Conciudadanos:
El desarrollo de acontecimientos graves y precipitados en
los últimos días, colocan al Comité Nacional de la Unión Cívica en la necesidad
de dirigir el presente manifiesto a sus correligionarios y a los pueblos de la
república, explicando esos sucesos y presentando las vistas políticas del
cuerpo que gobierna los intereses generales del partido, en presencia de los
nuevos horizontes y de la escisión producida en el seno de nuestra comunidad,
por los partidarios de una conciliación con el oficialismo.
Una minoría del Comité Nacional, formada por los partidarios
del acuerdo con la agrupación dominante, acaba de romper la unidad de la Unión
Cívica, y, llamándose Comité Nacional de la misma, ha resuelto reorganizarla,
aprobar el acuerdo mencionado, y convocar la Convención del Rosario, con
idéntico fin, a lo que se agregará la minoría en caso necesario.
La causa fundamental que ha impulsado sus resoluciones,
consiste en las resistencias que encontraba el acuerdo en el seno de la Unión
Cívica, y se comprende que el propósito claro de sus procederes, es imponerlo
al país, como una necesidad suprema.
Es el caso de recordar el carácter esencial de la Unión
Cívica y los trabajos personalistas que desnaturalizando el programa de nuestra
institución, han hecho dentro de la misma algunos de los amigos del general
Mitre, hasta llegar a la escisión actual.
La Unión Cívica fue desde un principio la coalición de los
hombres de bien, vinculados para destruir el sistema de gobierno imperante, que
ha producido tan graves perturbaciones en la República.
La bandera y su programa de principios, enarbolados como
enseñas de redención nacional, fueron aclamados con entusiasmo patriótico de un
extremo a otro de nuestro territorio.
Ese programa excluía todo personalismo, y sobre la influencia
de los caudillos, sobre el prestigio de los hombres, agitaba algo más grande y
levantando, un credo político, que perseguía el predominio de las ideas y de la
instituciones. La campaña de la Unión Cívica no era contra un hombre ni contra
individuos determinados, sino contra todo un régimen que había subvertido las
leyes y producido la ruina general.
La Unión Cívica no se había formado alrededor de ninguna
personalidad determinada, ni se proponía como objetivo de sus ideales y de su
programa, la exaltación de un hombre al mando; ella debía destruir el funesto
sistema de la opresión oficial, buscando el restablecimiento de las
instituciones, la honradez gubernativa, la libertad del sufragio y el respecto
a la autonomía de los municipios y de las provincias. Las personalidades
eminentes de su seno debían inclinarse ante ese programa y prestarle
acatamiento.
Y este programa y la impersonalidad de la institución era y
es la verdadera aspiración nacional, lo que constituye su fuerza incontrastable.
No lo entendieron así los que a toda costa querían proclamar
la candidatura del general Mitre y cuando se extendieron los trabajos políticos
a las provincias después de la Revolución de Julio, procuraron obstinadamente
restaurar dentro de la Unión Cívica el antiguo partido que aquél acaudillara,
con cuyo propósito formaban organizaciones especiales, anunciaron su separación
si no se proclamaba esta candidatura, y llegaron hasta oponerse a la Convención
del Rosario, que si como todos lo reconocen, representa un progreso en nuestras
costumbres políticas, fue debido al esfuerzo y miras nacionales, a los
verdaderos cívicos. Y es respondiendo a estas tendencias, que ha guardado una
actitud pasiva y hasta de complicidad a veces, en presencia de los vejámenes
que se inferían a nuestros correligionarios de las provincias.
La combinación Mitre-Irigoyen proclamada por la Convención
del Rosario, simbolizaba la fusión de los partidos tradicionales, y la
predilección de los pueblos de la República por estos hombres de Estado, y la expresión
genuina de haberse compulsado lealmente la opinión nacional. La designación de
los candidatos era muy satisfactoria, pero lo que más importaba a la Unión
Cívica y a la República era que triunfase el programa regenerador aclamado en
los meetings del 1º de setiembre y del 13 de abril; lo que interesaba a la
República, no era precisamente la elevación de los candidatos designados, sino
el cambio de régimen, en política, en finanzas y en administración; lo que el
país entero reclamaba y sigue reclamando son gobiernos responsables, honrados y
garantías constitucionales, tanto en el orden nacional como en todas las
provincias.
La combinación Mitre-Irigoyen, por las cualidades personales
de los candidatos y por las fuerzas sanas de opinión que los llevarían al
poder, satisfacía las exigencías nacionales y prometía un gobierno de reacción
contra los abusos del pasado, sin pactos desdorosos con los directores del
antiguo régimen. Era ésta la genuina significación de la fórmula del Rosario.
Inmediatamente de llegar de Europa el general Mitre,
apareció ostensiblemente lo que se ha llamado acuerdo entre el candidato
presidencial de la Unión Cívica, y el representante del oficialismo, el
entonces Ministro del Interior, general Roca, cuya influencia pesa sobre la República
desde hace diez años. Esta ligereza para celebrar un pacto tan inusitado sin
haberse puesto el candidato en comunicación con el Comité, ni informado de la
situación política de nuestro partido, sólo se explica por exigencias de la
reacción personalista producida en ciertos elementos de la Unión Cívica, y por
preliminares clandestinas del acuerdo, convenidos de antemano por los amigos
del general Mitre.
El general Mitre ha declarado repetidas veces, que el
acuerdo era sin condiciones, que sus bases fundamentales debían ser la libertad
del sufragio para las provincias y el mantenimiento de la fórmula del Rosario,
llegando hasta decir a los delegados de las provincias que estaría firme en la
lucha, mientras hubiera en algún punto de la República, una libertad conculcada
o un principio desconocido. Los amigos del general Mitre, desde la iniciación
del acuerdo, han trabajado sin cesar en el Comité y en las provincias para
conseguir mayoría favorable, en la inteligencia de que él importaba eliminación
de los candidatura del doctor Irigoyen y la aceptación de un representante del
oficialismo en su reemplazo. Con esta conducta abandonaban las provincias a su
suerte, pues nada habían pactado en favor de su libertad, olvidaban compromisos
solemnes contraídos en la Convención del Rosario, y ratificados en un
manifiesto del Comité, después de los preliminares del acuerdo, al mismo tiempo
que hacían desaparecer del programa de la Unión Cívica aquel principio que
prohibe toda intromisión del oficialismo en las contiendas electorales.
Celebrado el convenio ad-referéndum resultó que por él se
alteraba la combinación del Rosario,aquella fórmula que tanto significaba para
la Unión Cívica y para la República -y que se aceptaba la candidatura para
vice, de una personalidad designada por el oficialismo. La mayoría del Comité
adversa a la conciliación con los hombres del poder, o a un acuerdo que
importara la alteración de la fórmula del Rosario-, sostenía que el Comité no
estaba facultado para pronunciarse sobre ese convenio, debiendo remitirse a la
convención del Rosario. La minoría acuerdista sostuvo la tesis contraria.
El Comité ha deliberado detenidamente sobre el trámite que
correspondía dar a ese convenio, aprobando un proyecto que lo remitía a la
convención del Rosario, proyecto que fue sostenido en la sesión del 24 del
pasado, por los mismos amigos del general Mitre. Se ha publicado la crónica de
esta sesión y sólo conviene recordar que con ocasión de ese debate, se ha patentizado una vez más el
espíritu moderado y correcto de la rnayoría adversa al acuerdo, a la vez que la
intemperancia, el propósito preconcebido de los separatistas de dividir la
Unión Cívica, llegando hasta rechazar fórmulas que ellos mismos habían
propuesto días antes, y a producir el escándalo de la escisión después que el
Comité aprobó el proyecto que sostuvieran en la discusión.
La actitud de la minoría al arrogarse la dirección del
partido, aprobar el convenio ad-referéndum y decretar la reorganización de la
Unión Cívica, no podía ser más grave y contraria a reglas elementales de
disciplina política.
El Comité Nacional de la Unión Cívica, donde se encuentran
los delegados de casi todas las provincias, asumió la actitud que le
correspondía en presencia de los hechos producidos, decretando la separación de
su seno y del partido, de los miembros que firmaron las resoluciones indicadas,
y la exposición con que trataron de cohonestar su conducta.
Según sus propias declaraciones, la situación actual de la
República, no ofrece garantías para una lucha electoral libre y pacífica.
¿Y por qué? ¿Quién ha suprimido esas garantías esenciales de
todo gobierno republicano? El oficialismo al cual se unen y consolidan, con lo
que se aleja la esperanza de reivindicar las libertades públicas. Si ellos
reconocen la ausencia de garantías constitucionales y la voluntad criminal de
mantener este régimen opresivo, ¿cómo se unen, entonces, al poder y admiten de
sus hombres intenciones patrióticas para hacer imperar con el acuerdo lo que
han violado con el gobierno? Si no gozamos de los beneficios de la libertad, es
nuestro deber esforzarnos por conquistarla, con todos los sacrificios de las
luchas democráticas, en vez de abrazarnos con los que la vilipendiaron.
Esta es la verdadera exigencia del patriotismo.
Se agrega que el círculo situacionista ofrece una
conciliación conveniente, puesto que acepta la candidatura presidencial de la
Unión Cívica y sólo exige la vicepresidencia para una personalidad alejada del
país hace veinte años. La Unión Cívica no se ha propuesto la elevación de un
hombre al poder, sino cambiar el régimen imperante. Este sistema depresivo de
la dignidad de los argentinos continuaría apoyado por las situaciones de las
provincias, donde imperan con más crueldad los del poder; y en semejante
hipótesis, se esterilizarían hasta los buenos propósitos del candidato.
Entonces, la conciliación con el oficialismo serviría para mantener y
consolidar, lo que se propone destruirla Unión Cívica, con el aplauso del país
entero. Ante esta consideración fundamental, nada valen las prendas personales
del diplomático, con quien se quiere eliminar al candidato del pueblo.No se
debate la honradez de personalidades; se trata de los derechos del pueblo, que
a la fuerza se quiere suprimir, violando la resolución de una convención que ha
interpretado fielmente la voluntad nacional.
Se afirma también que fuera del acuerdo, no quedarían a la
Unión Cívica más soluciones que la guerra o la abstención, imponiéndose,
entonces, la política de transacciones, que salva con la paz, los principios,
la moral administrativa y las libertades públicas. La Unión Cívica, no ha
desplegado bandera de guerra: su programa es de paz. Si el poder pretende
impedir a sangre y fuego que el pueblo ejercite sus derechos, no sera éste el
culpable de los sucesos que sobrevengan, ni tampoco la alianza con aquél, se
armoniza con los deberes cívicos que impone la República a los ciudadanos.
Jamás se suprimirían los abusos de un mal gobierno, si por razón de ellos se
afirmara el poder; ni se comprende las esperanzas de una reacción
administrativa, económica y política, robusteciendo a los autores de la ruina
general, y de la opresión en que gimen las provincias. La Unión Cívica quiere y
busca la paz, pero a este título no debe exigírsele la servidumbre, sino la
tranquilidad que resulta de la armonía del orden con la libertad, que asegura
los derechos y las garantías del ciudadano. Esta paz no se afianza fortificando
gobiernos opresores, ni es digno esperarla como una gracia: es necesario
merecerla, conquistarla a fuerza de sacrificios y conservarla con altivez
republicana.
La circunstancia de no haber sido aprobado por el Comité el
convenio ad-referéndum, no es más que un pretexto. El Comité, o su gran
mayoría, no se consideraba con facultades para aprobar, y resolver lo
contrario, habría importado arrogarse facultades electorales, que sólo
correspondían a la convención, donde todas las provincias tenían representación
proporcional.
La intransigencia que inculpan los separatistas a los que
forman la mayoría del comité, consiste en mantener con altura el programa de la
Unión Cívica, en ser consecuente con solemnes compromisos contraídos ante el
país, y cumplir con lealtad los deberes que nos impone la situación de las
provincias.
El Comité no debe mirar con indiferencia la suerte de sus
correligionarios; el programa de la Unión Cívica es esencialmente nacional, y
establece vínculos de noble solidaridad entre todos sus miembros, que no
permiten conformarse con una política llamada de conciliación que ofrece
algunas franquicias para la ciudad de Buenos Aires y mantiene la servidumbre en
las provincias. La Unión Cívica quiere buen gobierno, garantías y respeto a la
ley, para todos los Estados de la República, pues así lo exijen los principios
de su programa y el verdadero patriotismo. En esto consiste su intransigencia y
su radicalismo.
La política de conciliación, en la forma en que se ha
iniciado, se reduce a prometer al país para fines de 1892, la elevación al
mando de dos personas honorables; pero persistirá el mecanismo opresivo en toda
la República, quedará intacto el funesto sistema que ha producido nuestros
desastres; más aún, hará nuevas víctimas, ocasionará nuevas ruinas, porque la
maquinaria necesitará funcionar otra vez en la contienda electoral. Y si hemos
de juzgar ese acuerdo por la sinceridad de los hombres de la situación que lo
han concertado, y por las garantías acordadas a Mendoza, Córdoba y Catamarca,
después de sus preliminares, no es aventurado presumir que será fatal para la
República, que no se removerán las causas del malestar, ni con él se
reconquistará las libertades públicas. Si ese acuerdo hubiera sido aceptado, su
primer efecto sería la desorganización electoral de la Unión Cívica, desde que
no habría el estímulo de una lucha democrática en perspectiva. Esta
desorganización general, debilitaría las fuerzas populares en cada provincia
quedando a merced de los gobernantes, que han suprimido hasta la última
garantía constitucional.
La Unión Cívica se propuso también, entre sus patrióticas
iniciativas, el despertamiento de la vida cívica nacional, adormecida durante
un decenio. Habían transcurrido muchos años de calma, de paz inalterable, salvo
algunos hechos sangrientos aislados, producidos por intrigas de palacio; el
pueblo se había alejado de los comicios, porque en vez del santuario de su
soberanía, encontraba allí las vergonzosas celadas del fraude, o la criminales
descargas de la fuerza pública.
No había lucha; estaba admirablemente suprimida en todas
partes por la acción del gobierno y por la abstención activa del partido
opositor; y así en cualquier punto de la República donde se pretendía votar,
allí caía la acción del poder en apoyo del principio de autoridad para sofocar
las agitaciones democráticas.
Así se aseguraba la paz para los gobernantes, y la ausencia
del control en la administración pública; se afianzó el despotismo político y
ha podido administrar impunemente sin probidad. Con este régimen, con esta paz
y con semejantes conquistas, la República, al organizarse la Unión Cívica
sentía las primeras angustias de la terrible crisis que la ha conducido al
borde del abismo, a la opresión interior y a la vergüenza ante la Europa, a la
pobreza dentro de sus fronteras y a la falencia internacional. Este fué el
fruto de la supresión de la lucha, de la paz sin libertad, de la muerte del
civismo. La Unión Cívica lanzó un grito de guerra contra estos factores de
nuestro envilecimiento, proclamando que el ejercicio de nuestros derechos
políticos, es el primer deber de un ciudadano, y que la lucha democrática es la
primera causa del
engrandencimiento de los pueblos. ¿Cómo podría ahora arriar
tan hermosa bandera y proclamar la supresión de la lucha, la paz sin derechos,
la muerte de ese espíritu cívico que ella ha despertado en el pueblo?
La minoría separatista, que ha roto la unidad de la Unión
Cívica para imponer una combinación electoral, sin preocuparse de los pueblos
del interior, ha deslindado posiciones, como ella lo dice, entre la Unión y los
aliados del poder. No más confundirá el pueblo, aunque en su evolución, aquella
minoría conserve un disfraz, el nombre de Unión Cívica, que simboliza en
nuestro escenario político, lucha contra los abusos del poder y en favor de la
libertad.
No hay, pues, ninguna consideración de bien público, que
justifique semejante acuerdo; se trata tan sólo de satisfacer ambiciones
impacientes, que por legítimas que sean, deben amoldarse a la corrección de los
principios políticos, y subordinarse a los intereses generales de la Nación.
A ese acuerdo lo repudia la moral y las leyes fundamentales
que rigen el desenvolvimiento de las sociedades, y por consiguiente, jamás lo
aceptaremos.
Conciudadanos: La Unión Cívica tiene que luchar por el
triunfo de su programa principista haciendo causa con todas las provincias
oprimidas. Mantendrá en alto la bandera enarbolada como enseña de regeneración
nacional: no consentirá que se desnaturalice su programa con peligrosas
desviaciones hacia el personalismo; y para coronar el triunfo de la causa del
pueblo, dirige un llamamiento patriótico a todos los hombres bien
intencionados, exhortándolos a formar en sus filas.
En presencia, pues, de la situación que estos sucesos han
creado, conviene a los altos intereses de la Unión Cívica que se congregue la
Convención del Rosario, sobre la base de los convencionales que permanecen
fieles al programa, debiendo los comités de las provincias reemplazar a los que
se han ya separado, para fijar rumbos al partido y designar definitivamente las
candidaturas presidenciales que sostendremos en la próxima lucha.
Buenos Aires, 2 de julio de 1891. Por el Comité: L. N. ALEM,
Presidente; Joaquín Castellanos, Secretarios,
Abel Pardo, Carlos A. Estrada, Marcelo T. de Alvear, Adolfo Mujica, Remigio
Lupo,
Unión Cívica Radical, a sus prohombre y su programa. Dr. Bernardo de Irigoyen, Dr. Leandro, Dr. Aristóbulo del Valle y el Dr. Mariano Demaría. |
Fuente: El "Acuerdo de 1891": Manifiesto de la Unión Cívica Radical al Pueblo de la República, 2 de julio de 1891. En "Hipólito Yrigoyen: Pueblo y Gobierno" Tomo I, La Reparacion Fundamental Volumen Primero, Reparacion-Intransigencia, Editorial Raigal, 1955.
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