He podido afirmar alguna vez que la legislación obrera
argentina es la obra de la nueva democracia, es decir, de la sociedad política
elaborada en la práctica de la ley electoral de 1912.
Esto no implica negar que con anterioridad a esa fecha
aparecen en nuestro derecho positivo las primeras manifestaciones de un
pensamiento jurídico que ensaya dar respuesta a las aspiraciones de
mejoramiento que flotaban, con derivaciones hacia la violencia, en la masa
trabajadora del país; la creación del Departamento Nacional de Trabajo, la
vieja ley de descanso hebdomadario y la que condicionaba el trabajo de mujeres
y menores, preceden a la ley de elecciones de 1912 y se anticipan a la aparición
de la nueva clase gobernante habilitada por el sufragio libre y secreto implantado
desde aquella fecha en la Republica. Pero esas tentativas aisladas,
fragmentarias, habían de paralizarse, como se paralizaron, avenas el régimen político
imperante, curado de su "dilettantismo" social, advirtiese los
riesgos que el progreso de esa legislación aparejaba para el sistema económico
representado por los hombres del gobierno e inspirador de las concepciones
aceptadas como directivas del Estado. Era menester transformar la composición
de los elencos gubernativos para renovar el pensamiento del Estado en orden a
los conflictos de economía social que por entonces estallaban con áspera intolerancia
en el vivir colectivo. Ello solo se obtuvo mediante el ejercicio de la libertad
política arrancada a las oligarquías gobernantes por un partido político, la Unión
Cívica Radical, y entregada al pueblo como instrumento de su Liberation.
El radicalismo en el gobierno significo la victoria pacifica
de un pensamiento revolucionario. Empleando la ley como arma, había hecho, —
usando una expresión de Gide, — la economía de una revolución; de las formas de
una revolución, para ser exactos. He ahí algo que no fue comprendido en el
primer momento y que hasta ahora aparece enigmático para quienes se obstinan en
deletrear solamente las leyendas externas de ciertos fenómenos político-
sociales que se han desarrollado ante su miopía mental. La conquista de la
libertad política solo fue para el radicalismo un fin provisional. Se apodero
de ella y la transformo en medio ejecutivo de un ideario de justicia social en
constante e infatigable superación. El primer presidente radical arranca al Estado
de su posición indiferente u hostil frente a las colisiones entre capital y trabajo
y practica un intervencionismo orgánico y sistemático conducido por elevadas
inspiraciones de humana equidad. Así afirma en la realidad el derecho de intervención
del estado en el proceso interno del organismo social, abrogándose enérgicamente
los viejos lugares comunes del liberalismo que todavía se invocaba como explicación
de la indiferencia o de la hostilidad estatal. No seria difícil identificar los
fundamentos y postulados de esa política nueva con los principios de la escuela
solidariza que ha tenido por precursor a Berthelot a por expositor y "leader"
a León Bourgeois. Pero desechemos inmediatamente toda hipótesis de imitación o aplicación
calculada de un doctrinarismo teórico. Absolutamente. Bajo el impulso del
pensamiento del presidente Yrigoyen el Estado argentino elabora en la realidad
de su política obrera una construcción solidarista empírica, espontánea,
original y vigorosa que se da sus fundamentos filosóficos y jurídicos propios.
Llega por la vía recta de un camino suyo y orientada por la iluminación de sus exclusivos
conceptos, al centro mismo de la vida real,
dejando muy atrás la pesada impedimenta de los principios de escuela todavía
detenidos en la morosa elucidación de sus conflictos y controversias. Pero la
coincidencia es admirable y se acentúa hasta la identidad cuando se coteja la
formula en que la escuela de la solidaridad social compendia sus finalidades —
la unión de todos para la vida — con las sustanciales expresiones con que el
presidente Yrigoyen, en párrafos de sus mensajes y considerandos de sus decretos,
ha definido la política social de su gobierno como una conciliación armoniosa e
inteligente entre el capital y trabajo para realizar de consuno el bienestar
individual y la prosperidad colectiva.
No puedo resistir a la tentación de una alegoría:
En la aridez de un
yermo, agotabase penosamente el esfuerzo de algunos hombres obstinados en
arrancar al terrón ingrato los frutos que este negaba avaramente a su labor.
Hasta que alguien observo: es menester transformar la tierra misma para que en
ella no muerda en vano el hierro de la herramienta que la rotura. Transformemos
su composición química, traigamos aguas frescos y fecundantes a sus senos
esterilizados por el secano. Así lo hizo en largo y laborioso trabajo. Y en
adelante, la tarea de los labradores se hizo fácil y la verdura ondulante de
los cultivos cubrió próvidamente la tierra que fuera erial.
Esa es la obra del radicalismo en la sociedad civil
argentina. El derecho nuevo, equitativo y humano, cunde con lozanía sobre esa
tierra fertilizada secretamente por los recónditos manantiales que nacen en su
propio seno como una nueva y enérgica aspiración de sus masas populares, hechas
al hábito de pensar, de querer y de ejecutar.
Admiramos el bosque que se alza y espera para dar sombra y
frutos a los hombres, asilo a las aves del cielo. Justo es recordar que ese
bosque magnifico del derecho obrero argentino ha prendido y se arraiga en el
suelo social transformado y fecundado por la acción clarividente y tenaz de un
gran partido.
El libro a que estas páginas sirven de introducción no es
una obra apologética, aunque haya sido escrita con sincero fervor admirativo,
sino una contribución al conocimiento de la labor realizada en la materia de
derecho obrero bajo la presidencia del Dr. Hipólito Yrigoyen. Esta escrita para
quienes aspiran lealmente a informarse en fuentes insospechables sobre asuntos
que les interesa como ciudadanos y trabajadores. Ha sido destinado al pueblo.
Su autor es uno de esos jóvenes universitarios que trabajan con inteligencia y
modestia en las filas del radicalismo. Sin pretensiones, con la sencilla decisión
con que se practica un voluntario enrolamiento, la juventud argentina acude a
los rangos de la Unión Cívica Radical para iniciar su civiles con sus energías
mentales y físicas, dando al partido la asombrosa vitalidad que es una de sus
mas destacadas características y organizando para lo futuro las reservas de
hombres aptos y moralmente honestos que habrán de gobernar una democracia. Entre
esa juventud figura el Dr. Alfredo N. Morrone. Su nombre no es extraño a la opinión
partidaria, que lo conoce como encargado del Consultorio Jurídico de "La Época",
donde realiza una asesoría gratuita tan sabia como eficaz. Inteligencia bien
dotada por la naturaleza y adiestrada en el estudio, Morrone la ampara y
consolida en una firme probidad espiritual igualmente desdeñosa de los incentivos
del éxito inmediato como apta para someterse a las austeras disciplinas del
deber.
"El derecho obrero" acusa su predilección por los
estudios sociales. Es su obra primigenia y no quedará, sin duda, como única en
su acervo intelectual. Trazada conforme a, un plan practico y sencillo, este
volumen no pretende ostentar las apariencias petulantes de un texto científico.
En sus páginas se puede contemplar en conjunto, y expuesta con metódica
claridad, la obra realizada en materia de derecho obrero bajo la presidencia de
Yrigoyen. En una exposición sobria y muy adecuada a sus fines, el autor sigue,
tramo a tramo, la incorporación al derecho positivo del pensamiento de justicia
social que el gran presidente introdujo en las inspiraciones y actos del Estado
argentino. Como lo expresa el mismo Morrone, esta obra comprende solo aquella
labor que aparece documentada en memorias, mensajes, crónicas, etc., es decir,
de la que ha sido vertida al texto de las leyes o esta inserta en documentos públicos
como testimonio de nobles tentativas que la incomprensión, la negligencia o la
mala voluntad hicieron frustrar en su momento. Dentro de su sobria arquitectura
de libro destinado a ilustrar la conciencia social del pueblo, "El derecho
obrero" ofrece a los estudiosos una contribución no superada entre
nosotros, por su método, buenas fuentes de información y sinceridad. Su autor
le asigna la función modesta de una contribución; lo es, en realidad; pero contribución
rica en valores, que aparece oportunamente, cuando el pueblo trabajador de la
Republica, se siente convocado a elecciones que pondrán a prueba las
direcciones del sufragio con la valoración exacta de la in- fluencia de los
hombres y los partidos sobre el bienestar popular.
El autor de este somero volumen no es pasible de aquella irónica
censura recordada por Montaigne en un capitulo sobre la vanidad de las palabras;
no abulta las cosas haciendo ver grandes las que son pequeñas. Por el contrario
ha sabido tomar con nobleza y decoro una materia grande para ponerla al alcance
de los humildes y de los pequeños a fin de que en esa fuente de justicia
abreven la sed de esperanza que hace aguardar con impaciencia los albores del día
de mañana.
Víctor Juan Guillot
Fuente: El derecho obrero y el presidente Yrigoyen: contribución al
estudio y divulgación de los progresos alcanzados en materia de legislación
social y del trabajo, durante el gobierno del presidente Yrigoyen, 1916-1922 de
Alfredo N. Morrone con prólogo del diputado nacional Dr. Victor Juan Guillot,
1928.
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