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martes, 14 de diciembre de 2010

Marcelo T. de Alvear: "Fascismo y Comunismo" (octubre de 1937)

Tanto el fascismo como el comunismo buscan el estado totalitario, es decir, la abolición del individuo en beneficio de la entidad estado. La vieja fórmula liberal: el Estado se funda para facilitar el desenvolvimiento y los derechos y asegurar las garantías del individuo, ha sido reemplazada por el siguiente concepto: el Estado antes y sobre todo; el individuo no es más que un factor de los tantos que deben concurrir a fortalecer el Estado como entidad superior e ideal.

En este punto, como se nota fácilmente, tanto el fascismo como el comunismo cultivan una idéntica teoría: reducir las prerrogativas del individuo y “totalizar” el Estado, y dentro del Estado, “totalizar” un solo criterio político, un solo ideal político y una sola acción política. Es decir, suprimir totalmente la libertad, con la cual no sería posible el régimen absoluto que impera en los estados fascista y nazi o en el estado comunista.

Por eso, por buscar esos resultados tan semejantes, también son semejantes los medios empleados, como se ve: supresión de toda crítica de gobierno, implantación de un régimen dictatorial absoluto, abolición del derecho de pensar, y penas severas, que llegan hasta la pena capital, a los que conspiran o manifiestan opiniones contrarias al sistema imperante, tanto en Italia como en Alemania y Rusia.
Hasta ahora se advierte cómo son idénticos el propósito inmediato y los procedimientos puestos en práctica para conseguirlo: es decir, en suma, estado totalitario y abolición total de la libertad y de los derechos más esenciales del individuo.

Sin embargo, los propósitos remotos que buscan tanto uno como otros, son bien diferentes, el fascismo y el nazismo quieren construir los respectivos países donde imperan en países poderosos, y para ello estimulan la hipertrofia del sentimiento nacional que acaba, en su delirio de grandezas y de hegemonía, por salir de los límites de su propio territorio para extenderse y buscar dominios nuevos y nuevas zonas de influencia por el mundo. Y naturalmente, al desbordar de sus fronteras, chocan con otras soberanías que ven el peligro de esa expansión inusitada. De manera que podría decirse que el fin remoto más claramente manifiesto, no por las palabras, que en este caso sirven para disfrazar las verdaderas intenciones, sino por los hechos, es construir imperios o naciones poderosas que puedan ser árbitros del mundo y de las ideologías que deben gobernar otros pueblos, por más extraños que lo sean. Se revela aquí la misma aspiración del Estado por encima de todo; pero, en la realidad, sintetiza al Estado en un hombre, el dictador, que a semejanza de Luís XIV, dice en los tiempos modernos: “el Estado soy yo”, como en Alemania y en Italia.

La condición esencial de esos regímenes es la apoteosis de la fuerza y de la guerra y así van formando el espíritu de las nuevas generaciones, para hacer de ellas soldados que tengan por ideal superior las batallas y la gloria.

En cambio, aún cuando el comunismo usa idénticos medios y es igualmente un grave peligro para los países que tienen un sentimiento democrático arraigado y un culto firme por la libertad, y aunque la implantación de sus ideas o la lucha por ellas puede suscitar una anarquía funesta y retardar el progreso, la civilización y la cultura de los países en que se desenvuelve, no se puede negar que tiene un propósito superior e idealista, como es la fraternidad entre todos los hombres del mundo, la desaparición de las clases sociales, el bienestar general, la abolición de la guerra y la comunidad de bienes, intereses y propósitos de los ciudadanos de un mismo país.

Es claro que esto es una utopía irrealizable y no puede ser obtenida como se proponen los comunistas. Y entonces, para intentar realizarla, no se paran en medios: emplean los mismos procedimientos brutales, sanguinarios, de fuerza, tiránicos, y también Rusia, a semejanza de lo que ocurre en Alemania e Italia, suprimen toda libertad y toda manifestación de pensamiento contraria al régimen imperante, monopolizando y “totalizando” todas las opiniones de las fronteras del Estado.

Pero es claro que, dada la diferente ideología de ambas doctrinas, la fascista y la comunista, el peligro de penetración del comunismo en otros países o mejor dicho, el peligro de su propaganda para conseguir adeptos es más grande, porque habla a las masas y porque les habla de un ideal superior, de un anhelo innato en el ser humano: la paz, el bienestar, el mejoramiento de las clases más pobres, de los necesitados de la sociedad, y les ofrece, en doctrina al menos, soluciones casi inmediatas a todos esos problemas que vienen pesando sobre la humanidad desde hace siglos, no obstante lo mucho que se ha hecho y se va haciendo para suprimir las injusticias entre los hombres.

Para los propagandistas de la doctrina de Marx contra el capital y contra las grandes fortunas y los grandes terratenientes, a quienes hacen aparecer como los que realmente imponen esa desigualdad entre los hombres y esa barrera infranqueable que impide a los humildes tener por lo menos lo necesario para vivir, van creando odios de clase, penetrando en el espíritu y seduciendo a las mayorías de los pueblos, compuestas justamente por las clases proletarias e inferiores de la sociedad. Ese es su gran peligro.
En cambio, el fascismo y el nazismo, sobre todo en Sud América, quieren imponer sus doctrinas sin tener una clara idea de sus propósitos fundamentales. Quieren convertirse en organismos que tengan por principal objeto aparente combatir al comunismo: pero en realidad, lo que buscan es el predominio de una clase privilegiada, para usufructuar situaciones públicas, muchas de ellas artificiales e injustificadas.

Estas son las dos tendencias que, como plantas exóticas, tratan de arraigar en nuestro suelo, y será inútil que se trate de extirpar el comunismo con organizaciones fascistas, ni destruir el fascismo con organizaciones comunistas: el remedio, el más eficaz y el más inmediato, sería el que prescriben nuestras leyes y nuestra Constitución, y que está en el alma de nuestro pueblo: ese remedio es la libertad.

Ninguna de estas doctrinas puede prosperar en un ambiente de libertad. En las grandes democracias del mundo, como en Estados Unidos, Inglaterra y Francia y las naciones del norte de Europa, auténticas democracias, como Dinamarca, Suecia, Noruega y Holanda, no hay fascismo ni comunismo: la libertad los ahoga a ambos y son simples expresiones de doctrinas que no han conseguido grupos importantes de adherentes. Sus representaciones en los Parlamentos son pequeñas minorías dentro de ellos, que no pueden perturbar la marcha normal del Estado ni de los principios fundamentales sobre los cuales se apoyan esas cultas democracias.



En nuestro país el medio era fácil. Hubiera bastado que el pueblo ejercitara sus derechos, que la libertad política fuera una realidad y que las luchas electorales no se invocaran para violar las leyes o para burlarlas y que no se crearan a espaldas de ellas, de la Constitución y de la soberanía popular, gobiernos artificiales, sin arraigo en la opinión y sin tener la representación legítima del pueblo argentino.













Fuente: "Fascismo y Comunismo" publicado en el Diario La Prensa por el Dr. Marcelo Torcuato de Alvear, Presidente de la Mesa Directiva de la Unión Cívica Radical, octubre de 1937. En "¡Argentinos!: Acción Cívica" de Marcelo T. de Alvear, Editorial Gleyzer, 1940. 

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