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martes, 14 de diciembre de 2010

Horacio Oyhanarte: ¡He aquí la obra de Yrigoyen! (3 de julio de 1945)

Tres momentos culminantes -ya que no se puede hablar de ciclos en una Nación que cuenta sólo 135 años- tiene la historia argentina: la Independencia, la Constitución de 1853 y la Reparación Nacional.El primer período lo llenan los hombres de la gesta primigenia debatiéndose con el poder de la metrópoli, en el momento preciso en que nace la patria, ante que en los hechos,en el pensamiento de algunos soñadores y de algunos videntes.El segundo lo integran las luchas intestinas, cuando perdidas las áncoras que nos amarraban a la larga noche colonial que dura tres siglos, nos aventuramos, sin brújula y sin timón,por el mar encrespado e ignoto de los acontecimientos en que braman las furias del instinto, repercutiendo en la vastedadde nuestro desierto, con el entrechocarse de todas las desorientaciones y de todos los heroísmos.El primer período comienza con el grito inicial, dado en Plaza Mayo en 1810, que describe una parábola luminosa hasta Ituzaingó en 1826. Lo forman dieciséis años que dura el parto de la nacionalidad.El segundo va desde la inmolación de Dorrego hasta que Buenos Aires asume el rol de Capital Federal; suma cincuenta y cuatro años, un poco más de medio siglo.

El período de la Reparación, en cuyo término nos debatimos después de la inicua y criminal "incidencia", lo cubre la lucha que se inicia en 1889 por la aplicación del derecho, con la reunión del Jardín de Florida, hasta el advenimiento de la primera presidencia legítima y constitucional, que se inaugura en 1916 con la ascensión del doctor Yrigoyen. Forma éste un lapso de veintisiete años, a los cuales hay que agregar los treinta y tres años que corren desde ese momento hasta nuestros días, o sean sesenta años, cerca de la otra mitad de la historia patria.

Este período, tal vez el más arduo, tiene un precursor y un realizador, ambos de la misma estirpe: Alem e Yrigoyen.Aquel vislumbra y éste ejecuta; aquel entrevé y éste forja. La nacionalidad, llegada que hubo a su pubertad, quiso ser independiente y esto lo obtuvo en sólo dieciséis años de un guerrear indómito, en el cual improvisó en generales a sus leguleyos; y en el que hizo soldados invencibles por igual a los petimetres de sus ciudades y a los pobladores rurales que esculpieron las primeras páginas de nuestra crónica, sin saber leer ni escribir, desde el lomo "en pelo" de sus cabalgaduras criollas.
En cambio, la empresa de ser libres, cuando ya éramos independientes, ha llenado casi toda la historia argentina;abarca más de un siglo de su fasto. Esta tarea secular perseguida con denuedo y con altivez, con sangre y sin renunciamientos,llega a realizarla un hombre, al cual por antonomasia se le llama "El Hombre", al frente del movimientode opinión más ilustre y tesonero que haya jamás marcado rumbos dentro y fuera de la nacionalidad.

¡He aquí la obra de Yrigoyen!

Por eso se le debe llamar el Libertador: Libertador prisionero,como dijera el poeta. Su puño recio cortó las ligaduras góticas que ataban al país al más miserable y retrógrado de los predominios. Él creó la República en el derecho, él fundó la Nación en la legalidad, él dio directivas y consignas de honor a las muchedumbres burladas, escarnecidas y expectantes,en la Democracia.

Pertenece por eso a la rara estirpe, a la abolida genealogía de los fundadores de pueblos. En la trabazón geométrica de su cerebro nació la patria redimida; surgió como Palas de la frente de Júpiter esta cosa eterna y evangélica: la nacionalidad para todos; el bien y el resguardo para los humildes y para los sufrientes, en la libertad y la justicia.

Llenó -como ningún otro argentino, como ningún otro americano, al igual que el mayor de los hombres del mundo una labor pública que se dilata por medio siglo; y, ejemplo único y admirable, la jadeó de extremo a extremo, sin un desvío, sin una mácula, sin la sombra siquiera de un remordimiento.

Por el camino torcido y sombrío de los pactos y de las alianzas, reconociendo la ilegalidad, no pidiendo, sino aceptandolo que se le ofreció tantas veces, pudo llegar un cuarto de siglo antes; pero no a la cabeza del pueblo, como lo hizo,sino opaquecido por la vecindad delincuente de los usurpadores.

Pero él quiso dar este soberbio ejemplo al pasado y al porvenirde su raza; él quiso decirles que más arriba del Ideal está el carácter. El suyo ha sido el más perfecto, el más volcánico,el más inconmovible que se haya arrebujado bajo la frente de un pensador y de un patriota.
Llegó solo -si puede llamarse soledad a la compañía fervorosa de todo un pueblo- y partió solo, dejándonos la certitud del triunfo en su memorable apoteosis final. No hay, y difícilmente habrá un dolor como el dolor de su partida; un homenaje como el tributado por más de diez millones de almas asomadas tremantes a su sepultura.

¡Para morir así, valía vivir como él vivió!

Yacentes con él estaban los tres años de su último vía crucis de las más abyectas afrentas, al más misericordioso de los seres. Nadie -ningún hombre nacido de la mujer- en la doble amplitud de la Historia y del mundo, ha entrado en la Inmortalidad con un séquito semejante. Nadie tampoco lo ha merecido como él; manos probas y creadoras; corazón magnánimo; mente egregia que orientaba hacia el porvenir, como faro en noche tenebrosa y ennegrecida.

Sólo la Unión Cívica Radical que fue su creación, reaccionando sobre sí misma ha podido, a su vez, engendrar un tal arquetipo -realizando el milagro del verso del Dante al referirse a la madre de Dios "virgine madre figlia del tuo Figlio"-, de un epitome como el que duerme su sueño de gloria en el mausoleo de Julio.

Hizo más que Moisés: entró en la Tierra Prometida, y aunque parezca paradojal murió vislumbrándola. Desde la Isla -donde en el porvenir se alzará su estatua como la que alumbra la entrada de Nueva York desde el mar, con la diestra encendida por la llama jamás extinta de la libertad-,auscultando sus ojos de profeta la negrura comarcana, vio, de nuevo corporizarse, rigiendo la vida del pueblo, su Obra imperecedera.Él sabía mejor que nadie que no existe Calvario infructuoso para el Destino de las multitudes. Desde su futuro peñasco andino cuidará las puertas inviolables del hogar colectivo; verá pasar de ida y de vuelta los bajeles de la opulencia y del ensueño. Desde allí presidirá, hoy mismo ya preside,la victoria, la revancha futura que se acerca, la que él nos entregó con el legado genesíaco de su faena, con el endiosamientode sus exequias griegas.

La Revolución, que los inconscientes reaccionarios han tenido la osadía de despertar, ya está realizada en la conciencia del Pueblo; torpe es quien no lo vea; nadie ni nada la detendrá.
Habremos, entonces, entrado en la cuarta etapa de nuestra Historia en que construiremos una otra arquitectura económica,social y legista; renovador período en el cual siguiendo su inspiración y su ejemplo se fundará una nueva Argentina: tan grande como él la concibiera; tan justa como él la evidenciara: tan humana y tan poderosa como lo merece el holocausto de todos los mártires y de todos los martirios.


Buenos Aires, julio 3 de 1945.Horacio B. Oyhanarte































Fuente: Introducción de HORACIO B. OYHANARTE al libro MI VIDA Y MI DOCTRINA de HIPÓLITO YRIGOYEN

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