Nos las pedirá el porvenir. Nos las pedirán nuestros hijos. ¡Nos las pedirá Dios, que juzga los juicios humanos, desvanece como el humo las ambiciones de los soberbios, y reina por el derecho, sobre los pueblos varoniles que aman y sirvenla justicia!





























Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / III Natalio R. Botana – Ezequiel Gallo De la República posible a la República verdadera (1880-1910)

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