Yrigoyen siempre insistió en este concepto, que han olvidado
a veces las direcciones del Radicalismo: que la Unión Cívica Radical no es un
mero "partido" político. "No es un partido más, cuya acción se
limita a ser sólo una oposición a las calamidades gubernativas, ni "una
parcialidad que lucha en su beneficio", ni "una composición de lugar
para tomar asiento en los gobiernos", sino "el mandato patriótico de
nuestra nativa solidaridad nacional"; es una convocatoria y organización,
un Movimiento nacional histórico, que lucha como consecuencia de responder a
una concepción afirmativa de la vida argentina, cuya auténtica cualidad debe
sustanciar y defender contra todo cuanto se le opone.
Una fuerza que así se propone realizar la Nación; que viene
a conquistar, en vista del derecho de la Nación, el plano natural constitutivo
sobre el que pueda levantarse con autenticidad y grandeza la vida toda, en
cuerpo y espíritu, de su Pueblo; no podría por lo tanto ser considerada en el
rango de los comunes partidos políticos. Menos aún de "izquierda", o
de "derecha", o de "centro", como con mentalidad y lenguaje
de copia e increíble desconocimiento de la afortunada originalidad doctrinaria
del Radicalismo, hasta algunos radicales suelen pecar en el decir. Esos
términos, acuñados por realidades políticas de países de otros Continentes, a
veces organizados en contra nuestra, sustentadores de Estados dictatoriales o
imperialistas, corresponden por lo tanto a la concepción amoralista de la
política y de la cultura que los rige; y cuanto una política carece de
contextura moral personalizante, no es radical, ni revolucionario ningún *'
izquierdismo'' que lo pretenda.
No es el Radicalismo un simple partido, como no pudo serlo
el gran ideal congregante que reunió a los patriotas que fundaron nuestra
Nación siete las naciones hermanas en la lucha por la Independencia. Es una
fuerza de la historia nacional y continental, que concibe la República como
idea moral, y que brega por darle constitucionalidad a la Independencia: por constituirla;
por dar a la Nación en su pueblo, bases firmes, morales, espirituales y
políticas, para su desarrollo auténtico.
Su programa, es una suma de programas y una continua lucha
prin- cipista, que aspira a introducir la autoridad de la moral en el sistema
de la política, con la preocupación, ante todo, del alma del hombre argentino.
No advertirlo es caer en todos los errores de apreciación crítica o de
conducta ciudadana en su seno.
Por ser ético el fundamento del Radicalismo, es propio de su
doctrina considerar que la prosperidad y el progreso del país está
preferentemente constituido por sus fuerzas morales y su grandeza reside, no en
los bienes materiales o en la organización física del poder, sino en las
grandes virtudes de su pueblo, que hay que preservar y estimular para que se
traduzcan en bienes de validez universal. Las necesarias construcciones y
organizaciones materiales deben ser un medio para defender aquellos valores y
no para corromperlos o anularlos. Si el Radicalismo es verdadero, constituye
así un humanismo a la vez personal y social, para el cual la verdad política no
es distinta de la verdad moral. Por eso conduce a la libertad y a la justicia
social. Es una íntegra conducta humana que no disocia la doctrina y los hechos,
una de cuyas manifestaciones es la vida internacional. Esta gran política
reivindicatoría debe ser practicada y defendida en lo esencial con fidelidad,
sin concesiones, intransigentemente; intransigencia radical que aspira a ser un
método de formación y defensa del espíritu personal del ciudadano y del
espíritu social del pueblo todo, una escuela de constante formación integral y
ascendente de la nacionalidad.
De ahí que, para los partidos de orden común, frente a
circunstancias graves, el procedimiento lógico sea ceder o transar; mientras
que la vieja lección del verdadero Radicalismo, la que dieron sus grandes
apóstoles y maestros políticos, sea conciencialmente y emocionalmente lo
contrario: no transigir. Por lo mismo que el Radicalismo, si se coloca en su
plano esencial, crea la conciencia del valor valioso de cuanto se juega, ante
el peligro o grave riesgo, se abroquela, no pacta: defiende las bases de la
nacionalidad, en primer término la contextura ética esencial del espíritu
argentino.
Yrigoyen hubiera podido resolver el problema de la obtención
del poder, mediante acuerdos, cien veces; pero para él no se trataba de
enredarse en las sinuosidades del oportunismo ni de replegar la Causa nacional
a las grangerfas de un triunfo efímero. Se trataba ante todo de la
personalidad, del alma del pueblo, del carácter nacional; de instituir con el
Radicalismo, con firmes bases institucionales, la escuela permanente de auto
creación espiritual y moral de la Nación conforme a su propio genio y propia
grandeza posible.
Desde un punto de vista impersonal y de plena objetividad
política, la característica distintiva de las dos corrientes internas de la
Unión Cívica Radical, que de una manera implícita o explícita constantemente
existieron, consiste en que una de ellas consideró en todo momento al
Radicalismo como un "partido", es decir, como una parcialidad
dirigida a la conquista del poder, y por eso ha sido propensa al acuerdismo y
ha solido colocar lo electoral o gubernativo en el plano de los fines; y en que
la otra, consideró al Radicalismo como el Movimiento, que si afirma sus
principios gobierna siempre: gobierna en el gobierno o gobierna en el llano. En
tal concepto hubieron instancias decisivas en la contienda interna,
particularmente graves, cuando conducidos algunos hombres por su idea de
Radicalismo como "partido" y no como instauración de la Nación sobre
sus bases espirituales y morales, llegaron hasta la concertación de pactos con
los adversarios naturales de la Unión Cívica Radical, o convenios internos para
transigir doctrinariamente; de donde dimanaron los daños más perniciosos.
Fuente: "La Unión Civica Radical un movimiento nacional histórico" por el Ingeniero Gabriel del Mazo en El Radicalismo "Ensayo sobre su Historia y Doctrina", Editorial Raigal, 1955.
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