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sábado, 6 de mayo de 2017

Homero Manzione: "La destrucción de Santiago del Estero" (circa de 1936)

Cuando llegó a Santiago del Estero la primera expedición libertadora, aquella del General Ocampo, enviada por la mano férrea de Mariano Moreno, Dorrego, entonces un imberbe oficial porteño, fue encargado de formar con la paisanada santiagueña un escuadrón. La leva fue fácil y aquel pueblo de campesinos pacíficos contribuyó a la libertad de la patria con la carne anónima y fuerte de sus hijos y contribuyó con tal eficacia, utilizando a esos hombres robustecidos en el trabajo por una existencia de sobriedad y de labor, que fresca esta sobre la historia de la patria la fama de aquellos soldados valientes en el combate, fuertes ante la muerte, infatigables en las marchas, jinetes diestros en las caballerías e inteligentes en el aprendizaje de la ciencia de la guerra: y frente a ese magnifico recuerdo tengo que presentar ante ustedes la realidad de estas horas. En la incorporación de la ultima conscripción fue necesario hacer cuatro llamados complementarios para poder integrar las plazas, pues en el primero y obligatorio fue rechazado el noventa por ciento de los muchachos de veinte años de la provincia de Santiago del Estero que, después de cuarenta años de progreso, tiene hijos que no sirven, no ya como sus abuelos, para la guerra, sino que son inútiles para la misma parodia de la guerra. El sistema de explotación del bosque santiagueño destruyo en cuarenta años la mejor vida de su pueblo. Todo se transformó. Desde los gustos hasta la moral. Desde la reciedumbre rustica hasta las costumbres. Señalare unos cuantos fenómenos irrebatibles: 1) El paisano santiagueño, de espíritu sedentario, fue convertido en nómade, por la costumbre de ir detrás del trabajo. 2) Fue arrancado de sus labores habituales, agricultura, ganadería a industria menor, para ser enganchado al obraje con el cebo de un fuerte sueldo, destruyéndose en su alma toda tentativa de progreso personal. 3) Fue alejado de sus centros naturales junto con la familia, privando con ello a los hijos de la educación, pues en los obrajes, muchos de los cuales han llegado a tener centenares de niños, nunca hubo la preocupación de establecer escuelas. 4) Se lo llevó a vivir en pésimas condiciones de higiene, en ranchos transitorios y a lugares donde la falta de buenas aguas obligaba a beber aguas inconcebibles, cuando no aguas abombadas por el estacionamiento en los tanques, y mantenerse con una alimentación antinatural, nefasta en especial para los niños y las mujeres. 5) Se le estableció la ruda tarea del hacha no por jornadas de horas normales, sino por tarea o rendimiento, lo que combinado con las exigencias de la proveeduría, los obligaba a la realización de labores superiores a las que racionalmente puede aguantar cualquier hombre. 6) Se le estableció la obligación de consumir en la proveeduría del obraje, especie de monopolio tiránico que los hacia comprar con un 200 % de recargo. Aun hoy he visto en Santiago del Estero cobrar un peso y veinte por un par de malas alpargatas que no valen más de cuarenta centavos. 7) Se hacia el enganche de peones en los centros mas poblados, teniendo como socios frecuentes a los comisarios, y se compraban los brazos con el adelanto de cantidades casi fabulosas para esa gente y que eran absorbidas en pocas horas, por el prostíbulo y el despacho de pésimas bebidas, establecimientos que nacieron tan solo para vivir a costa de estos adelantos. Desde entonces nace en la peonada santiagueña el espíritu de juego y despilfarro.

La plata hay que gastarla adelantada, si total la pagan adelantada. Hay que comprar con ella el alcoholismo, la venérea, la sífilis, que también son manifestaciones del progreso. Un humorista con fondo de tragedia podría llegar a estas conclusiones. Porque no es sino una humorada trágica el hecho de que bajo el amparo del progreso. Santiago del Estero haya logrado embrutecer la mente de su pueblo, destruir los resortes morales de su espíritu, gastar la fortaleza de su carne. Hoy esa región tiene que desandar cuarenta años de civilización. Rehacer su agricultura. Crear su ganadería. Volver al cauce de las zonas fértiles. Armar la conciencia del trabajo en su hombre. Vencer los intereses creados de los pueblos fabricados en zonas antinaturales. Y acostumbrar a la población del campo a comer, a educarse y a luchar contra el raquitismo, la tuberculosis, el tracoma, y las venéreas. Y a destruir la fama de haraganería que le hicieron los que se enriquecieron con su trabajo [...]

Una noche, en una de esas magnificas noches santiagueñas, con sus cielos hondos y oscuros, tachonados de estrellas altas, presenció una fiesta típica entre el paisanaje. Cuando el alcohol había despertado la angustia que se acuña en el alma del actual pueblo santiagueño, un grupo de ellos, alrededor de una guitarra, entonó una vídala. Una vídala cuya música triste se apreta en mi corazón como una garra y cuya letra repetía estas desoladas palabras:

"Pobre nosotros, que vamos a hacer".

Esta es la canción de un pueblo olvidado por la ciudad y aplastado por el progreso. De un hombre que no es dueño de la tierra que pisa, corrido por el código del refrescado doctor Vélez Sarsfield cuya estatua abollaremos algún día. De un hombre que no es dueño de su trabajo a pesar de la letra de su Constitución. De un hombre que no es dueño de su salud. Que no es dueño de sus hijos. Que no es dueño de su conciencia y que ante la realidad implacable que nada le deja, no encuentra mas alivio que cantar en el dolor de una vídala ese grito apretado que debiera sonar en nuestro oído como desolada protesta:

"Pobre nosotros, que vamos a hacer"...











Fuente: “La destrucción de Santiago del Estero” por Homero Manzione (1936) reproducido en la Revista Crisis Año 1 N° 7, noviembre de 1973.

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