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martes, 14 de diciembre de 2010

Ricardo Balbín: "Monumento a Yrigoyen" (10 y 11 de agosto de 1949)

Sr. Presidente (Cámpora). - Para una moción de reconsideración tiene la palabra el señor diputado por Buenos Aires. 

 Sr. Balbín. - Voy a proponer la modificación del artículo que acaba de votar la Honorable Cámara, a fin de que se diga expresamente que se deroga la ley 12.839, que dispone levantar el monumento a Hipólito Yrigoyen. No voy a fundarlo sobre el agravio que significa el distinto tratamiento que importa el artículo 1°, la Cámara ejercita la facultad que tiene para fijar ubicación al monumento “al descamisado” y renuncia su atribución, en favor del presidente de la República, para que el monumento a Yrigoyen lo haga levantar el presidente donde le parezca bien.

Creo que tenemos que ser leales en todo y hasta el fin. Declaro, en nombre de mi partido, que Yrigoyen no tiene urgencias históricas para su monumento. No las tuvo en vida, tiene tiempo para esperar.

Comprendo el desagrado que implica hablar de méritos y de circunstancias para levantar en un país un monumento que consagre a un hombre o a un acon­tecimiento contemporáneo. Razonablemente, no hay ningún argentino bien nacido que trabaje para el monumento. Todos trabajan para el bien del país. Es la historia la que regala el monumento.


Aquí está ocurriendo un episodio extraordinariamente caprichoso. Todos los días, a cada instante, desde las tribunas partidarias del peronismo dicen que esto es una revolución en marcha, que todavía no se ha consumado la obra. Y en medio de la marcha con una urgencia que parece temor de historia, están levan­tando monumentos y asociando el nombre del líder a obras buenas o malas, pe­recederas o definitivas, realizadas sí a costas del esfuerzo de toda la Nación. Parece que no se tuviera confianza en la obra y en el destino de esta revolución. Nosotros tenemos extraordinaria confianza en la figura de Hipólito Yrigoyen, como para que todavía espere en el país la plena consagración que se merece.


Algunos hombres luchan dentro de las filas del ejército al servicio de la libertad de su pueblo; otros luchan dentro de la política, de la administración, de la enseñanza, de la cultura, con entusiasmo, perteneciendo a un sector político determinado o a determinada definición social. Tienen la consagración posterior y definitiva cuando han dejado de pertenecer al pequeño círculo donde configuraron su valor al partido que han servido o al ejército a que se han consagrado. Recién toma la historia al personaje cuando ha trascendido del pequeño círculo donde nació para ser expresión nacional.

Nosotros aceptamos en alguna oportunidad que todos los hombres del país hablasen de Hipólito Yrigoyen. No fuimos egoístas porque no fue nuestro el mérito si Yrigoyen dejó de pertenecer a las filas partidarias para transformarse en héroe civil del país.¿Cómo podemos nosotros, los hombres del radicalismo, en este encontronazo de los acontecimientos, en que se hacen consagraciones a destiempo, en que los hombres actuantes firman los decretos que consagran sus propios nom­bres, mezclar a Hipólito Yrigoyen en estos mezquinos debates? No se tiene sere­nidad suficiente para esperar el tiempo necesario para aquilatar valores y para poder ponderar merecimientos; y ninguna urgencia interesada podrá servir para falsificar el juicio de los hechos que se llaman revolución, estado revolucionario o revolución nacional.


Yo creo que algún día el país podrá levantar este tipo de monumento; será cuando la revolución haya consumado su obra, cuando se sepan sus resultados verdaderos, cuando se pueda decir si merece o no la consagración histórica. Nosotros no podemos poner a las generaciones que vienen en este bárbaro dilema: si tienen que construir o si tienen que destruir.


Estamos en pleno debate argentino: unos en una posición; otros en otra. ¿Quiénes triunfarán en definitiva para bien del país? No lo sabe ninguno de los señores diputados que se sientan en estas bancas. Ni lo sabe el señor presidente de la República, quien no tiene el derecho, ni tampoco lo tiene la mayoría, de crear con insensatez este problema: la división de la familia argentina de nuestro devenir.


Hay que tener cautela con estos actos que son de trascendencia nacional. Espere el peronismo que juzgue el tiempo, y otras generaciones darán nombres y levantarán monumentos: pero no cree el complejo brutal y terrible de armar a una generación venidera no para la construcción, sino para la destrucción.


Sé de la profunda tristeza del señor diputado López Serrot cuando anunció, como si estuviera viendo el futuro argentino, que podía darse la posibilidad de que un monumento, afanosamente levantado por intereses políticos, fuera des­truido. Se entristece como argentino porque los problemas actuales los resolve­mos o los entretenemos nosotros, pero no podemos endilgarle al futuro del país el problema de detenerse perplejo o apasionado para saber cómo se hicieron las cosas en este tiempo. Es ingenuo el peronismo. Pretende que con estos actos puede asegurar el juzgamiento futuro de la historia. Está equivocado.


Si la revolución lleva al país a su derrumbe total, en el orden económico y social, como nosotros creemos, pregunto: ¿cuál será el deber de las generaciones que vienen?


Este proceso de valorizaciones prematuras y aceleradas involucra injustamente a un personaje que es ajeno a todo este apremio y que ya merece el reconocimiento del pueblo argentino: se llama Hipólito Yrigoyen. Nació en nuestra casa. Si pertenece al país, mejor para el radicalismo y para el país. Pero en proporción que se pretende manosearlo lo recogemos, lo rescatamos para nuestra propia casa y reclamamos, para tranquilidad futura de la Nación, que se derogue la ley que dispone levantar un monumento a nuestro héroe civil.


Tenemos esperanzas en el porvenir argentino. Y alguna vez, señor presidente, ahorrando ahora las posibilidades de complicarlo en una lucha intestina que de ha destruir lo que falsamente se está construyendo, nosotros levantaremos a Yrigoyen como bandera de paz y de consagración democrática dentro de la República. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos)























Fuente: Ricardo Balbín: "Monumento a Yrigoyen"  (10 y 11 de agosto de 1949)




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